Actualidad

El final de Fidel; por Alma Guillermoprieto

Por Alma Guillermoprieto | 10 de diciembre, 2016
Fidel Castro retratado por Vasco Szinetar

Fidel Castro retratado por Vasco Szinetar

 

A la distancia, era monumental. Aquel perfil heroico y la mirada altiva que contemplaba siempre el horizonte fueron una constante tan grande como el recuerdo de su triunfo contra un régimen venal que, con sus burdeles y casinos, hoteles a la orilla del mar y clubes de golf solo para blancos, estaba totalmente al servicio del crimen organizado de Miami y la peor especie del “Ugly American”. Estaba también el delicioso cosquilleo que le producía a los pobres y rebeldes del mundo una rebeldía sincera y una retórica desafiante e incansable. En Washington, los políticos convencidos de que eran un faro en un mundo infantil, gandallesco, o directamente criminal podrían verlo como un payaso demente, pero el hecho concreto seguía siendo que en una isla a noventa millas de Cayo Hueso, un régimen insólito se negó a gritar !Me rindo! o a permitir cualquier injerencia estadounidense en sus asuntos durante medio siglo. Este hecho bastó por si solo para garantizarle la envidia y el respeto de dirigentes latinoamericanos democráticos y dictatoriales en América Latina y allende los mares.

Estaban, además los logros reales que perduraron incluso en los peores años de hambre y privaciones en la isla: el tan reconocido sistema de educación y salud; la prioridad dada a los niños e infantes, que crecían tan saludables como sus homólogos en las naciones más ricas; un esclarecido interés en el desarrollo urbano con enfoque ambiental, así como las audaces pesquisas en el campo de la medicina. Los estándares de bienestar social que él fijo subieron la barra para las clases gobernantes latinoamericanas, tan primitivas y rapaces ellas, y le enseñaron a los pobres a qué tenían derecho a aspirar.

Visto de cerca, la imagen se empaña: cárceles escuálidas y hacinadas, resultado de cincuenta años de esfuerzos torpes por controlar el pensamiento ajeno; una economía que habría funcionado mejor de haber sido administrada por monos; familias desbaratadas por una intransigencia oficial que se convirtió en un modo de pensar nacional; criaturas que perdieron a sus madres y madres que perdieron a sus hijos en el mar en el intento de huir de su asfixiante patria; el insensato alardeo de ojivas nucleares durante dos semanas aterradoras que pudieron haber terminado en la aniquilación del mundo. Y estaba también el insoportable aburrimiento de las décadas posteriores, la claustrofóbica miseria de vivir en un país cuyo líder lo quiso subordinar a su propia fantasia utópica.

Y ahora Fidel Castro ha muerto. A los cubanos se les ha pedido que aguanten los nueve dìas de un duelo oficial sin precedentes, aunque a muchos de los once millones de habitantes de la isla les resulte totalmente indiferente el fausto y el simbolismo con que el régimen intenta darle relevancia a la muerte de un hombre cuyo tiempo pasó hace ya tiempo. Vivir hasta tan avanzada edad nunca fue parte del plan, dijo ante un público enmudecido en el Séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba en La Habana el pasado abril, y ciertamente aquellos que lo recordaban en su plenitud verde oliva como la encarnación misma de la gloria viril apartaban la mirada ante la imagen del anciano enclenque y tembloroso medio ahogado en sus trajes deportivos Adidas.

Tenía noventa años. Gobernó una eternidad. Duró enfermo más de diez años. Como se ha dicho incontables veces, de haber muerto durante el auge de los logros sociales de su revolución—en 1967, digamos—habría sido venerado en América Latina y más allá como el nuevo Bolívar, un nuevo Martí. Pero tal como resultaron las cosas, no hay manera de saber como se le juzgará incluso de aquí a diez años. Esto se debe en parte a los desastres económicos y sociales que dejó a su paso, y en parte a que todos los valores a los que se aferró—lealtada incondicional, fe inquebrantable, pensamiento utópico, valor físico y moral absoluto—lucen insalvablemente anticuados hoy día.

Cómo sobrevivirá Cuba sin Fidel no es realmente una pregunta: ha sobrevivido sin él desde que la enfermedad lo obligó a entregar el poder de modo provisional y luego de forma definitiva a su hermano, Raúl Castro. Eso fue hace ya diez años. Se han dado cambios necesarios y cruciales desde entonces sin Fidel, pero el modelo revolucionario que él creo sigue todavía, tambaleante y amenazando con colapsar en cualquier momento, como los destartalados edificios del Malecón de La Habana. Hay una industria floreciente del turismo, algunas exportaciones, un creciente interés por los tratamientos de cáncer y otras innovaciones médicas de la isla, un minúsculo pero creciente sector de pequeño empresariado, libertad de tránsito desde y hacia Cuba, menos controles sobre el disenso, logros de vanguardia para las comunidades LGBT, y cada vez mayor acceso a Internet.

Pero también hay presos políticos, que así sean apenas un puñado, son prueba de que disentir sigue siendo una actividad criminal en Cuba. Una nueva crisis económica se cierne sobre la isla con el cese del apoyo del régimen chavista. En vida, Hugo Chávez intercambió petróleo por médicos y entrenadores deportivos a precio de remate; esos envíos seguramente cesarán en el momento en que el inepto sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, abdique o sea derrocado. Y desde el colapso de la Unión Soviética, el idealismo igualitario que caracterizó a la Revolución en sus primeros años ha dado paso a una sociedad que se lanza voraz sobre las primeras migajas del capitalismo de consumo tardío, aún cuando está consciente de que sus efectos secundarios son la acelerada estratificacicón y desigualdad social.

El cambio más trascendente de todos ocurrió a comienzos de año, cuando Barack Obama viajò a La Habana para saludar la renovación de relaciones diplomáticas entre ambos países. La visita fue un reconocimiento de parte de los Estados Unidos, por fin, de que cincuenta y siete años de asalto pasivo-agresivo no lograron derrocar al régimen fidelista. Un buen momento para Cuba, aunque llegó con trampa escondida: al darle la mano a Obama, Raúl Castro puso fina a una era en la cual Estados Unidos no tuvo voz en los asuntos de Cuba. Esto fue apenas diez meses antes de la elección de Donald Trump.

Y ahora Fidel Castro ha desaparecido de la escena en un momento en el que podría haber sido útil. Hombre culto y de modales exquisitos, tenía la constitución de un bravucón. Ante la derrota, siempre contragolpeaba con más fuerza, porque retirarse no era lo suyo. Cuando en 1962 John F. Kennedy y Nikita Jruschov llegaron a un acuerdo para retirar las ojivas nucleares del territorio cubano, al final de la crisis de los misiles, Fidel montó en cólera y lideró una manifestación contra su patrocinador soviético. Una consigna memorable de aquel día fue: Nikita, mariquita, lo que se da no se quita. Fidel estaría mejor capacitado que su hermano Raúl—un hombre a todas luces más sensato– para lidiar de tú a tú con un enorme camorrista como lo es el presidente electo de Estados Unidos.

En los tuits que siguieron al anuncio de la muerte de Fidel Castro se podía percibir como el iminente presidente ya tocaba aquí y tanteaba allá, buscando los puntos blandos de la defensa cubana. Ahora que la administración Obama había logrado un modus vivendi mas razonable con Cuba, Trump sugería, del mismo modo que un tiburón le haría una sugerencia a una sardina, que el gobierno cubano debería negociar un mejor ´deal.´

No es difìcil imaginar que tipo de trato le gustaría negociar a Trump. Una vez que logró establecer, para su propia satisfaccion, que la constitución no le impide a un presidente ejercer su mandato y manejar un negocio simultáneamente, y de tuitear que, pensándolo bien, la presidencia iba a exigirle su atención completa, hay que imaginar que Trump tiene los ojos puestos en el futuro: ahora o dentro de cuatro años, para él o para sus hijos, no podría haber una inversión más atractiva que Cuba para el tipo de magnate que es. !Los hoteles frente al mar, los clubes de golf, los casinos! Podría volver a ser todo como en los viejos tiempos.

♦♦♦

From The New York Review of Books Daily © 2016 by Alma Guillermoprieto

Traducción: Mario Trivella Galindo

Alma Guillermoprieto 

Comentarios (2)

Jose Pirela
10 de diciembre, 2016

Para Fidel fue el final, para los cubanos puede ser el principio. También para los estadounidenses, Trump puede ser el principio de un ideal desgastado. La organización social siempre tiene un principio, pero nunca un final. Los ideales nunca tienen un final.

Tropicana
17 de diciembre, 2016

Después de una larga permanencia de F.C. en el poder con un heredero acivo ( su hermano R,C ), seguramente que muchos se preguntarán ¿ qué beneficios generó para el pueblo y para sus vecinos de América esta forma cerrada, monopólica y absolutista de gobernar?. Creo que muchos dirán que una gran lección de Mal Ejemplo político para todo el continente, y en especial de forma más directa para los países que copiaron ese estilo de gobierno. Ejemplo Venezuela. Hoy en ruina por seguir a ..otros..

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.