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Las empresas culturales de Mariano Picón Salas; por Ángel Gustavo Infante

Por Material cedido a Prodavinci | 4 de diciembre, 2016

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Cuando Mariano Picón Salas regresa por primera vez al país es un joven de 35 años que fuma y escribe con igual fruición. El aire austral del siglo XX lo perfila como un humanista moderno: trae consigo el ímpetu intelectual para acabar de una buena vez con la larga noche gomecista y antes de que sus volutas de humo desaparezcan en la enrarecida atmósfera del aeropuerto, el ensayista junto a Diógenes Escalante y Alberto Adriani diseña el plan que empleará el presidente López Contreras para reorganizar la nación.

En aquel Programa de Febrero, como se denominó el documento de marras, están implícitas las líneas de acción para crear, al menos, una de las grandes empresas culturales que en breve le tocará materializar. Me refiero a la fundación y dirección de la Revista Nacional de Cultura (1938-1940), porque las otras dos, de importancia capital para el desarrollo de las artes, las ideas y la literatura, surgirán luego: nuestra antigua Facultad de Filosofía y Letras (1946) en el paréntesis civil de la Junta Revolucionaria de Gobierno y la aspiración de fundar el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes en 1965, cuando, por una parte, se consolida la democracia y, por otra, lo sorprende la muerte.

En estas empresas Picón Salas tiene “La tarea de vencer nuestro atraso” y para lograrlo, como apunta en 1941:

“El escritor debió ser uno como apasionado maestro de escuela elemental. De todos los rincones de la patria nos venían enigmas, solicitaciones y reclamos que muchas veces por estar tan cargados de humanidad trágica, no podían esperar la grave solución del especialista” (1941: 6-7).

Y aquí da de lleno con una tradición muy bien conocida: la del letrado decimonónico que aun convertido en literato en la esquina de entre siglos o la del publicista que, pese a estrenar la indumentaria del intelectual, seguirán al servicio permanente de la orientación y la reconstrucción, en el largo período de la modernización hispanoamericana que iguala en funciones al humanismo católico y al científico.

Ahora, pese a los estigmas en el cuerpo de la patria, la modernidad cumple un nuevo ciclo y si bien hay que “gritar para saberse en el siglo XX”, una muestra de avance en el desarrollo político es que los intelectuales estudien los problemas nacionales sin permanecer en ninguna de las dos posiciones “igualmente trágicas, que reservaran para la inteligencia nacional los pasados regímenes: la del adulador palaciego o la del perseguido lleno de amargura y desesperanza” (Picón Salas, 1941:13).

Aquí estamos en el tránsito local de la noción de país nuevo a país subdesarrollado y la fe colectiva debe colocarse en un ícono cultural, porque la administración de los recursos naturales no produjo los cambios esperados y el medio para lograr el desarrollo pleno solo sirvió para embrutecer, transformar o extraviar a los personajes, según el reflejo estético de Gallegos y Díaz Sánchez.

Sobre el viejo eco del “Orden como principio y el Progreso como fin” se impone un cambio de paradigma, bajo el cual se estrenará el eslogan bolivariano de “moral y luces” en las escuelas. De satisfacer estas primeras necesidades y muchas otras se encargará la democracia, hacia donde se dirige la procesión (la marcha) cívica. De este modo, en 1936, Picón Salas es nombrado Superintendente de Educación y le plantea a Rómulo Gallegos —a la sazón jefe de la cartera— la necesidad de hacer un Instituto Pedagógico.

Esta alianza entre la literatura y la enseñanza, tan cara al humanismo clásico, será una de las estrategias del nuevo “humanismo democrático” que sostendrá a la civilidad fragmentada entre los gobiernos de López Contreras y Raúl Leoni, con énfasis en la época de la Junta Revolucionaria de Gobierno y durante el breve mandato de Gallegos (1945-1948), cuando se inicia el Estado Docente que deberá velar por la educación supervisada y la armonía social, y un ilustre miembro de la Junta, Luis Beltrán Prieto Figueroa, propone el programa de la Escuela Nueva, basado en la pluralidad y la apertura a las distintas corrientes del pensamiento. Al tiempo en que se desarrolla en Hispanoamérica una Nueva Vanguardia que a la vez de importar la responsabilidad política del escritor de posguerra, impone el compromiso con la escritura que hará posible el juego textual que en nuestra localidad alcanzará notables disonancias con la academia en la temática del grupo Contrapunto (Márquez Salas, Mariño Palacio) y en las estructuras renovadas por Guillermo Meneses.

Cuando Picón Salas regresa por segunda vez, procedente de Europa y Chile, su paisano, el Ministro Caracciolo Parra Pérez, lo invita a ejercer la Dirección de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, la cual acepta con el fin de crear y dirigir su primera empresa estelar: la Revista Nacional de Cultura (RNC), donde podrá mostrar, entre los años 38 y 40, los beneficios del exilio padecido durante su primera juventud, expresados en las colaboraciones de sus amigos personales, destacadísimas figuras de las letras latinoamericanas de entonces, entre las que destacan Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Germán Arciniegas, Pedro Henríquez Ureña, Baldomero Sanín Cano. Es, por cierto, Alfonso Reyes quien impulsa desde México la redacción de esa otra empresa textual titulada Formación y proceso de la literatura venezolana, al solicitarle a nuestro autor un opúsculo sobre la materia para conformar una colección de literatura latinoamericana; pero gracias al entusiasmo personal y a las necesidades intelectuales del país el libro superaría los límites señalados para convertirse en una referencia imprescindible que continuaría la obra de su pariente Gonzalo Picón Febres. En 1944 es también Alfonso Reyes quien hace posible la edición, en el Fondo de Cultura Económica, del magnífico tratado que de inmediato le brindará un lugar preeminente en la región: De la Conquista a la Independencia. Tres siglos de historia cultural latinoamericana, que contó, además, con el aval de Henríquez Ureña.

En esta época dorada, no exenta de dificultades, desde la sala de redacción de la RNC Picón Salas procura levantar el nivel cognoscitivo del pueblo distanciándose de las polémicas que, por lo menos desde el triunfo de la revolución bolchevique, oponían la alta cultura o cultura de élite a la cultura popular: “Nos hace falta un claro y preciso plan de alta cultura”, piensa absorto en la pequeña brasa que sobresale de sus dedos. Debo advertir que en Picón esa “alta cultura” no es un privilegio de clase (social) sino un producto de las clases (de aula); es decir:

“Una Cultura viva que oponer a la Cultura muerta, puramente memórica, completamente lejana de las apetencias y los clamores del tiempo presente que fue la que durante tantos años se nos dio en nuestros establecimientos de enseñanza como un débil sustituto”. (Auditorio de juventud. En: Comprensión de Venezuela. 1949)

Un tercer regreso, esta vez de Río Piedras, Puerto Rico, para atender la empresa que hoy nos reúne en esta maravillosa biblioteca, a petición de su amigo personal Rómulo Betancourt por intermedio de Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios y el singular Rector de nuestra universidad, Juan Oropeza, quien es novelista y distingue con una “S” no su nombre, sino su apellido artístico, reservando la “Z” de solera caroreña —proviene de los Oropeza Riera— para los graves oficios que despacha desde la esquina de San Francisco.

Al fundar la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela aplica el mismo recurso de la década anterior. Esta vez invita a algunos amigos españoles como el poeta Juan Chabás y el ensayista Eugenio Imaz —ambos cercanos a la generación del 27 que encabezó García Lorca— y al profesor argentino Risieri Frondizi, futuro Rector de la Universidad de Buenos Aires; además de dos figuras muy principales que no necesitan presentación: Juan David García Bacca y Ángel Rosenblat.

A pocos meses del inicio, el ilustre decano experimenta sentimientos encontrados: al celebrarse la cuarta Asamblea de Profesores el 22 de marzo de 1947, saluda emocionado la incorporación de Mario Briceño Iragorry y manifiesta pesar por Pedro Emilio Coll, su viejo amigo “de limpia y persuasiva prosa”, al firmar el acuerdo de duelo para honrar la memoria luego de su reciente fallecimiento en Caracas.

Aquí el maestro refleja su integridad: asume la vida académica como una tarea complementaria en su oficio de hacer país que no lo distrae de las reflexiones que desde comienzos de la década ha ido entregando a la RNC y que en 1949 conformarán otro de sus libros capitales: Comprensión de Venezuela, donde expone su interés en la juventud, como lo manifiesta también en su obra práctica:

Cuando en cierta ocasión, en un grupo de intelectuales, se hablaba de la ineludible reforma de nuestras Universidades y cada uno de los opinantes ofrecía diversas recetas técnicas para mejorarlas, me atreví a decir que en mi concepto, nada se lograba creando en el viejo organismo universitario nuevas cátedras y nuevas disciplinas científicas, si previamente no se formaba el ambiente, el “hábitat” (para emplear una palabra grata a los geógrafos), donde esos estudios pueden prosperar. Tanto como la calidad de la enseñanza, es para mí un problema cultural, el ambiente en que el joven venezolano se adiestra para su combate con la vida. (1949:188).

El 6 de diciembre de 1947 el profesor Domingo Casanovas preside la Asamblea de Profesores en calidad de Decano encargado, porque “el judío errante de la cultura”, como se autodenominaba con gracia y razón, se marcha a Bogotá en misión diplomática.

Cuando, finalmente, está de Regreso de tres mundos, un viejo fantasma recorre América Latina tras el triunfo de la revolución cubana y el país supera las turbulencias rezando el credo del ilustre que retorna: “Creo en la Democracia como en una afirmación de libertad y dignidad humana contra la sujeción del hombre que se realiza en los países totalitarios, pero creo ante todo en el deber que impone a los pueblos la preservación de su existencia.” (1941: 23-24).

Entonces el presidente Raúl Leoni le encarga la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), organismo que más allá de velar por la seguridad social de artistas y creadores y fomentar el desarrollo de las artes, tendría entre sus objetivos principales la creación de la revista Imagen y de la editorial Monte Ávila. Y nuestro autor se entrega a esta con la misma pasión de las empresas anteriores y la noche del 30 de diciembre de 1964 redacta su discurso de apertura, Prólogo al Inciba, donde al analizar la situación del país, pese al repliegue de la guerrilla, advierte la presencia de “hijos malcriados de la autonomía universitaria, que se preparan, escoteros de la cabeza, para una mesiánica revolución en que la cólera se desposará con la holgazanería”.

Al colocar el punto final exhaló un anillo de humo. Un círculo perfecto. Entonces, sin saber por qué, pensó en llamar a Raúl Leoni para hablarle de la paradoja humana, según un apunte que había tomado la víspera y decirle, presidente, que “la paradoja humana consiste en que cuando pretendemos haber aprendido más y estaríamos aptos para desarrollar el aprendizaje, nos estamos acercando a ese desaprender y olvidar que es el morir.” (Regreso de tres mundos. 1959: 9).

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Texto leído en la apertura de la exposición iconográfica Los Fundadores, organizada por el Instituto de Investigaciones Literarias para celebrar el 70 aniversario de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV. Hall de la Biblioteca Central, Ciudad Universitaria de Caracas, 21 de noviembre de 2016.

Material cedido a Prodavinci 

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