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Nacionalismos; por Antonio Ortuño

Por Antonio Ortuño | 12 de noviembre, 2016
Fotografía de Rick Wilking para REUTERS

Fotografía de Rick Wilking para Reuters

La victoria electoral del derechista recalcitrante de Donald Trump ha provocado una cantidad enorme de reacciones de todo tipo en este pobre país, en el que su pura sombra pone a temblar a millones. Una de las menos comprensibles, para quien esto escribe, es la que involucra un reproche explícito a los mexicanos interesados en los productos culturales estadounidenses (desde el pop a la televisión, pasando por los videojuegos, las letras o el cine) por “agringarse” y aliarse, según esa loca visión, con el enemigo: ese arquetipo del gringo racista, misógino, despectivo y tirano al que Trump caracteriza con bastante fidelidad.

¿Por qué ese coletazo nacionalista, que entiende que todo lo gringo es como Trump y se ciega a la realidad de que la inteligencia trasciende los límites de lo nacional resulta paradójico y contraproducente? Para empezar, porque reproduce de manera simétrica justamente lo que ataca, es decir, la cerrazón xenofóbica de Trump y sus votantes. Es verdad que la influencia cultural estadounidense ha crecido de manera exponencial en nuestro país, pero esto se debe no solo, como quieren los conspiracionistas, a que ese sea el plan de una élite de mercachifles para vendernos todos sus productos, sino al hecho de que Estados Unidos es, lo queramos o no, una potencia robustísima en asuntos de cultura (y lo ha sido, con justos motivos, desde mediados del siglo XIX). Privarnos de Poe, Emerson, Whitman, Hawtorne, Melville, Twain, Bierce, Hemingaway, Fitzgerald, Pound, Salinger, Capote, Sontag, Butler, Bellow, Roth, etcétera (y no le sigo para no llegar a Franzen o Foster Wallace), nomás por ser gringos es un sinsentido. Como lo sería negarnos a admirar a Chaplin, los Hermanos Marx, Huston, Allen, Scorsese… O a escuchar jazz, blues o rock. Es negarnos la posibilidad de ser personas del siglo XXI.

¿Significa esto que reneguemos de nuestra cultura? En lo absoluto. Nadie que no sea tonto de capirote reniega de Sor Juana, Altamirano, Reyes, Rulfo, Paz, Castellanos, Garro, Fuentes, Ibargüengoitia, Villoro o de Cristina Rivera Garza por leer gringos. Muchos de estos escritores fueron y han sido, de hecho, algunos de los principales lectores en lengua española de autores “del otro lado” (no en balde hay tesis doctorales de la relación entre las novelas clásicas de Fuentes y los trabajos de Dos Passos y Faulkner, por ejemplo). O entre la percepción del lenguaje y la sociedad de un José Agustín y sus lazos con la generación beat.

La relación, claro, no es pareja (en ningún terreno lo es) porque EU es un monstruo de mil cabezas y porque sus escritores y artistas habitan, de por sí, un mundo muy vasto y pocos de ellos tienen una curiosidad tan omnímoda como para asomarse para ver lo que hacemos (con sus excepciones: Susan Sontag, por ejemplo, tenía un conocimiento nada despreciable de la cultura mexicana). Pero de eso a considerar esa relación un error hay un abismo. El problema pues, más que Trump es la cerrazón de quienes piensan como él, pero reflejados en un espejo.

Antonio Ortuño Narrador y periodista mexicano. Entre sus obras más resaltantes están "El buscador de cabezas (2006) y "Recursos Humanos" (finalista Premio Herralde de Novela, 2007). Es colaborador frecuente de la publicación Letras Libres y del diario El Informador. Puedes seguirlo en Twitter en @AntonioOrtugno

Comentarios (1)

Nestor Rangel
13 de noviembre, 2016

Exclente articulo: sinderesis, equilibrio. Muy de nuestra era globalizada, que aun muchos no entienden. Esperemos lo inesperado: que se imponga el sentido humanista, el bien juicio, el respeto mutuo, o sea, la inteligencia.

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