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USA 2016: ¿Contra Hillary o contra Trump?; por Carmen Beatriz Fernández

USA 2016 Contra Hillary o contra Trump por Carmen Beatriz Fernandez

Hace casi un año se celebraba un debate electoral entre los aspirantes a la nominación republicana. Ocho candidatos ofrecían, en conjunto, un amplio abanico de posibilidades que satisfacía la gama de preferencias del elector del histórico partido. Eran muy distintos entre sí, en edades, colores, género, jerarquías y estilos. Pero algo les unía: la clave del wifi. La contraseña de la conexión inalámbrica que se le repartió esa noche a los asistentes al debate, candidatos, prensa y público era llamativa: “StopHillary”. Una clave que era un mensaje aspiracional en sí mismo, que resaltaba lo que desde 2012 venía siendo una obsesión entre los republicanos y que en buena medida explica la peculiar campaña 2016.

Hoy, cuando estamos a sólo dos semanas de la elección presidencial, las encuestas nacionales arrojan algunos números perturbadores. Si bien existe un claro consenso entre las muchas encuestadoras acerca de las ventajas de Hillary Clinton de cara al 8 de Noviembre, también es verdad que hasta un 12% del electorado contesta con un prudente “aún no sé”, y otra fracción, igualmente importante, estimada entre un 5 y un 10% del electorado se orienta a votar al tercer candidato, aquel que no tiene ninguna oportunidad de ganar la elección, el ex republicano y ex gobernador de Nuevo México, Gary Johnson, candidato por el Partido Liberal.

En 1964 otro Johnson competía por la presidencia, en una elección que de alguna manera recuerda mucho a la de este año. Se trataba del presidente Lyndon Johnson, que había llegado a la magistratura tras el asesinato de John F. Kennedy un año antes. Competía Johnson contra el republicano Barry Goldwater en una contienda en la que al elector norteamericano se le forzó a escoger entre el menos malo de dos demonios (“Lesser of two evils”). Los ánimos estaban crispados en el país de aquel entonces: el episodio de la crisis de los misiles aún estaba reciente y el terror al estallido de una nueva guerra mundial con alcance nuclear era un temor latente en el norteamericano promedio. En ese contexto el senador Goldwater fue caracterizado en la sociedad como el hombre de la guerra, un diabólico belicista que podría en cualquier momento pulsar el temido botón rojo que activase la guerra nuclear. No era Johnson a su vez santo de la devoción de muchos, pero como tantas veces ocurre en política no escogemos lo mejor, sólo lo mejor entre lo disponible, que con frecuencia termina siendo lo que creemos menos malo. También en esa contienda los demócratas hicieron enormes esfuerzos por ganar al elector republicano descontento con la nominación de Goldwater. Esfuerzos exitosos que lograron que el presidente Johnson terminara reeligiéndose por un inusual amplio margen.

Hillary Clinton tampoco convence del todo al elector norteamericano y cuenta con amplio rechazo, pero en el contraste de las opciones electorales parece sin duda mucho menos mala, y sobre todo menos peligrosa que Donald Trump. Sólo el 30% de los electores creen que los Estados Unidos marchan en la dirección Correcta (Gallup 2016), caída vertiginosa si se considera que a principios de del nuevo siglo ese número era 62% (Gallup 2001). Hillary es quizás la mejor representante del status quo de las últimas dos décadas y, como tal, es también corresponsable de la pérdida de confianza en la conducción del país.

Quizás con ningún otro candidato republicano hubiera podido la Sra Clinton asegurar la silla presidencial, por eso su comando realiza una campaña tan centrada en el adversario. Necesitan asegurar que el electorado entienda todo lo malo que puede ser Donald Trump. Trump por su parte ha hecho lo suyo por lograr el más amplio rechazo de las capas más ilustradas de la sociedad. El endoso a la candidatura de Hillary por parte de una cada vez más amplia red de artistas, intelectuales, estudiantes y líneas editoriales es impresionante y muy raro de ver en una contienda de esta naturaleza.

Tal como ocurrió en 1964, los Estados Unidos se debaten en escoger el “lesser of two evils”. Hace 50 años las preferencias partidistas de los norteamericanos por los dos partidos principales totalizaban un sólido 70-80%, hoy en día un 45% de la población manifiesta ser independiente (Galup 2016). También sucede que el elector en 1964 era más virginal y el de 2016 es mucho más escéptico. Es lo que podría explicar que a dos semanas de las elecciones uno de cada cinco electores manifieste no querer votar por ninguno de los dos principales candidatos.

Aún así la candidata Clinton lleva una relativa cómoda ventaja en las encuestas que oscila entre 5 y 10 puntos a nivel nacional. Sin embargo más cómoda aún es la ventaja que lleva en términos de los votos electorales. El sistema electoral en los Estados Unidos es complejo y la elección final no se deriva de los votos populares, sino de los votos electorales de cada estado, en un complicado sistema en el que el ganador del estado se lleva todos los votos electorales de ese estado. Es por eso que las campañas electorales ponen desmedido esfuerzo en ciertos estados más competitivos. No son tan importantes aquellos estados donde siempre ganan los republicanos (como Arkansas o Nebraska), ni aquellos donde suelen ganar siempre los demócratas (como California o Massachusets), sino aquellos otros más volátiles, que serán los que hagan la diferencia (tipo Florida, Carolina del Norte u Ohio). El sistema tiene sus detractores, pero hasta ahora ha funcionado. Su origen está en la Constitución Nacional redactada por los llamados “padres fundadores” hace más de 200 años, y podría estar ligada a cierta desconfianza de aquellos padres en la capacidad de sus hijos de tomar decisiones inteligentes. Quizás querían protegerles de alguien como Trump, precisamente.

Las primarias fueron erosivas y dejaron heridas sangrantes en los dos partidos. La campaña ha sido fea y banal, centrada más en los devaneos sexuales de los aspirantes que en los grandes temas del país, y los Estados Unidos están hoy más polarizados que nunca antes. Lo mejor que le puede ocurrir al partido republicano es que su candidato pierda y el partido pueda así iniciar la reconstrucción de sus bases y sus liderazgos.

Siendo Trump un provocador ha asumido la bandera del anti-stablishment, como propia, un espacio interesante dada su contrincante. Su mejor escenario coincide con el peor escenario para el país: uno donde él gane los votos populares y Hillary los votos electorales. Parecido a lo ocurrido en la elección presidencial nortemericana del año 2000, sin la magnanimidad e institucionalidad de un Al Gore. Es éste, por fortuna, un escenario muy improbable. A 15 días de la elección Hillary parece estar muy cómoda. El sitio web de Nate Silver le asigna una probabilidad de victoria, basada en encuestas y otras consideraciones institucionales, superior al 80%.

La duda que podría poner al comando demócrata algo nervioso es si están midiendo correctamente las encuestas. La investigadora de opinión publica alemana Elizabeth Noelle-Naumann identificó hace ya bastantes años un fenómeno no demasiado inusual que denominó “la espiral del silencio”. Todos tenemos un órgano perceptual cuasi-estadístico que calibra la opinión pública y nos hace dar las respuestas que consideramos correctas. En un entorno donde los medios de comunicación hablan orquestadamente de Trump como un aspirante nefasto a la presidencia del país, parte de los electores podrían estar ocultando sus verdaderas preferencias, que aflorarán a la hora de votar. La rebelión contra el status quo y las hegemonías comunicacionales ha sucedido recientemente en países tan disímiles como el Reino Unido, Colombia y Venezuela. No es probable, pero podría ocurrir. La Teoría del caos nos indica que con cierta frecuencia ocurre lo improbable. Mientras tanto contengamos la respiración y recordemos aquella vieja conversación entre dos colegas:

— “Me casé”
—“¿Contra quién?”