Artes

#Crónica // Guataca Nights NY: El cuatro sinfónico de Jorge Glem; por Juan Luis Landaeta

Por Material cedido a Prodavinci | 15 de octubre, 2016

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Un instrumento, como una herramienta, es siempre una posibilidad. Es imposible aislar la idea de que ese objeto, inanimado, silente, ante los toques y rasgueos, pueda colar emoción y sensaciones. Ejecutado, el instrumento pasa a reunir las bondades de dos artífices: el músico y el lutier. Hay maestría en la maestría. El aire mismo, ese lugar donde la vibración encuentra su cauce, puede ser en sí un instrumento. Es dentro de la atmósfera de nuestro planeta que podemos disfrutar de ese fenómeno. No en balde, ninguna nota musical puede percibirse en el espacio sideral.

El cuatro venezolano ha encontrado en Jorge Glem una nueva exploración de su potencial, de todas las variaciones, temas y propuestas que un sonido tan propio puede ofrecer. Una de ellas, más allá del destino que ofrece su virtuosismo, en cada sala de concierto, es su autosuficiencia. Jorge hace que el instrumento en sí, baste. Basta para la construcción nítida y moderna de un repertorio, para relecturas de la tradición musical venezolana y desde luego, para la transformación de su sonido. Glem no solo expone y conjuga a nuestro cuatro: lo reta.

En esta Guataca Nights NY, la ciudad entera disfrutó la llegada disruptiva de Jorge Glem en la escena musical de Nueva York, acompañado de Rodner Padilla en el bajo, Gabriel Chakarjis en el piano y Ofri Nehemya en la batería. Cualquier seguidor de Glem, o de su trabajo en conjunto con C4 Trío (con quienes mereció un Grammy Latino) sabe lo que puede esperar de sus manos. Sin embargo, nadie sabe cómo ni en qué momento.

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El concierto fue una constante insinuación de su genio, a punta de despegues y alivios. Pero nadie podía prever el despliegue excepcional con el que cerró la noche. Tanto el local DROM, como el Lower East Side, quedaron a merced de esta fuerza. Nosotros, hechos todos oídos, también.

La aparición de nuestro cuatrista lo encontró con un sombrero pequeño, negro y los ojos cerrados. Con un golpe de bajo, que fue casi un tropiezo, se incorporó el resto de la banda a través de la batería y el piano de Chakarjis, quien recibe la primera mirada de Glem al abrir los ojos. El sonido amplificado del cuatro vuelve a la escena y aunque impresionante, no hace sino asomar el calor que la banda empieza a sostener. Enfocado en la parte baja del mango, donde se convocan los tonos agudos, Jorge hace el primer solo. Con la banda de vuelta y el ritmo dijo de Nehemya, cierra el tema Er Blues.

Las primeras palabras de la noche, con su natural acento oriental, fueron unas gracias sentidas. Glem presentó a su banda y a los temas por seguir: El pez volador, pieza propia y una versión suya del mítico De Conde a Principal, compuesto por el maestro Aldemaro Romero.

Arrancando la introducción conjunta de cuatro, junto al bajo de Padilla, empezó El pez volador, tema dedicado a la ciudad de Cumaná. Con una melodía ondulante, que quizás refleja el vaivén del mar que limita con la ciudad, Rodner y Jorge juegan a andar y desandar. El punto de bajo pareciera marcar una detención que el cuatro, suelta. Éste, con un rasgueo cálido y constante, es como una caricia. Se siente el contacto con cada una de las cuerdas. Es un sonido muy dulce y diría, autóctono de esa zona. Sabemos al hombre tocando para y desde la tierra que lo ve nacer. Eso tenemos en frente.

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Tal y como anunció, el repertorio continuó con una adaptación del arreglo que hiciera Gustavo Caruci al tema de Romero. Manteniendo el ritmo original y un crescendo con ráfagas de cuatro, vemos la recreación de las líneas y sonidos que aprendimos a conocer originalmente con mandolina. Un sentido solo de bajo nos invita a sentir esta música tan caraqueña, casi permitiéndonos tocar la neblina de una ciudad que apenas media el siglo XX. Glem, entrando en calor, suelta sus manos hacia un solo que sabe sumar hacia este clásico del creador de la Onda Nueva. El reflejo de los focos del local, hace ver moradas las manos de Jorge, mientras éste cierra los ojos y parte hacia algún lugar emocional, que definitivamente lo inspira.

Luego de quedarse solo en el escenario y tras darle unos pequeños golpes con sus nudillos a la caja de resonancia de su cuatro, empezó ¿De qué callada manera? Del cubano Pablo Milanés, una canción homenaje (de hecho el nombre original es “Canción” y está basado en un texto de Nicolás Guillén) que el artista recuerda haber escuchado en su adolescencia, por voces como la de Soledad Bravo. Sin duda tiene una conexión especial con él. Sin duda, también, fue la piedra de toque para empezar a despuntar su concierto. Allí, de pie, frente a todos los asistentes, rodeado solo de las pátinas que alumbran las luces, Jorge Glem multiplicó sus manos y el sonido posible. Haciendo juegos múltiples de ritmos y armonías en la ejecución, hizo sentir de manera definitiva, que en el escenario había muchos instrumentos.

A la vuelta de la banda, con un especial énfasis en los solos de batería y una alegría que ya embargaba las sonrisas de todos los músicos, sonó Bily, donde también se alternaron un impecable y preciso Chakarjis, con un prudente pero entusiasta Nehemya, que trajo la fiesta con los platillos. Así, entre risas y respectivos hilos de sudor, la banda siguió con Estate del italiano Bruno Martino. A fuego lento y repartiéndose cuatro y percusión la seña, sonó el tema, que terminó con una clara inclinación hacia el bossa.

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Por alguien como tú, de Carlos Morean, pero famosa en la versión de Ilan Chester, sería el cierre del concierto. Con el piano de Charkarjis modelando la voz del tema y el tarareo del coro llegando desde el público, Glem se adentró en un rasgueo al que dio paso la batería. Turnándose los solos de despedida, la banda entera acompañó la euforia que despiertan los temas clásicos, los sonidos inevitables del recuerdo. Juntos, en un abrazo, dijeron adiós al público de DROM. Allí siguió la ola de más y más aplausos. Muchos más. Tantos como para que Glem volviera a la tarima y decidiera arrasar con los próximos ocho minutos de la noche.

Con el sombrero negro calado y completamente solo, Jorge se dispuso frente a la audiencia. Dio las gracias nuevamente y procedió a describir lo siguiente como una introducción “de música clásica” seguida de una “intervención sobre el ritmo Pajarillo, del folklore llanero”.

Dice un refrán que el artista es alguien que siempre está a punto de hacer algo. Es, sobre todo, alguien que “puede” ser. Lo que hizo Jorge Glem esa noche, reúne exactamente esa característica. Sin restar mérito a su ejecución grupal, nadie, absolutamente nadie, estaba preparado para lo que ocurrió. Él, con ese cuatro, inició un recorrido deslumbrante por variaciones y adaptaciones que incluyeron la Toccata y Fuga en D menor de Bach, acordes de La resurrección de Mahler, también un saludo a Carmen de Bizet, la banda sonora de La Guerra de las Galaxias y Carmina Burana, de Carl Orff.

Dos continentes y 400 años de música encontraron en las manos del cumanés su asidero. Como si fuera poco, ya con el lugar mudo por absorto, abrió las palmas de sus manos repletas de tierra llanera y venezolana. Una sinfonía también es el carácter armónico de los colores. Cabría acotar que también es la unión entre un instrumento y un músico con el único fin de reinventarse, mutuamente, en cada sonido.

Material cedido a Prodavinci 

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