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El duende de los famosos; por Alberto Salcedo Ramos

El duende de los famosos; por Alberto Salcedo Ramos

Dime qué tipo de fama tienes y yo te diré qué anécdota te inventará el duende anónimo de los famosos.

Truman Capote, por ejemplo, era conocido por su gran desfachatez, así que el duende de la fama puso a circular la siguiente historia: en un restaurante Capote fue abordado por una muchacha ebria que le solicitó un insólito autógrafo en las nalgas. Capote, sin inmutarse, la complació.

El novio de la muchacha se puso celoso.

—Veo que a usted le gusta firmar cosas −dijo, cayéndose por la borrachera—. Quizá le gustaría poner su autógrafo aquí.

Y se sacó el pene.

Capote le dirigió una mirada burlona:

—Es tan pequeño. Ahí no cabe mi nombre completo. Me toca escribir solo las iniciales.

George Bernard Shaw, el escritor irlandés, tenía fama de ser un extraordinario repentista. Se cuenta que en cierta ocasión, mientras conversaba con uno de sus biógrafos, extrajo de su buzón un sobre que le había enviado un remitente anónimo. En el papel solo había una palabra: “Imbécil”. Entonces Bernard Shaw exclamó:

—En mi vida he recibido muchas cartas sin firma, pero esta es la primera vez que recibo una firma sin carta.

El misterioso duende, como se ve, escoge muy bien el rasgo del famoso que debe ser resaltado en su anecdotario, y es tan versátil que lo mismo puede confeccionar una historia sobre el desparpajo que una sobre la genialidad.

Se cuenta que una tarde de mediados de los 80 Gabriel García Márquez tomó un taxi en Cartagena. Al poco tiempo notó, a través del retrovisor, que el taxista no le quitaba la vista.

Al terminar la carrera el taxista le dijo a su ilustre pasajero que no le cobraría porque lo admiraba mucho. Su propuesta era cambiar la paga por un autógrafo.

—Yo a usted lo admiro tanto —añadió— que siempre tengo en el carro alguna obra suya.

Entonces sacó de la guantera un disco de Daniel Santos.

El duende de las anécdotas sabe perfectamente que García Márquez y Daniel Santos no resultan similares al comparar sus fotos, pero sí al recordarlos: cabelleras ensortijadas repletas de canas, bigotes frondosos. En todo caso lo que cuenta es la fabulación y, por tanto, importa más la sabrosura que la verosimilitud.

Por otro lado, el duende tiene claro que, tal y como decía Graham Greene, la fama es una ficción. Achica, agranda, deforma, inventa, mitifica. El famoso empieza a tener dobles que, a menudo, se parecen a sí mismos más que él. ¿Quieren una prueba? Chaplin descubrió en el periódico un concurso que premiaría a quien más se pareciera a Chaplin. Entonces decidió participar… ¡y quedó en el tercer puesto!

A Kid Pambelé, nuestro maravilloso exboxeador, el travieso duende le atribuyó una frase que nunca dijo: “Es mejor ser rico que pobre”. Luego hizo que un noticiero radial lo diera por muerto. Cuando Pambelé llamó a la emisora para desmentir la noticia, la gente no le creyó que estuviera vivo.

El duende de los famosos aplica al pie de la letra aquella frase que una vez puso en boca de Groucho Marx: “¿A quién va a creerle usted, a mí o a sus propios ojos?”