Artes

Un libro perdido; por Antonio Ortuño

Por Antonio Ortuño | 9 de octubre, 2016
Un libro perdido; por Antonio Ortuño 640

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)

Cada libro que luce en los estantes de nuestra biblioteca suele tener una historia detrás. La de algunos es inocua (va uno a la librería, ve el título de marras, lo elige, lo paga, se lo lee y lo deja guardado hasta el fin de los tiempos). Otras, sin embargo, suelen valer la pena, aunque sea por la cantidad de energía empleada en dar con un volumen específico. Me sé una de esas.

Por ahí de 1999 me lancé a las calles a buscar la Autobiografía de Chesterton, luego de leer una vieja reseña de Borges que la ponía por las nubes (con matices: decía que era, sí, “su libro más alto, pero porque lo sostienen los otros”). La encontré al primer intento, en una librería de viejo del centro de la ciudad (una, por cierto, que ya no existe, sustituida por otra con peor surtido literario pero mayor sentido de la realidad, porque ofrece sobre todo autosuperación y cosas similares). Era una polvorienta edición de Austral Argentina de los años cuarenta, con un sello en la portadilla que informaba que había pertenecido a la biblioteca de la Universidad Femenina (de donde, hemos de suponer, fue hurtada años antes de llegar al estante donde di con ella, como parte del lote donado por los herederos de “una muertita”, según confesó el dependiente).

Leí el libro y, claro, me entusiasmé. Pero soy un cursi y creo en el destino. A los pocos días, Héctor J. Ayala, ensayista capitalino que por entonces residía en Madrid, publicó un artículo en el que se quejaba, con cierta amargura, de haber estado a punto de adquirir esa misma edición de la Autobiografía en varias ocasiones. Debido a causas impredecibles y funestas (incendios, enfermedades, ruina económica) no lo había conseguido. Soy, lo repito, un cursi: envié de inmediato un mensaje a Ayala y le pedí su dirección postal. Así fue como mi ejemplar tapatío viajó a España para nunca más volver a mis manos.

Ingenuo, pensé que sería cosa de salir a la calle y volver a topar con el Chesterton dichoso. Nada más equivocado. Nunca más he dado con él, a lo largo de pesquisas que han alcanzado ciudades como el DF, Bogotá, Lima, Buenos Aires, Madrid y Barcelona. Tuve que conformarme con la moderna traducción publicada por el sello El acantilado, que, lo siento, no tiene el mismo sabor caduco y fascinante de su antecesora.

Voy a reconocer algo, al final: Ayala, el principal beneficiado por todo esto, es un gran tipo. Quiso recompensar mi gesto y, a vuelta de correo, envió un paquete con algunos libros españoles que le solicité. Años después dejó la práctica de las letras y se dedicó a la música. Hace unos días recibí, desde Francia, donde ahora vive, un disco suyo lleno de exquisitas interpretaciones de guitarra. Chesterton y yo nos declaramos satisfechos.

(Al referir esta anécdota en internet, recibo un mensaje de una señora en Buenos Aires, que ofrece enviarme por correo su ejemplar de la edición de Austral: no cabe duda que los libros saben encontrar su camino).

Antonio Ortuño Narrador y periodista mexicano. Entre sus obras más resaltantes están "El buscador de cabezas (2006) y "Recursos Humanos" (finalista Premio Herralde de Novela, 2007). Es colaborador frecuente de la publicación Letras Libres y del diario El Informador. Puedes seguirlo en Twitter en @AntonioOrtugno

Comentarios (4)

Carlos Herrera
9 de octubre, 2016

Hay libros, que como bien dice, encuentran el camino a nuestras manos. Allá por el año 2005 leí una biografía de Guadalupe “Pita” Amor (La undécima musa – Michael Schuessler) y siempre lo he guardado con mucho afecto. El viernes pasado asistí a una presentación de un documental como homenaje a “Pita”. Llevé mi libro porque se lo prestaría a una persona que me acompañó y dio la casualidad que el autor fue invitado. Viera la alegría que reflejaba su rostro al firmarme esa edición (Ed. Diana) pues ya no es posible conseguirlo en esa edición. Y yo estoy más feliz con que el libro tenga esa dedicatoria… Ü

Y
9 de octubre, 2016

Conseguir un libro de Chesterton aquí es imposible, aunque en algunas bibliotecas que pueden dar sorpresas como en la metropolitana que tiene un pequeño ensayo de Belloc sobre Chesterton

Diógenes Decambrí.
10 de octubre, 2016

Si es lamentable que apenas se consiga UN ejemplar de la edición original o remota de un libro, más lamentable es saber que es elevada la probabilidad de que algunos de sus compañeros de camada (edición) hayan sido destruidos por la negligencia de los herederos de quien lo adquirió en primera instancia, o por la nefasta acción de los insectos y la misma intemperie (en libros mal colocados, a merced de la humedad, el sol, o destructivas e ingenuas manos infantiles). Más de una vez he visto libros expuestos sobre un cartón, en plena calle, mostrando en la primera página en blanco la dedicatoria de su autor a la privilegiada persona que lo disfrutó, hasta que la parca lo separó de sus libros, y la familia los remató al buhonero que los ofrece en el piso, ajeno al drama personal del fallecido.

Eduardo
11 de octubre, 2016

No dudo que sea difícil encontrar libros de Chesterton, sin embargo debo decir que yo soy el propietario de tres flamantes textos del autor los cuales fueron adquiridos en puestos de libros, entiéndase libreros. Autenticas joyas: “El hombre eterno”, y el p. Brown.

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