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El difícil camino de la paz; por Wolfgang Gil

“No hay camino para la paz, la paz es el camino”
Mahatma Gandhi

El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.
Sun Tzu

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Eirene (la paz) es fruto de la unión entre Temis, la diosa que rige las leyes eternas, y Zeus, principal dios del Olimpo.

En la Teogonía, Hesíodo nos cuenta que Zeus “se llevó a la brillante Temis que pario a las Horas, Eunomía, Diké y la floreciente Eirene, las cuales protegen las cosechas de los hombres mortales (…)” (Th., 901-903). En Hesíodo, el relato del mito del nacimiento de la Eirene (la paz) es bastante elocuente. Eirene es fruto de la unión de Temis, la diosa que rige las leyes eternas, con el dios principal del Olimpo. Su acción está íntimamente unida a las de Diké (Justicia), y Eunomía (Equidad o Buen Gobierno), de forma que no hay Paz sin Justicia y Buen Gobierno; no hay Buen Gobierno sin Paz y sin Justicia, ni hay Justicia sin Paz y Buen Gobierno.

A pesar de su sublime concepto de la paz, los griegos nunca lograron la paz entre ellos y mucho menos con las otras culturas, a las cuales denominaban despectivamente como ‘bárbaras’. Habrá que esperar, por lo menos, hasta Kant para llegar a un concepto de una paz universal.

Tres ejemplos paradigmáticos de acuerdos de paz

La Paz en Sudáfrica. Cuando vimos Invictus, una película a la que solemos referirnos, nos conmovió la forma como Nelson Mandela logró unificar a blancos y negros a través de un juego como el rugby. El político sudafricano brindó una muestra del liderazgo generativo, el liderazgo que aprende a darle forma al futuro, y que existe cuando la gente pasa de ser víctima de las circunstancias a participar en la formulación de nuevas circunstancias.

Mandela creía en la colaboración y apostaba a que esta podía suplantar al enfrentamiento, incluso si este está sustentado por una historia de rencores y prejuicios.

El proceso de paz duró cinco años. La experiencia fue considerada ejemplar. En diciembre de 1996 se aprobó una nueva Constitución que ponía fin al apartheid. El Acuerdo Nacional de Paz fue concebido bajo el principio de la amplia participación ciudadana, con una Comisión Nacional de Paz, una Secretariado Nacional de Paz, estructuras regionales y representantes de todas las poblaciones del país, con la supervisión de 15 mil monitores. Todo esto fue el origen de la Asamblea Nacional Constituyente conformada después de las elecciones generales en las que Nelson Mandela fue proclamado presidente.

La Paz en Irlanda. El Acuerdo de Viernes Santo o Acuerdo de Belfast fue el resultado de diez años de negociaciones que pusieron fin al conflicto de Irlanda del Norte, el cual contraponía los unionistas protestantes de Irlanda del Norte contra los independentistas católicos que esperaban escindirse del Reino Unido.

Aunque en 1998 se firmó el documento de la paz, el IRA sólo renunció a la lucha armada en 2005. El Acuerdo de Viernes Santo fue sometido a referendo un mes después para ser legitimado por la población de Irlanda del Norte y la República de Irlanda. En Irlanda del Norte participó el 81% del padrón electoral y el voto por el Sí fue superior al 71%. En la República de Irlanda votó el 56% de los ciudadanos y el 94% respondió a favor del acuerdo de paz. El éxito, segun los especialistas, se debió al no apresuramiento del proceso, a la búsqueda de consensos y al cuidado puesto en las garantías de desarme del Ejército Republicano Irlandés, IRA.

La Paz en El Salvador. Para finalizar el conflicto de más de una década entre el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y luego de otros varios pactos firmados con antelación, fueron suscritos a inicios de 1992 los Acuerdos de Paz de Chapultepec, los cuales establecían el cese definitivo del conflicto a partir del 1 de febrero de ese año. Con la ONU como mediador, en este proceso se incluyeron reformas constitucionales en las que se introdujeron modificaciones al sistema político, se declaró al FMLN partido político, se repartieron tierras entre los desmovilizados y se realizaron transformaciones en la estructura de las fuerzas armadas. En dicho proceso no hubo cese del fuego sino hasta la firma de la paz.

Analistas sugieren que, a pesar de que la ONU dio por finalizado en 1997 el proceso de paz, la aplicación de estos acuerdos no ha trascendido más allá de los cambios necesarios para el cese del enfrentamiento armado.

La filosofía y la guerra

En el sentir popular, la filosofía suele estar asociada al pacifismo. Pero esto no es del todo así. La mayoría de las principales corrientes del pensamiento filosófico no colocan la paz en el centro de su atención.

Para explicar esto hay que distinguir dos tipos de paz: el ‘no estar en guerra’ y la ‘pública tranquilidad y quietud de los estados’. Así lo recoge nuestro diccionario. En la primera acepción habría una paz ‘negativa’, que puede ser incluso tensa y conflictiva. Baste recordar la Guerra Fría. En la segunda, hay un sentido más positivo: no sólo existe la ausencia de agresión, sino la voluntad de entendimiento y concordia. Tal sentido sustantivo es el que aparece en el La paz perpetua de Kant. Quizás menos realista, es esta la idea que nos viene a proponer la alianza de civilizaciones. Una paz duradera, construida sobre la convivencia armoniosa de las gentes y sobre su aceptación de la diversidad cultural. Una paz, en cualquier caso, bastante más sólida que la anterior. Una paz, podríamos decir, escrita con mayúsculas.

Luego de Kant, la filosofía parece olvidar ese ideal. La paz toma el otro significado. La paz no parece quererse por sí misma, por sus atributos, sino en forma reactiva, como rechazo a la guerra. La mayoría de las filosofías modernas parecen estar seducidas por la idea de la guerra.

Las filosofías, que podemos denominar ‘conflictivas’, pueden ser agrupadas en tres grandes líneas:

A. Vitalista

B. Utilitarista

C. Dialéctica

En la primera podemos mencionar, por ejemplo, a Nietzsche. En la segunda se encuentra Hobbes. Representante máximo de la tercera es, sin duda, Hegel. A pesar de sus diferencias, todas ellas conducen al establecimiento de la primacía de la guerra.

Para Nietzsche, la destrucción es la condición misma de la creación:

“Debéis amar la paz como medio para una nueva guerra. Y la paz corta más que la larga. No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria!” (Así hablaba Zarathustra).

Para el pensamiento vitalista, la lucha y la violencia pueden representar la dinámica por la cual la  vida misma se supera a sí misma, y extrae de sí sus mejores posibilidades.

Para Hobbes, la guerra es lo único natural, inevitable y permanente entre los Estados, pues éstos, en sus relaciones recíprocas, se encuentran en condición de pura naturaleza. “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la competencia; segundo, la desconfianza; tercero, la gloria.” (Leviatán, XIII).

Para Hegel, la guerra representa una sacudida saludable, que revitaliza la colectividad, que despierta y despliega su vigor, que conserva su salud ética y refuerza su cohesión, reprimiendo el surgimiento de inclinaciones particularistas y disgregantes. “La salud ética de los pueblos se mantiene en su equilibrio, frente al fortalecimiento de las determinaciones finitas, del mismo modo que el viento preserva al mar de la putrefacción, a la cual lo reduciría una durable o, más aún, perpetua quietud”  (Filosofía del Derecho, 324). El conflicto es, en primer lugar, el generador del Estado, y, luego, la condición de su salud. Esa glorificación dialéctica de la guerra la hereda Marx, quien concibe la evolución de la historia como el resultado de las luchas de clases. Por eso, para el marxismo, la violencia es la partera de la historia.

Como vemos, las corrientes principales de la filosofía moderna no son del todo afines al pacifismo y a la no-violencia. Tampoco lo será la filosofía posmoderna destructiva, heredera de Nietzsche y Marx.

Ha habido filósofos modernos que han apostado por la paz. El gran filósofo de la ciencia, Bertrand Russell fue uno de ellos. Desde el inicio de la I Guerra Mundial mostró su desacuerdo y fue encarcelado por defender a los objetores de conciencia y por efectuar duros ataques contra el belicismo. Mantuvo su actitud pacifista durante toda su vida. Después de la segunda guerra mundial, se declaró contra el uso de las armas nucleares, y a sus noventa años, solía vérsele en manifestaciones contra la guerra de Vietnam. No se puede afirmar que la filosofía de la ciencia sea pacifista por sí misma. El tomar esa decisión fue algo muy personal de Russell.

El renacer de la Paz Perpetua

Para comprender un fenómeno como el liderazgo de Mandela, hay que regresar al pensamiento de Kant y su proyecto de paz perpetua, antes que la filosofía contemporánea descuidara el concepto positivo de paz. Ese pensamiento que inspiró la creación de la histórica Organización de las Naciones Unidas y la ficticia Federación de Planetas de Viaje a las Estrellas.

Para que un acuerdo de paz sea efectivo, hay que observar el pensamiento de Mandela. El gran estadista sudafricano no se dejó atrapar por las abstracciones de las dos fuerzas extremas, el conservadurismo de los blancos y el radicalismo de los negros. El conservadurismo se caracteriza por privilegiar una idea estereotipada de pasado que niega la percepción del presente y de sus posibilidades concretas. Mientras el radicalismo niega el conservadurismo, pero mantiene sus mismos supuestos. Así que termina negando ese mismo presente y sus posibilidades, pero con base en una idea estereotipada del futuro.

Y es que ambos coinciden en partir de abstracciones; vale decir, de ideologías y no de la percepción del presente. Así que tenemos una forma errada de hacer las cosas que se basa en abstracciones que suponen ideas estereotipadas de los éxtasis temporales que obstaculizan la percepción del presente.

Podemos concluir entonces que, para que un proceso de paz llegue a buen término, se requiere de un liderazgo singular que desarrolle una conciencia y un sentido de responsabilidad que promueva el dejar de ser víctima de las circunstancias y comience a participar en su creación. Vale decir, una percepción del presente sin la proyección de estereotipos. Solo así logrará la síntesis entre la historia y la visión de futuro.

En resumen, un liderazgo de esta naturaleza implica el concepto de paz positiva del que nos habla Spinoza: “La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud, es un estado mental, una predisposición para la benevolencia, confianza y justicia”.