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Nuevos plumajes; por Antonio Ortuño

Nuevos plumajes; por Antonio Ortuno 640

Uno de los fenómenos más curiosos en el mundo cultural latinoamericano de los años recientes, al menos en términos librescos, es la multiplicación en las mesas de novedades de volúmenes firmados por estrellitas de la farándula. Como si quisieran escapar de ese modo a los oráculos que anticipan el inminente colapso de la industria editorial convencional (la del papel, vaya), los editores de nuestra región, en especial los que dirigen los grandes sellos multinacionales, han apostado por reclutar como escritores (esto es un decir, en la mayor parte de los casos, porque quienes les redactan sus maravillosas obras completas son especialistas contratados) a personajes del mundillo televisivo o internáutico, en busca de que sus hipotéticas masas de seguidores devengan lectores y llenen los alicaídos bolsillos de sus empresas. En otros casos, han sido las mismísimas estrellitas las que han porfiado en ofrecer al mejor postor algunos materiales publicables (es otro decir), que pueden lo mismo ser una memorias que una ristra de buenos consejos sobre la vida o algunos textos de ese género llamado “pensamiento”, que todos tuvimos que practicar antaño para festejar el Día de las Madres y que es una suerte de variante breve y guanga del ensayo. Hemos de reconocer que son menos los famosos que se han lanzado a publicar novelas o poesía, aunque de cuando en cuando llegue a suceder, casi siempre con resultados un poco tristes.

En fin. Esta manía por conseguir que todo Cristo viviente (si es que tiene suficientes seguidores, claro) se convierta en todo un autor consagrado ha llevado a cambios peculiares en la manera en que uno ve a ciertos sujetos. Un articulista político cualquiera, por ejemplo, de pronto se ve exaltado a “clásico de la novela” gracias a un premio arreglado y una contraportada… Un cantante popular (no demasiado dotado en términos vocales) transita sin escalas a sonetista…. Un cómico televisivo más bien sangrón se vuelve de la noche a la mañana la conciencia moral y el consejero espiritual de millones de almas… En fin. Ejemplos sobran.

Estos libros pergeñados por figurones de mundos ajenos al literario suelen tener varios puntos en común, a saber: un diseño llamativo al punto de ser explosivo (es decir, colores altisonantes y tipografías freudianas), la imagen de la carota del autor ocupando sonriente toda la portada o, cuando menos, gobernando la contra, y una peculiar omnipresencia: se les ve en librerías, sí, pero también aeropuertos, cafeterías, papelerías, en tiendas que venden comida orgánica y en el supermercado, entre el tocino y la leche descremada. Son, de largo, los libros que mejor se venden en nuestro país.

Se puede debatir mucho (y de hecho, se hace, al menos en el círculo de quienes consumimos literatura) en torno a si este hecho es positivo (esta teoría dice que uno comienza a leer a Yordi Rosado y acaba en Rosario Castellanos o Goethe) o un síntoma más de nuestro fracaso como nación. Lo incuestionable es que en ese punto estamos.