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Menena Cottin: “Aquí nadie se pone en los pies del otro”; por Indira Rojas

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Menena Cottin retratada por Andrés Kerese

Bajo la luz tenue y concentrada de la Sala TAC, en el Trasnocho Cultural, se transfigura en color. Sofisticada pero sencilla, es una efigie blanca, como las siluetas limpias que resaltan sobre el profundo negro de las páginas de su libro Doble Doble. Cuando saluda, muta a un color miel, resultado de la combinación entre sus ojos y cabellos oscuros más su piel tostada. Ríe y ahora es dulce y brillante, roja por dentro como una patilla. A ella, autora de El libro negro de los colores, ese libro diseñado para personas con deficiencia visual y el título que le dio el impulso necesario para revelarse como escritora―, a ella que habla de las sensaciones visuales desde la percepción de un niño invidente, le pregunto días después:

¿Qué color eres tú, Menena?
El color es luz. Me gusta la luz. Es decir, todos los colores. Cada uno me remite a un estado de ánimo diferente, a una emoción.

Se llama Carmen Elena Rodríguez Sanabria de Cottin. Sonríe todo el tiempo. No se trata de un gesto fingido. Tampoco exagerado.

Es una sonrisa secreta, como la del niño que juegan con su sombra proyectada en la pared. Como la de los adultos cuando ven al niño sorprenderse con tan poco. Lleva el cabello a la altura de las orejas, un corte que ya usaba a sus ocho años, según revela una fotografía.

¿Edad actual?
La edad del cuerpo se mide en años. El mío ahora cumple 66: el 27 de agosto sopló las velitas. ¿Pero cómo se mide la edad del alma? Ésa depende del espíritu, de cómo se vive, de cómo se siente. Y mis sentimientos son los mismos de cuando era niña.

Menena Cottin —una simplificación de su nombre muy apropiada para su tendencia a sintetizarlo todo— conserva a la infante meditabunda y el ánimo de los cuenta cuentos en su rol de madre y abuela, ilustradora y escritora. Autora de más de 30 títulos infantiles, ha sido premiada con, al menos, 17 reconocimientos de la industria editorial y del diseño. Pero, sobre todo, es abanderada de sus propias reglas: “La escritura y el diseño son dos cosas diferentes en mi vida. Pasé por muchas etapas: Hice carteles, hice tapas de libros, hice menús, hice todo lo que puedas imaginar. ¡Y me fastidié! Tenía mucho que decir y no necesariamente se dirigía a un cliente. Era algo que quería expresar de una forma libre.”

¿Encontró esa libertad en la escritura?
A mí me gusta escribir desde hace mucho, incluso había tomado talleres, cursos… ¡qué sé yo!, todo ese tipo de cosas. Tenía muchos cuentos escritos, pero guardados. Y tenía contacto con las editoriales, pero como ilustradora. Escribía, escribía y guardaba y guardaba, pero no sabía bien a dónde iría todo eso.

Hace 10 años,  la autora venezolana dio a conocer a Tomás, un niño de ficción que experimenta los colores. Sí: los vive pero no los ve. Si apretamos los párpados y nos dejamos estar en la noche por unos instantes, ¿qué quedaría en ese vacío? Cottin admite que sólo pensar en la ceguera le produce miedo, pero su transitar en una penumbra imaginada hace una década le valió la creación literaria más importante de su carrera y una nueva amiga: Lucero Márquez, una chica invidente.

Para Tomás el amarillo “sabe a mostaza” y el rojo “duele cuando se asoma por el raspón de su rodilla”. Protagoniza El libro negro de los colores, una historia que, en palabras del crítico de literatura infantil Leonard Marcus, recuerda al lector “que en la vida todos estamos en la oscuridad una buena parte del tiempo, y que en esos momentos la imaginación nos da un tercer ojo”.

Sobre el libro sobran las anécdotas: la autora deseaba titularlo Los colores de Tomás y en su familia―acostumbrada a que Cottin oculte en sus obras mensajes secretos cual códigos exclusivos― afirman que el nombre del protagonista se debe a su primo, el cardiólogo Tomás Sanabria, hijo del arquitecto venezolano de nombre homónimo. Publicado por Ediciones Tecolote en 2006 con posibilidades de lectura braille, el cuento fue galardonado en 2007 con el Premio New Horizons en la Feria del Libro Infantil de Bolonia por su sencillez al abordar una experiencia visual tan compleja. Sin embargo, el relato nació en una tarde cualquiera sin mayores ambiciones que la de existir en una hoja tamaño carta.

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Menena Cottin retratada por Andrés Kerese

Tras una búsqueda casi arqueológica de los esbozos de sus creaciones, entre libretas guardadas en casa y anotaciones olvidadas ―que fueron exhibidas en la muestra Buscando la esencia, en la sala TAC, en junio de este año―, Menena tropezó con la evidencia de sus orígenes.

“Prácticamente todo el texto está en una libreta. ¡Casi la boto! Es de Movilnet y le quedan como tres páginas. Se nota que cuando escribí esas primeras frases, que están casi idénticas en el libro, acompañaba a mi papá a una operación. Está apuntado el nombre y el número de teléfono del doctor y el número de la habitación”

¿Usted es de las escritoras que lleva siempre un cuaderno en su cartera? ¿No dejar que nada se le escape es un buen hábito?
Siempre anoto, aunque sea por detrás de un recibo. ¡No me gusta perder el tiempo!, verás que esa es una de mis obsesiones.

Cottin captura el relativo paso de las horas como una niña, sin la toxicidad del apuro (El tiempo, 2009). Dibuja la soledad con un punto (Emociones de una línea, 2007). Y habla sobre el reconocimiento del otro en la historia de un pequeño que pronto reconoce que su mundo no le pertenece únicamente a él (Yo, 2013). Cada historia se simplifica en siluetas puras sobre fondos unicolores.  Lo que recibe el lector en sus manos pesa más por la filosofía que contiene que por el número de páginas que la exponen. El libro negro de los colores apenas tiene veinticuatro.

Menena dice que contar, en el sentido estricto de su expresión narrativa, no es lo suyo. Se sirve de la palabra y la imagen para traducir conceptos. Es por ello que también defiende la posibilidad de expandir esa categórica etiqueta de “libros infantiles” que las editoriales otorgan a sus cuentos. Ella prefiere la definición de libros conceptuales.

¿Y entonces por qué usar la voz del niño en sus historias?
Porque es más esencial que la del adulto. Entiende todo más fácil y lo dice más fácil. Siempre te sorprende. Mi hijo mayor, “el mexicano” (mote cariñoso que recibe Alfredo Cottin desde que vive en México), una vez cuando estaba chiquitico me pregunto: “Mamá, ¿qué quiere decir que no tengo tiempo?”. Y yo pensé: “¡Cónchole! ¿Cómo le explico eso a un niño de tres años?”. Que si el sol, que si el día, que si las horas. Me enredé toda. Entonces me dice: “¡Ah! Quiere decir que estás apurada”. ¡Era tan sencillo como eso! Son increíbles.

¿Puede ser de ayuda encontrar, entre la cotidianidad golpeada y ajetreada, la voz del niño y la simplicidad de las cosas?
Creo que hace falta. Algunas cosas, no todas, que creemos importantes en verdad nos distraen. Los niños se conectan muy bien con los sueños y con lo que es verdaderamente significativo.

Cuando encuentra tiempo, Menena habla de su próximo proyecto. Su nieta Isabel cumplió hace poco 10 años y prepara para ella otro cuento de su colección personal, su editorial casera y exclusiva para sus cinco nietos, su regalo de cumpleaños. “Serán dos ejemplares: uno para ella y otro para mi colección personal”.

Como los niños, la escritora ha adoptado la capacidad de mirar doble. No en vano en su haber se suman títulos como Al revés (1999), La doble historia del vaso de leche (2007), De otro color (2014) o Doble doble (2013). Este libro forma parte de los proyectos digitales que desarrolla con su hijo Alfredo. Incluso, en sus publicaciones para adultos la tendencia se repite y se descubre en publicaciones como La nube (2011), una novela producida a partir de experiencias de sus viajes a Cuba y Los Andes. Como los niños, también tiene una fascinación por las aventuras. Allí, en la exploración y la inquietud, está el nervio de su mirada dual.

“El proceso empieza desde la cuna. Donde uno nace. Y mi vida, la que hice con mi esposo, me dio otra visión. Yo me casé a los 20 años, súper jovencita, y mi esposo tenía 23. Y, por ejemplo, él volaba en avioneta, recuerdo que a mi tío también le fascinaba, ¡y desde arriba todo se ve tan distinto! Y nos encanta hacer excursiones, y salir al aire libre”

Hay un mensaje sobre la aceptación de otras perspectivas.
¡Es uno quien debe moverse en diferentes puntos! Porque si te quedas sólo en uno nunca vas a comprender lo que tienes a tu alrededor. Eso es algo que me gusta comunicar. Creo que si el niño aprende a ser abierto a eso, entonces ya tiene el mundo ganado. No sucedería eso que ocurre en nuestro país, donde cada quien tiene un punto de vista y están encontrados… pero aquí nadie se pone en los pies del otro.