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Ryan Lochte, el vandalismo olímpico y la venganza de los dioses; por Wolfgang Gil

Por Wolfgang Gil Lugo | 26 de agosto, 2016
Ryan Lochte el vandalismo olímpico y la venganza de los dioses; por Wolfgang Gil 640

Ryan Lochte durante una rueda de prensa el 3 de agosto. Fotografía de Martin Bureau. AFP. Getty Images.

Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco
Proverbio antiguo, erróneamente atribuido a Eurípides

 

No es motivo de vergüenza el haberse entregado a la diversión,
sino el no saberla cortar a tiempo  Horacio, Epístolas, I, 14, 36.

 

Durante la realización de los Juegos Olímpicos Río 2016, supimos de los desmanes que produjo un grupo de nadadores norteamericanos en la ciudad de Río de Janeiro. Los atletas no sólo provocaron alboroto y causaron destrozos en una gasolinera, sino que además trataron de ocultar sus acciones con mentiras.

Señalado como el cabecilla de los reprobables actos, Ryan Lochte se encuentra de vuelta en su país, Estados Unidos, y se espera que esté siendo interrogado de nuevo por la Policía Civil a distancia, con la asistencia del FBI. El ganador de doce Medallas Olímpicas no reconoció haber mentido. Tampoco parecía demasiado nervioso por el tema. Publica la prensa que “mientras la policía y la justicia brasileña investigaban para resolver el enigma, él publicaba en su cuenta de Twitter: “Mi cabello [verde por el efecto del cloro de la piscina] volverá a su color normal mañana”.

Significado religioso y moral de los Juegos Olímpicos

Las Olimpíadas, en la antigüedad, eran juegos que poseían un profundo significado. Representaban la ocasión de ponerse en contacto con lo sagrado. Para los griegos, los deportes no estaban dentro del ámbito de lo profano sino que, a través de ellos, los hombres presentaban respeto a sus dioses. Tomaban esto con tanta gravedad que hasta las guerras se detenían cuando celebraban los juegos, a pesar de ser ésta otro deporte que les gustaba practicar a menudo.

De los jugadores se esperaba un comportamiento ejemplar, especialmente en una cultura como la griega, más dada la vergüenza que a la culpa. Por encima de las marcadas diferencias entre las Olimpíadas antiguas y las modernas, se mantiene el concepto de que el deporte debe mejorar moralmente a los deportistas. Ellos deben ser ejemplo para el mundo porque todos los ojos están puestos en sus acciones.

El olimpismo es una ‘filosofía de vida’, es decir, no se presenta como una doctrina teórica, algo que nos habla sobre la verdad o falsedad de los enunciados sobre la realidad, sino como una serie de principios morales para elevar la calidad de la existencia a través de la búsqueda de la excelencia.

Desde el propio fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el pedagogo francés Pierre de Freddy Barón de Coubertin, se ha centrado la filosofía de estos certámenes en el concepto griego de kalokagatía (frase compuesta por dos adjetivos griegos: καλός, ‘bello’, y ἀγαθός: ‘bueno’). Werner Jaeger lo resume como “una formación espiritual plenamente consciente” que estaría fundada en “una concepción de conjunto acerca del hombre” (Paideia, p. 290). La unidad armónica de la belleza y la bondad es el ideal al cual apunta el concepto griego de virtud (areté), entendida como búsqueda de la excelencia física y espiritual.

La aspiración del olimpismo es producir una transformación en las personas a través de los valores de la disciplina y la superación constante. Pero una cosa es el ideal olímpico y otra es la realidad. ¿Qué sucede cuando los deportistas olímpicos no parecen estar a la altura moral que se espera de ellos?

Cuando se nubla la mente

Dodds, en su exquisito libro Los griegos y lo irracional, le dedica un capítulo a la diosa Ate, la diosa que era invocada cuando alguien cometía un desafuero y luego sentía que él no lo había hecho ya que estaba fuera de sí. Ese fenómeno era explicado por los griegos como la posesión por una divinidad que representaba la furia y el orgullo:

“Comencemos por la experiencia de tentación divina o infatuación (ate) que llevó a Agamenón a resarcirse de la pérdida de su favorita robándole a Aquiles la suya. “No fui yo”, declaró después, “no fui yo la causa de aquella acción, sino Zeus, y mi destino y la Erinia, que anda en la oscuridad: ellos fueron los que en la asamblea pusieron en mi entendimiento fiera ate el día que arbitrariamente arrebaté a Aquiles su premio. ¿Qué podía hacer yo? La divinidad siempre prevalece”. Lectores modernos demasiado apresurados han despachado en ocasiones estas palabras de Agamenón interpretándolas como una débil excusa o evasión de responsabilidad. No así, que yo sepa, los que leen cuidadosamente. Evasión de responsabilidad en el sentido jurídico, no lo son ciertamente esas palabras; porque al fin de su discurso Agamenón ofrece una compensación fundándose precisamente en eso: “Pero puesto que me cegó la ate y Zeus me arrebató el juicio, quiero hacer las paces y dar abundante compensación”. Si hubiera obrado en virtud de su propia volición, no podría reconocer tan fácilmente que no tenía razón; dadas las circunstancias, está dispuesto a pagar por sus actos” (pp. 16-17)

Como podemos ver, Agamenón se hace responsable de su acción, aunque explica que no es completamente culpable. Hay un orden divino que incluye los desafueros que podamos cometer. Debe entenderse por ate una intervención psíquica de origen divino, en los mismos términos que expone Dodds:

“Siempre, o prácticamente siempre, la ate es un estado de mente, un anublamiento o perplejidad momentáneos de la conciencia normal. Es en realidad una locura parcial pasajera; y, como toda locura, se atribuye no a causas fisiológicas o psicológicas, sino a un agente externo y ‘demoníaco’” (p. 19)

Esto nos lleva a preguntarnos si no sería el caso de Agamenón equivalente a lo ocurrido a los jóvenes nadadores que cometieron vandalismo durante las Olimpiadas de Rio en 2016.

En el territorio de la venganza divina

El principio de la sabiduría antigua era ‘nada en demasía’, es decir, evitar los excesos. Los excesos se atribuyen al error moral de la ‘desmesura’ o ‘soberbia’: la hibris (en griego antiguo ὕβρις, hýbris). La persona que incurre en hibris es culpable de desear más que la justa medida que el destino le asigna.

El castigo a la hibris es la némesis (Νέμεσις), la venganza de los dioses, la cual tiene como efecto devolver al individuo a los límites que transgredió. Heródoto lo expresa claramente:

“Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía. Historia, VII, 10”

Las sanciones de Némesis tienen la intención de dejar claro a los mortales que, debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente afortunados ni deben trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el equilibrio universal.

En la mitología hay muchas aplicaciones de este principio. Aracne fue una gran tejedora que alardeó de ser más habilidosa que la diosa Atenea. Como consecuencia, la diosa ofendida entró en competición con Aracne, pero, según cuenta Ovidio, no pudo superar la destreza tejedora de la mortal, por lo cual la transformó en una araña.

Esto también nos lleva a preguntarnos si la diosa Némesis ha actuado en el caso de los jóvenes deportistas olímpicos.

¿Un ídolo con pies de barro?

El delito de Ryan Lochte podría ser considerado por algunos como una travesura de estudiante de fraternidad universitaria norteamericana. Es verdad que los deportistas andaban bebidos —un poco de locura endulza la vida—, pero todo tiene sus límites. Es peligroso dejar que la locura tome el control, especialmente si va acompañada de un injustificable sentimiento de superioridad.

Estas acciones adquieren una nueva dimensión debido a que ocurrieron en un país de Sudamérica y en el contexto de la realización de unos juegos olímpicos.

Estudiemos primero el contexto de un país sudamericano como Brasil, que se impuso el reto de realizar las primeras olimpíadas de la región.

Para este país ha significado un gran esfuerzo llevar adelante este certamen, pues ha tenido que luchar contra la corriente adversa de la corrupción política, la criminalidad y la epidemia de Zika.

La audiencia internacional ha percibido que Lochte es el privilegiado de un país poderoso que va a orinar (cosa que literalmente hizo) sobre el orgullo de una nación más débil. Además Lochte se ha aprovechado de los prejuicios contra Brasil como una cortina de humo para ocultar sus travesuras y darse a la fuga.

El diario El País nos brinda este resumen de los sucesos:

“Los nadadores dejaron la fiesta muy animados cuando faltaban 15 minutos para las seis de la mañana– y no a las cuatro, como inicialmente declararon – y pidieron un taxi. En el camino de cerca de 40 kilómetros que separaba el baile, en la turística Laguna Rodrigo de Freitas, de la Villa de los atletas, los nadadores hicieron una parada. Necesitaban ir al baño. El taxista entonces aparcó el coche en el lateral de una gasolinera de la avenida de las Américas, ya en Barra da Tijuca, cerca del Parque Olímpico. Lochte estaba  exaltado, confirmó uno de los compañeros a la policía, y parte del grupo acabó haciendo pis en la calle. Arrancaron una placa del puesto y al llegar a los baños rompieron espejos, jaboneras y la propia puerta. La policía no aclaró si todos participaron o fue solo Lochte, el más agitado, pero confirmó que el medallista había consumido mucho alcohol”.

Por otra parte, el contexto olímpico le da otra connotación a estos desmanes. De un deportista de este nivel se aspira un comportamiento más digno. Que no cometa ningún desafuero y, en el caso de hacerlo, se espera una actitud más gallarda, por ejemplo, que asuma su responsabilidad de forma sincera y ejemplarizante.

El veredicto de los dioses

Lochte resulta muy poco convincente cuando se disculpa, al no asumir plenamente su responsabilidad. Todavía falta saber si tiene conciencia de que los dioses conspiran para verlo caer de su podio olímpico a fin de darle una lección.

Como ya vimos, Agamenón se disculpó por lo que hizo, y realmente parece arrepentido por sus acciones. Reconoce que en su sano juicio no habría cometido tal abuso y asume plenamente su responsabilidad, aunque responsabiliza a las divinidades por haberle nublado el entendimiento.

Lochte y Agamenón comparten la ceguera que dispensa la diosa Ate, pero allí terminan las coincidencias. El caso de Lochte no es igual al de Agamenón. El joven nadador no parecía estar profundamente arrepentido por los daños causados. Más bien estaba preocupado porque lo atraparon en la fechoría y temía las consecuencias legales, o peor aún, perder los jugosos contratos de sus patrocinadores, como en efecto ocurrió.

Lochte parece continuar atrapado por la hibris. Como ya vimos, este rasgo está asociado a la arrogancia que desprecia a los demás. Se refiere mayormente a la desconsiderada violencia de los poderosos hacia los débiles.

Como bien decía Francisco de Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”.

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Justicia brasileña acusa a Ryan Lochte de falso testimonio-1
Qué declaró Ryan Lochte y por qué metió en problemas a cuatro nadadores de EE.UU.Rio2016

Wolfgang Gil Lugo 

Comentarios (12)

Silvana Pezzella Abilahoud
26 de agosto, 2016

Otro aspecto muy importante de los Juegos Olímpicos, es que nos permite admirar la riqueza en la variedad de capacidades humanas, y nos recuerda que la competencia estimula el logro de los mal altos niveles en cada una de esas diferentes capacidades. Estas prácticas son un componente fundamental del proceso civilizatorio que ha hecho evolucionar a la humanidad orientándola hacia las mas nobles virtudes

Andrés Contreras
26 de agosto, 2016

En realidad el crimen de Lochte es la arrogancia, yo lo imagino suponiendo que en un país del tercer mundo el debería ser intocable y creyendo además que toda esa tecnología de vigilancia con cámaras no estaría disponible para incriminarlo. lo triste es que se fue casi indemne de Brasil, a mi parecer no recibió su justo castigo

Irma Lovera
26 de agosto, 2016

Visité Olimpia, que conserva ese ambiente de lugar sagrado, exquisito, donde los hombre medían sus capacidades físicas y mentales de frente a la observación de los dioses. Es un lugar con la magia de lo excelso que ha perdurado hasta hoy. Los juegos Olímpicos deben preservar ese espíritu y no ser degradados por la prepotencia de quienes se creen mas fuertes por razones ajenas al deporte y a la sana competición. Espero que Brasil sepa sancionar adecuadamente esos desmanes que también los dioses vengarán como relata W.G.

Ana Bertha Maiz Villarreal
26 de agosto, 2016

Muy especial la forma como se ha presentado el hecho,más lamentable viniendo de un deportista,opino que aun cuando Lochte se mantiene en la Hybris (soberbia) de su acción, pues ya ha tenido que sentir la Némesis de sus actos, ojalá rectifique y comprenda que es ejemplo para muchos y su actitud desencaja de lo que representa para nosotros cada uno de esos deportistas que se preparan con esfuerzo y pasión para asistir a unos juegos tan bellos y donde todos esperamos ver lo mejor del deporte en todos sus aspectos. Entendible que haya disfrutado lo inaceptable su negación al hecho, la mentira y soberbia

José Duque
26 de agosto, 2016

La versión de Feigen, otro de los nadadores involucrados y quien pago una suma importante como descargo, no es tan gravosa, es decir, no incluye tanto desmanes. No estoy convencido de que todo lo que afirma la policía local sea cierto. Así como se afirma que detrás de la conducta de estos nadadores, especialmente de Lochte, destacan la arrogancia y la supremacía, percibo también un tufo anti-EE. UU. de las partes agraviadas y quizás de algunos medios, que termina por ocultar lo que realmente ocurriría. Naturalmente, la actitud huidiza de Lochte hace sospechar lo peor. Ya serán más claras las cosas cuando amaine el calor del escándalo.

mercedes da silva
26 de agosto, 2016

La MENTIRA tiene “patas cortas”.A traves de los videos vimos como se comportaron.Asuman su responsabilidad.Todos merecemos respeto,en cualquier parte del mundo.

Ruperto Arrocha González
28 de agosto, 2016

Excelente y brillante analisis desde la perspectiva mitológicaacerca de lo que debe ser la conducta de un competidor olimpico en los Juegos de Río.

Juana Rodríguez I.
31 de agosto, 2016

Nuestro desempeño se acompaña del respaldo moral que rige nuestros actos. Lochte no es un atleta en el estricto sentido de la palabra. Es simplemente un ganador de medallas gracias a la capacidad física que ha desarrollado. No hubo la integración mente-cuerpo que se requería para haber hecho la diferencia. No es por tanto un modelo a seguir no importa sus logros frente al cronómetro y el mundo. ¿Se habría comportado de esa manera en su país? Probablemente NO!. Peor aún. La arrogancia y su sentido de superioridad lo dejaron expuesto. Son más de los que quisiéramos, los ‘deportistas’ de gran renombre y muchas preseas que han dado las más variadas muestras de comportamiento reñido con los valores mínimos a seguir. Es decepcionante. Simples ejecutores de talento físico. Una verdadera pena! Las medallas jamás disculparan estas afrentas.

Saldivia
4 de septiembre, 2016

Vivimos en un mundo perennemente poseido por la dios Ate, de modo que estos incidentes son normales y se olvidaran rapidamente. Y el m undo seguira pendiente de la Kardashian, de si Chino tiene los cuadritos mas marcados, y cosas asi.

Flor Angélica Pereda
10 de septiembre, 2016

Lochte si no se hubiese dedicado a la natación sería con seguridad un delincuente.

Romazol
11 de septiembre, 2016

Mi estimado profesor muy buen artículo, aunque me hubiese justado hablar un poco de la Antropología del deporte, asociada a la Antropología Cultural definida como el estudio del comportamiento social o cultural humano, lo que le lleva a estudiar el juego como aspecto educativo, recreacional y como forma de ocupar el ocio, pues estos aspectos son básicos en cualquier comportamiento humano. Sería una parte relacionada con el actualmente denominado “deporte para todos” y “deporte educación”, y tal vez aquí fue donde mis estimados amigos deportistas fallaron, porque no le han enseñado el “deporte como vida” sino atletas para ganar medallas y nada más, esto hace una gran diferencia. Saludos y mi respeto.

Jesús Enrique Brito Laffont
11 de septiembre, 2016

Interesante…¿Porque lo hizo, que lo llevo a ello, cómo ha sido su actitud ante la falta; cuál es su reacción ante ella y como la ha asumido?.

Considero que, si una persona está en una posición en la que filosóficamente representa o forma parte de los más sagrado y divino, como los es un encuentro multicultural a nivel global, donde se intercambian culturas, se miden esfuerzos y logran sueños; se espera un comportamiento ético y un respeto moral sin falta alguna por parte de ella; lo cual debe estar, no solo físicamente preparada, sino también cabalmente.

“Si no haces las cosas como debe ser y no asumes la responsabilidad de tu falta, sentirás como tu propia consciencia te llevará a la autodestrucción y tarde o temprano, pasarás por el filo de tu propia angustia y tus propios pesares; y el mismo destino se convertirá en un bumerán implacable que terminará por degollar tu orgullo.

Este excelente artículo abre el pensamiento hacia la reflexión de nuestros actos y de las cosas en si.

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