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Al límite // Entre Maduro y la Constitución; por Luis García Mora

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Fotografía de AVN

El esquema opositor luce muy claro.

Es evidente la orientación estratégica compartida tanto por Capriles, Ramos Allup y María Corina, dándose por descontado el apoyo de Leopoldo López y Manuel Rosales.

Todos confluyendo en la urgencia de una realpolitik que abogue por una impostergable respuesta a los intereses prácticos del país y las acciones concretas planteadas de acuerdo con la actual situación de colapso en que se encuentra la población y el Estado.

Se considera que Maduro prefiere un golpe al revocatorio (Capriles). Se acabaron los tiempos de las bravuconerías en las que el chavismo retaba a medirse en elecciones. Ahora no les cabe duda de que las pierden. Que este pueblo ya sabe quién es quién. Y que donde pueda Maduro no dará su brazo a torcer, aunque el deterioro del nivel de vida de la población y de la estabilidad y gobernabilidad se torne cada vez más alarmante.

Sobre todo la escasez de alimentos y medicinas, la megainflación y el aumento insostenible de la violencia.

Que obligan a hacer todo lo que esté al alcance para evitar la reedición de una sacudida de la dimensión del Caracazo e impedir la integración de los muchos estallidos que ya vienen produciéndose localmente, con una población castigada por el hambre.

Ante lo que luce imperante activar lo que Almagro, el secretario general de la OEA, le  reclama a Maduro como “el principio más sagrado de la política, que es someterse al escrutinio del pueblo”.

Dentro de la actual situación en que existe consenso nacional e internacional (e inclusive entre muchos sectores del Gobierno y la oposición) de calificarla de alto riesgo, ante la reiterada posibilidad de un estallido o de un golpe de Estado. Que como recalca Capriles, “es una preocupación que tenemos en las filas de la Unidad en que nadie es militar, pero que está en el ambiente”.

Al decretar el estado de excepción rechazado por la Asamblea Nacional electa por el voto de una mayoría popular de 7 millones 500 mil venezolanos en elecciones libres, universales y secretas, y desconocida automáticamente por el régimen, el presidente se lleva por delante la Constitución.

Lo que le plantea una situación difícil a la Fuerza Armada al ponerla a escoger, como expresa la MUD, entre entre la Constitución y Maduro, si ante un estallido o la ocupación de una empresa (digamos, Polar), la FAN obedece o no obedece.

Lo que perfila con total transparencia el emplazamiento de riesgo y vulnerabilidad al que se colocó o se está punto de colocar al país.

Se juzga que el Gobierno no está en condiciones de reproducir el escenario de radicalización, represión y violencia, de enero/abril del funesto 2014. Porque si en ese momento no, “ahora sí determinaría su caída”, pues se considera que el respaldo al revocatorio es (casi) unánime.

Ante lo que Maduro preferiría un escenario que en su cabeza lo victimizaría  y le daría otra oportunidad, pues con el revocatorio desaparecería políticamente para siempre.

De ahí que esté dispuesto a recurrir a todas las artimañas para sobrevivir.

Ya no cuenta con la comunidad internacional, de manera que torpemente dinamita sus propios puentes. Obliga al expresidente uruguayo “Pepe” Mujica, connotado líder de izquierda latinoamericano e incondicional aliado del desaparecido titán  a desmarcarse. Tras la manera desorbitada de acusar a su antiguo canciller y ahora secretario general de la OEA, Luis Almagro, de traidor a sus ideas y, peor aún, de espía de la CIA, Mujica declara ahora que Maduro “está loco como una cabra”.

Maduro presiona a Samper para armar un show de turismo político como el de los expresidentes Fernández, Zapatero y Torrijos (el otro) como agentes de UNASUR, en una (tiradísima de los cabellos) intermediación, para que la oposición, incondicionalmente, desista del referéndum y dialogue, cuando se ha decretado un estado de excepción y bloqueado las calles para impedir, por la fuerza, protestar y moverse.

Intentando frustrar la movilización de calle en una persecución macarthista y vergonzante a quienes piden el revocatorio.

Con una UNASUR hacia un proceso de cambio sin Dilma ni Lula ni Cristina,  y tan solo con Correa y Morales. Una UNASUR en la que a Samper le cuentan los tiempos y con la cláusula democrática de la OEA como la espada de Damocles colgando sobre su cabeza solo a la espera de que desate la represión.

Y América Latina y el mundo perplejos contemplado su desabillé a lo Mugabe.

O a lo Gadafi. Cuando ya francamente desde la OEA se habla de un gobierno que no solo violenta la libertad sino que es ímprobo, deshumanizado,  corrompido, indecente, deshonesto y corrupto.

Sin mercados abiertos ni financiamiento ante el colapso.

Lo que demuestra, como por cierto le recuerda sabiamente “Pepe” Mujica, que “lo peor es cuando la matriz ideológica no te permite percibir la realidad como es”. Y te das contra la pared.

A lo que se suma el descontento generalizado.

Un Ramos Allup de regreso al ruedo asegura un fuerte rechazo interno en las Fuerzas Armadas ante el decreto y la manipulación jurídica para evadir responsabilidades. Aunque Padrino López dirija unas maniobras militares “a fin de prepararse para cualquier escenario”.

Para Julio Borges “estaríamos hablando técnicamente de un autogolpe”.

Para Capriles hay una FAN dividida, entre la tropa y los soldados que, como todos, sufren el rigor de la crisis y una cúpula que pareciera vive en otro país, que está comprometida con el Gobierno, con Maduro, que “harán lo que sea para conservar el poder y a los que les viene la hora decisiva”.

Con altos oficiales criticando la deriva dictatorial.

Como el general mayor retirado Cliver Alcalá Cordones, tan comprometido con Chávez hasta lo último, que dispone de un expediente abierto por los gringos que lo ubica la sonada Lista Clinton del Tesoro de los EE UU, pero que no tiene problemas en que se celebre el revocatorio.

Y que esta semana ha destapado públicamente ese temor, hasta ahora larvario, desde algunos sectores del chavismo, a que la caótica administración de Maduro se despache el legado de Chávez. Algo con lo que igualmente están de acuerdo los generales Baduel y Rodríguez Torres.

Entre tanta frustración y el autoritarismo, Venezuela reclama el retorno de la política.

Y Maduro y su casta no actúan como políticos.

La política es inseparable de la disposición al compromiso. Que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. Y en una sociedad democrática, hay que recordarlo, la política no puede ser un medio para conseguir plenamente unos objetivos diseñados al margen de las circunstancias reales. Sin tener en cuenta a los demás.

La política fracasa cuando los grupos rivales preconizan objetivos que según ellos no admiten concesiones y se consideran totalmente incompatibles y contradictorios.

El proceder de Maduro es absolutamente tóxico para el sistema democrático. Nadie que no sea capaz de entender la plausibilidad de los argumentos de la otra parte podrá pensar, y menos actuar políticamente.

Sea el Tea Party, bastión de inflexibilidad o el chavismo rancio acantonado en el poder.

Con su falta de responsabilidad. Con su carencia de disposición al acuerdo.

Cualquiera con dos dedos de frente entiende que la revolución ha sido sustituida por la modernización, la adaptación y la innovación.

Para Uslar, Venezuela era (es) un país ilógico.

Y en estos días un curtido canciller europeo comentaba que Venezuela vive una “situación absolutamente imposible”.

A ver cómo termina esto.

Porque una cosa está clara: se acortan los tiempos.