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Al límite // ¿Quién va a ser el cuerdo en la debacle?; por Luis García Mora

Fotografía de Prensa Presidencial

Fotografía de Prensa Presidencial

Maduro preocupa. Y no porque haya anunciado este viernes un nuevo Estado de Excepción que vamos a ver cómo se come, sino por el sentimiento de miedo que consciente o inconscientemente comienza a transmitir. Maduro televisa su propia desconfianza, su propia angustia.

Como si no hubiera quien lo salve.

Parece convencido de hacerle compañía a Dilma Rousseff o a Lula.

Y nadie le echa un chaleco salvavidas.

Solo vende angustia.

Con el CNE intenta detener el tiempo del referéndum. Extiende el ámbito de este decreto a lo político agitando ante el país supuestas amenazas de golpe de estado. Y por supuesto restringe garantías políticas que tienen que ver con el orden interno y el ejercicio de los derechos civiles y políticos.

Quizás mañana prohíba la movilización ciudadana, las manifestaciones y la protesta. Hay demasiadas emociones encontradas en torno a esta decisión temeraria de decretar un nuevo Estado de Excepción Constitucional –y de emergencia económica– cuando la producción petrolera, según los últimos partes de firmas como Barclays y Bank of America, se acaba de desplomar en este primer trimestre.

Junto a la caída de un 41 por ciento de las importaciones. Con la interrupción abrupta del ciclo de reposición de inventarios de más de 15 categorías alimenticias. Sin reservas ni ahorros que ofrezcan alguna protección.

Por lo que de continuar este desplome, junto con el de los precios petroleros, se producirá un recorte mayor de las escasas divisas para importar y cancelar deudas.

Y sin financiamiento ni líneas de crédito. Por lo que inevitablemente se le hará insostenible el poder.

De ahí este nuevo documento de protección con el que intenta garantizarse alguna estabilidad que le permita durante los meses de mayo, junio y julio aguantar la tormenta social y política que lo sacude a él y a su modelo.

CLAP32Sabe que con su fanfarronería de Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) cubanófilos, no puede ni producir, ni abastecer, ni someter a la población en medio de una hambruna. Ni mitigar los efectos del desabastecimiento vital y mucho menos la hiperinflacionaria megadevaluación de la existencia.

Luce irritable y hasta violenta su presunción y su tono de soñador melancólico (por no decir insufriblemente cursi), aunque de aliento trágico ante la actual situación.

Eso de que “emití dos decretos de paz, de amor, de protección”, en el marco de la Constitución es notable, por usar un eufemismo, en la voz de un jefe de Estado.

Para soltar a continuación que ha comenzado una “recuperación tenue, mínima, casi de situación de sobrevivencia de los ingresos petroleros” (que sabe que es falso), para cobijarse bajo el manto protector de la “patria”, ante el “golpe” urdido por el Senado contra Dilma Rousseff, que la acaba de apartar del poder.

Como decía Antonio Elorza, es la retórica propia de telenovela que pretende ser fina, elegante y distinguida pero que resulta ridícula, de mal gusto y que hoy nos está reventando a todos las “bolivarianas”.

Miedo. Y como me decía alguien, “Chávez sacaba dividendos de estos conflictos. Pero con Maduro, de los ministros para abajo, existe la certeza de que esto se terminó de desmadrar”.

Un sector muy radicalizado y violento es de la opinión de crear situaciones de caos que justifiquen cualquier cosa. Mentes primitivas que no organizan ideas sino reacciones. Jaua me dicen que tira puentes. Y Nicolás Maduro (se ve) está muy desconectado, muy solo, aunque él no se perciba así. Tanto, que luce anacrónico detrás del viejo Castro en La Habana cuando escribe tras la relampagueante visita de Obama: “No necesitamos que el imperio nos regale nada”.

“Nadie se haga ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado en el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura”.

Que es lo que aún no se atreve a decir Nicolás. No es Fidel, y (repetimos) esto no es aquello. Como tampoco se atreve a decir hacia dónde vamos: desde el Gobierno, desde el PSUV, el proyecto de falsificación y destrucción democrática  está al descubierto, tanto en sus fines como en sus procesamientos, porque tiene una única lógica: la asfixia del otro.

Las empresas chinas se están yendo despavoridas y su país no quiere seguir financiando la locura.

Se estudia una transición a la chilena. A la nicaragüense. A la rusa.

Una transición a la democracia pactada.

No hay otra.

Y que el pacto de transición se exprese en acuerdos convenidos, para retomar alrededor de revocatorio el camino de un gobierno de salvación y unidad nacional que, claro está, incluya al chavismo.

Y esto, como es lógico, debe de estar impacientado a  los radicales.

A Maduro se le descarga la batería. Y como dice José Guerra, “Un gobierno serio no podría estar indiferente ante una crisis de esta magnitud”, debería estar haciendo algo pero no está haciendo absolutamente nada.

Y encima quiere salvarse.

Una transición hacia los principios de soberanía popular y un sistema representativo, hacia la prioridad de los derechos y las libertades individuales, hacia una división real de poderes y el Estado de derecho, y no intervenido ni mediatizado por la participación de una minoría.

A eso se aspira: a un proceso de redemocratización como en el Chile tras Augusto Pinochet. Con un ordenamiento democrático y flexible. Con un consenso a nivel de las élites, militar y civil tras el referéndum.

Y la actividad de la oposición democrática, ampliada hacia algunos sectores del chavismo, especialmente a partir de ahora, debe servir de expresión a esa pluralización, y así recoger (con valor y claridad de propósitos) la desafección que contra el gobierno se está produciendo en amplios sectores de la población, triturada por la crisis económica.

Hay que dialogar.

La necesidad de hablar se hace cada día impostergable. Continuar esta ruptura comunicacional suicida es un camino insensato, arriesgado, imprudente.

Y cobarde.

Hay que evitar ser factores de autodestrucción.

Está claro: desde el Gobierno se ven perseguidos, encarcelados, cercados. Con algunos imaginando su destino en Managua o en Quito. Hacia delante esto es un drama convertido en tragedia. Con sectores que apuestan a lo peor, al caos, al default, sencillamente por estar desesperados. Estaban acostumbrados a manejar recursos. Ahora administran penuria.

Comenzarán los saltos de talanquera.

El Gobierno no tiene ya los votos. ¿Va a impedir la consulta electoral?

Un dilema. Correr o encaramarse.

Aquí el Gobierno sabe que pierde. Por lo que pueden terminar de cerrar las compuertas. Hasta ahora las FANB no se los ha permitido, ni el no aceptar los resultados del 6-D, ni que se impidiera la instalación de la Asamblea. Aunque no nos guste, se juega en una democracia tutoreada. Y es muy equivocada la opinión de quienes piensan que no hacer el revocatorio no significa que te sales 100 por ciento del marco democrático.

Craso error.

Eso de que lo ruedas (catastróficamente) hoy  y te mides en el 17 o 18 si acaso.

Por ello es que algunos agitan la posibilidad de un armisticio. De una especie de “regulación de la guerra”. De suspender las hostilidades políticas, las operaciones, por un mutuo acuerdo de la beligerancia y la paz. Y la correlación de fuerzas se congela.

El revocatorio es irreversible.

Aunque sí: se trata de dos fuerzas con potencialidades equivalentes. Y se trataría de una alternancia en el poder con élites muy antagónicas que manejan dos sistemas políticos y económicos distintos, luego de que uno de ellos haya estallado por los aires espectacularmente después de casi 20 años errados, fallidos, fracasados.

Pero todo se ha llevado a un problema de poder descarnado y total.

Olvidando al país.

A la gente.

Y el Vaticano se mueve en la trastienda.

Los vínculos son ahora menos carismáticos y más pragmáticos. Se recupera la transversalidad. Y hay que intentar encauzar el malestar social para transformarlo en un movimiento político institucionalizado. No anárquico, ácrata, caótico.

Se reconozca o no, la Asamblea está ahí gracias a una Fuerza Armada que teme a la anarquía, por lo que la pregunta rompe los tímpanos: ¿va a continuar este juego de sordos? ¿Cuál va a ser la posición del Gobierno, de las fuerzas opositoras, de la FAN? ¿Quién va a ser el cuerdo en la debacle?