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Al límite // Maduro no puede disparar contra los relojes; por Luis García Mora

Fotografía de Marco Bello para Reuters

Fotografía de Marco Bello para Reuters

Para algunos, Capriles se ha convertido en el pararrayos de la oposición.

En quien arranca primero y recibe los golpes, dicen. Quien se enfrenta a Chávez en octubre del 2012 y el que de nuevo lo hace contra Maduro en abril del 2013.

Es el que se opone a “la salida” y le caen encima de lado y lado. Es también el que nunca tiene por completo el apoyo de los suyos, amén de que como los hechos hablan, siempre tiene que ser el primero que ponga la pica en Flandes para que le paren.

Ahora es quien la mueve con la solicitud de este referéndum revocatorio que Maduro, a la fuerza, intenta abortar con su control institucional del CNE. Al igual que hace con el TSJ para anular los otros mecanismos (digamos la enmienda y la constituyente, ya que la otra, la solicitud de su renuncia es de una inocencia política angelical.

Y aquí estamos otra vez.

Con Capriles denunciando el fullero cambio de normas desde el propio CNE sin rubor, y advirtiendo responsablemente a la señora Lucena que si el 8 cumpliendo con el reglamento, no comienza la validación del millón y pico de firmas entregadas, “iremos al CNE en Caracas y en toda Venezuela” a reclamar.

¿Lo va a acompañar de manera unitaria la alta dirigencia de los partidos que componen la Unidad, para darle la corpulencia institucional e histórica a esta importantísima protesta democrática o no?

Calle es calle.

O digámoslo de otro modo: no es lo mismo que perorar desde el despacho climatizado de la curul o desde los mullidos sillones de una portada de Hola!

Ahí le disparan a uno con bombas lacrimógenas.

Y como en situaciones similares, en otras capitales del planeta, los gases, las cargas y las golpizas reclaman generalmente su intervención.

Digamos: es un problema de coraje, de resistencia.

De consistencia.

Conforme a los desafíos que la historia hoy nos reclama, desde las incertidumbres y los agobios de los más miserables en la fronteras críticas.

Se quiere casi delincuencialmente cambiar las reglas del juego.

O se cambiaron, uno no sabe. Aquí operan los pranes políticos, pero pranes al fin, y posiblemente esta columna cuando la lea usted lo haga después la truculencia que ya se habrá cometido para posponer o abortar la expulsión. Pues casi 80% del país quiere salvar lo que se pueda con un cambio de la situación.

El chavismo en el poder está involucionando a pasos agigantados e implosionando al mismo tiempo.

Aunque todavía resista.

No olvidemos que Maduro es el último pupilo de un Fidel Castro achacoso, como dicen. Y ese ser obsoleto y caduco parece determinar lo que el alumno hace o dice sin rubor alguno.

Y el presidente, como su mentor, no admite retiradas tácticas como la que le aconsejan otros más expertos, más sensatos, para sobrevivir.

Como después de su derrota electoral de los 90 hicieron los sandinistas y evitaron perpetrar una de las tantas y psicopáticas carnicerías “revolucionarias” que dejan heridas abiertas, a veces para siempre, con juicios contra crímenes de lesa humanidad incluidos.

“Preservar” la propia fuerza que el chavismo palmariamente tiene, y más adelante si las condiciones democráticas de una vida en común, con respeto por el otro, lo permiten, recuperar la “iniciativa estratégica”.

Para así sobrevivir como el resto de los venezolanos. Sin matarnos unos con otros. ¿Por qué? Porque Nicolás Maduro no es Fidel Castro. Y aunque hasta dentro de esta oposición sanforizada algunos lo crean, con todo el respeto: Venezuela no es Cuba.

Cuando se comiencen a poner firmemente los pies en la calle, quizás entonces, actuando con madurez política, sin permitir salirnos ni una micra del severo marco pacífico y democrático al uso, quizás se podría ver de qué estamos hechos realmente los venezolanos.

Nosotros, los civiles, el verdadero pueblo heroico.

Sin disparar un tiro.

Si perseguir a nadie.

Vivimos a la espera de que este chavismo no convierta al país en una trinchera.

Sí, el chavismo. Esa abigarrada mezcla cuasi peronista y cuasi cubana debería optar por permitir, por el bien suyo y el de todos que este revocatorio se cumpla.

Y se respete.

De lo contrario, por las poderosas e incontrolables fuerzas que uno cree están a punto de desatarse por el propio Gobierno, por su modelo, sus corruptos, etcétera, este juego puede terminar por hacernos perder las posibilidades democráticas, electorales (de abrirnos hacia una forma más comprensiva y armónica de convivencia) y ser arrastrados hacia el abismo por una élite incompetente, irresponsable y torpe.

En sus recientes actuaciones, Maduro ha dado muestras palpables de querer acabar con el Parlamento por encima de todo raciocinio político. Como se hizo en 1848 con el asalto al Congreso, con el cual culminó la purga política entre el gobierno del general José Tadeo Monagas y los liberales que lo apoyaban, y el encabezado por el otro general (porque de estos estamos hasta los tequeteques), el conservador José Antonio Páez.

Por cierto, murieron en total 8 personas, 4 de ellas diputados (3 conservadores y un liberal), destacándose la egregia figura del insigne civil Santos Michelena, quien falleció poco tiempo después.

Así procede hoy Nicolás Maduro. Maniatado por unas mentes ajenas a nosotros los venezolanos, bajando las compuertas, anulando las salidas, encerrando al país como si de una “cortina de bambú” o un “muro de acero”, se tratara, enajenado totalmente.

Desconociendo los votos  y anulando minuciosamente artículo por artículo de la Constitución Nacional, con lo que desgraciadamente nos está sugiriendo la idea de que para él este juego no tiene ninguna salida electoral.

Pues de haberla y no ganarla –porque tiene al país en contra– sin levantarle el teléfono a más nadie que a sus escasos congéneres para comunicarse con el país, pareciera que jamás respetará los resultados.

Como lo está haciendo ahora.

Tanto, que hasta el Papa le ha escrito una carta personal en la que al parecer le ofrece la poderosa maquinaria diplomática del Vaticano para interceder como lo ha hecho en secreto entre los gobiernos de estados Unidos y Cuba, ante la “grave situación” que atraviesa el país, y como antes lo hizo durante el Domingo de Pascua cuando, previo las bendición Urbi et orbi, advirtió que “es necesario que todas las partes trabajen para favorecer la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco con el fin de garantizar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos”.

Cayendo en oídos sordos.

Algo, que, combinado, con el anuncio recurrente del golpe de Estado (que sólo sus militares podrían llevar a cabo), hace pensar que se cierran llaves.

¿Quiere cerrar el Parlamento?

¿Quiere de todas, todas, terminar de cerrar las vías legales y constitucionales que tiene el pueblo de acudir libremente a votar el plebiscito?

¿Quiere terminar de anular la Constitución?

¿Quiere, en última ratio, emular esa filosofía de la praxis revolucionaria de los Castro que dicta que el respeto a las formas de gobernanza históricas (Dieterich) es por completo secundario, y que lo prioritario es la defensa exitosa del poder conquistado?

¿Convoca Maduro a inmolarnos como país al que al parecer no quiere, combinando con el hambre y la desesperación, el cierre de las vías democráticas?

La decisión del TSJ ante la Asamblea electa por 7.5 millones de votos el 6D puede considerarse un “fujimorazo”. Y si este fin de semana, ante el RR, el CNE activa sus peregrinas decisiones, el autogolpe cobraría carta de ciudadanía de sello cubano.

El TSJ ha declarado “inconstitucional” la reforma que a su ley con todo derecho acaba de elaborar el Parlamento.

Al mismo tiempo que la gente está demostrando con creces su convencimiento de la vía electoral y pacífica (de ahí la sorprendente millonada de firmas en pocas horas) para salir de este colapso, casi simultáneamente con los ridículos anuncios de adelantar los relojes media hora, de aumentos de salario como gestos hipnóticos de un Mandrake El Mago fallido ante la parálisis nacional, declaraciones en la OEA y ante el mundo de que en estos precisos momentos nos sobran la comida y los medicamentos (¡Qué vergüenza, carajo!), dándole un portazo a cualquier mediación en nuestra crisis, y por supuesto, anunciando sin que se le mueva un músculo del rostro la existencia de un enésimo plan para atentar con su triste vida.

Junto con anuncios de desordenes y violencia, declaratorias de rebeliones y huelgas generales indefinidas, si lo sacan, es decir de contradictorias “rebeliones populares” contra el pueblo si este vota en su contra, o se le ocurre protestar en contra de los apagones, de la falta de agua, del desabastecimiento de aceite, de leche, pan, mantequilla, café, medicinas y tratamientos médicos.

En contra de quien se mueva. O se “incomode” y se queje de la mayor contracción económica conocida, de la corrupción generalizada, de la mayor inflación del planeta y de la mayor recesión de Latinoamérica.

En contra de quien ose no tragarse esta catástrofe sin eructar.

Hora de marchar juntos, de verdad, verdad

Se entra en un nuevo estadio político.

Tras el forcejeo previo entre las diversas posturas de las direcciones partidistas de la MUD, la oposición se ha transado unitariamente por la mejor opción, el referéndum.

Incluso la menos conflictiva de violencia social. Y con el mecanismo de mayor consenso internacional, que se ha decantado en tan poco tiempo por la presión popular que da el millón y pico de firmas recogidas en poco más de dos días.

Respuesta popular que como hemos dicho acaba de ratificar como mecanismo nacionalmente la vía pacífica, electoral y constitucional, e introduce algunos elementos de reflexión sobre lo inmediato e inevitable.

Ya que al lado de la necesidad de adoptar otras formas políticas de presencia, de lucha (como la anunciada presencia en la calle de Capriles, en las próximas 48 o 72 horas), es necesario que se despeje cualquier duda de que al fin toda la alta dirigencia partidista opositora va a asumir con unitaria presencia la actual situación.

Sin indeterminaciones y ambigüedades que mueven más bien a la confusión y la desmoralización que a la victoria.

Uno personalmente opina que trabajando a fondo y con todo el revocatorio es posible este año. Y esto es lo bueno de la política, que más que por cronogramas, está dominada por su propia dinámica.

Pero la dinámica requiere actuación.

Cuando las relaciones de poder en una sociedad no se contemplan de manera estática y sujetas a un modelo, sino funcionando activamente dentro de la interacción humana, estamos en la dinámica política.

De manera que hay que confiar. Hay que creer en la capacidad de acción.

Lo que cuenta es el orden político unitario, que debe sostenerse por encima de las discrepancias individuales.

Considerar que echando a andar a la ciudadanía cualquier fecha trastorna el movimiento revocador, es desconocer la política.

Revocar en cualquier circunstancia es un acontecimiento de la mayor importancia. “Es el 6-D multiplicado por mil”, decía alguien, porque hasta ahí dura.

Y jamás ese país será el mismo que este.

Maduro es un líder “entrópico”, con una tendencia natural al estado de desorden. Ante eso, sin ponerse fechas a priori, la oposición lo que debe es moverse y simultáneamente construir una plataforma unitaria en materia programática, conformada por los directivos principales de los partidos. (Tiene razón Fernando Mires: se trabaja sobre la última etapa del chavismo y ha llegado la hora de los pactos bilaterales entre PJ y VP), pero también de AD y UNT, ABP y María Corina.

Un encuentro del que se salga con una idea programática y un plan de gobierno para la coyuntura y el mediano plazo, para re-institucionalizar el país, que sería el primer objetivo a construir.

Y que en cierto sentido ha comenzado a plantearse, y en alguna forma a construirse. Porque estamos llegando al llegadero y hay que decirle al pueblo qué se va a hacer, cómo y con quién. Y a debatirlo en todo el país con las direcciones políticas.

Existe el convencimiento nacional de que esto se acabó.

Y que la máxima fuerza que puede construirse hoy es la electoral… detrás del referendo revocatorio.

Y que la del golpe no va.

Hay que provocar, como me decía alguien, un debate real. Es decir, consensuar la toma de decisiones con los actores reales. Los afectados por la crisis. Cuando no se logra consenso en la toma de decisiones de Estado tendemos a la fragmentación actual.

En la “zona de desesperación” hay como 29 millones de personas.

Y la solución no es inmediata.

Maduro no puede disparar contra los relojes, como los revolucionarios franceses apenas levantadas las barricadas, para que el tiempo se detenga y el irrepetible instante sea la eternidad.

No es él, somos los venezolanos, quienes encarnamos el tiempo.