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Al límite // Sobre crisis y populismo; por Luis García Mora

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Hay que calmarse.

Uno tiene que calmarse para escribir esto.

Miramos a Rusia y a Estados Unidos pactando con Siria una tregua de un día en dos provincias –donde se produce una matanza de civiles, se bombardean hospitales–, y nos devolvemos acá, donde no hay guerra, pero donde igual no hay medicinas, alimentos, luz ni agua.

Aunque en febrero se anunciaba, ante los miembros del Estado Mayor, la elaboración de planes para enfrentar a “nuestros” enemigos internos y externos, en una inminente “guerra de cuarta generación, guerra no convencional y estrategia de Estado fallido”.

Con la consiguiente creación (sobre la marcha) de unas Fuerzas de Acciones Especiales.

Frente a una fantasía de invasión norteamericana que a Chávez le hizo saltar en el Ávila, y en la que se estaría enfrentando una tecnología ultra moderna de digitalización de blancos, áreas, desde satélites en el espacio exterior.

Por Dios.

Que si el pueblo y la unión cívico militar de la milicia bolivariana y la “rebelión popular” anti oligárquica y la “conciencia patriótica revolucionaria”, cuando el país está sumido en una monstruosa escasez de alimentos y medicinas, sin contar con la amenaza del colapso eléctrico.

¿Qué le pasó a nuestros militares que están tan fuera de la realidad, de lo que realmente pasa y puede pasar?

La magnitud del desastre de las empresas básicas que generan energía –de acuerdo con el informe de la comisión parlamentaria del área–, es de una dimensión “que no nos imaginábamos”.

Matar a un médico en Siria y matarlo profesionalmente aquí es lo mismo para millones de venezolanos sin nada. Y aclarémoslo, no es contra el “imperialismo yanqui” que guerrea fantasiosamente Miraflores: es contra nosotros, individuos de a pie.

Maduro se debate entre el colapso eléctrico y el referéndum revocatorio.

Con tres millones de empleados públicos sumándose a los millones de desempleados orgánicos que atiborran las espantosas colas de mercados y supermercados.

Ahora solo trabajan dos medios días semanales.

Al jefe del Estado únicamente se le ocurre una invocación al patriotismo y a Dios para apagar la luz con una “visión racional, humanista, de protección”.

Tremendo actor.

El Gobierno interpreta la última telenovela de la producción “revolucionaria” nacional.

¡Cómo hablan!

Y ¡nada! ¡Nada de colocar al país y la crisis en perspectiva!

Fueron capaces de destruir PDVSA, de abandonar el Guri, y ahora se trabaja dos mediodías a la semana.

Toda la política actual (dentro y fuera de Miraflores) gravita alrededor del agua. Y en la decisión de racionarla (que es política) y tiene una importancia mayor.

No se puede esconder una represa. Está ahí. Y en términos de importancia política podríamos asimilarla a la muerte de Chávez. A menos que la lluvia que comienza se extienda torrencialmente a las cabeceras de los ríos, y no pare.

En Maracaibo hay prácticamente un toque de queda. Es decir, está tomada militarmente. No hay luz y la luz lo es todo en un país.

Luis Ugalde pregunta con agudeza, en lo que sería su sermón de la Montaña, aquí y ahora:

¿Dónde están los estadistas?

Esos dirigentes, esos líderes (de lado y lado) con la capacidad de superar la parcialidad electoral inmediatista y el beneficio personal o partidista, con visión y voluntad de país que reten y convenzan a la sociedad y susciten una creatividad nueva e inclusiva.

Insistiendo en la necesidad perentoria de un gobierno de salvación nacional, capaz de hacer más con menos, de tomar decisiones difíciles y de “responder al país que a gritos silenciosos pide reconciliación”.

Por ahora, la decisión (aunque tardía) del CNE de entregar las planillas y abrir las compuertas al revocatorio (cuyo anhelo nacional es evidente), drena energía. Y hay que drenar, drenar esto.

No se puede obstaculizar más aquello de abrir la espita. De desactivar la bomba social.

Y es un clamor:

Se necesita un gobierno de transición.

ADENDA

Entretanto se rompe la burbuja revolucionaria.

Estalla el populismo antiliberal del Chávez engolosinado de petrodólares que eludía las reglas establecidas, el espíritu inherente al Estado de Derecho.

Se rompió. Se acabó.

Llegó la realidad. La quiebra por el abuso, el despilfarro de los recursos.

Atrás quedó esa ansiedad de espiritualización con rituales y brujería.

Ahora se manda a la gente para su casa, pues desde aquel reality “revolucionario” se destinaban 60 mil millones de dólares al sector eléctrico que caían en manos de la corrupción y se malgastaban hasta dejarnos en la inopia.

Maduro se empina, lucha (se le ve sudándola dentro de sus camisas de rojas) por colocarse por encima de sus posibilidades populistas.

Populismo que no entiende la oposición.

La oposición se contenta con usar el vocablo como epíteto y con connotaciones políticas infelices y negativas cuando abarca una visión del mundo resistente, dura y eficaz en manos diestras y siniestras.

Deberíamos saber que Chávez emergió como una reacción (populista) a una fase histórica que gran parte de nuestra población vive como una crisis debida a la fragmentación de la comunidad venezolana y a la pérdida del sentido de sus valores.

Evoca una idea de comunidad. El populismo no es en absoluto una ideología individualista. Es por el contrario, comunitaria. Y encarna un anhelo de regeneración basado en la voluntad de devolver al pueblo (tomado como un conjunto unitario e indivisible) la centralidad y la soberanía que le han sido sustraídas.

Y el que lo usa (como Chávez, como Hitler, como Fidel o como Le Pen) ambiciona a trasplantar los valores de un mundo del pasado (nuestros libertadores, nuestros héroes, militares, no civiles) idealizados en un mundo de armonía e igualdad social (que no existe, que jamás existió), proyectado a la situación actual.

Y en su manipulación, es a partir de esa idea de pueblo contenida en él que se levanta el discurso populista, con una convocatoria directa como fuente de soberanía política, por encima de toda representación.

Al punto que resulta inconcebible hablar de populismo fuera de un contexto ideal democrático: es decir, como afirma el italiano Loris Zanatta: fuera de un contexto donde se haya afirmado que la fuente del poder reside en el pueblo. Y no puede vivir el populismo en contextos culturales que no admitan la soberanía popular como fundamento del orden público.

Es natural entonces que el populismo se “invente” su pueblo y pretenda identificarlo con “el” pueblo pueblo, simplemente.

“Yo soy Chávez, yo soy el pueblo”. Como Perón, como Cristina o Berlusconi: como Maduro ahora.

Una categorización a la que el político democrático nuestro, desde Rómulo Betancourt, Jóvito, CAP mismo o Caldera, jamás se acercaron. Obnubilados quizás por el lógico y matemático discurso socioeconómico en boga desde las canteras académicas.

SIN ENTENDERLO

Y aparece ese discurso populista cuando, por ejemplo, es el pueblo soberano privado de sus derechos por una clase política que ha asumido las formas de una oligarquía autorreferencial.

Entonces se vende una connotación de pueblo desde el populista como un organismo viviente. Monolítico. Natural. Indiferenciado.

Y que ya existe en la naturaleza como comunidad formada por la historia y con una identidad “esculpida en piedra”, como dice Zanatta, porque está compuesta por vínculos históricos y lingüísticos, morales, espirituales o territoriales.

Y por ello, porque están unidos por un destino común, tiene un rico potencial evocador.

Esa palabra: pueblo, que a veces desprecian por ignorante. O bárbaro. Ese lugar (esa gente) impregnado de emociones y símbolos. Donde la armonía y la homogeneidad de los orígenes se preserva idealmente a través de rituales precisos.

Por eso el populismo “esencializa” a su pueblo, inventándole una historia y un destino común, que preceden a su transformación en comunidad política. Y no como una asociación voluntaria de individuos iguales que, teniendo en cuenta las respectivas individualidades, discuten y negocian leyes e instituciones que regulan la vida en común.

De ahí que el populista se presenta como expresión de una democracia más pura.

Una democracia que se expresa en las relaciones sociales (que nuestros dirigentes no cultivan con el ahínco y la permanencia debidos), donde promete restablecer lo que sus adeptos califican de un orden justo y adecuado.

Rechazando definirse por la existencia de partidos, del pluralismo informativo, de la separación de los poderes del Estado. Para el populista, la democracia es aquella en la que el pueblo, “su” pueblo, es el único que posee la “virtud”, y ofrece recuperar la soberanía usurpada por las élites políticas y sociales.

Y cuando los representantes del pueblo son percibidos como “ellos”, entonces los ciudadanos empiezan a ser más sensibles a un discurso político en el que el populista es el maestro en marcar las diferencias. Y comienza a autodefinirse como “nosotros”.

Es su oportunidad de consolidación.

Y promete ser una expresión “directa” de ese pueblo, exenta de las intermediaciones de la clase política y de las instituciones representativas, que suele mostrar como trampas o engaños formales.

Ojo: se establece como reacción a la percepción de una crisis, de fragmentación, desunión y disolución de una comunidad homogénea.

Como ocurre hoy.

Cuando se produce una progresiva inclinación de la balanza democrática hacia el polo constitucional en prejuicio del popular, con el que convive.

Polo constitucional que es el Estado de derecho, es decir lo que protege a los ciudadanos del poder arbitrario del gobierno de turno.

Ojo 2: En los sistemas democráticos ese pilar constitucional coexiste, como dijimos, con aquel que desciende en línea recta de la voluntad del pueblo, o sea con un polo popular sancionado por el voto.

Y cuando en un momento dado, una parte significativa de la población como la Venezuela actual, después de haber votado mayoritariamente por una Asamblea el 6-D, no ve que esos asambleístas (mas allá de agotarse en la fabricación de leyes) salen del Palacio Federal a guiarlos, digamos hacia la constitución de un decisivo referendo revocador del poder actual, en medio de una crisis histórica, madura la convicción de que el pilar constitucional ha traicionado la voluntad popular. Entonces se avecina “el momento populista”.

Y las expectativas se desbaratan.

Entonces se niega la legitimidad a los propios adversarios (como están haciendo Maduro & Cía.) y se obstaculiza la dialéctica política democrática.

Se pone en peligro la división de Poderes.

¿Cómo combates el populismo?

¿Cómo administras el desorden?

¿Cómo actúas?

Esta es la situación crítica del país. Y la única fuerza contra esto es la gente.

La única forma de que la gente asuma consistentemente la política, tiene que ver con que la causa sea justa con ella. Y la gran debilidad de la oposición es que nos quedamos a veces en el aspecto técnico del discurso.

Y sólo hablamos de fases, números y de procedimientos burocráticos a vencer, de los esquemas y lo abstracto.

Y no tocamos el ganglio.

El compromiso con el verdadero sufrimiento popular. Con el sufrimiento y la consciencia de gravedad. Con la sensación de que las soluciones no están cerca.

Con la crisis.