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Al Límite // Desechar las ilusiones, ¿prepararse para lo peor?; por Luis García Mora

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La oposición marchará el miércoles unida para exigir el revocatorio. Demasiado tiempo pasó sin que esto se lograse. ¿De qué estará hecha esta unidad?

Me dicen que Henry Ramos no acudió al cabildo abierto del 19 de abril porque consideró que era una plataforma de lanzamiento de la candidatura de Henrique Capriles. De ser cierto esto, nos daría la medida de la descomunal dimensión de nuestra tragedia política.

El factor de mayor estabilidad que ha tenido y tiene este gobierno, es la oposición.

Esta oposición y su tacañería política, que impide destrancar las salidas y se come a sí misma en la intriga y el combate microscópico, refriegas que a veces se tejen en el propio ombligo o desde el recinto familiar, de espaldas a un país que hace volteretas sobre el abismo.

De manera que moverse unitariamente el miércoles podría equivaler –Dios lo permita– a un nuevo comienzo, aunque en las primeras de cambio no vaya a colapsar la ciudad por la multitud.

Para uno es refrescante, revitalizador ver que al frente de la convocatoria del miércoles aparezcan rostros juveniles como los de Stalin González (UNT), Juan Requesens (PJ) y Freddy Guevara (VP), esperamos que indóciles. (Estamos a tiempo aún).

Intuimos que si lo dejan, el Gobierno no va a hacer ningún cambio en sus políticas públicas fallidas hasta 2018. Para que ocurriera algo tendrían que cambiar muchas cosas y eso no parece posible.

Pero el referendo revocatorio como mecanismo, lo saben todos, no entra en el esquema de rechazo del TSJ. La enmienda sí, si el TSJ no salta la talanquera, para lo que tendría que surgir un escenario nuevo.

El revocatorio no constituiría un impeachment a lo Dilma, sino algo más o menos rutinario dentro de nuestro esquema constitucional. El proceso debió haber arrancado en enero, estamos casi en mayo, y no sabemos si el Gobierno lo dejará hacer.

Los hechos presionan. Al TSJ y a las FAN (¿que pueden reprimir hasta 2018?)

No sabemos qué grado de erosión ciudadana (humana) puede propiciar esta crisis económica, política y social, para empujar un desenlace antes.

Ellos tampoco. Creemos que el gobierno está dispuesto a reprimir. De acuerdo con el instructivo filtrado a lo que queda de opinión pública esta semana, el llamado “Plan Guaicaipuro” (que según, antes fue la denominación militar de un plan de conflicto bélico con Colombia), se trata de un entrenamiento especial para el uso “controlado, progresivo y  diferenciado de la fuerza cuando exista el estado de necesidad…”. Sabiendo uno que desde enero de 2015 está en vigencia aquella resolución que deja abierta la posibilidad de utilizar armas de fuego en contra de manifestantes.

Los tres primeros meses de 2016 cerraron con más de mil protestas focalizadas. Y 31 funcionarios castrenses asesinados, 7% más que el año pasado. Lo que ha obligado esta semana a Min Defensa a exhortar a los militares a extremar medidas de seguridad personal, pues se han convertido en un foco de la mega hampa común, que actúa a plomo limpio, los mata y desvalija.

Un semanario político con Padrino López en la portada, se preguntaba: “Padrino ¿disparará contra el pueblo?”.

Claro está, nos acercamos a una situación de desajuste virulento, y la FAN está dispuesta a actuar, de tal manera que olvídense del primer trimestre de 2014. Y súmese al desajuste social el desajuste delictivo.

El problema para el Gobierno no va a ser la presión internacional, que más bien le servirá para atrincherarse.

Revocatorio o 2018, es el dilema. El grado de imponderables es alto. Y la situación de la oposición (su desunión política) es obstructiva. No sólo táctica, es estratégicamente irracional.

Ni en Washington saben con quién acordarse en la oposición. Para algunos “es como tratar de entenderse con un montón de “niñitos bien”, encerrados con un solo juguete en la misma habitación”.

No se les nota permeabilidad hacia la crisis hasta ahora. El miércoles debería cambiar la función.

Como dicen, los venezolanos han sido pacientes al extremo.

Sólo se negocia de poder a poder. Y no desde sonrisitas burlonas.

Y, cierto: muchos se preparan para lo peor.

Unidad y Representatividad

Somos volubles e impredecibles. Volátiles e intermitentes.

Nuestras demandas, que se han vuelto complejas y fragmentadas al extremo de que, para nosotros como para el resto del país urbano (casi todo), la política se ha desideologizado y personalizado al mismo tiempo.

Da la impresión de que no se vota en primer lugar a un partido (sea PJ, AD, UNT o VP) o al programa, sino a (o contra) la persona, dentro de la aceleración del proceso de cambio.

Un proceso social, político y económico que afecta igualmente a los agentes políticos. Y a los partidos, a los que evidentemente se les ha hecho difícil alguna racionalidad estratégica mínima, ante cierto ocasionalismo de las decisiones de una dirigencia también volátil.

Y hasta frívola, en lo que a responsabilidades históricas se refiere.

La distancia entre los partidos y los ciudadanos ha aumentado. Y los primeros han priorizado –más desde que Chávez llegara al poder– su papel como instrumentos de gobierno en detrimento de su función representativa.

Como decía alguien, son entes cuya vocación se centra más en alcanzar el poder que en conectar con la gente y representarla.

Su función de identificación y representación de los intereses y demandas sociales, es exigua. Tanto, que a veces no son incapaces incluso de percibirlas. Y en el caso “chavista”, igual. Se han convertido en actores que se dedican a mandar, a ejercer a su manera el poder, más que a representar.

PJ, AD, UNT o VP son débiles porque no han sido capaces de cumplir las expectativas de representación, orientación, participación y configuración de la voluntad política que se espera de ellos.

Los partidos, como moderna fuente y sostén de la democracia moderna, aunque no lo hagan bien, tratan de asegurar que la influencia de los ciudadanos (de nosotros) no sea dispersa, episódica o desigual.

Los partidos no pueden presentarse solo como instrumentos para reforzar el poder de los políticos. Ello aumenta la confusión y decepción de los ciudadanos y evidencia una mayor fragilidad del sistema político.

Un vasco como Daniel Innerarity, catedrático y filósofo político y social,  nos dice que la política es débil, la política vive de la incertidumbre, la política está permanentemente expuesta, y en nuestro país su debilidad ha aumentado después de la exhibición de su impotencia para enfrentar el terror.

Sí, el terror. Soterrado. Larvario. Destructivo.

Recubierto con la máscara de lo popular. Lo sano. Lo justo.

Ha sido un error proscribir a la política a cambio de la anti política que trajo esta bofetada ideológica y militar. Que ha desmantelado lo público.

Y ya sin división de poderes, no hay instituciones que articulen la responsabilidad política. Aun hoy, en tiempos de indignación, nuestra peor amenaza consiste en que la política se convierta en algo prescindible.

Y terminemos por navegar al garete.

Además de las causas objetivas que justifican este malestar con la política, los políticos y los partidos, que van desde la incompetencia hasta la corrupción, casi 20 años de barbarie han terminado por cortar su cabeza.

Pero aun es tiempo.

Los que quieren destruirla (comenzando por los malos políticos), como los actuales gobernantes, están predispuestos a colaborar con la demolición y desmantelamiento de lo público.

Este acabamiento, de no pararse a tiempo, es la amenaza más grosera contra la posibilidad de que, como insiste Innerarity, vivamos una vida políticamente organizada, vale decir, “con los criterios que la política trata de introducir en una sociedad que de otro modo estaría en manos de los más poderosos: democracia, legitimidad, igualdad y justicia”.

Y lo que estamos tratando de criticar (de nuestros partidos, de nuestros políticos) es su distancia, su elitismo y su insensibilidad hacia los problemas de la gente, a la que en principio se deben y representan.

Los políticos son tan malos o tan buenos como nosotros. Es imposible, decía alguien, que unas élites tan incompetentes hayan surgido de una sociedad que sabía perfectamente lo que debía hacerse.

Deberíamos recordar el principio de que siempre que se impugna algo estamos en nuestro derecho de exigir que se nos diga qué o quién ocupará su lugar.

Y en este momento ello requiere unidad.

No sólo electoral, como es lo que ha conseguido la MUD. Unidad política.

Tangible. Concreta. Sin mezquindades. Alrededor de una profunda negociación interna supra partidos que adverse con inteligencia al gobierno.

El Gobierno no está corrigiendo la desgracia. Está administrándola.

Y la guerra de poderes a la que nos ha llevado exige unidad.