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In memoriam, Carmen Vincenti; por Rafael Osío Cabrices

Carmen VIncenti

La conocí como profesora de literatura en la USB y como ensayista con su nombre español prestado: Bustillo. La conocí de nuevo, más adelante, como narradora con su nombre verdadero, el corso, Vincenti. Antonio Cova, ya muerto también, me habló de Noche oscura del alma, esa novela de Carmen en la que contaba historias sobre diciembre de 1999, una desgracia de la que tantos venezolanos tampoco quieren oír hablar. Jubilada, mirando Caracas desde un apartamento sobre un barranco, fumando, leyendo y escribiendo todo lo que antes no había podido escribir, Carmen se las arregló para llenar sus últimos años de muchos libros de ficción en varios géneros y distintas editoriales. Escribió sobre el presente y sobre el pasado, y buscó respuestas, y más preguntas, y lo hizo con un lenguaje abundante y preciso, yendo incluso a la pedregosa isla de sus ancestros para contar, en Bajo las ruedas del tiempo, cómo aquel pueblo de bandoleros y campesinos oprimidos vendría a ser tan relevante en el Oriente de Venezuela.

Pienso en Carmen Vincenti, en cómo sonreía cuando escuchaba una buena idea, en cómo guardaba en el congelador jarras vacías para servir en ellas una cerveza que nunca se calentara, en cómo sus amigos intentaban defenderla de la indiferencia de una sociedad tan ocupada en enaltecer a los peores que siempre olvida siquiera conocer a los buenos. Pienso en ese país del que sólo conocemos pérdidas, mucho más cuando se ve desde lejos, como lo estoy haciendo yo desde un confín de hielo. Pienso en esa vieja imagen del lenguaje como moneda y en que estas líneas pueden ser también ese óbolo que se ofrendaba para el rostro silencioso de los que ya no dirán nada más. Una moneda para pagar al barquero. Yo no sé dónde está ahora Carmen Vincenti ni si este centavo le servirá de algo: sí sé que sus libros nos han servido a nosotros, a quienes los hemos leído y admirado, y que se lo tendremos que agradecer mientras estemos nosotros también en esta orilla.