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País del Sagrado Corazón; por Santiago Gamboa

País del Sagrado Corazón; por Santiago Gamboa 640

Muchas cosas me han sorprendido, irritado o divertido de la vida cotidiana en Colombia, a la cual me incorporé este último año. Por ejemplo, la increíble influencia de Estados Unidos en lo frívolo. Poco se habla de los debates intelectuales o sociales de Nueva York o San Francisco, pero si tres carros se estrellan en un centro comercial de Miami aparece en todos los noticieros. La farándula gringa es casi una raza superior, y el colombiano que sea recibido en ella, por el motivo que sea, acá es venerado como un semidiós. Y algo más: en Europa se suele decir que el colombiano habla bien, con un español rico y abundante, pero al llegar se oyen verdaderos adefesios lingüísticos por el extendido uso de anglicismos (siempre esa gota un poco arribista con el inglés). Por la radio se oye decir “controversial” en lugar de “controvertido”, y expresiones como “hace sentido”. Alguien ya usó “resorte” referido a un hotel de playa. En los bancos una cuenta es un “producto”. En ciertos mostradores atienden a la voz de: “¿Qué puedo hacer por usted hoy?”. Y el paroxismo: en el aeropuerto hay “Centros de Redención” (de millas). Por supuesto, pronunciar el inglés con acento perfecto, así no venga a cuento, es marca de pertenencia a la élite, pues revela estudios en colegio bilingüe (caro).

El Síndrome del Ciclista, la actitud de moda en la sociedad; por Alberto Salcedo Ramos 3202Pero también hay debates que eran impensables hace unos años, como el cambio de lenguaje con la comunidad LGBTI. Hoy los jóvenes ya no usan esa frase que, en mi adolescencia, era de uso diario: “¡No sea marica!”. También me entusiasma la polémica sobre “Usted no sabe quién soy yo”, frase que, como dijo Alberto Salcedo Ramos, debería estar inscrita en el escudo nacional en lugar de “Libertad y Orden”. O el cambio de percepción hacia la guerrilla debido al proceso de paz. De repente Colombia se dio cuenta de que los integrantes de las FARC no son diablos con cuernos y, más increíble aún, ¡también son colombianos! A pesar de los desacuerdos y resabios, que una popular revista ponga en su portada a Timochenko o un noticiero entreviste a Iván Márquez evidencia que la sociedad ya está madura para este paso trascendental. Y ya que estamos: ¡es irritante el modo en que los noticieros abusan con la publicidad!

Hablando del periodismo, ésta es una de las características más curiosas del país. A diferencia de otras naciones, en Colombia los aristócratas y la gente de alcurnia son todos periodistas. Empezando por el presidente y su estirpe, o la estirpe de los López, la de los Gómez Hurtado, los Caballero o los Samper, en la capital. Por eso los extranjeros dicen que acá es más fácil conseguir cita con un ministro que con un jefe de medio, y la gala local de los premios de periodismo equivale al besamanos de la reina en el palacio de Buckingham. Es la oligarquía y esto le da un sentido especial a la libertad de prensa. Una controversia como la de esta semana, centrada en el periodismo (¿y en la brutal homofobia nacional?), hace rodar cabezas y provoca tres sonadas renuncias.

Y por cierto, ¿lo sabemos realmente todo sobre ese oscuro hecho que culminó, cual Reality Show, con la pareja de la mano defendiendo los sagrados valores de la familia y la esposa transformada en exorcista, dispuesta a sacar del “error” a su cónyuge poseído por el mal?