Artes

Las armas y las letras; por Piedad Bonnett

Por Piedad Bonnett | 23 de febrero, 2016

Las armas y las letras; por Piedad Bonnett 6402La editorial Icono acaba de re-editar ELN, La guerrilla por dentro, de Jaime Arenas, el líder estudiantil y exguerrillero que fue asesinado en marzo de 1971, a sólo dos meses de haber publicado este libro, por los que fueron sus compañeros de lucha. La publicación resulta muy oportuna ahora que esta vieja guerrilla está otra vez en la mira del país por sus acciones violentas y sus posibles intenciones de comenzar diálogos de paz; y porque el 15 de este mes se conmemoraron los 50 años de la muerte de Camilo Torres mientras luchaba, precisamente, en las filas del ELN.

El libro de Arenas tendría que ser leído por todo colombiano que se interese en la historia reciente del país, porque es un testimonio minucioso, rico en hechos, cartas y manifiestos, que leído a la luz de hoy resulta muy impactante; pero también porque ilustra bien los sueños de un grupo de jóvenes de su generación, como el mismo Arenas, sus sacrificios, errores y fracasos, y la maquinaria implacable de la guerra y sus retorcidos caminos. A sus tempranos 30 años Jaime Arenas era, como nos revela el libro, un hombre de convicciones, que no renunció a sus ideas revolucionarias a pesar de su desencanto de la guerrilla; un intelectual consistente, que apoyó sus creencias en múltiples lecturas; un analista sereno, que escribía muy bien; y un valiente, que se atrevió a denunciar los excesos autoritarios de la cúpula del ELN, convencido de que la argumentación iba a ganarle a la fuerza. Pero Arenas se nos revela también como el militante que cae en la tentación de la lucha armada, capaz de registrar fríamente la muerte violenta del enemigo como un mero avatar de la guerra, ya que estaba convencido de que matar en nombre de un mundo mejor es un derecho.

Arenas nos muestra paso a paso cómo un grupo de jóvenes estudiantes llega a la decisión, impulsado por el sueño de la revolución cubana, de que la lucha armada es el camino para acabar con la injusticia social. Y analiza las torpezas del establecimiento, que no encuentra caminos de diálogo; las críticas de algunos sectores de la izquierda contra el “aventurismo” revolucionario de los que optaban por irse al monte; el idealismo de Camilo Torres, su liderazgo que arrastraba multitudes y la miopía de los jefes guerrilleros que lo llevaron al frente de combate; la rigidez de una parte la iglesia –que tuvo, sin embargo, la claridad de decirle no a los métodos violentos–; el oportunismo de los políticos tradicionales alrededor de Camilo; la eterna historia de las luchas internas dentro de la izquierda; las improvisaciones tácticas de los mandos guerrilleros, y finalmente, los excesos autoritarios de Fabio Vásquez, el miedo de sus subordinados, la obsecuencia, la traición, y la locura y el dogmatismo que acaban en el fusilamiento de algunos de los más valiosos líderes de esa guerrilla.

Jamás debió imaginarse Jaime Arenas que el movimiento guerrillero que contribuyó a crear iba a durar tantos años, y menos aún, que 50 años después aún persistirían en el país las desigualdades que aquellos jóvenes pretendían combatir; y es que la guerra, en la que una parte del ELN aún se empecina, no sólo no logró su cometido de hacer de este un mejor país, sino que ha sacrificado inútilmente a mucha gente.

Piedad Bonnett 

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