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Memorias de una reportera del Congreso; por Mari Montes

Memorias de una reportera del Congreso; por Mari Montes

Fotografías del Congreso entre 1976 y 1984. Haga click en la imagen para ver una fotogalería de la memoria visual del Congreso de la República

El saber popular dice que hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan.

Pocas veces cuento cómo fueron mis días como reportera en la fuente política. Me tocaron los años de la crisis interna de Acción Democrática que generaron los casos de corrupción en la gestión de Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez 2, incluidos El Caracazo y las dos intentonas de golpe de Estado de 1992 y, más tarde, el juicio por malversación que provocó su renuncia a la presidencia y posterior prisión.

Fui reportera de radio y de televisión. Mis fuentes eran AD, Congreso y Consejo Supremo Electoral. Así fue desde 1989 hasta 1993, los años que voy a recordar en estas líneas: lo que quiero contar, porque lo viví, es cómo eran las cosas para los periodistas en aquellos días tan difíciles, eso que recuerdo.

Las evaluaciones y cantidad de libros, con verdades, mentiras, mitos y más que se han publicado sobre “el puntufijismo” y la llamada Cuarta República, sus errores y sus vicios, se cuentan por decenas y en varios idiomas.

Pero también hubo virtudes y no debemos olvidarlas. Volver al pasado no siempre significa un atraso o algo horroroso. No hay que tenerle miedo a rescatar lo que fue bueno, como cuando los periodistas andábamos libremente por todo el Palacio Federal Legislativo, desde el Salón Elíptico hasta la mismísima Presidencia del Senado (o sea: del Congreso) o de la Cámara de Diputados.

Escuché varias veces a Ramon Jota Velazquez, sentada en la curul contigua, contarme sobre Diógenes Escalante y sus fascinantes días de reportero. Subía a la Presidencia en el Hemiciclo a preguntarle algo a Pedro París Montesinos en el Senado o a Moises Moleiro o a Ramón Guillermo Aveledo en la Cámara de Diputados. Teníamos acceso a todo y a todos, tanto en el Palacio como en Pajaritos, donde funcionan las oficinas administrativas y las comisiones.

Se hacían las preguntas que había que hacer, por incómodas que resultaran. Se opinaba en los programas de radio y televisión. En el Congreso habían interpelaciones, los ministros rendían cuentas, las comisiones funcionaban y los periodistas conocían la agenda.

La información fluía y se podía investigar.

Una vez, en su discurso por el Día del Periodista, Paulina Gamus dijo que entre periodistas y políticos había “una relación amor-odio”. Algunos lo interpretaron mal, pero bien sabíamos los del Congreso a qué se refería la elegante diputada de Acción Democrática, quien era accesible y respetuosa de nuestro trabajo.

Las noticias de aquellos días no eran favorables al partido de gobierno. Ahí están los archivos. Y si bien hubo casos de censura, como después de la intentona de febrero de 1992, o agresiones y amenazas, que también se denunciaron, en la hemeroteca están las pruebas de cómo era la libertad de expresión en aquellos años. Con recordar que el Premio Nacional de Periodismo lo ganaron José Vicente Rangel, Eleazar Díaz Rangel, Jesús Romero Anselmi, Walter Martínez, por nombrar algunos, no habría mucho más que agregar. Aquella comisión que integraba el premio era verdaderamente plural.

Tambien Ibéyise Pacheco fue premiada por destapar con valentía el caso de la Manzopol, la policía paralela que José Manzo González manejó en los últimos años de la administración de Jaime Lusínchi.

No todo el en pasado fue malo. El acceso a la información, una sala de prensa en cada ministerio (no para hacer propaganda, sino para informar), sala de prensa y acceso al libro de novedades de la PTJ. No eran dádivas, sino una conquista del periodismo que se perdió en estos 16 años.

El satanizado Pacto de Punto Fijo estableció que si el Presidente era de AD, el presidente de la Cámara de Diputados era de Copei. Y viceversa. En la directiva siempre estaba el MAS, independientemente de su porcentaje en la votación.

Se trataba de respetar la representación de todos, no de matemática.

Por eso Moisés Moleiro o Argelia Laya llegaron con justicia a estar en esas “alturas”, bajo el arco tricolor de ambos hemiciclos del aquel Congreso bicameral.

Como en los tiempos que recuerdo el gobierno era adeco, el presidente de la Comisión de Contraloría era copeyano, junto a masistas y gente de la Causa R u OPINA. Así fue como Douglas Dager y Nelson Chitty pudieron hacer su trabajo de investigación y sus interpelaciones. A la mismísima Blanca Ibañez la llevaron a rendir cuentas frente a toda la prensa. Walter Márquez llevó a las víctimas de la Masacre de El Amparo y Enrique Ochoa Antich investigó los hechos de febrero de 1989. Así también se supo de los jeeps de Ciliberto y todos aquellos escándalos, incluyendo los que terminaron por llevar preso a El Junquito a Carlos Andrés Pérez e hizo que Jaime Lusinchi y su secretaria huyeran del país.

No olvidemos que eso también pasó. Estas historias se conocieron porque había independencia de Poderes y acceso a la información.

El pasado no es para borrarlo. Y mucho menos lo que fue bueno, las virtudes de lo recorrido, lo que representó conquistas para la civilidad y la convivencia.

Yo creo que no siempre se trata de cambiar de rostros, sino de actitudes, de maneras de accionar. Yo creo que los hombres aprenden de sus errores y que son capaces de evolucionar. Yo creo y respeto y valoro sus experiencias tanto como la pureza y el ímpetu de los jóvenes.

Hablando de jóvenes: siempre recuerdo a Teodoro Petkoff decir que “sólo los estúpidos no cambian de opinión”, como tituló su magnífica entrevista con el periodista Alonso Moleiro.

Teodoro, por cierto, era un orador que dejaba a todos en silencio. Y Moisés Molerio era un deleite. Con ambos había que, literalmente, coger palco. Y también lo eran Ramón Guillermo Aveledo, Hilarión Cardozo, Lolita Aniyar, Argelia Laya, Pedro París, Ramón Jota Velázquez, Oscar Yánez.  Y Aristóbulo Izturiz era muy buen orador, amigo de Paulina Gamus, solidaria con él en más de un momento difícil.

¡Me vienen tantas cosas a la memoria! Discursos, verdaderas piezas, como la que llevó uno de los mejores invitados que tuvo la tribuna de oradores en toda su historia: Luis Castro Leiva.

Deseo tanto que vuelva el respeto por el otro, el orden en las intervenciones, los discursos de altura.

Siempre, insisto, hay que evolucionar, mejorar, aprender de los errores y también de lo que estaba bien.

No hay que olvidar nada.