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La pérdida; por Antonio Ortuño

La pérdida; por Antonio Ortuño 640

Además de haberse desempeñado como promotor de la lectura, editor y director de un centro cultural en su ciudad (la Terraza 27, que funge como librería y sede de eventos diversos), el regiomontano Antonio Ramos Revillas (1977) ha construido una trayectoria narrativa que cuenta ya con logros tan altos como la entrañable novela “El cantante de muertos”. Ramos es un caso singular en las letras de su generación. Lejos de las pretensiones vanguardistas de algunos pero no del rigor formal, edifica con los materiales literarios más honestos que existen: la observación de su entorno, el oído presto para el lenguaje de la calle, la memoria incansable que vuelve reflexión el pasado y convierte la experiencia en un manantial de estímulos, la imaginación, en fin, que vertebra todo aquello como una ficción congruente. Ramos hace realismo del mejor tipo: del que se completa imaginando. Del que nos resulta más real y estimulante porque está permeado de ensoñaciones improbables.

Este 2015 nos trajo una novedad en su bibliografía. “Los últimos hijos”, publicada por el sello oaxaqueño Almadía, es una novela cruda, oscura, durísima, que no requiere de narcos ni de mafias para perfilar la tenebrosidad infinita de la sociedad en la que vivimos. La novela narra, en pocas palabras, la historia de Irene y Alberto, una joven pareja que ha sufrido la pérdida de un hijo y, afectada hasta la entraña por ella, entra en una espiral enloquecida en su intento de recuperación. La primera estación es la locura: el uso de unos adminículos llamados reborns, que no son sino bebés simulados. La segunda, que no revelo abiertamente para beneficiar la duda y el misterio que requiere la lectura este libro, los arroja a una escapatoria dolorosa, un segundo hundimiento. Destaco, para redondear, tres asuntos principales. Uno: hay en la prosa de Ramos una sensibilidad casi única ante la infancia y sus temas (no en balde es un autor de estupendas historias infantiles y juveniles, y ha trabajado por años en la cercanía de los llamados “primeros lectores”). La capacidad del regiomontano para transmitir la fragilidad que rodea esas vidas en formación es admirable. Dos: el lenguaje. Ramos Revillas ha consolidado un estilo en el que conviven con naturalidad la oralidad, la naturalidad vaya, con la elaboración y el esteticismo. Con sapiencia narrativa, alterna una y otra fuente y consigue sorprendernos lo mismo con giros coloquiales que con recursos librescos en sus frases y diálogos. Tres: pocos autores de esta generación, y los cuento, como quiere el refrán, con los dedos de una mano, poseen la conciencia de los arcos dramáticos de sus historias que tiene Ramos. En una época de ficciones más preocupadas por el lucimiento posmo de la prosa que por la eficacia narrativa y el diálogo con el lector, esto me parece un mérito mayor.

Esto redunda en que “Los últimos hijos” sea una experiencia de lectura muy grata: tensa, emotiva, con un ritmo hipnótico y una profunda oscuridad central. Antonio Ramos Revillas, en resumen, ha escrito un libro memorable.