- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

A la sombra del desamparo; por Mílitza Zúpan

Fotografía de Roberto Mata

Fotografía de Roberto Mata

Suena el despertador, lo desactivo y abro Twitter en mi teléfono. Esta es una costumbre que forma parte de mi rutina desde hace más de un año, cuando me di cuenta de que, si quería estar informada, era yo quien tenía que buscar la información porque los medios “normales” no me la darían. Me atrevería a decir que todos los días encuentro malas noticias relacionadas a mi país, unas peores que otras, pero la de hoy fue especialmente triste: Un niño de tres años que padecía de cáncer de pulmón murió porque su familia no encontró un medicamento que necesitaba.

No sé el nombre del niño, sólo sé que murió durante la madrugada y que desde hace días esa familia buscaba la medicina, y es en ese “detalle” donde está la tragedia: en Venezuela no se consigue ni esa ni otras medicinas relacionadas al tratamiento oncológico. No se consiguen en el Seguro Social, que es el organismo público que debería garantizar su distribución de forma gratuita, ni en Badan, fundación privada sin fines de lucro donde antes se podían comprar las drogas antineoplásicas que ahora escasean. Y supongo que a la familia tampoco se la podía mandar alguien que estuviese en otro país, porque hay restricciones para enviar medicinas a Venezuela.

Unas horas más tarde, también gracias a Twitter, me entero de que una niña que fue tratada por cáncer  tuvo una recaída, es decir, el cáncer reapareció en su cuerpo y de forma agresiva. La razón: la niña no recibió el tratamiento completo. No sé detalles, pero sí sé que en Venezuela no sólo es común que no estén disponibles todos los medicamentos que requiere un tratamiento con quimioterapia, también ha ocurrido que durante estos tratamientos se apliquen drogas vencidas.

Podría ir más allá y ponerme a escribir a profundidad sobre la desidia que reina en los hospitales, la falta de personal especializado, el mal estado de los equipos necesarios durante los tratamientos oncológicos o que ni siquiera en clínicas privadas funcionan los servicios que se requieren durante estos tratamientos porque no hay repuestos ni dólares para comprarlos. Podría ponerme a hablar de que en el Ministerio de la Salud se han presentado mil quejas a oídos sordos, de la ineficiencia de los gobernantes, de los culpables de esta tragedia, pero no tengo ánimos; a veces el corazón no aguanta tanta indolencia.

Cuando un niño tiene cáncer, toda su familia padece ese cáncer. Es una enfermedad dura cuyo tratamiento es igual de duro y no se termina con el último ciclo de quimioterapia ni con la última aplicación de radioterapia. Incluso años después hay que seguir monitoreando, revisando, analizando, por si acaso las células intrusas deciden regresar. A todo lo adverso que se debe enfrentar durante esos meses o años de convivencia con el cáncer, en Venezuela también hay que sumarle la angustia de no contar con los recursos necesarios para tratarlo.

Tres años tenía el niño que murió anoche, la misma edad que tenía mi hijo cuando recibió su última aplicación de quimioterapia. Nosotros corrimos con la “suerte” de que en ese entonces todavía había medicamentos en el Seguro Social y, si no había, se podían comprar en Badan. Pero esto no me hace sentir afortunada, ni mitiga el pesar que siento al pensar en lo que viven todos los enfermos que no tienen cómo tratarse, sean niños o adultos, pacientes con cáncer o cualquier otra enfermedad.

Me encantaría que a través del Niño Jesús, Santa, los Reyes, el Espíritu de la Navidad o los globos de los deseos se pudiese solucionar el drama de la salud en Venezuela y que nadie, absolutamente nadie más tuviese que vivirlo. No creo en soluciones celestiales, pero sí en que si aquellos que pueden tomar decisiones se ponen a trabajar, dejaremos de vivir a la sombra del desamparo.