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Colette Capriles sobre el #6D: “El chavismo tiene que preguntarse: ‘¿reforma o revolución?'”

Imagen tomada el 6 de diciembre, mientras se realizaban las elecciones parlamentarias. Fotografía de Verónica Aponte. Si desea ver toda la galería, haga click sobre la imagen.

Esta imagen fue tomada el 6 de diciembre de 2015, mientras se realizaban las elecciones parlamentarias. Fotografía de Verónica Aponte. Si desea ver toda la galería, haga click sobre la imagen.

Luego conocerse los resultados electorales de la cita comicial legislativa del 6 de diciembre, Prodavinci solicitó a Colette Capriles que respondiera tres preguntas que ayudaran a los venezolanos a visualizar mejor el panorama político con base en tres preguntas. Capriles, psicóloga social, profesora de Filosofía Política y Ciencias Sociales en la USB, realizó el siguiente análisis que compartimos con los lectores de Prodavinci.

1. ¿ Cuál es la lectura desde el punto de vista político que le das a los resultados de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre?
​Aunque el clima de opinión anticipaba una victoria de la oposición, el impacto ha sido inesperado. Creo que sobre todo por la participación altísima, que fue clave para que el sistema, que por diseño favorece a la mayoría, operara y produjera la mayoría calificada de 2/3 para la oposición. De hecho: la diferencia en votos a favor de la oposición es de 16 puntos (sí, claro, igualmente importante e inédita) y  la supermayoría de 112 diputados  enmascara que algo más de 40% votó por el chavismo. ​Sin embargo, ya el mismo hecho de que un sistema fabricado para favorecer a quien gobierna haya funcionado para castigarlo como lo hizo es interesantísimo: es justicia poética. ​

​Diría​ que un primer mensaje a leer en los resultados es precisamente una demanda de equilibrio, de moderación, de límites para un gobierno desbocado en el ejercicio del poder entendido despóticamente. ​​

Puede parecer abstracto, pero en eso que se llama el voto-castigo no hay solamente castigo a la pésima conducción económica; hay también censura a la arrogancia y al aislamiento de una camarilla que manda sobre un mundo imaginario que nada tiene que ver con las penurias inhumanas que padece cada venezolano. Hay un grito de auxilio, de desesperación. Y de nuevo: cuatro de cada diez votantes tiene dificultades para imaginar su futuro sin chavismo, a pesar de las dolorosas pruebas en contra. ​Pero, además del voto-castigo, hay que leer los resultados como una demanda de cambio aún más profunda; como si la sociedad quisiera empezar a salir de la suspensión de la historia que ha significado el chavismo, anhelando un nuevo comienzo como diría Hannah Arendt.

Los resultados trascienden la aritmética política y la interpretación en términos del combate político.

Hay otras consecuencias.

Han quedado muy heridos los mitos acerca de la impotencia del voto, acerca del fraude electoral, acerca de la escasa voluntad de los venezolanos para hacer la “apuesta institucionalizada”, que es como Guillermo O´Donnell definió la democracia. Y todo eso ya forma parte de la curación de esa fractura que nos separaba.

Ha quedado demostrada la distancia cósmica entre el planeta rojo, que la hegemonia comunicacional se empeña en mostrar, y la realidad que muerde y movió a millones de personas a querer cambiarla.

2. ¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta la oposición ahora que debe conducir la Asamblea Nacional?
​Yo lo definiría como la dialéctica entre cambio político y recuperación institucional​.

A la oposición, desde la Asamblea, le toca administrar esa demanda de cambio. Interpretarla, construirla en el lenguaje de la política y no ya sólo en el lenguaje de la urgencia.

Es muy complicado.

Por una parte, la gente está pidiendo un retorno del orden (en el sentido de la predecibilidad de las reglas ​del espacio público y en el sentido de la posibilidad de predecir ​su propia vida). Hay un estado generalizado de necesidad, de penuria, de impotencia, de falta, que hay que atender, lo que significa en términos prácticos acentuar el papel legislativo y de contraloría que competen al parlamento para encuadrar la acción del Ejecutivo y forzarlo a la profunda rectificación que es necesaria.

Por otra parte, hay (y se incrementará en la medida en que el gobierno persista en el desconocimiento de las instituciones y de la misma AN) una demanda de cambio político en el sentido de reemplazo de la conducción del gobierno, lo que conlleva grandes riesgos: que la idea de un nuevo comienzo termine convertida en un fundacionalismo tan voluntarista como el que trajo a Chávez y empezar todo de nuevo, olvidar que nos equivocamos, abortar ese lentísimo tránsito que está experimentando el chavista desde su admiración por la autocracia caudillesca hacia una nueva​, tímida​ estimación de las instituciones republicanas.

De modo que esa doble demanda, la del hoy imperativo y la del futuro condicional, deberían ser consideradas y sintetizadas en un programa de reforma o acuerdos básicos que sólo tendrá viabilidad bajo una atmósfera de negociación abierta con el Ejecutivo. Y en vista de todo ello hay que, precisamente, traspasar el primer gran desafío que la oposición tiene delante de sí: seguir construyendo una política unitaria y, sobre todo, consistente, sin que las diferencias internas (que las hay y las habrá) la obstaculicen; sino al contrario, negociando en su seno y ofreciendo capacidad de negociación hacia el gobierno.

3. ¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta el gobierno luego de la derrota de su partido en las elecciones del 6D?
​El primero es sin duda aprender a leer. Disponerse a descifrar el nuevo alfabeto que tiene ante sus ojos. ​Hasta ahora no lo logra, o no quiere hacerlo. Sin reflexión y examen de contrición no se le puede augurar un buen final a este ciclo político, que, quiérase o no, está aconteciendo.

Tiene que resolver el dilema entre integración a un nuevo ciclo o atrincherarse en su pasado; entre actuar pragmáticamente con el objetivo estratégico de convertirse en un movimiento sustentable para el cual estar fuera del poder no es una catástrofe, o continuar aferrado al poder ​que hoy todavía tiene, persistir en su fracaso económico e institucional, ​haciéndole pagar un costo enorme e innecesario a una sociedad exhausta.

De nuevo, como tantas sombras del siglo XX, el chavismo tiene que preguntarse: “¿reforma o revolución?”. Y no puede ser una pregunta retórica. La posibilidad de un gobierno insurgente contra las instituciones, a la vez gobierno y oposición, es sobre todo una amenaza para la gente que hasta hoy ha tenido suficiente espíritu cívico como para hablar con la fuerza del voto. Y una forma de suicidio que se llevaría consigo, como un cinturón de explosivos, a los inocentes.

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