Artes

Después de Vargas Llosa; Edmundo Paz Soldán

Por Edmundo Paz Soldán | 2 de noviembre, 2015
Después de Vargas Llosa; Edmundo Paz Soldán 640

Fotografía de radionacional.com.pe

Si tuviera que mencionar los libros que me empujaron a ser escritor, diría que fueron tres: Ficciones, La metamorfosis y La ciudad y los perros. Tenía catorce años, estaba en primero medio del colegio Don Bosco de Cochabamba y tuve la suerte de que mi profesor de literatura, Néstor Ávila, nos hiciera leer libros clásicos de verdad y no los resúmenes que circulaban en la mayoría de los colegios.

Vargas Llosa fue la narración de un mundo social que se parecía mucho al mío, con adolescentes similares a los que conocía en mi colegio y en el barrio de la Recoleta -siempre había un Jaguar y un Esclavo y un Poeta en todos los grupos-, y con un lenguaje que sonaba como el que yo hablaba todos los días: en sus páginas, la chompa era chompa y no suéter o jersey. En el programa de don Néstor también estaban los cuentos de Los jefes. “Desafío” y “Día domingo”, con sus rituales de aprendizaje a una masculinidad muy limitada -con una visión de la mujer como un trofeo por el que los jóvenes deben pelearse-, no han envejecido bien, pero a principios de los ochenta, para un chiquillo de catorce, sonaban como la verdad.

Poco después, fuera de programa, don Néstor me prestó La casa verde. Para el cumpleaños de mi padre, le compré La guerra del fin del mundo, que acababa de salir, porque yo también quería leerla. Había resuelto leer todo Vargas Llosa porque era el escritor que sentía más cercano de todos los que admiraba. Por eso no fue difícil que su espíritu rondara a la hora de asumir mi vocación. Una de mis novelas, Río Fugitivo, asume esa influencia explícitamente; a la hora de contar una historia de adolescentes rebeldes en un colegio católico de Cochabamba, era obvio que el modelo debía ser La ciudad y los perros.

Son muchos los vargasllosianos de mi generación. El peruano Jorge Benavides es el que más lejos ha llevado la exploración temática y formal de la obra de su compatriota. Benavides tiene novelas excelentes como Los años inútiles y Un millón de soles, en cuya estructura narrativa se percibe la influencia de Conversación en la Catedral. El crítico Robert Ruz ha estudiado las técnicas vargasllosianas que aparecen en la obra de Benavides; las más significativas son el diálogo “telescópico” y el “montaje del tiempo, de los hechos y el diálogo (creando a menudo la ilusión de simultaneidad)”.

Otros escritores y críticos que han seguido sendas abiertas por Vargas Llosa son Alberto Fuguet, que ha escrito Tinta roja también bajo el influjo de Conversación en la Catedral (Zavalita, el periodista joven con una relación conflictiva con su padre, el de la pregunta acerca de cuándo se jodió el Perú, es el personaje de Vargas Llosa del que más se han apropiado otros escritores); Iván Thays y Gustavo Faverón, que han reconocido sus deudas y su admiración más de una vez. En la siguiente generación son menos, pero también existen. Uno de los más apasionados defensores de su obra es el boliviano Wilmer Urrelo, que ha dicho, rememorando los días de su adolescencia protodelincuencial hasta el descubrimiento de La ciudad y los perros: “Vargas Llosa me salvó la vida”. La obra Fantasmas asesinos, ganadora del premio Nacional de Novela 2006, tiene deudas asumidas con La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral y Pantaleón y las visitadoras.

De una manera u otra, todos los lectores y escritores de las nuevas generaciones tenemos una deuda con Vargas Llosa. Todos recordamos ese momento epifánico en que lo leímos por primera vez. Por eso, porque gracias a él no volvimos a ser los mismos, celebramos su triunfo como el nuestro.

Edmundo Paz Soldán es escritor y es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Su más reciente novela se titula Norte (2011, Mondadori). Pueden seguirlo en twitter en @edpazsoldan

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