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Luisa Richter (1928-2015) entrevistada por Karl Krispin

El jueves 29 de octubre de 2015 falleció la reconocida artista plástica Luisa Richter. A continuación, como un homenaje a la creadora venezolana nacida en Alemania, compartimos con los lectores de Prodavinci una entrevista que Karl Krispin le realizó.

Luisa Richter (1928-2015) entrevistada por Karl Krispin 640

Fotografía de Destino Baruta.

Luisa Richter tiene una personalidad volcánica con erupciones de color, reflexión y donde la línea se le ha convertido en un recurso de aventura para descubrir la incógnita que le depara lo que llama la dialéctica del lienzo. A poco de llegar a Venezuela, fue descubierta por los ojos mágicos de Carlos Raúl Villanueva, Inocente Palacios y Miguel Arroyo. No se ha detenido ni un solo momento de su vida. En su pintura convergen la reflexión y el ensayo sobre lo que somos y explora hacia el centro mismo de la esencia humana. Sigue siendo rebelde como los grandes creadores y desde la abstracción que sembró en ella su maestro Willi Baumeister va tejiendo con poesía la tonalidad de un mundo al que se afana por desentrañarle la simbología de su representación. Su arte sufre de un ímpetu de quien se sabe sin conclusiones definitivas. No ha dejado que los reconocimientos, los premios o la sonrisa de la crítica le arrebaten la candidez de seguirse haciendo preguntas.

Lo primero que me gustaría preguntarle, es sobre su fecha de nacimiento.
Nací el 30 de junio de 1928 en Besigheim, ciudad medieval entre los ríos Neckar y Enz.

¿Cuándo comenzó su interés por el arte?
Mis primeras líneas se deben a que mi padre, quien era arquitecto e ingeniero civil, quería tener su tranquilidad para reflexionar y leer. Parece que yo era muy inquieta. Mi padre me dio algunos lápices cuando tenía tres años, morados, azules y negros. Yo tengo todavía esos dibujos en mi casa en Alemania, porque él se sintió tan feliz con esas primeras líneas mías, que las guardó. Esa fue mi entrada a la pintura. A los cinco años me dio escarlatina, dejándome con dificultades para escuchar. Eso fue algo que me abrió la posibilidad para estar conmigo misma. En ese tiempo dibujé, dibujé, y dibujé. Cuando entré a la primaria, recuerdo que el profesor mostró un conejo y yo me levanté de mi banquito, le quité la tiza y le dibujé en la pizarra nuevamente el conejo para demostrarle cómo se realizaba de verdad. Así es como se produce mi inicio hacia el mundo del arte que me ha acompañado toda mi vida. Para mí pintar es respirar, mi amante fiel.

Luego su educación formal la hace en la Academia Nacional de Artes Plásticas de Stuttgart.
Eso tuvo también su caminito, porque las escuelas en Alemania estuvieron cerradas por el final de la guerra, por la complicación y la desnazificación de los profesores. Al final del año 45, entré en la Waldorf-Schule de Stuttgart bajo la dirección de Rudolf Steiner, donde se acercó a mi mente el primer ensayo de la abstracción. En esta escuela tuvimos que reflexionar sobre tres: pensar, sentir y querer. Luego estudié fue en la Academia Libre de Merz en Stuttgart. Esta sembró en mí, el interés por el collage. El profesor Merz había botado al piso el ticket del tranvía y mirando hacia abajo la tierra y las hojas nos invitó a ver cómo los papeles y las hojas rojas del otoño formaban un conjunto no caótico. Formaban un collage. De Merz pasé a la Escuela Independiente de Arte de Stuttgart donde estuve hasta 1949 con los especialistas Hans Fähnle y Rudolf Müller y con Fritz Dähn, seguidores del postexpresionismo. En 1948 comencé en la Academia Nacional de Artes Plásticas también de Stuttgart, donde mi maestro sería Willi Baumeister quien como Kandinsky, fue uno de los fundadores de la abstracción. Baumeister fue muy amigo de Leger y Miró.

Cuando en 1949 hice el curso de admisión en la Academia Nacional de Artes Plásticas de Sttutgart me dijeron: tú no tienes que hacer un curso de admisión y no tienes porque tomar las clases primarias. Vete arriba, allá hay un profesor que se llama Willi Baumeister y le dices que te mandamos nosotros.

Cuando entré me dijo: “Luisita, de dónde vienes”. Yo respondí, “del curso de admisión”. Me enviaron con usted y así entré en el grupo de sus discípulos donde uno aprendía a pensar en relación a hacer pintura abstracta. Adicionalmente, para Baumeister era muy importante la comparación entre literatura, historia, arte y vida.

1955 es un año importante para usted porque llega a Venezuela. María Elena Ramos, ha dicho, con referencia a usted, que en lugar de un descubrimiento de América en su caso se dio un deslumbramiento por América.
El 55 fue para mí un año muy intenso. El 31 de agosto de ese año en el taller de Baumeister, abrí la puerta y lo encontré inmóvil frente a su caballete. Allí estaba un cuadrito de él y un cuadrito de Luisa Kaelber que era mi nombre en ese momento. Él no se movía y en sus manos tenía tres pinceles en la mano izquierda y uno en la mano derecha, en acción de pintar. De repente me acordé de lo que días antes me había contado sobre su amigo Fernand Leger que había entrado en la transición hacia la muerte en su estudio pintando. Me fui corriendo a buscar a la esposa de Baumeister, Margrit. Las dos entramos al estudio. Ella me pidió que sostuviese la cabeza de Baumeister y se fue a buscar al médico, el Dr. Dominick. Yo estuve sola como media hora con la cabeza de Baumeister en mis manos que estaba caliente todavía. Sola en este ambiente de lo existencialmente enigmático. Veía las obras que estaban allí, el ambiente que a mí me había producido tanta felicidad y aprendizaje de años. Cuando el médico entró, yo sentí que Baumeister se estaba yendo. Una semana después me casé en la casa de mi suegros en Berlín-Charlottenburg, de incógnito, porque mis padres no aceptaban mi relación con el que sería mi marido, Joachim Richter, por aventurero latinoamericano y ese mismo año, en diciembre me vine a Venezuela.

¿Cuál fue la primera impresión que tuvo al llegar a Caracas?
Mi primera impresión fue la siguiente. Me fui para Venezuela para reunirme con mi marido, quien se había venido antes. Cuando el barco llegó a la Guaira, resulta que mi marido no llegó a la hora para recogerme en el puerto, y cuando ya todos los pasajeros que salían para Caracas se habían despedido, el capitán me propuso que no desembarcara y que me fuera con él y que me casara con él. La vida siempre tiene esas sorpresitas. Entonces, cuando el barco ya estaba por zarpar de La Guaira, llegó un carro a toda velocidad del que salió mi marido diciendo que habían hecho una fiesta tan grande que se le había pasado lo de la hora. Entonces el capitán tuvo que sacar de nuevo la escalera para que bajara con las pocas cosas que traje cuando llegué aquí. Ya en tierra, empecé a ver los colores, a sentir los aromas entre el mar y tierra. Subiendo la autopista recién construida, me fasciné con los colores de la tierra en formación. Yo ya tenía la sensación del informalismo en mi mente unida a esta realidad descubierta en el ascenso a la ciudad. Yo gritaba “¡qué maravilla!, tengo que empezar ya a pintar”. Y mi marido me decía que por qué no lo veía a él sino solamente al paisaje. ¡Qué broma!

Entonces, ¿hubo ese deslumbramiento en lugar de un descubrimiento?
Era la fascinación y el encuentro de la luz y del color. Alguien escribió que para mí se trataba de un choque existencial entre Europa y Latinoamérica, entre Alemania y mi llegada aquí. Eso no fue así, para mí fue una fascinación visual mi entrada aquí en Latinoamérica.

¿Cómo montó su taller aquí en Caracas? ¿Cómo hace un pintor cuando llega a una ciudad para inmediatamente buscarse un espacio donde pueda vivir, vivir dentro de sí, me refiero?
Yo no busqué nada. Mi marido ya tenía aquí un rancho en los Palos Grandes y de las pocas cosas que había traído de Alemania estaban unas telitas que había empezado pero no terminado. Como yo nunca serví para ama de casa, en el acto Jochem me alentó a seguir con esos lienzos. Al cabo de muy poco tiempo mi marido me llevó otra vez a ver esos colores de la tierra. Me atrapó la luminosidad y el color de la tierra de un ambiente que yo no conocía y que nunca antes había visto.

Una cosa increíble: una mujer que llega en el año 55 a Venezuela, básicamente en el 56, a los dos años ya está en los salones oficiales de Venezuela y ya está exponiendo.
Es que, además, en el 57 me fui para Alemania a la casa de mis padres huyendo del matrimonio pero terminaría regresando a Venezuela. En el 58 sería invitada al salón oficial, pero lo interesante es que Miguel Arroyo me invitó entonces para una exposición individual en el año 59, que tuvo una resonancia tal entre mis colegas que en el año 1960 tuve también una individual en Bogotá en la Galería Buchholz.

Además de Miguel Arroyo, Inocente Palacios y Carlos Raúl Villanueva, ¿quiénes fueron sus primeros contactos dentro del mundo creativo en Venezuela en esos años iniciales?
En los años iniciales en mi casa aterrizó Maruja Rolando de Roche, la mujer de Marcel Roche, quien estudió pintura en Nueva York y a ella le contaron que aquí había una alemana que pintaba todo el tiempo. Las dos hablábamos sobre Malraux, Beckett, Kafka, Ionesco, Genet. Tuvimos una bella amistad con Marcel Roche, a quien le gustaba bailar conmigo sobre la mesa. Yo no me senté en una esquina a aprender gramática y palabras en castellano como mi marido esperaba, sino me puse a pintar todo el tiempo y cuando leía, era filosofía y poesía, y no lecciones del castellano. Maruja entró en el mundo de la abstracción. Ella tenía amistad con un pintor, Iván Petrovsky. También se aparecía de vez en cuando el pintor yugoeslavo Milos. Como a mi marido le gustaba mucho tocar guitarra y la música de Benny Goodman, surgieron muchas reuniones en esos primeros tiempos.

En esos primeros años de su pintura se habla del informalismo.
Yo pinté en esa época los Cortes de tierra inspirados e lo geológico. Juan Calzadilla comentó que, en realidad, yo introduje a varios pintores venezolanos en eso que se llamó después el informalismo venezolano.

Háblenos de su primera exposición individual en el año 59, con esos dos cuadros emblemáticos que fueron el Jeroglífico y el Gilgamesh.
Los títulos para mí siempre han sido casualidades de algo que ha surgido paralelamente en mi vida literaria o en mis reflexiones. Lo anecdótico nunca lo he expresado. Tanto Jeroglífico como Gilgamesh fueron simbolismos de una reflexión, el eco de una reflexión.

¿Cuáles, en su criterio, serían las etapas visibles de su pintura? Porque en los 60 fue tachista también y continúa un poco lo que había dejado en Alemania, una especie de postexpresionismo.
Eso de las definiciones de los ismos…

Siempre son antipáticas, estoy de acuerdo con usted.
Esos son criterios más para los curadores y los críticos de arte. Claro, uno vive su tiempo, eso del tachismo representa un juego con la libertad de la línea y el impulso de la pincelada. También fue una consecuencia del hecho que nosotros vivimos en la posguerra. Nosotros acercamos la filosofía existencial y el budismo zen. Esos hechos de liberación que llamaron luego el tachismo, eran un encuentro con el individualismo. Expresaban una intensidades sobre la propia posibilidad del yo. Lo que después se conoció en mi obra como postexpresionismo fue una figuración, una mezcla entre qué es la composición, qué es la traducción hacia el lienzo por el gesto y que surge en el entorno. El retrato con sus varias situaciones de expresiones y mímicas. Eso fue un tema para mí durante algún tiempo y entonces pinté la Inocencia Crucificada o temas un poco con la tendencia de representar la conciencia de que lo que vivimos en la mayoría del ambiente de la izquierda que el mundo atestiguó antes y después del Mayo francés en 1968. En ese entonces surgieron cuadros con motivos inspirados en personalidades.

En el año 66 va con un grupo de pintores venezolanos al Museo Guggenheim.
Eso fueron decisiones tomadas allá. La muestra se llamó Emergent Decade. Al director del Guggenheim, Messer, le gustó el trabajo de algunos pintores informalistas venezolanos, gracias a la cercanía que facilitó ese promotor del arte y el diseño que fue Hans Neuman.

En el año 78 usted representa a Venezuela en la Bienal de Venecia y en el año 1982, a la alemana que llega en el 55 le dan el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Sí. Bien. La decisión de grupos venezolanos que todavía no sé quiénes fueron, de que Luisa Richter representara a Venezuela como pintora en la Bienal de Venecia, a mí me impresionó y me encantó, y en ese momento yo creía que al final era el único artista del mundo que tenía expresiones escritas en las paredes del pabellón. Con doce oleos grandes y treinta mini collages representé a Venezuela en la Bienal de Venecia. Un crítico importante alemán, escribió sobre los sobre la Bienal. Parece que le gustó mi trabajo y el hecho de que fuera una pintora que vivía y argumentaba como pintora, con su pintura, dibujos, collage, reflexiones creativas.

Hay pocos artistas que pueden combinar arte visual y reflexión, palabra y color. Sin embargo, en Luisa Richter conviven armónicamente estos elementos entre reflexión y pintura. En primer lugar de dónde se nutre su reflexión y en segundo lugar cómo van unidas en su vida, poesía y arte visual.
Uno nace con un panorama de dimensiones, sensibilidades y posibilidades. Impresiones, felicidades, melancolías: la vida en general abre senderos en los cuales uno camina fascinado con lo que se puede hacer y producir sobre un plano, sean líneas o colores. También escribir sobre esas esquinas sobre las cuales se piensa y se produce con repeticiones. Cuando leía cuentos o poesías, escribiendo yo, noté que me gustaba jugar con la atmósfera de la palabra. Entonces esas son consecuencias o juegos paralelos del proceso meditativo con el lienzo.

Juan Liscano ha escrito sobre usted: “La libertad es su lema en vida y en arte”. Usted hablaba de Thomas Mann y prefería hablar de liberación en vez de libertad. ¿Qué opina de lo que escribió Juan Liscano?
Este texto que Juan Liscano escribió cuando yo tuve una exposición en la Galería Mendoza a mí me encanta, él usa la expresión libertad y Thomas Mann se refiere a la liberación. Esos son conceptos semánticos, uno puede hacer saltitos, esos saltos semánticos son muy simpáticos. Pero la liberación que señala Thomas Mann partiría en mi caso de un lienzo hacia la variación de la línea. Es el camino hacia la aventura que el mismo camino propone y así es la vida. Entre el arte y la vida hay similitudes, pero no hay respuesta, lo enigmático es lo precioso.

Otro crítico Ricardo Pau Llosa ha escrito: “Gracias a Luisa Richter ya no es necesario que nadie se disculpe por la implacable fertilidad de la pintura”. Me pareció una frase magnífica.
Esta poesía, esta forma de expresarse de Pau Llosa, que por cierto es memorable, significa que cuando tú tienes la posibilidad de abrir un mundo, abrir un mundo que es una obra de pintura, primero tienes que tener un concepto. Pero para tener el concepto tienes que tener una experiencia, una experiencia espiritual y la posibilidad de expresarla en una forma material. Hoy día yo critico mucho la generación nueva que habla y analiza demasiado sin hacer. Cuando se habla de la línea de la vida y de la línea de los horizontes, para mí hacer una línea es jugar con las tonalidades de los momentos a los cuales tú tocas. Eso es precioso y demuestra que hay tantos modos de expresarse. Muchas veces pienso en la necesidad o en la idea de la unión cósmica como sucede con los yanomami del Orinoco pintando su cuerpo.

Usted ha reivindicado el sentido de la aventura como uno de los motores de su vida. ¿De qué forma se ha manifestado esa aventura en su vida?
La primera aventura de mi vida, no se puede hablar de la primera aventura, pero hablando sobre aventuras de la vida, fíjate que salí de una casa convencional hacia Latinoamérica haciendo del futuro una aventura. Sobre un lienzo y ya la decisión de los colores, la decisión de la composición, la decisión frente a un trazo, en esa dialéctica que planteo con el lienzo, siempre surge la aventura.

Usted tiene una formación netamente europea y me gustaría saber si ha habido algunos artistas venezolanos que la hayan marcado significativamente y si le parece bien nombrarlos.
A mí me encantó mi amistad con Alejandro Otero. Alejandro era un hombre de una conciencia global y en esas connotaciones siempre estuvo lleno de sorpresas y de una compresión del uno al otro. Entre él y yo a pesar de que tuvimos caminos diferentes, hubo un acercamiento y aceptación.

Usted no sólo ha escrito en sus cuadros, sino que hay muchos críticos que han escrito sobre usted: Juan Liscano, Juan Calzadilla, Roberto Guevara, Kurt Leonhardt, Marta Traba, María Elena Ramos, Carlos Silva.¿Qué siente un artista cuando su obra es reconocida?
Algo de una lógica que coincide en las otras lógicas, lo auténtico que tiene una reacción.

¿Qué ha significado Venezuela para usted y que sigue significando Alemania?
Aquí conseguí el futuro y una sociedad sin prejuicios. Eso me permitió también vivir, pintar y escribir mis reflexiones como quería y seguir con mis mismas experiencias que comenzaron desde que empecé a formarme y finalmente liberarme. Venezuela en mí produjo la posibilidad de vivir un yo existencial y transmitir eso a tantos que también están en el campo creativo.

En Alemania, tengo mi casa. Es el hogar donde nací, donde uno pertenece, pero yo pertenezco tanto allá como aquí.