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Mitos rotos; por Martín Caparrós

“El candidato presidencial Mauricio Macri celebra la victoria de María Eugenia Vidal, miembro del partido Cambiemos de Macri y ganadora de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, el domingo en el barrio Lanus de Buenos Aires”. El Nuevo Herald. Fotografía de Juan Mabromata. AFP/Getty Images.

“El candidato presidencial Mauricio Macri celebra la victoria de María Eugenia Vidal, miembro del partido Cambiemos de Macri y ganadora de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, el domingo en el barrio Lanus de Buenos Aires”. El Nuevo Herald. Fotografía de Juan Mabromata. AFP/Getty Images.

En un mundo en que todo parece previsto de antemano, hay momentos en que, de pronto, todo cambia. A veces todo cambia, incluso, en la más prevista de las situaciones: una elección general.

Durante meses, años, equipos de personas con estudios la prevén, e informan de sus previsiones. Cobran mucho por eso, influyen mucho con eso: políticos sin proyectos ni convicciones propias intentan seguir lo que esas encuestas les dicen que se espera de ellos. Y millones de ciudadanos van a las urnas creyendo que ya todo está más o menos decidido: lo dicen las encuestas. Es lo que alguien llamó la democracia encuestadora —que tiembla cuando, en algún sitio, su base supuestamente científica se fisura. Sucedió este domingo en Argentina.

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Las encuestas se equivocaron clamorosas. Cuando todos creían saber qué iba a pasar, pasó otra cosa: el peronismo en el poder no consiguió conservar ese poder. Ahora deberá enfrentar un balotaje que —si no hay grandes cambios en el mes que queda— perderá. Pero, sobre todo, se rompió uno de los mitos que lo sostenía: que no podía perder la provincia de Buenos Aires, que gobernó por 25 años, que concentra un tercio del electorado nacional y define las elecciones argentinas.

Allí, la gran sorpresa, una mujer joven casi desconocida —María Eugenia Vidal, macrista— derrotó a un Fernández, Aníbal, el peronista de caricatura, el jefe de gabinete de su tocaya y jefa, acusado de diversas mafias.

Candidatear a este Fernández fue un desafío macarra: un modo de decir ahí ganamos con cualquiera, porque la provincia de Buenos Aires es el territorio con más pobres del país, terreno fértil para el clientelismo peronista. Que lo perdieran por escándalo supone que millones se cansaron de esa situación de dependencia clientelar —o, en el peor de los casos, que quieren probar otra. Es una puerta que se abre, aunque nadie sepa hacía dónde.

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Fue una noche muy larga, sobresaltos y sonrisas y gritos. Este domingo, en Argentina, todos creían saber qué pasaría: se equivocaron todos y cayó otro mito y millones festejaron —apoyasen o no a Mauricio Macri— que las cosas no fueran siempre como te dicen que serán. Es la belleza de la historia: que a veces, muy de vez en cuando, se sale de sus vías tan cuidadas.

Aunque, gane quien gane en noviembre, nada será muy diferente en la Argentina: en sus políticas, en su economía, en su visión del mundo, un gobierno de Scioli y un gobierno de Macri podrían parecerse mucho. En el país normal que pregona la futura expresidenta, Scioli podría votar a Macri y viceversa: que sean las dos alternativas de esta elección es el precio que la sociedad argentina está pagando por 12 años de peronismo kirchnerista.

No habrá, entonces, cambios importantes —salvo un cambio enorme: que, de repente, se abrieron las compuertas, se rompió el mito de la inevitabilidad del peronismo. Y eso, a mediano plazo, sí que puede, si acaso, cambiar algo.

Este texto fue publicado en El País de España.