Artes

Algunas de las ‘Anotaciones’ del poeta Rafael Cadenas, Premio Federico García Lorca 2015

En 1983, Rafael Cadenas publicó Anotaciones, reformulando las maneras de pensar en la poesía y desde la poesía en clave de ensayos brevísimos. Las ideas allí expresadas, con una fuerza aforística que con el tiempo las han convertido en sentencias, mantienen una viva relación con las discusiones contemporáneas en torno al oficio del poeta y a nuestra relación con el lenguaje, el poder y el prójimo. Compartimos con los lectores una selección, a propósito del Premio Federico García Lorca recibido por el maestro venezolano y colaborador de Prodavinci.

Por Rafael Cadenas | 13 de octubre, 2015

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Los poetas no convencen. Tampoco vencen. Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste.

El poeta moderno habla desde la inseguridad. No tiene más asidero que la vida. Seguramente una voz queda le dice en los adentros: La época de las causas terminó. Ya no puedes aferrarte a religiones, ideologías, movimientos, ni siquiera literarios. Se acabaron las banderas. Pero este desengaño lo libera para luchar en otra clave por lo que religiones, ideologías, movimientos dicen defender: lo religioso, lo humano, lo valedero.

¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir?

Me siento lejos de todo esteticismo. Hace tiempo dejé de darle primacía al arte sobre la vida. Una flor es para mí más misteriosa que “la ausente de todos los ramos”.

La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus hermético. Se hace para un círculo de iniciados: por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son “mandarines que se susurran secretos al oído”. ¿Qué ha pasado? ¿Se trata de un fatum histórico? ¿Es un tremendo desvío?

Los libros se forman solos. Van haciéndose al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto escribir un libro. Ellos nacen, como mis palabras, en el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los poemas son momentos. Anotaciones.

Alan Watts cuenta que Huxley, cuando su tutor le dijo que estudiara Literatura, le contestó “con su voz extraordinariamente rítmica”: “Nunca he sentido que la literatura fuese algo que ha de ser estudiado, sino más bien algo para disfrutarse”. Aunque parezca irónico de mi parte, propondría que la frase se colocara en la entrada de las escuelas de Letras, donde a veces se olvida lo que la literatura tiene de goce y se convierte sólo en objeto de estudio.

Escribir sólo puede ser hoy defender los fueros de la vida, amenazados por el hombre. Se trata de una urgencia; pero según muchos poetas modernos, es de mal arte decir, decir algo. Creen que el toque está en ocultar, poner en clave, hacer difícil el hallazgo del presunto tesoro. Tal vez cierta oscuridad sea inherente a la poesía; cierta oscuridad, no cierre en aras de quién sabe qué extravío.

Lo literario es una categoría a la que se accede. Esto indica que se “sube” hasta ella, y yo quiero, al escribir, quedarme donde estoy, no “levantarme”. Por eso me irrita “hacer literatura”. ¿El asunto no es más bien “bajar”?

Me sería muy difícil escribir algo que no esté cerca del habla, algo que no pueda también decir sin rubor. Es absurdo empeñarse en seguir escribiendo poemas “poéticos”, literatura “literaria”. Ha ganado la prosa para bien de la poesía.

Soy prosa, vivo en la prosa, hablo prosa. La poesía está allí, no en otra parte. Lo que llamo prosa es el habla del vivir, que siempre está traspasado por el misterio.

Si pudiera expresar mi sentir en una frase sería ésta: ruptura con el fetichismo del poema.

Quien se pone a escribir un poema, adopta un lenguaje que ha recibido de manos de una tradición como si fuera un traje de lujo, un traje para ir de visita, para lucirlo. Esto suena incurablemente falso. El ademán se me antoja cansado. Yo, al menos, ya no puedo con eso. Es encerrar la expresión en una forma que se ha vuelto, con el paso de los siglos, obligatoria.

¿Qué me ha llevado (o traído) como de la mano, naturalmente, a un inestilo? Mi rechazo a toda literatura en la que se siente, sobre todo, el deseo del autor por lucir sus atavíos; mi rechazo a la brillantez, a la locuacidad demasiado “inteligente”, a la facilidad de expresión casi siempre vecina del facilismo perezoso, automático, habitual, del surco verbal acostumbrado; mi rechazo a la ingeniosidad, más reñida con el espíritu que la misma ineptitud expresiva; mi rechazo a todo lo que no ha sido trabajado. Prefiero, prefiero no: se me impone la vía humilde, casi torpe, trabajosa, que por encima de todo va en busca de la expresión necesaria.

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Rafael Cadenas 

Comentarios (1)

douglas
23 de noviembre, 2016

Hay un poder que el poeta sí tiene: el académico. Cadenas lo sabe.

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