Artes

Balcells y las agentes literarias; por Héctor Abad Faciolince

Por Héctor Abad Faciolince | 30 de septiembre, 2015

Balcells y las agentes literarias; por Héctor Abad Faciolince 640

Acaba de morir, a los 85 años, Carmen Balcells, la famosa agente literaria catalana.

Vargas Llosa le dedicó un breve y sentido obituario en El País, en el que dijo: “Gracias a ella los escritores de lengua española comenzamos a firmar contratos dignos y a ver nuestros derechos respetados”. Estoy seguro de que también Mercedes, la viuda de García Márquez, se debe de estar sintiendo medio viuda otra vez en estos días, pues esta agente fue también la amiga y protectora de los García Márquez en Barcelona y en el ámbito editorial de todos los países.

Aunque nunca conocí a Carmen Balcells, seguí siempre con curiosidad y simpatía sus declaraciones, sus peleas a favor de los escritores, sus poco frecuentes apariciones públicas. Balcells tenía dos talentos muy importantes para una agente: gracia verbal y habilidad económica, es decir, buen gusto literario (sensibilidad con las palabras), pero también olfato comercial. Se mezclaban en ella, me parece, la sensibilidad humana, la sabiduría práctica, junto con una buena dosis de codicia catalana que podía ser vista como ambiciosa y precavida, pero que en cambio terminaba siendo desprendida y magnánima. Por lo que han dicho muchos de sus amigos, creo que Carmen Balcells quería ser rica con el único fin de poder ser generosa.

¿De qué otro modo conciliar estos atributos contradictorios, codicia y desprendimiento? Conozco gente así, porque en cierto sentido los antioqueños nos parecemos a los catalanes: hay en unos y otros cierta tendencia a la acumulación y al ahorro que parece avaricia, y en cambio es solo miedo a la pobreza que alguna vez conocimos: precaución. Hay un momento en que el austero y cauteloso, el amarrado, se da cuenta de que la plata no sirve para nada y empieza a regalarla. Esa mezcla extraña de acumular y dar estaba en el núcleo vital de Carmen Balcells. Fue su manera especial de inventarse (con una materia prima de primer orden) un fenómeno literario y comercial: el Boom de la literatura latinoamericana. En el mundo capitalista del siglo XX el escritor pobretón difícilmente sería también respetado, por lo menos en vida. Balcells les enseñó a sus escritores que para ser buenos no estaban condenados a ser pobres.

En general es mentira que a los escritores no les importe vender libros. El supuesto desapego a los bienes materiales, el desprecio por la fama y el reconocimiento, es algo que se inventan algunos escritores sin éxito, que ven en ese camino de desdén y apartamiento la única manera de obtener una fama: la fama de desdeñosos, discretos y alérgicos al dinero y a la publicidad. No conozco un gremio más vanidoso que el mío; y como las astucias son tantas, nos las sabemos todas de memoria. Si tienes éxito, te pavoneas del éxito y exhibes tus medallas; si fracasas, también te pavoneas del fracaso y desdeñas como comerciales a los exitosos.

Las agentes literarias (y hablo en femenino porque en nuestra lengua son mujeres en su mayoría) ayudan a que los escritores lidien con su éxito y también con su miseria. Sirven de filtro entre ellos y los editores, de modo que una bonita amistad para pulir y mejorar un libro no desemboque en el resentimiento de una liquidación mal hecha, o de unas regalías ventajosas para la contraparte.

Tengo con mi agente, Nicole Witt, una relación de respeto y amistad. Gracias a ella no tengo que hablar de dinero ni de contratos con editores o cineastas. Aunque siempre hemos ganado poco con mis libros (el tiempo del boom ya pasó, y más para los escritores del montón como yo) ella ha preservado mi amistad con los editores y ha conseguido lo que yo seguramente no sería capaz de alcanzar. Algunos, con tal de no discutir y perder la tranquilidad, preferimos decir siempre sí. Los agentes literarios nacieron para saber decir no, en nombre de nosotros, y para buscar otros editores y otros caminos, cuando los hay. Esos caminos ayudó a trazarlos una gran mujer que se inventó este oficio en español: Carmen Balcells.

Héctor Abad Faciolince 

Comentarios (3)

Odoardo Graterol
30 de septiembre, 2015

Expresar bellamente y en forma amena la cotidianidad y la ficción (el buen decir, expresar y escribir) es propio de los excelentes – no simplemente buenos o del montón – querido amigo en la distancia Hector Abad. Gracias por expresarse en forma que nos ilustra a los “otros” (que leemos y disfrutamos… simplemente). Y honor a su representante Nicole Witt… y a Carmen Ballcells y su labor pionera.

Sandra
2 de octubre, 2015

Héctor Abad para nada es usted un escritor del montón

Diógenes Decambrí
3 de octubre, 2015

Pues un solo libro de “este escritor del montón” me impresionó tan favorablemente que me convertí en su admirador perpetuo. Eso lo logró con “El olvido que seremos”, y para colmo, tuve una recaída al leer “Angosta”. Ni de lejos me pasa eso con los “best seller” del fabricante de bodrios al por mayor, P. Coello. Respecto de Carmen Balcells, es sabido que deja una inmensa fortuna, ¿pero tiene familia propia? ¿A quien(es) beneficia su Legado en patrimonio material?

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