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La muerte de don Ovidio; por Alberto Salcedo Ramos

La muerte de don Ovidio; por Alberto Salcedo Ramos 640

Don Ovidio González mantuvo hasta el último momento su estupendo sentido del humor. Un día antes de ser sometido a eutanasia le obsequió a uno de sus amigos un disco de vinilo con la siguiente dedicatoria: “se regala por motivo de viaje”.

Era el 25 de junio. Al día siguiente sería sometido al procedimiento en una clínica de Pereira. Cualquiera en su lugar habría lucido afligido o mortificado, pero él hacía gala de una chispa tremenda.

Había recibido la visita de un vocero religioso que se oponía a la eutanasia porque, según afirmaba, la vida solo puede quitarla el mismo que la da, es decir, Dios. Después llegó un amigo con el mismo argumento. Don Ovidio los oyó atentamente antes de despacharlos con una de sus ocurrencias: solicitó las direcciones de ambos para aparecérseles como espectro después de muerto. Seguro en el “más allá” él terminaría sabiendo cuál de todas las religiones del mundo tiene la razón, y entonces vendría a contarles.

Quince minutos antes de que se efectuara la eutanasia uno de los médicos del comité científico impugnó la decisión. El procedimiento quedaba suspendido. Los González, que llevaban un tiempo considerable preparándose para la despedida, recibieron la noticia cuando ya iban en un auto rumbo a la clínica.

Entonces uno de los hijos de don Ovidio, el caricaturista Matador, denunció el hecho en las redes sociales y luego en los medios de comunicación. La abogada de la familia se enteró de que un alto funcionario, reconocido por sus posturas radicales en contra de los derechos ajenos a sus intereses políticos, ejercía presión llamando constantemente a la clínica para que la eutanasia se revocara en forma definitiva.

En cuestión de horas se desató una tormenta mediática. Uno de los médicos llamó por teléfono para pedir que la familia “bajara el tono”. Pero los hijos siguieron crispados, pues consideraban inhumano prolongarle los padecimientos a un paciente que ya no era capaz de soportar los dolores ni de conciliar el sueño. Don Ovidio, en cambio, se mantuvo sereno, y además tuvo arrestos para soltar otra humorada:

— Muchachos, si ese médico vuelve a llamar díganle que si me hubieran hecho la eutanasia esta mañana, ahora mismo yo estaría bien calladito.

El humor les permitió a todos sobrellevar la enfermedad. Pero el asunto era serio. A sus setenta y nueve años don Ovidio tenía varios huesos del rostro ya consumidos por el cáncer. Aunque hiciera bromas consideraba necesario reabrir en Colombia el debate sobre la eutanasia. Por eso, valientemente, decidió que su caso fuera ventilado en forma pública.

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Caricaturas de Matador, hijo de Ovidio González

El humor y la rectitud siempre convivieron en don Ovidio. Aunque solo estudió hasta tercero de primaria, ascendió a puro pulso. Era tan batallador que en pocos años pasó de zapatero remendón a propietario de un gran almacén de calzado.

Un día en que fue a comprar cuero quedó debiendo cien pesos –una minucia–. Don Ovidio volvió a la tienda bajo un aguacero porque necesitaba pagar la deuda.

— No hay que deber nada porque eso pesa –decía.

Quizá por eso el pasado 3 de julio, día en que lo citaron nuevamente para aplicarle la eutanasia, se veía liviano, sereno. Tenía el cuerpo magro de los moribundos pero el espíritu imbatible de los hombres enteros. Antes de que le aplicaran la inyección letal sonrió por última vez.