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En torno a la exposición de Alfredo Cortina junto a Elizabeth Schön; por María Teresa Boulton

Por María Teresa Boulton | 31 de julio, 2015

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Recientemente se expuso en la Sala Mendoza de la Universidad Metropolitana una exposición fotográfica del célebre libretista de radio y televisión venezolanas, Alfredo Cortina.

Las imágenes que vimos en esta exposición son desconcertantes, tratan siempre sobre el mismo personaje: Elizabeth Schön, su esposa, el amor de su vida. Ella, muy pequeña con relación al resto de la imagen (un paisaje si se quiere), no ve a la cámara o a nosotros, —está ausente—, insignificante en un cuadro que también es de poco interés. Estos son sólo sitios cotidianos, nada panorámicos, mucho menos espectaculares. Fotografías triviales, ¿retratos? ¿podemos llamar a eso “retratos”? que sin embargo nos atrapan, algo en la insistencia del mismo personaje en los mismos parajes no significativos y también, una parte de esa mirada oblicua nos hace pensar en lo que Luis Pérez Oramas, en su texto del catálogo de la exposición llamó uncanny. Meditando su tono lóbrego, las fotografías, muy lejos de ser ingenuas, nos llamaban a lo escondido. En ellas todo parece tan obvio, repetitivo, y por consiguiente concluimos no tener sentido, o cometido. He allí donde se activa el misterio, y henos aquí como observadores, sujetos a la búsqueda de su desciframiento.

En USA transitaban en los años sesenta y setenta fotógrafos-autores que con imágenes documentales producían ese ambiente enrarecido que encontramos en las fotografías de Cortina. Diane Arbus, Ralph Eutgene Meatyard, eran de esos fotógrafos que captaban una realidad cotidiana donde el detalle develaba lo tenebroso. Jonathan Green en American Photography, cuenta que en esos años la fotografía norteamericana era cruel, inhumana, producía imágenes que enseñaban “deformidad alienada, esterilidad, demencia, sexualidad bestial y obscenidad. Los íconos de esos años tenían rasgos poco redentores.” Sin embargo, la causa de la escogencia de esta suerte de imágenes grotescas respondía seguramente a que en esos años la visión del mundo que existía para los artistas en USA era convulsionante y dramáticamente cambiante: Guerra de Vietnam, liberación femenina, marcada presencia de drogas, descolonización, guerra fría, los misiles desde Cuba… desde esa perspectiva todo estaba en entredicho. No obstante, los años de Cortina y Schön son anteriores y posiblemente, por la vestimenta y algunos modelos de carros que vemos en estas imágenes, corren los años cincuenta. Por entonces, la inquietud del artista, incluso siendo de la periferia de occidente, no respondía a dichas causas.

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María Zambrano en el prólogo que escribe para Auroras, meditación sobre los prejuicios morales de F. Nietzsche expresa su duda sobre la precipitación contemporánea de llegar a determinaciones “rápidas” que persiguen o redundan en ideas concebidas por tradiciones morales. Por eso añade, en relación a la filología que antecede el trabajo del filósofo: “aquel arte no acierta a acabar fácilmente; enseña a leer bien, es decir, a leer despacio, con profundidad, con intención honda, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados (…)” Siguiendo pues estos consejos y aplicándolos a la fotografía, decidí hurgar más en la vida de Cortina y también en la poesía de Schön, para así quizás encontrar una combinación posible que abra las puertas del enigma de estas fotografías.

Supe de un documental que Carlos Bolívar había producido sobre este hacedor audiovisual: “Alfredo Cortina, vivir de imaginar”, personaje nacido en Valencia en 1903 y fallecido en Caracas en 1988. Me encontré con una magnífica obra, entretenida, que recogía acuciosamente el espíritu inventivo de Alfredo Cortina. Supe de su afición por el teatro, al principio de aquellos tiempos, en una Caracas poco animada donde la distracción había que producirla con la imaginación. De sus primeras producciones para radio como libretista donde el misterio, lo recóndito y lo indescifrable se manifestaban para recrear y entretener a los radioescuchas. Para entonces pudimos estar pendientes de obras como “El misterio de los ojos escarlatas”, “El enigma de los incas”, “El secreto de Ayarú”, “El experimento del doctor Huggs”. Y luego, de otras obras para la incipiente televisora Televisa, como “Los casos del inspector Nick”, entre otras. Estos escritos y producciones eran solamente una pequeña parte del gran compendio de guiones que escribió para radio y televisión, además de ser amante de la fotografía y orfebre de piezas que ofrecía cariñosamente a su amada esposa. Era pues un personaje singular que poseía una gran inventiva e imaginación dada, en muchos casos, al desciframiento de situaciones inverosímiles.

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En cuanto a Elizabeth Schön, su poesía era producida desde lo íntimo como lo describe Ana Felicia Nuñez en “Gran carpa del silencio íntimo” “donde prevalecen procesos mentales que hablan desde el ser más complejo de la conciencia humana”. Más adelante, Nuñez alude que desde la poética de Schön encontramos el tejido dual del pensamiento general y el sentimiento subjetivo: “hiere la poesía, la transfiguración del rostro es la transfiguración de sus experiencias, del pensamiento racional, lógico, elaborado en materia onírica, en materia poética”.

Nos atrevemos a afirmar que es el ejercicio profundamente cómplice de esta pareja de creadores el que nos ofrece la química para revelar otra vez las imágenes de Cortina. Allí encontramos el afán de secreto del fotógrafo, situando a su personaje -que siempre es la misma mujer – estática, indiferente, ausente, pequeña, en lugares también indiferentes, cotidianos, algunos pobres, marginales, otros más significativos pero igualmente sin importancia. ¿Para qué fotografiar? y ella, ¿qué hace allí evadida de la situación? Como si estuviera dentro de su propia intimidad que no ha de compartir en una imagen concreta pero sí -quizás- en su propio sueño. A partir de la conjunción de ambos en una misma circunstancia, lo que se pone como absurda evidencia a la vista y lo soberanamente particular e íntimo se cifra el punctum de la imagen, lo que en ellas, nos atrae.

Así advienen los matices del misterio: la intimidad detrás de la máscara de la realidad. Son imágenes muy distintas a aquella fotografía norteamericana, pero algo tienen en común: el peligro, como en el horror de lo deforme, de lo inhumano, está presente, indescifrable, indetenible en esa mirada esquiva a lo comunicante. Mirada oblicua de esa aparentemente insignificante mujer que nos lleva hacia su pensamiento oculto. Goce del fotógrafo por dejarnos perplejos en lo exterior anudado a la nimiedad de una sola mujer, y ante su porte mojigato que, sin ser esfinge, nos produce tanto desconcierto y atracción.

María Teresa Boulton Fotógrafa, investigadora de fotografía y escritora venezolana, con una especialización en arte y fotografía en la Universidad Estatal de Nueva York. Presidente de la Fundación Boulton

Comentarios (3)

Rosaura Sánchez Vegas
31 de julio, 2015

Excelentes fotografías transportan a una atmósfera de encanto de un tiempo lejano. Poseen poder de ensoñación.

Resulta reconciliador con el mundo y con el país que publiquen con frecuencia fotografías, pinturas o esculturas.

julio yecerra
31 de julio, 2015

He leído con mucha atención el artículo, que es también-me parece- como un viaje, simultáneo, a varias dimensiones de lo humano. Aguda, penetrante, inquisidora, la mirada de María Teresa Boulton al posesionarse de la materialidad y del espíritu de ese trabajo fotográfico (excelente obra poética visual) de Alfredo Cortina. Pero, María Teresa Boulton, no sólo nos delinea una urdimbre existente, una atmósfera, o un tejido, que nos envuelve; que emana de la obra y de los personajes de los cuales habla. La autora no sólo nos refiere de una obra y de unos personajes, con la delicadeza propia de un espíritu cultivado y conocedor de un arte tan difícil como la fotografía, sino que, además, nos devela la sensibilidad de ambos creadores y del amor y respeto que tenían hacia sus semejantes. Todo lo cual, a mi manera de ver, se hace visible en el modo como la autora se acerca a la crítica de esta muestra fotográfica de Alfredo Cortina. Uno se siente transportado al interior de la obra y experimenta una proximidad, un sutil goce, oyendo, viendo, sintiendo, imaginando al hombre, a la mujer y al trabajo realizado por parte de esta autora; mientras que al mismo tiempo, nuestro ojo se deleita con las sugerentes imágenes recreadas por el artista. En fin, se percibe que hay un hilo unificante entre obra, crítica, personajes y lector… porque, María Teresa Boulton, al asumir el análisis y la crítica de una manera almática, también es atrapada en la misma urdimbre y se vuelve otro personaje. De otro modo, uno no podría experimentar ese goce estético, intelectual, sensitivo y poético, a la vez.

Edgard J. González.-
1 de agosto, 2015

Tuve mala suerte con mi crítica al exceso de especulación en el enfoque de Pérez Oramas, espero sean más benévolos con mi opinión respecto de esta visión de María Teresa Boulton, en cuyo enfoque encuentro más objetividad, una descripción más acertada respecto de las fotos y el metamensaje que pudiera haber dejado Cortina en cada imagen suya. Lo dice muy amablemente Boulton: “un cuadro que también es de poco interés. Estos son sólo sitios cotidianos, nada panorámicos, mucho menos espectaculares. Fotografías triviales”. Coincido con ella, y añado que este retrato que encabeza su texto es el que más cumple los requisitos para ser una fotografía de calidad, por lo que muestra, la belleza del paisaje, el personaje de su esposa bien definido (aunque no mire a la cámara, sigue siendo un retrato, y tiene mucho mérito), los contrastes de luces y sombras que logra, entre la mujer, el hermoso árbol y el agua. Recuerdo aquella serie del Inspector Nick, Castillo Arráez con su impermeable al más clásico estilo de detective de las películas gringas, creo que su asistente se apellidaba Peralta. También fue Director, en aquella Televisa que no supo de grabaciones, todo era transmitido al aire en vivo y directo. Los libretos de Cortina eran sobrios e interesantes, mucho contribuyó al entretenimiento en aquellos días de apenas 3 canales, en blanco y negro, hasta las 12 de la medianoche, cuando aparecía el dibujo del indio con penacho de plumas, aquel bojote de rayas y números, el himno nacional de fondo, y luego la pantalla se ponía totalmente negra, recordando a los más audaces que ya era tiempo de irse a la cama.

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