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Like sin like; por Alberto Salcedo Ramos

Por Alberto Salcedo Ramos | 18 de junio, 2015

Like sin like; por Alberto Salcedo Ramos 640

En cierta ocasión asistí a un congreso literario en el cual todos los invitados teníamos una chaperona asignada por la organización. La mía recitaba de memoria pasajes de mis crónicas, y se mostraba muy interesada en saber cómo escribí tal o cual fragmento.

Tiempo después, cuando la muchacha ya no pertenecía a la entidad que organizó el evento, se volvió amiga mía. Entonces me abrió su corazón: la gran verdad –confesó sin ruborizarse– es que ella jamás me había leído. Días antes del congreso los organizadores la habían instruido para que memorizara partes de la obra del invitado que le correspondió. Lo mismo sucedió con las demás chaperonas.

Le pregunté si con tamaño método tan ridículo buscaban lisonjear a los autores, siempre propensos a la adulación.

— Qué va, la idea era más simple: que las acompañantes diéramos la impresión de ser lectoras, para que el congreso tuviera mejor imagen.

Le respondí que yo estaba curado de espantos desde cuando publiqué mi primer libro, Diez juglares en su patio, en compañía de mi gran amigo Jorge García Usta.

— ¿Curado de espantos? ¿Por qué lo dices?
— Porque yo juraba que todos los redactores culturales leen los libros que reseñan, y descubrí que no es así.

Fue como perder la virginidad, añadí. Entonces le conté que en aquel momento me tocó lidiar con redactores que, en vez de leer el libro, me preguntaban cuál era su temática, o desviaban de repente la conversación para disimular su negligencia.

En cierta ocasión uno de ellos, bastante conocido en el medio, me invitó a su programa radial. Me senté en la sala de espera que tenían afuera de la cabina. Cuando ya faltaban pocos minutos para comenzar la entrevista, el tipo vino a mi encuentro, lo cual me pareció un inesperado gesto de cortesía. Además traía mi libro y venía sonriendo. Pero mi emoción se desvaneció al instante:

— Escoge dos crónicas que quieras que comentemos y hazme un resumen urgente antes de salir al aire. Ya sabes, uno acá anda muy ocupado y no puede leerlo todo.

Mi exchaperona sonrió de un modo que no sé si calificar como burlón o compasivo.

— ¿De qué espanto te curaste? –insistió.
— Bueno, aprendí cómo funciona el asunto. Siempre tengo a la vista aquel viejo chiste de Goerge Croly: “cuando tengo que comentar un libro no lo leo, pues eso podría crearme muchos prejuicios”.

Por eso procuro aterrizar a ciertos escritores que aún se mantienen vírgenes: nunca se tomen en serio el halago de los lectores, y menos de aquellos que solo consideran atractivo al que ven por televisión.

Uno de los riesgos de estos tiempos en que proliferan los “conversatorios” sobre lo divino y sobre lo humano es convertirse en un autor que anda por ahí con cara trascendental, convencido de que le creen cada tontería que dice solo porque se la aplauden.

En Facebook nos dan like antes de abrir el enlace que publicamos, en los congresos nos dicen que somos extraordinarios sin saber qué diablos hemos escrito.

En la era del like sin like conviene que te mantengas sobrio disfrutando la única maravilla auténtica: la literatura misma.

Alberto Salcedo Ramos 

Comentarios (1)

Gloria Muñoz
5 de julio, 2015

Sin desperdicio!

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