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La guerra y la paz; por Alberto Salcedo Ramos

Por Alberto Salcedo Ramos | 25 de mayo, 2015

La guerra y la paz; por Alberto Salcedo Ramos 640

Colombia es el país de las contradicciones que nos llevan a un eterno callejón sin salida.

Como tenemos un conflicto armado desde hace más de medio siglo, es necesario entablar negociaciones de paz. Como durante ese medio siglo se han desarrollado varios diálogos de paz infructuosos, es preciso que siga la guerra.

Como el conflicto armado perpetuo no conduce a ninguna parte, salvo a la debacle, hay que darle una oportunidad a la paz. Como las reiteradas oportunidades de paz no conducen a ninguna parte, salvo a nuevas frustraciones, hay que persistir en la guerra.

Como los guerreristas nacionales y extranjeros que se lucran con el conflicto armado de Colombia siempre encuentran pretextos para decir que los procesos de paz son inviables, crearon un proyecto de guerra para buscar soluciones a través de la fuerza. El líder del plan prometió resolver el conflicto en los cuatro años de su gobierno, y cuando se dio cuenta de que sería imposible impulsó una reforma constitucional que le permitiera hacerse reelegir durante cuatro años más. En los ocho años totales del mandato le asestó muchos golpes a la guerrilla, desde luego, pero no logró liquidarla como prometió insistentemente.

Entonces, como esa derecha recalcitrante hizo la guerra y no se acabó la guerra, llegó a la conclusión de que lo que se necesita es más guerra.

Con más guerra seguro se acaba la guerra, pero esa es una dicha que implica mayores gastos para la guerra. Un día alguien se preguntó si no saldría menos caro buscar la paz. En ese punto varios prohombres de la derecha esgrimieron sus calculadoras y pusieron el grito en el cielo. “¿De dónde van a salir los recursos para darle sostenibilidad a la seguridad y responder a los eventuales compromisos que se pacten en la mesa de negociación?”, terció el exministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga.

Por su parte, el dirigente conservador Miguel Gómez señaló: “en diez años la Ley de Víctimas costará cerca de 44 billones. El postconflicto puede ser más costoso que la misma guerra”.

De modo que la ultraderecha nos condena a seguir en guerra para que no sigamos en guerra. Dicho de otra manera, arruinémonos con la guerra, no sea que la paz vaya a arruinarnos.

¿Y la ultraizquierda, es decir, aquella que habla de paz pero simpatiza con guerrillas brutales capaces de exhibir las piernas de un soldado golpeado por una mina antipersonal o de perpetrar ataques feroces aun cuando hayan declarado tregua unilateral? La ultraizquierda argumenta que los gobernantes colombianos son represivos y marrulleros, que históricamente también hablan de paz mientras ordenan bombardeos.

En este punto la ultraizquierda cita el exterminio de la Unión Patriótica, luego la historia de connivencia entre sectores del ejército regular y los paramilitares, después la alianza entre esos mismos paramilitares con políticos. Al final desembocan en el escándalo conocido con el eufemístico nombre de “falsos positivos”, ese episodio de horror que vivió el país cuando el Estado mató a más de tres mil ciudadanos inocentes para presentarlos como bajas en combate.

¡Ay, nuestros eternos contrasentidos que nos llevan a ser el país de las represalias sin fin!

Como aquellos disparan, estos también. Como hay víctimas de un lado, hay que procurar que las haya en el otro. Yo acepto que se desmovilice siempre y cuando usted acepte pudrirse en la cárcel. Y yo perdono mis muertos siempre y cuando se me permita matar antes a unos cuantos más del bando suyo. Sucede que la mayoría de los muertos no son ni de un bando ni del otro, sino del resto del país, que no declara la guerra: la padece.

La derecha recalcitrante y la izquierda radical se necesitan porque tienen en la guerra su negocio y su razón de ser. Aunque se juren distintas se complementan como la tapa y la caja. No es gratuito que ambas encuentren siempre la manera de desbaratar los diálogos de paz para que prosiga nuestro eterno carrusel de la muerte.

Alberto Salcedo Ramos 

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