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Rómulo Gallegos y sus encuentros en Oklahoma; por Arturo Gutiérrez Plaza

Este texto corresponde a la conferencia dictada por Arturo Gutiérrez Plaza el día 2 de mayo de 2014, en la Universidad de Oklahoma, en la ciudad de Norman. A continuación, lo compartimos con los lectores de Prodavinci a propósito de cumplirse 40 años de la entrega de un busto en honor a Rómulo Gallegos por parte del gobierno de Venezuela a la Universidad de Oklahoma en 1975. Actualmente, el busto se encuentra en la sala de reuniones del Departamento de Lenguas Modernas, Literatura y Lingüística, del cual el autor de Doña Bárbara fue nombrado miembro honorario en 1952. 

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Rómulo Gallegos y sus encuentros en Oklahoma (literatura, democracia y petróleo)

A Luis Cortest, quien a un recién llegado le habló de Dunham y
lo llevó a conocer el busto de Gallegos, en la Universidad de Oklahoma

Rómulo Gallegos y sus encuentros en Oklahoma (literatura, democracia y petróleo); por Arturo Gutiérrez Plaza 640as

¿Cómo podría ser en la imaginación de Rómulo Gallegos un lugar como Oklahoma en el momento en que publicó Doña Bárbara, en 1929?, ¿alguna vez supo de aquellos escenarios, aludidos por la escritura de Franz Kafka en su novela inconclusa, El desaparecido, publicada póstumamente bajo el nombre de América, en 1927?, ¿qué similitudes pudo encontrar el autor de Cantaclaro entre las llanuras de ese antiguo territorio indio, al centro sur de los Estados Unidos, y las venezolanas al sur del río Apure, cuando en los tiempos de su infancia en su nativa y pueblerina Caracas de finales del siglo XIX se abrieran a los colonos del país del norte aquellos territorios de la llamada “gente roja”? Seguramente poco o nada sabía Gallegos sobre Oklahoma, por aquellos años, y mucho menos podía prever los encuentros que allí le esperaban.

Pensando en estas y otras cosas, una de entre tantas tardes en las que he caminado por la gentil y apacible Norman, me tropecé con algo que ya buscaba: el lugar donde Gallegos  escribió su última novela, Tierra bajo los pies (1973), durante su estadía en esta ciudad. Allí me encontré con la casa identificada bajo el número 443, en College St, en la que el escritor venezolano vivió entre noviembre de 1953 y abril de 1954. En ella —según nos ha relatado el prof. Lowel Dunham,  quien fuera el primer norteamericano estudioso de su obra— hace 60 años, un domingo 14 de febrero de 1954, se reunieron un grupo de amigos por invitación del propio Gallegos, para escuchar la lectura del manuscrito recién culminado e intercambiar opiniones. Entre los invitados, además de Dunham y su esposa France, estuvieron el prof. Daniel Cárdenas,  también miembro del departamento de Lenguas Modernas y Literaturas de la Universidad de Oklahoma, y la Sra. Lucy Tandy, quien además de ser la directora del Departamento de Estudios por Correspondencia de la Universidad era la dueña de la casa en la que Gallegos se estaba alojando. Sus hijos, Sonia y Alexis, y dos amigas venezolanas, las señoras Margarita y Cecilia Olavarría, también estuvieron presentes.

Rómulo Gallegos y sus encuentros en Oklahoma (literatura, democracia y petróleo); por Arturo Gutiérrez Plaza 640b

Rómulo Gallegos vivió en en esta casa entre noviembre de 1953 y abril de 1954.

Según testimonia Dunham, fue una jornada intensa y prolongada. La lectura comenzó a las 10:30 de la mañana[1], extendiéndose hasta las 10:30 de la noche, con tan sólo una hora de receso para tomar un breve descanso y almorzar. La anécdota no sólo da cuenta de la infatigable y obsesiva labor de lectura, revisión y corrección con que Gallegos abordó siempre la escritura, sino que además nos informa sobre el grado de amistad y confianza que el autor de la ya para entonces célebre Doña Bárbara tuvo con las personas que lo rodearon durante los seis meses que vivió en la ciudad de Norman, entre finales de 1953 y la primavera de 1954.

Toda la novela se desarrolla en el estado de Michoacán en México, en la etapa posterior a la Revolución Mexicana, alrededor de 1926, en la época en que surge la llamada rebelión de los cristeros, suerte de movimiento contrarrevolucionario liderado por latifundistas aliados con factores de la iglesia en defensa de sus tierras, las cuales habrían de ser parceladas y repartidas entre los campesinos de acuerdo a la legislación establecida por la Revolución. El libro, que en definitiva fue publicado póstumamente en México, en 1971, y que durante el resto de la vida de Gallegos siguió siendo sujeto de frecuentes revisiones y cambios, debe su título a la cruel práctica de los llamados cristeros, quienes al entrar a los poblados campesinos apresaban a los dirigentes y simpatizantes revolucionarios y los ahorcaban en la rama de un árbol, dejando el sombrero lleno de tierra a los pies del cuerpo colgante. Ésta, además de La brizna de paja  en el viento (1952), ambientada en Cuba, son las dos únicas novelas de Gallegos que no se refieren a la cultura y la geografía venezolanas; ambas, escritas en el exilio, tienen lugar en dos de los países en los que Gallegos vivió durante su destierro político: Cuba y México. Sin embargo, con todo, en ambos casos Gallegos aborda problemas que no son ajenos a las preocupaciones que expone en el resto de su obra, y por tanto afines también a la realidad histórica de su país. En lo que toca a Tierra bajo los pies, temas como el del latifundio y la explotación del campesino o el del mestizaje como fórmula resolutaria de los conflictos raciales, forman parte del planteamiento novelístico, cónsono por lo demás con sus preocupaciones ideológicas y políticas.

¿Pero cómo y por qué llega Rómulo Gallegos a vivir en Oklahoma? El origen de esta historia se remonta hasta la tercera década del siglo XX. Dunham cuenta que por esos años el gobierno de Juan Vicente Gómez había enviado a tres jóvenes venezolanos a estudiar ingeniería de petróleo en la Universidad de Oklahoma. Entre estos jóvenes se encontraba Edmundo Luongo, quien destacaba no sólo por sus dotes como estudiante de ingeniería sino también por su cultura humanística y especialmente literaria. Fue él quien le hizo mención, por primera vez, al prof. Dunham de la obra de Rómulo Gallegos, además de la de otros escritores venezolanos como Luis Urbaneja Achepohl, Vicente Romero García o Manuel Díaz Rodríguez. A partir de ese momento, el interés de Dunham por la narrativa venezolana fue creciente. En primera instancia se dedicó al estudio de la obra de Manuel Díaz Rodríguez, obteniendo su título de maestría, en 1935, con una tesis de investigación sobre dicho autor.  Por aquellos mismos años Dunham inició sus contactos epistolares con Gallegos (aunque confiesa que al comienzo fueron de una sola vía) con el primer objetivo de obtener su autorización para publicar en inglés una versión escolar resumida de Doña Bárbara. Esta gestión llegó a feliz culminación en 1942, con la publicación del trabajo preparado por Dunham, por parte de la editorial neoyorquina F.S. Crofts and Co. Seis años después, el 5 de julio de 1948, fue que se conocieron personalmente, durante la visita que hiciera Gallegos a Estados Unidos como primer mandatario de Venezuela, invitado por el presidente Harry Truman. Según recuerda Dunham, entre los miembros de la comitiva venezolana estaban, entre otros, Andrés Eloy Blanco y Juan Pablo Pérez Alfonzo[2]. El encuentro entre el profesor de la Universidad de Oklahoma y el autor de Doña Bárbara tuvo lugar en una pequeña población llamada Bolívar, en Missouri, donde ambos presidentes encabezaron un acto oficial en el que se develó una estatua del Libertador, donada por el gobierno venezolano. Según testimonios, Gallegos pronunció en aquella oportunidad un discurso en el que a contramano de las convenciones, hizo énfasis en el carácter civilista de Bolívar; planteamiento que adquiere mayor relevancia y significación con el paso de los años, sobre todo ante las evidencias del presente. Al respecto Dunham señaló lo siguiente:

“En su homenaje a Bolívar, Gallegos no realzó sus dotes militares, sino al hombre civil, como filósofo y pensador, como un hombre que soñó la paz para su país y para todos los pueblos del mundo y como un visionario empeñado en realizar sus sueños. ¡Qué contraste el de Gallegos con muchos de sus compatriotas! ¡Cuán constante ha sido a través de los años su oposición al militarismo que pretende asumir responsabilidades que no le corresponden! Ahora aquí en Bolívar, Missouri, estaba reiterando su fe en el papel superior del ciudadano como civil sobre el ciudadano como militar” (De Oklahoma. 386).

Desgraciadamente, pocos meses después, en noviembre de ese mismo año, una vez más la historia venezolana registraba un episodio en el que los militares tomaban el control del poder, en desmedro de la civilidad. Una junta militar conformada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez se hizo del gobierno del país, iniciando una nueva dictadura que se prolongaría hasta 1958. Como diría Dunham: “Doña Bárbara y Ño Pernalete imperaban una vez más y Venezuela desterraba a uno de sus hijos más grandes y más nobles con la misma ingratitud que había mostrado hacia otros hombres eminentes de su historia” (De Oklahoma. 397-8)

Gallegos, que tras su derrocamiento había estado retenido por los militares desde el 24 de noviembre, es enviado al exilio el día 5 de diciembre de 1948 con destino a Cuba. El New York Times del día siguiente recogió sus declaraciones, en las que afirmaba, a propósito de la aceptación del régimen de Delgado Chalbaud por los Estados Unidos, que: “el reconocimiento del presente gobierno militar de Venezuela es una inmoralidad histórica y una desgracia para cualquier país” (De Oklahoma. 400). El presidente derrocado no dudó en atribuir las motivaciones del golpe a la conjunción de los intereses del capital local y de las compañías petroleras norteamericanas, indispuestas a aceptar la imposición del tributo del 50% de sus utilidades. A su entender, ambos sectores habrían incitado a miembros del ejército a actuar en contra el orden constitucional. En una carta de respuesta a una de Gallegos, el presidente Harry Truman, reciente anfitrión en su visita a los Estados Unidos, afirmaba: “yo creo que el uso de la fuerza para llevar a cabo ciertos cambios políticos no solamente es deplorable, sino contrario a los ideales de las naciones americanas” (De Oklahoma. 400-1). Lo cierto, sin embargo, es que el gobierno norteamericano demostró, una vez más, que su sentido de conveniencia y pragmatismo, al servicio del resguardo de sus beneficios e intereses económicos, seguía siendo la guía de su conducta política. ¿Dado este antecedente cómo llega entonces Gallegos a vivir parte de su exilio en los Estados Unidos? Pues lo hace por la invitación de amigos, que lo admiran y estiman como ícono del escritor hispanoamericano, defensor de los valores de la civilidad y la democracia, contrarios a los del caudillismo militar que ha signado buena parte de la historia de Latinoamérica. Un episodio más, que evidencia su estricta ética en defensa de tales principios, fue el de su renuncia al Doctorado Honoris Causa que le había otorgado la Universidad de Columbia, en julio de 1948, cuando visitó los Estados Unidos como presidente de Venezuela. La razón de su renuncia fue la concesión de la misma distinción honorífica, en noviembre de 1955, al coronel Castillo Armas, quien llegó al gobierno de Guatemala por vía de una asonada militar. En declaración a la prensa del 3 de diciembre de 1955, Gallegos dijo:

“… he visto que tal honor se le dispensa lo mismo a un mandatario electo por la voluntad popular que a un jefe de Estado hispanoamericano llegado al poder por obra de un golpe militar, y mi sentido de consecuencia con mi posición democrática, respetuosa de los derechos de los hombres y de los pueblos, no me permite compartir el honor con quien por opuesto modo ha llegado a la presidencia de su país” (De Oklahoma. 387).

Busto de Rómulo Gallegos donado por el gobierno venezolano en 1975, en conmemoración de su estancia en la Universidad de Oklahoma.

Busto de Rómulo Gallegos donado por el gobierno venezolano en 1975, en conmemoración de su estancia en la Universidad de Oklahoma.

Gallegos inició su exilio en Cuba, allí permaneció hasta julio de 1949, salvo por una breve visita de un mes a Miami, donde estuvo hospedado por su amigo norteamericano William Stevens. A partir de agosto se residenció en México, país en el que fue acogido de modo entusiasta por escritores, políticos e intelectuales y donde pudo reunirse con otros amigos exilados venezolanos. El 7 de septiembre de 1950 se enfrenta a otro hecho demoledor en su vida: la muerte de su esposa, doña Teotiste Arocha. Ahora Gallegos debe enfrentar solo la crianza de sus hijos, Sonia y Alexis. Tras esta coyuntura, en ocasión de una visita de Dunham a Gallegos, en Morelia, donde el escritor venezolano había decidido “pasar una temporada […] con el objeto de recoger impresiones para una novela de ambiente michoacano” (De Oklahoma. 115) se plantea la posibilidad de que su hijo Alexis se fuera por un tiempo a estudiar inglés, en Norman, bajo el cuidado de Dunham y su esposa. Ya para entonces, el profesor norteamericano llevaba dos años trabajando en la investigación de su tesis doctoral sobre la obra del escritor venezolano, con la cual se titularía en 1954, en la Universidad de California, en Los Ángeles. La primera visita de Gallegos a Oklahoma se concretó el día 6 de diciembre de 1952. Llegó en automóvil, desde México, con sus hijos y otros familiares y amigos. Allí estuvo hasta poco antes de la Navidad, cuando partieron de vuelta a Morelia, dejando a Alexis con los Dunham. Durante esas dos semanas tuvo una intensa actividad bajo el patrocinio del Departamento de Lenguas Modernas y Literaturas de la Universidad de Oklahoma y fue objeto de múltiples agasajos en su honor, así como entrevistas en la prensa, la radio y la televisión. Realizó grabaciones de varios fragmentos de sus novelas, de las cuales resultó un álbum editado por el Departamento de Estudios por Correspondencia de esa universidad. En una carta fechada el 13 de enero de 1953, Gallegos le agradece a Dunham los cuidados y atenciones puestos en su hijo y deja constancia de su gratitud por esos norteamericanos encarnados en Dunham que se alejan del estereotipo del voraz “Mr. Danger” de su famosa Doña Bárbara. Así lo expresa:

“Muy querido amigo: … Ayúdemelo a saturarse del admirable espíritu de esfuerzo y de responsabilidad que ha hecho de su país el más grande y poderoso de la tierra y cuente usted, querido amigo, con que en ninguna otra novela mía aparecerá otro Míster Danger, pues sin fijar mis ojos en los que realmente continúen siéndolo, los detendré complacidamente en los Lowell Dunham que allí le hacen honor a las más excelente condición humana. Y sepa que esto lo escribo con sincera emoción, una de las mejores de mi vida” (De Oklahoma. 122).

Placa donada por la República de Venezuela a la Universidad de Oklahoma, en honor a Rómulo Gallegos, el 2 de mayo de 1975.

Placa del busto donado honor a Rómulo Gallegos por la República de Venezuela a la Universidad de Oklahoma, el 2 de mayo de 1975.

En dos ocasiones más estuvo Gallegos en Norman, en el período de seis meses, aludido al comienzo de estas páginas, comprendido entre 1953 y 1954, y en mayo de 1957, cuando regresó para asistir al grado de bachiller de su hijo Alexis, en la High School de la Universidad de Oklahoma. Un busto de Rómulo Gallegos donado por el gobierno venezolano en 1975, en conmemoración de su estancia en la universidad, de la cual fue nombrado miembro honorario de su profesorado, hace parte hoy del patrimonio del campus universitario.

No deja de resultar curioso que el primer presidente venezolano elegido por voto popular, que fue testigo del inicio de las transformaciones de un país rural y caudillesco a otro petrolero en el que comienzan a asentarse espacios de lucha en busca de cauces proclives al fomento de la democracia y la civilidad, haya vivido una relación con el país del norte derivada de un triángulo conformado por la política, la literatura y el petróleo. Si los intereses asociados a la explotación económica de dicho recurso natural, en efecto, incidieron en su derrocamiento como presidente de Venezuela,  el petróleo fue también origen del vínculo con algunas universidades norteamericanas, en las cuales algunos intelectuales atentos descubrieron su interés por una literatura que les era ajena y desconocida por aquellos años. El contraste que Gallegos supo plantear en su carta, entre Mr. Danger y el prof. Lowell Dunham, fue fiel a la naturaleza dual de la relación que mantuvo con los Estados Unidos. Pero no menos significativa es la proyección que dicha relación, la de Dunham y Gallegos, transmutada en la de Oklahoma y Venezuela, ha perseverado en el tiempo. Un testimonio de ello es el libro de Lowell Dunham que da origen a estas líneas, De Oklahoma a Venezuela, publicado en 1992. La historia de su hechura es más o menos la siguiente. Valgámonos de una cita in extenso de un segmento del prólogo titulado “Lowell Dunham y la narrativa venezolana”, escrito por quien fuera su gestor y compilador, el crítico literario y profesor venezolano Domingo Miliani, para remontarnos a las circunstancias que antecedieron a los trabajos de Dunham. Allí Miliani afirma:

A comienzos de los años 30 de este siglo, los estudios sobre literatura latinoamericana en Estados Unidos eran incipientes. Los dedicados a Venezuela, escasísimos.

En 1935, Lewis Hanke fundó en la Universidad de Texas (Austin) el Handbook of Latin American Studies, primer anuario bibliográfico especializado sobre la materia. Su mismo fundador escribió un libro exitoso: La lucha por la justicia en la conquista de América. Ese año, Samuel Montefiore Waxman, había publicado la primera bibliografía dedicada a las letras venezolanas (A bibliography of the Belles Lettres of Venezuela). Y Dillwyn E. Ratcliff había sido el primero en dedicar un libro a la narrativa de nuestro país: Venezuelan Prose Fiction (1933). Eran, pues, muy contados los nombres y los materiales que pudieran servir de guía a los escasos estudiosos de nuestro mundo intelectual en el ámbito norteamericano. Dentro de tal contexto adquiere un relieve singular la obra  y la figura de este gran amigo de Venezuela radicado de por vida en Norman (Oklahoma): Lowell Dunham  (iii).

Cabría señalar que en el momento en el que Domingo Miliani escribió esas líneas, ya habían transcurrido 18 años desde que por iniciativa suya se había creado en Caracas el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, institución de la cual además de fundador fue su primer director. Miliani, quien había realizado sus estudios doctorales en la UNAM, en México, llevó a Venezuela la idea de la creación de dicha institución impulsado por uno de sus maestros mexicanos, Leopoldo Zea. Este centro es el que lleva adelante, entre otros importantes programas culturales, de investigación y de docencia, el renombrado Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, con el cual han sido reconocidos varios de los más relevantes escritores de la lengua española como: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Arturo Uslar Pietri, Javier Marías, Roberto Bolaño o Ricardo Piglia, entre otros.

Durante su estadía en México, Miliani amplió su conocimiento sobre los trabajos del profesor Dunham, así como sobre su interés por la literatura venezolana y su relación con Gallegos. Sin embargo, no vendría a ser sino hasta 1992, con el apoyo del Ing. Gustavo Inciarte, para entonces presidente del Instituto Tecnológico Venezolano de Petróleos (INTEVEP), que se pudo concretar la iniciativa de publicar en Venezuela un compendio de los más importantes trabajos de Dunham referidos tanto a Manuel Díaz Rodríguez como a Rómulo Gallegos. La idea de esa publicación surgió durante las conversaciones que sostuvieron Miliani, Inciarte y miembros de la Universidad de Oklahoma, durante la visita que el presidente de dicha universidad, Richard L. Van Horn, y una importante comitiva hicieran a Venezuela por invitación del Ing. Inciarte, cuya vinculación con la Universidad de Oklahoma databa de los años en que estudió allí Ingeniería petrolera, convirtiéndose en un destacado egresado que obtuvo múltiples honores y reconocimientos a lo largo de su vida profesional, y que siempre supo mantener viva la vigencia de esa ya larga tradición de amistad entre Venezuela y Oklahoma. Al punto de que al verse forzado a emigrar de su país, en 2003, por la coyuntura política y petrolera que aún aqueja a esa nación sudamericana, decidió reincorporarse a la vida académica de su Alma Mater como investigador visitante en el Sarkeys Energy y miembro del Center Energy Institute of the Americas, hasta el momento de su muerte, en enero de 2010, en la misma ciudad de Norman donde actualmente sigue residiendo su familia. No sería exagerado afirmar que el Ing. Inciarte recogió el testigo que sesenta años antes, el para entonces estudiante de Ingeniería petrolera Edmundo Luongo le diera al prof. Lowell Dunham. En esta ocasión Inciarte le dio a Domingo Miliani el apoyo necesario para publicar en Venezuela, bajo el patrocinio de INTEVEP, el libro que recogería los trabajos de Dunham. Las obras contenidas en ese volumen serían las publicadas por Dunham previamente, en su versión definitiva, bajo los siguientes títulos: Rómulo Gallegos. Vida y Obra. México: Eds. Andrea, 1957; Manuel Díaz Rodríguez. Vida y Obra. México. Eds. De Andrea, 1959; Rómulo Gallegos. Un encuentro en Oklahoma y la escritura de su última novela [Trad. De Gustavo Díaz Solís]. Caracas, Casa de Bello, 1987 (del original Rómulo Gallegos. An Oklahoma Encounter and the Writing of the Last Novel. Norman: University of Oklahoma Press, 1974); y Cartas familiares de Rómulo Gallegos. Caracas: Cuadernos Lagoven, 1990.

A todo esto habría que agregar además, como si fuera poco, que Dunham fue, a finales de los años 30, uno de los principales promotores de la creación de la Asociación de Estudiantes Venezolanos de la Universidad de Oklahoma, la cual hoy bajo el nombre de “Association Friends of Venezuela” sigue en plena actividad. Dunham tuvo la oportunidad en octubre de 1961 de conocer Venezuela, por invitación oficial del entonces presidente de la República, Rómulo Betancourt. Durante dos semanas recorrió los lugares en los que están ambientadas varias de las obras de Gallegos. Según relata el propio Dunham, al ir a la tierra de Doña Bárbara, en San Fernando de Apure, él y su esposa France se encontraron a un “yankee de la población de Hugo, Oklahoma, cuyos cuentos de su vida y aventuras en San Fernando evidenciaban que todavía existían los Míster Dangers” (De Oklahoma 143). La anécdota, por demás simpática, da pie para suscitar varias preguntas y reflexiones que aunque no podamos responder a cabalidad en estas páginas, por limitaciones de espacio y por el propósito al que se circunscriben, podrían servir como estímulo e invitación para pensar sobre varias de las derivaciones de estos encuentros, entre Gallegos y Dunham, entre Oklahoma y Venezuela, o en términos generales entre el uno y el otro, como expresiones de diferentes culturas.

Sobre el tema, tal vez vale la pena remontarse a algunos episodios de la historia de Nuestra América como ejercicio de recordación. Son muy amplios, por ejemplo, los estudios de los que disponemos sobre la llamada conquista de América y sobre los modo en que la mirada europea descubrió (“inventó” diría Edmundo O´Gorman) lo americano: bien como complemento de la experiencia occidental, como inauguración de un proceso de ineludible sincretismo  o como concreción de una utopía necesaria. Todorov ha intentado establecer el contraste entre el imaginario medioeval que regía la mirada de Cristobal Colón y el espíritu renacentista que ya se hacía manifiesto en un Hernán Cortés, al momento de tratar de comprender las formas de relación que resultaron de ese encuentro entre el europeo y los habitantes del llamado Nuevo Mundo. A estas alturas estamos muy al tanto de la presencia y complejidad de las mediaciones que incidieron en las construcciones discursivas de las Crónicas de Indias. Asimismo, son vastos los estudios que con respecto al siglo XIX se han hecho a lo largo del continente sobre la impronta que la mirada del viajero europeo tuvo en la proyección y formas de comprensión de lo americano, en muchos casos manifiestas hasta hoy día. Basta recordar cómo una categoría europea como la de “realismo mágico”, propuesta por el crítico de arte alemán Franz Roth, en 1925, para referirse a un nuevo tipo de pintura realista luego del dominio del abstraccionismo expresionista alemán, la cual fue puesta en circulación en América Latina por el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, en un libro escrito en su exilio en New York, llamado Letras y hombres de Venezuela (1948), ha determinado desde la aparición de Cien años de soledad, en 1967, el modo de ver y entender no sólo la literatura latinoamericana sino la propia Latinoamérica en el resto del mundo e incluso, también, por parte de sus propios habitantes. Hecho que resulta más curioso aún si consideramos que el mismo García Márquez jamás pensó que una impronta como esa podría marcar el resto de su existencia, al momento de imaginar su mundo macondiano. A lo que intento apuntar, al hacer mención de estos episodios que forman parte de las construcciones discursivas que han configurado el imaginario de muestra historiografía crítica y cultural, es precisamente al surgimiento de las diversas formas de mirar lo propio y lo ajeno, lo uno y lo otro, desde el mismo momento en que ocurren los encuentros. Estas formas siempre condicionadas por preconcepciones, que en muchos casos y en primer término abren nuevas posibilidades de entendimiento, se asientan luego hasta convertirse en categorías que corren el riesgo de esquematizarse perdiendo todo potencial interpretativo ante las exigencias de la dinámica histórica, lo cual las pone al servicio de la consolidación de prejuicios que impiden cualquier otro modo de acercamiento avizor de las cambiantes condiciones y las múltiples dimensiones tanto de la cultura ajena, la cultura otra, como también de la propia. O para decirlo de otro modo y de nuevo con García Márquez, quien nos advertía al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982:

“La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.

Ahora bien, en el caso del encuentro entre Dunham y Gallegos la mencionada referencia a la figura de “Mr. Danger”, personaje con claras connotaciones negativas que pertenece al mundo sórdido y abyecto que rodea a “Doña Bárbara” y que representa la figura del extranjero vil y explotador, no sólo es expuesta por Gallegos en su novela sino que el mismo Dunham la valida en los testimonios de su viaje a Venezuela. Pero paradójicamente lo que se opone a lo que ve Dunham en el “yankee” de Hugo, Oklahoma, en San Fernando de Apure, es lo que luego Gallegos ha de descubrir y rescatar en su querido amigo y profesor de la Universidad de Oklahoma como encarnación de los hombres que poseen un “admirable espíritu de esfuerzo y de responsabilidad” y que “le hacen honor a las más excelente condición humana” (Oklahoma 122). Es decir, Gallegos parte de un prejuicio y como resultado de su encuentro en Oklahoma descubre una humanidad distinta, afín a la suya; Dunham parte de la idea de que Gallegos es un caso de excepción en la “bárbara” Venezuela, un ejemplo que contradice las teorías de Taine, pues lo ve como alguien que “surge ya con la perspectiva adecuada”, como “una personalidad a pesar del ambiente, en lugar de ser producto de los tres factores del mismo: orígenes, medio y época” (De Oklahoma 273); lo ve como un hombre  con muchas cosas sorprendentes para ser latinoamericano, como el de ser poseedor de un lenguaje con “una cierta brevedad y franqueza”, no desbordado como la naturaleza que los rodea, “robusto, bien proporcionado” y con una “talla que rebasa en cabeza y hombros al latinoamericano corriente”, un hombre que “sabe dónde se encuentra y dónde le gustaría llegar” pues tiene “una visión y una meta fija y cierta”, no como el venezolano “que es hombre que da la impresión de andar desconcertado” (De Oklahoma 275). Estas preconcepciones, que podríamos llamar “clichés” o “lugares comunes”, categorías operativas conformadas desde hace mucho tiempo y en algunos casos vigentes hasta el presente, son consecuentes en parte con las interpretaciones históricas de los procesos de colonización y posterior emancipación y formación de los estados nacionales en todo el continente americano, que en última instancia se nutrieron también del influjo del pensamiento positivista que tanto arraigo tuvo en el pensamiento occidental del siglo XIX y XX. Tales premisas no podían dejar de actuar en los primeros encuentros que se dieron entre Oklahoma y Venezuela, a través de las figuras de Dunham y Gallegos, inscritas además en las singulares circunstancias de la expansión del desarrollo petrolero en Venezuela y Estados Unidos; de la presidencia, derrocamiento y destierro de Gallegos; y del naciente interés crítico de las universidades norteamericanas por la literatura y cultura latinoamericanas. Dentro de tal contexto histórico, es claro que la lectura de Dunham  de la la propuesta ideológica y narrativa galleguiana estuvo fuertemente condicionada por la presunción de validez del modelo de oposición binaria “civilización-barbarie” implantado en Latinoamérica a partir del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Son varios los pasajes en los que se hace evidente la propensión de Dunham a elaborar una lectura de la obra de Gallegos desde esos parámetros, sin diferenciar en lo sustancial las visiones del escritor argentino y del venezolano. Tal vez por incurrir en la equivocación de querer equiparar  y generalizar las realidades sociales de las distintas zonas culturales y geográficas latinoamericanas, como herederas de las mismas “taras” derivadas de la colonización española, lo cual las hace partícipes de fatalidades comunes como el caudillismo y el mestizaje. Sin embargo, en realidad Gallegos se distancia de Sarmiento en varios sentidos, sin negar su admiración e influencia. Tal vez podríamos decir que en su caso los presupuestos de su idea de evolución social y cultural, si bien son deudores del pensamiento spenceriano, tienen como nutrientes dentro del pensamiento latinoamericano a intelectuales y hombres de acción como Simón Rodríguez, Andrés Bello, Bolívar, Martí o Rodó, creyentes en el poder transformador de una educación socialmente inclusiva, promotores de una Latinoamericana cultora de un humanismo mestizo, capaz de asimilar y valorar lo extranjero sin detrimento de lo propio, antes que de prédicas como las de Sarmiento o Alberdi que entendieron el desarrollo fundamentalmente en términos de una europeización que significaba el desplazamiento o el exterminio del habitante originario de las indómitas pampas.  Las palabras del mismo Dunham nos puede servir para ilustrar lo dicho, en referencia a los inconvenientes de la herencia española. Al respecto afirma:

“Gallegos pertenece al pequeño pero eminente grupo de hombres de cultura hispánica que están claramente conscientes de las condiciones anómalas de su sociedad. Son esas condiciones de la vida hispanoamericana las que producen el fracaso y el fracasado. En muchos respectos, esa cultura es híbrida tanto en la Península Ibérica como en el Nuevo Mundo. En la Península Ibérica casi ocho siglos de dominación morisca dejaron en España un fuerte sedimento oriental que se mezcló a los aportes de la Europa occidental. En el Nuevo Mundo, el español, desde el comienzo de la conquista, comenzó a imponer al indio su raza y su cultura. Como consecuencia, produjo una raza y una cultura híbridas en la forma del mestizo. Tales son factores que explican en parte la incapacidad de los españoles y de los hispanoamericanos para asimilar plenamente los grandes movimientos intelectuales que han conmovido otras naciones de la Europa occidental y han dado a ésta sus instituciones y su organización social así como sus básicos patrones intelectuales” (De Oklahoma. 592-3).

No vale la pena ahondar acá en los fuertes elementos racistas que se evidencian en la cita, cónsonos, por lo demás, con concepciones muy arraigadas en la cultura de los Estados Unidos en aquellos años, por fortuna ya en buena parte superadas. Por el contrario, según Juan Liscano, la obra de Gallegos es más bien evidencia del intento de destruir la antinomia civilización-barbarie, en los términos de Sarmiento, insinuando en su lugar una nueva síntesis en la que se “cumplirá la fusión de razas y de castas, para que surja un tipo de venezolanidad integral” (Ciclo. 35). Un breve pasaje de Doña Bárbara nos podría servir para apuntalar esta idea, en la que las connotaciones negativas y positivas de los hábitos de los pobladores de los llanos se conjugan en la búsqueda de una síntesis original, propia de una cultura nueva resultante de una inédita mezcla de razas en la que la fuerza de la naturaleza puede significar también un impulso de superación. Así nos lo dice el narrador, al referirse a la vivencia de Santos Luzardo, protagonista de la novela y de algún modo alter ego del ideario del mismo Gallegos:

“Y vio que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer, voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. En sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso, alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pie y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y las virtudes en las almas nuevas.

Algo de esto lo dejaban traslucir las coplas donde el cantador llanero vierte la alegría jactanciosa del andaluz, del fatalismo sonriente del negro sumiso y la rebeldía melancólica del indio, todos los rasgos peculiares de las almas que han contribuido a formar la suya, y lo que no estuviese claro en las coplas y Santos Luzardo lo hubiese olvidado, se lo enseñaron los pasajes que les fue oyendo contar mientras compartía con ellos los duros trabajos y los bulliciosos reposos. (Doña Bárbara. 175)”.

Lo relevante, en todo caso, en el momento presente, es comprender cómo tales prejuicios actuaban proyectándose de modo inevitable en los primeros acercamientos y muestras de interés hacia la literatura latinoamericana que se dieron en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. El caso de Dunham y Gallegos es un ejemplo ilustrativo que muestra cómo, a pesar de la presencia de tales condicionamientos, en cierta forma ineludibles, se privilegió una voluntad de comprensión y encuentro verdadero en el que se hicieran posibles la conciliación de oposiciones para ser capaces de descubrir en el otro un verdadero interlocutor. Ha pasado mucho tiempo desde esos momentos alborales en que se inició el acercamiento de la crítica académica norteamericana a la literatura latinoamericana. La robustez de las posibilidades críticas contemporáneas de un posible diálogo inter-americano dependen, en buena medida, de la capacidad de asimilar como enseñanza el riesgo permanente que supone mirar al otro desde preconcepciones maniqueas o desde formas reductivas de imposición de agendas predeterminadas, poco productivas al momento de estudiar la literatura, sin negar su dimensión artística ni su multidimensionalidad cultural. Hoy, algo más allá de la primera década del siglo XXI, somos habitantes de un mundo global en que las fronteras geográficas, culturales y verbales se hacen cada vez más imprecisas y en las que las exigencias sociales ponen de relevancia otros asuntos de marcada urgencia, propios de los nuevos retos de la contemporaneidad. Un mundo, sin duda, muy distinto del que se ocupó Gallegos. Éste, incluso en su última novela sobre tema mexicano, escrita en Oklahoma, concentró su mirada en el mundo rural latinoamericano. El mismo mundo que año después explorara y explotara García Márquez y tantos otros escritores del llamado boom. Gallegos a pesar de haber sido presidente de un país que vivió a lo largo del siglo XX una transformación radical, producto de la riqueza petrolera, que lo convirtió en un país más de 80% urbano, cuando a comienzos de siglo la proporción era justamente la contraria, no se ocupó en su literatura de registrar las complejidades de dichos cambios. Su tarea fue la de crear las bases de una cultura cívica y democrática en las que las instituciones suplantaran el pernicioso rol que han ejercido, y lamentablemente de nuevo detentan, las castas militares y los nuevos caudillos. Seguramente en Norman, encontró un refugio para meditar sobre ello y pudo apreciar las virtudes de una sociedad en la que la democracia y el respeto a las instituciones, efectivamente son elementos raigales de una larga tradición ciudadana.

Como vemos, han sido mucho los puntos de contacto y encuentros entre Oklahoma y Venezuela, vinculados a la literatura, la política y el petróleo, a lo largo de casi un siglo, desde las primeras noticas que Lowell Dunham tuviera de la existencia de la literatura en ese país. Una larga historia de la que por esos azares inexplicables del destino ahora también formo parte, no sólo por estar acá intentando dar noticias de ella, como profesor visitante en esta prestigiosa y querida universidad, sino porque sin yo imaginármelo cuando el prof. Domingo Miliani me pidió que me encargara de la edición de ese libro llamado De Oklahoma a Venezuela, hace 22 años, cosa que hice con especial dedicación, me estaba haciendo también partícipe de ese legado del cual el título del mismo libro es testimonio. Hace 19 años me correspondió, además, ser director del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, cargo que ejercí por un lustro, pero nunca pensé que tendría el privilegio de estar acá, conociendo el lugar del que me hablaran las páginas escritas por Dunham al referirse a su entrañable amistad con Gallegos. Algún secreto que siempre nos será escurridizo y que determina los asuntos de la fortuna me ha otorgado el privilegio de estar aquí, ahora, sirviendo tan solo como portador de un testimonio. Confío en que después de mí habrá otros, desde Oklahoma o desde Venezuela, que sabrán agregar otras líneas a esta historia de acercamientos entre el sur del norte y el norte del sur de Nuestras Américas, las de Dunham y Gallegos, como antes las de  Whitman y Martí.

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Obras citadas:
Dunham, Lowell. De Oklahoma a Venezuela. Caracas: Gerencia de Asuntos Público de Intevep, 1992. [compilación, prólogo y notas de Domingo Miliani].
García Márquez, Gabriel. http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/audios/gm_nobel.htm
Gallegos, Rómulo. Doña Bárbara. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1971 [27° edición].
Liscano, Juan. Ciclo y constantes galleguianos. México: Edic. Humanismo, 1954.
[1] “El profesor Cárdenas que había traído un grabador, lo prendió y don Rómulo comenzó a leer […] sentado a la mesa del comedor con el manuscrito frente a él” (De Oklahoma 128).
[2] Futuro ideólogo y fundador de la OPEP