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Al límite // Inmolarse inmolándonos; por Luis García Mora

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¿Cuántas veces, al comparar involuntariamente las despiadadas imágenes del duro acontecer, los periodistas profesionales experimentamos esa sensación de pérdida de equilibrio, de caída interior, de vértigo, cuando nos enteramos de un dramático episodio como el del vuelo GWI9525 de Germanwings?

Y, cuando ya estábamos completamente descolocados, nos enteramos de los gritos de los 150 pasajeros que se oyeron a bordo, en el momento antes de morir y se informa que el siniestro fue provocado por el copiloto, Andreas Lubitz, con un historial depresivo, quien decidió estrellar el avión.

Inmolarse inmolando.

Una locura, sí. Pero ocurre.

Como en nuestro país donde, guardando las distancias de la obligatoria profundidad que separa a las dos tragedias y desde nuestro humilde punto de vista, alguien al control de nuestro vuelo vital, junto a más de 30 millones de compatriotas, se acerca a su inmolación inmolándonos.

¿Suicidio?

No. Los suicidas se acaban ellos solos. Es una faena absolutamente personal, no colectiva.

*

Cuando las negociaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC, en La Habana, alcanzaron su punto de no retorno, y mientras Cuba como Estados Unidos se preparan para hablar de Derechos Humanos el martes próximo en Washington, la contradicción venezolana desde el punto de vista socioeconómico o político sobrepasa cualquier nivel de racionalidad.

Cuando Nicolás Maduro y esta especie de guerrilla atrincherada en el poder le corta y le niega cualquier salida al país, secuestrándolo prácticamente, al costo que sea, incluso una crisis alimentaria y de supervivencia y seguridad, no queda más que mirarnos perplejos como en el vuelo GWI9512.

Porque para nada, ¡para nada!, el Presidente de la República ni su equipo han comenzado a compartir con la ciudadanía una mínima muestra de comprensión y de dolor sobre el agudo y violento problema de sobrevivencia cotidiana que nos amenaza.

Galopante. Fulminante. Violenta.

El tejido ciudadano casi ha desaparecido en el levantamiento de emergencia de una improvisada red de redes de mercado negro, de alimentos y de insumos, donde se quintuplican los precios al borde de lo delincuencial, en un cotidiano combate contra la nada, para permanecer, para continuar, para persistir.

Y el Gobierno hace oídos sordos a lo que pasa.

Agitándose e intentando agitarnos con espantapájaros, monigotes y espantajos de feria para ignaros, analfabetos e iletrados, traídos de otras galaxias o desde su fantasía, ante un país que, como el fatídico vuelo, se precipita sin nadie que lo conduzca.

O, peor aún, quien lo conduce lo lleva voluntariamente hacia el aniquilamiento y la ruina, sin importarle lo que éramos.

Lo que fuimos.

Tomados prisioneros por unas mentes descarriladas que no tienen más pertrechos que (completamente fuera de sincronismo) convocar recurrentemente al Apocalipsis.

Y lo que espanta es el nivel de desconexión con la totalidad del país, con el otro.

A veces da la impresión de que en Venezuela, en lugar de con un Gobierno electo democráticamente, se estuviese tratando de negociar con un grupo que ha capturado un Estado y se encuentra atrincherado en el Palacio de Gobierno con todos sus rehenes, sus prisioneros, sus víctimas.

¿Cómo las FARC? ¿Como Cuba? ¿En la Cumbre de las Américas, en Panamá? ¿Al igual que en las negociaciones de las FARC, en La Habana, con el gobierno de Colombia? ¿O las de Cuba, con nada más y nada menos que el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica?

Pero, ¿qué puede negociar Nicolás Maduro con Obama?

¿Qué quiere, más allá de la retórica?

¿Qué espera?

¿Que le cambie a los siete enjuiciados por Leopoldo López o por Antonio Ledezma o por los alcaldes y estudiantes prisioneros en sus manos por protestar, como si fueran los disidentes cubanos presos de La Cabaña?

En este sentido, las sanciones de Obama a los siete funcionarios de alto rango del gobierno de Maduro, acusados de violar los derechos humanos, envueltas en la declaración de Venezuela como “una amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad de los Estados Unidos, aunque para ellos se trate de un lenguaje jurídico estándar requerido por su jurisprudencia para dictar sanciones financieras, no le han servido a la oposición venezolana para (pragmáticamente) ponerle al Gobierno los puntos sobre las íes y levantar una polémica.

Porque, aclaremos algo: hay momentos en los cuales la construcción de una proposición política en los que no puedes dejar que te impongan una narrativa. Y menos en una situación tan caliente como la que enfrentamos en Venezuela.

A esta oposición le pasa lo mismo que a aquella otra, con lo de “La Cuarta República” y “La Quinta República”, que las compraron sin discutir. Es como con lo de DAKA, cuando quedaron privados. Ahora, con lo de Obama, cuando el Gobierno les habla de una conspiración internacional, lo copian.

¿Y eso por qué?

¿Por qué la oposición no termina de montarse sobre el potro salvaje y galoparlo con coraje, como se galopan las crisis? ¿Por qué no ponerse por encima del discurso gubernamental y pedirle a Estados Unidos que expliquen por qué han tomado estas decisiones y con base en qué se congelan las cuentas a esos siete señores?

¿Por qué no se informa y preguntan cómo es que estos señores tienen dinero en Estados Unidos (o donde sea) y les piden que enseñen al mundo esas cuentas? ¿ Y por qué no preguntarle a Washington cómo es que nos iguala con esos otros países a los cuales les han aplicado ese mismo procedimiento “legal normal”, como Siria o Birmania?

Hacer eso le impediría al Gobierno evadir y los obligaría a poner el acento en la corrupción y en esas fortunas no reportadas ni confesadas, hechas a la sombra del poder.

¿Y por qué no lo hacen entonces? ¿Complejos? ¿Miedo?

¿Calculan en la oposición que esta decisión les puede permitir, más allá de lo urgente de esas preguntas, el apoyo de ese 20% o 30% chavista que sigue apoyando lo que sucede en Miraflores?

¿Por qué no se piden explicaciones sobre los siete de la lista y se le pregunta a los gringos qué piensan hacer con esos activos congelados? ¿Nos lo devuelven? ¿Se los quedan?

Tal como es el comentario internacional, “Obama debería haber anunciado las nuevas medidas simultáneamente con la revelación de los datos sobre los miles de millones de dólares escondidos en bancos extranjeros por funcionarios venezolanos de alto rango”. ¿Pero acaso guarda toda esta documentación para desarmar a Nicolás Maduro en la Cumbre? ¿O la utiliza como su munición para negociar?

Estamos en las proximidades de unas elecciones parlamentarias, en un país vapuleado por una crisis inmisericorde. Aquí, como dice Henrique Capriles Radonski, las cosas han cambiado en la calle irreversiblemente. Se ha producido un cambio político cualitativo y cuantitativo brutal.

¿Qué hará Maduro con todos nosotros los venezolanos si, de repente, se abren en un futuro inmediato todas esas espitas? ¿Y ante una derrota clara en las parlamentarias?

¿Seguirá el gobierno encerrado en la cabina del piloto, con más de 30 millones de pasajeros tocándole desesperados la puerta para que abra, con la delirante voluntad política de estrellar a Venezuela?

¿Seguirá inmolándose inmolándonos?