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[2/3] La poesía y el militarismo en Venezuela; por Arturo Gutiérrez Plaza // #DíaMundialDeLaPoesía

Ésta es la segunda parte de la conferencia Civilidad y poesía en Venezuela o la larga espera por los funerales del culto militar, a propósito de que el 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Por esta razón, en Prodavinci hemos compartido este texto (dividido en tres partes) del poeta, investigador y profesor Arturo Gutiérrez Plaza. No se trata de cualquier texto: es la conferencia titulada Civilidad y poesía en Venezuela o la larga espera por los funerales del culto militar, que fue leída por el poeta en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, el 30 de noviembre de 2014, como parte de un panel organizado por la propia FIL y la Editorial Lugar Común, bajo el título “El decir y el poder: la poesía venezolana contemporánea”. La tercera parte será publicada mañana domingo 22 de marzo. Si desea leer la primera entrega, haga click acá.

A continuación, entonces, la segunda de tres partes de Civilidad y poesía en Venezuela o la larga espera por los funerales del culto militar, de Arturo Gutiérrez Plaza, en exclusiva para los lectores de Prodavinci.

CIVILIDAD Y POESÍA EN VENEZUELA PARTE 2 de 3

II

En ese medio siglo comprendido entre 1948 y 1998 se suceden dos etapas políticas claramente diferenciadas, la primera, entre 1948 y 1957, será una dictadura militar, llamada desarrollista, amparada por la alianza con el empresariado del país, las potencias extranjeras y las trasnacionales petroleras. En este período, bajo la promoción del concepto del Nuevo Ideal Nacional el país sufrirá grandes e importantes transformaciones en lo que se refiere a sus infraestructuras, en desmedro del gozo de las libertades públicas, las cuales estarán confinadas bajo la custodia de un severo régimen censor y represivo, poblador de cárceles y campos de concentración, donde los presos políticos fueron sometidos a las más abominables formas de tortura y crueldad. La segunda etapa se iniciará en 1958, tras el derrocamiento de tan nefasto régimen, y constituirá una época completamente inédita en la historia de Venezuela. Será el inicio del lapso de mayor estabilidad democrática desde su origen como república. Un período en que por primera vez, desde 1830, por 40 años continuos el país estará gobernado por civiles no serviles a caudillos militares. Hasta ese momento, de 127 años de vida republicana el país había estado gobernado por militares o presidentes “títeres” impuestos por éstos durante, al menos, 122 de ellos. Sin embargo el inicio de este nuevo proceso tampoco fue fácil. Muchos de los que padecieron la dictadura de Pérez Jiménez y la enfrentaron desde la resistencia se sintieron traicionados por los dirigentes políticos (sobre todo por Rómulo Betancourt[1]) que determinaron el rumbo del país al iniciarse esta nueva era. Muchos encontraron mayores ilusiones y esperanzas en el camino que se trazaba desde la experiencia victoriosa y armada de la Revolución Cubana, que había triunfado en enero de 1959, antes que en la instauración de una democracia liberal, alternativa y representativa. Las tensiones resultantes de esta situación provocaron el enfrentamiento entre Betancourt y Fidel Castro, y tuvieron como consecuencia el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre Venezuela y Cuba. Ello conllevó el inicio de la guerrilla armada en Venezuela, promovida desde la Habana, la cual durante toda la década de los 60 intentó infructuosamente alcanzar el poder por vías violentas. Dentro de este ambiente convulso varios grupos de intelectuales, escritores, poetas y artistas tomaron posiciones dentro del amplio ámbito de las izquierdas, en relación con la difícil circunstancia política y social vivida por el país. En un extremo se encontraban aquellos que apoyaban la lucha armada como única vía de cambios y en el otro los que confiaban en la vía democrática y pacífica como legítima alternativa para alcanzar mayores grados de civilidad, progreso, igualdad y justicia social. Toda suerte de reacomodos, cuestionamientos, desilusiones y reajustes de posiciones se darán en el camino. Un poema que con el paso del tiempo se ha hecho representativo de ese proceso es el titulado “Derrota”, del poeta Rafael Cadenas (Ganador del Premio de la FIL en Literatura en Lenguas Romances 2009), quien había sido un militante del Partido Comunista y había sufrido cárcel y un exilio de cinco años en la isla de Trinidad durante la dictadura de perezjimenista. Cadenas en ese poema, en una larga secuencia de versos acumulativos y enumerativos, trenza la semblanza de un sujeto desprovisto de personalidad, carente de autoestima, objeto de escarnio y de burla; un ser que se insiste derrotado (para algunos como alegoría de la derrota de la misma guerrilla) pero que irónicamente, desde un disimulado orgullo, finalmente se burla de los otros al hacerlo de sí mismo. Leamos algunos de los versos de este poema:

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
(…)
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy del FALN y me desespero por todas estas cosas
[y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
(…)
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
[barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura
[nueva , y obstinadamente me suicidio al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
[y de mí hasta el día del juicio final.

Cadenas publicó este texto en 1963, en un periódico del interior del país, dirigido por Luis Miquelena, quien muchos años después se convertiría en el principal mentor de Hugo Chávez, al salir éste de la cárcel luego de los dos intentos de golpe de estado que promovió en 1992. Miquelena fue quien convenció a Chávez de intentar llegar al poder por la vía electoral, fórmula en la que el Teniente Coronel no creía, por considerarla una farsa y una forma de seguir haciéndole el juego al sistema. La historia parece que lo desmintió. En cualquier caso, viendo desde ahora, a la distancia, aquel clima convulso de la década del 60, podríamos afirmar que el poema “Derrota” de Cadenas ha adquirido con el tiempo una cualidad emblemática, a expensas de la valoración que el mismo poeta pueda tener hoy en día de ese texto, por ser expresión de un momento particularmente álgido en la vida venezolana, en la cual se gestó y tuvo lugar el proceso de pacificación que permitió hacia finales de esa década integrarse a la escena política, dentro de canales democráticos, a las agrupaciones rebeldes que habían venido actuado desde la insurgencia guerrillera. En este período, además, por primera vez en la historia venezolana, el estado tomará la iniciativa de darle relevancia a la cultura como factor de integración de los diversos valores y procesos creativos del país, mediante la constitución del INCIBA (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), en 1965. De ello se desprende también la creación de toda una serie de instituciones culturales y artísticas, en el ámbito nacional, en las que se fueron incorporando paulatinamente artistas, intelectuales, escritores, poetas y gestores culturales, con independencia de sus posturas ideológicas. En tal sentido podríamos afirmar que uno de los sectores protagónicos para el logro del proceso de pacificación política emprendido en aquellos años fue, como nunca antes, el cultural.

Para los que nacimos en ese paréntesis histórico que tuvo lugar entre 1958 y 1998 (en la denominada “Cuarta República” por parte del chavismo o en la llamada “República Civil”, denominación suscrita por los que se oponen al régimen que desde hace más de 15 años impera en Venezuela) la patología militarista del país era cosa superada, confinada a los aburridos manuales de historia de la educación primaria, en los que el orgullo nacional se sustentaba en las epopeyas independentistas y en el culto a los héroes de esa gesta, vistos desde una perspectiva que a las vez que los glorificaba los llenaba de pátina, dejándolos reposar como parte de episodios pasados que con el tiempo dieron paso y posibilitaron la instauración de un estado democrático y civil. Pero como siempre, de nuevo la desilusión y desesperanza comenzaron a propiciar el caldo de cultivo para revitalizar la vieja patología militarista del país. La democracia surgida en 1958, si bien en su primera época logró avances indiscutibles en materia ampliación de la cobertura educativa en todos los niveles, instauración de políticas de salud, saneamiento y erradicación de enfermedades endémicas ligadas a la insalubridad y la pobreza, una mayor dinámica social que permitió la formación de una importante clase media profesional conformada por descendientes de las clases sociales históricamente excluidas y una importante modernización del país en diversos aspectos, no combatió la imposición caudillesca de los políticos de la llamada generación del 28 (fundamentalmente Betancourt, Caldera y Carlos Andrés Pérez), estudiantes rebeldes cuando Gomez que ahora no supieron asentar el destino del país en un marco institucional verdaderamente sólido y democrático. La corrupción y el despilfarro, bajo el cobijo de la renta petrolera y la impunidad, las crecientes desigualdades surgidas a raíz del declive económico del país, la repartición de todo tipo de beneficios de acuerdo a las cuotas de poder partidistas, las frecuentes violaciones a los derechos civiles y humanos, entre muchos otros factores, lograron hacer mella en la confianza que alguna vez se tuvo en el modelo político iniciado en 1958, lo cual dio paso a una marcada desesperanza.

Todo ello nos lleva al momento actual, del cual sería insuficiente todo escrutinio si perdiéramos de vista que toda contemporaneidad es también consecuencia y derivación de hechos pretéritos; valgámonos, por tanto, de dos poemas escritos por dos importantes poetas que sufrieron durante el primer tercio del siglo XX las torturas del régimen gomecista. Acudiremos a esos dos poemas pues curiosamente en ambos, el sujeto poético se pregunta, anclado en el presente de su terrible circunstancia, por la Venezuela del año 2000. El primero de esos poemas se llama “La balada del preso insomne” y fue escrito por Leoncio Martínez, en 1920, en la cárcel de La Rotunda en Caracas; famoso depósito de presos políticos en aquellos tiempos. Martínez comienza el primer canto del poema de este modo:

Estoy pensando en exilarme,
en irme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí:
aquí estoy cargado de hierros,
sucio, famélico, cerril,
enchiquerado como un puerco,
hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
asomo fuera del cubil
bien la cabeza, bien un ojo,
bien la punta de la nariz;
temeroso de un escarmiento,
encorvado, convulso, ruin,
—como ladrón que se robase
sólo el reflejo de un rubí—
por mirar brillando en el patio
el claro sol de mi país.

Como podemos ver, de nuevo el habitante de esa patria absurda y asoleada –recordando nuevamente a Pérez Bonalde- imagina desde las penumbras de su calabozo un país donde sean posibles las libertades de la vida civil, aunque sea en tierra extraña, dada la imposibilidad de obtenerlas en su propio país, donde bajo ese sol alumbran “torvas miserias,/venganzas crueles, odio vil/y un dolor que no acaba nunca/ante otro dolor por venir…”. Dada esa trágica realidad, el exilio se plantea como un deseo que no deja de ser otra forma de condena, pues es una alternativa que confina al sujeto al enajenamiento de su propia lengua y a recordar a los suyos desde la contemplación del paisaje ajeno. Así lo dice en el segundo canto del poema:

Hablaré mal en otro idioma,
comeré bien otros menús,
y alguna tarde arrellanado
en mi sillón de marroquín,
viendo a través de los cristales
un cielo de invierno muy gris,
pensaré en los muertos amados,
en los amigos que perdí,
en aquella a quien quise tanto
con la vesania juvenil
de cuando iluminó mis sueños
el claro sol de mi país!

En el penúltimo canto el hablante poético imagina a sus nietos contemplando su tumba en las vísperas del actual milenio, lamentándose del destino que le tocó vivir lejos de su patria:

Y ya muchos años más tarde,
muy cerca del año 2000,
mis nietos releyendo las fechas
de mi muerte y cuando nací,
repetirán lo que a sus padres
cien veces oyeron decir:
—¡y le darán cierta importancia!—
“el abuelo no era de aquí”,
“el abuelo era un exilado”,
“el abuelo era un infeliz”,
“el abuelo no tuvo patria”,
“no tuvo patria…” ¡Y ellos sí!

El poema concluye, con el motivo reiterado de ese sol del país, convertido en suerte de atributo patrio y añoranza, de recordatorio de la existencia de una pertenencia esencial a la cual no se quiere renunciar y más aún, se intenta imaginar en el momento en que con ella –con esa luz- convivan las libertades de las que no pudo disfrutar. En la pregunta se anida la esperanza de que en esa tierra asoleada, en el país futuro, cercano al siglo XXI, se haya construido otra sociedad más justa y amable de la que le tocó vivir. Por eso dice: “¡Ay, quién sabe si para entonces,/ya cerca del año 2000,/esté alumbrando libertades/el claro sol de mi país!”

*

[1] Celebre es el caso del poemario ¿Duerme usted, señor presidente?, publicado por el poeta Caupolicán Ovalles, en Caracas , en las ediciones de El Techo de la Ballena, en 1962. Este libro, en el que se ataca furiosamente y con absoluto sarcasmo a la figura de Rómulo Betancourt, quien fuera presidente en esos años, fue confiscado por la policía y le costó el exilio a su autor y la cárcel a su prologuista, Adriano González León.

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BIBLIOGRAFÍA CITADA, REFERIDA Y UTILIZADA POR AGP
Blanco, Andrés Eloy. Baedeker 2000. Caracas: Ed. Cordillera, 1960.
Cadenas, Rafael. Obra Entera. Prosa y poesía (1958-1995). México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
Carrillo Batalla, Tomás E. El pensamiento económico de Ricardo Becerra. Tomo I. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2006.
Gallegos, Rómulo. Una posición en la vida. México: Ed. Humanismo, 1954.
Martínez, Leoncio. Poesías. Caracas: Editorial Impresos Unidos, 1944.
Montejo, Eugenio. Partitura de la cigarra. Madrid: Pre-textos, 1999.
Pérez Bonalde, Juan Antonio. Poesías y traducciones (recopilación). Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación Nacional: 1947.
Picón Salas, Mariano. Suma de Venezuela. Caracas: Editorial Doña Bárbara, 1966.
Perea, Alberto Enríquez. “José Vasconcelos y Carlos Pellicer, en las jornadas educativas y políticas (1920-1924).” Tiempo Laberinto: 23-28.
Silva Bauregard, Paulette. Una vasta morada de enmascarados. Caracas: Casa de Bello, 1993.
Sanoja Hernández. Jesús. Prólogo. Memorias de un venezolano de la decadencia. Tomo I. Caracas: Biblioteca Ayacucho: VII-XX.
Vallenilla Lanz, Laureano. Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1991.