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[1/3] La poesía y el militarismo en Venezuela; por Arturo Gutiérrez Plaza // #DíaMundialDeLaPoesía

El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Por esta razón, en Prodavinci hemos compartido este texto (dividido en tres partes) del poeta, investigador y profesor Arturo Gutiérrez Plaza. No se trata de cualquier texto: es la conferencia titulada Civilidad y poesía en Venezuela o la larga espera por los funerales del culto militar, que fue leída por el poeta la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, el 30 de noviembre de 2014, como parte de un panel organizado por la propia FIL y la Editorial Lugar Común, bajo el título “El decir y el poder: la poesía venezolana contemporánea”. La segunda parte será publicada mañana sábado 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía, y la tercera formará parte de los post del día domingo de esta misma semana.

A continuación, entonces, la primera de tres partes de Civilidad y poesía en Venezuela o la larga espera por los funerales del culto militar, de Arturo Gutiérrez Plaza, en exclusiva para los lectores de Prodavinci.

CIVILIDAD Y POESÍA EN VENEZUELA PARTE 1 de 3

“Juan Antonio Pérez Bonalde, perseguido por las mismas circunstancias políticas en tanto opositor al régimen guzmancista, tuvo que exiliarse y pasar buena parte del resto de su vida, hasta poco antes de fallecer, fuera de ese terruño natal tantas veces invocado en su poesía” AGP

I

“Que le pague Galileo”, esa fue la orden impartida al jurado de un certamen poético, cuyo tema era “el Poder y la Gloria”. El autor del dictamen fue el “El Ilustre Americano”, el general Antonio Guzmán Blanco, caudillo militar y bolivariano, que entre 1870 y 1888 ejerció en tres ocasiones la Presidencia de Venezuela, bajo una fuerte hegemonía autoritaria y megalómana. La víctima de tal determinación fue el celebrado poeta venezolano del siglo XIX, hoy en día casi completamente olvidado, Francisco Guaicaipuro Pardo, quien tal vez por lo que inocentemente podríamos calificar como “un error de interpretación” participó en el mencionado concurso con un poema dedicado a Galileo Galilei y no al caudillo presidente, como era de esperarse. Obviamente, Pardo nunca pudo hacer efectivo su premio (Silva Bauregard 45). Por su parte, el más importante poeta venezolano de la segunda mitad del siglo XIX, Juan Antonio Pérez Bonalde, perseguido por las mismas circunstancias políticas en tanto opositor al régimen guzmancista, tuvo que exiliarse y pasar buena parte del resto de su vida, hasta poco antes de fallecer, fuera de ese terruño natal tantas veces invocado en su poesía. No está de más recordar que en el mismo libro en el que Pérez Bonalde incluye su célebre poema “Vuelta al Patria”, Estrofas, publicado en New York en 1877 (luego de una corta estancia en Venezuela el año anterior) hay al menos tres poemas en los que se hace clara alusión a Guzmán Blanco: el soneto “A un tirano” que concluye con el siguiente terceto: “¡Atrás, profanador! La frente impía/Ve en el lodo a ocultar de tu conciencia,/Y no avergüences más la patria mía!”; otro soneto titulado “Tienen razón”, dedicado justamente “A un tirano” donde encontramos versos como los siguientes: “’Oprimir a mi patria’: esa es tu gloria,/ ‘Egoísmo y codicia’: ese es tu lema/’Vergüenza y deshonor : esa es tu historia’;//Por eso aún en su infortunio recio,/Ya el pueblo no te lanza su anatema…/Él te escupe a la cara su desprecio!”; y uno más extenso, titulado “Epístola”, conformado por 29 tercetos endecasílabos encadenados, en el que con marcada ironía se dirige al “buen Ricardo” (en alusión a Ricardo Becerra, “redactor del El Federalista ”, a quien dedica el poema[1]) para echarle “una fuerte reprimenda” por su carencia de sentido de realidad, al atreverse a exponer en su periódico asuntos ajenos a los intereses de la autocracia de Guzmán Blanco, en lugar de actuar como sería lo esperado, como un servil adulador. Leamos algunas estrofas del poema:

¿Cómo te has atrevido, buen Ricardo,
A hablar aquí de unión y de progreso?
¿No ves que eso es pedir rosas al cardo?

Dime ¿has perdido por ventura el seso,
Que te pones a hablar de garantías
Y de cuestiones otras de gran peso?

Perdona que te diga sin recelo
Que vas desorientado en tu camino
Y que te engaña tu ferviente celo.

Deja a un lado la patria y su destino;
Para un instante el curso de tu pluma
Y escúchame, inocente granadino:

¿Quieres llegar a la grandeza suma?
Quieres verte flotando en los honores
Como en el mar la delicada espuma!

¿Quieres que lluevan sobre ti las flores
Y, abriendo un palmo de admirada boca,
Te miren Generales y Doctores?

Pues nada más sencillo y practicable:
Predica la discordia y la anarquía
Y dí que toda unión es detestable

Llama al contrario en opinión, pantera,
Canalla, torpe, vándalo, villano…
En fin, ya tú conoces la manera.

En fin, rebuzna con ardiente fiebre,
Cual rebuzna, creyéndose un artista,
Pacífico jumento en su pesebre,

Que no de otra manera a periodista
Ha podido llegar tanto palurdo,
Ni tanto saltabancos a estadista:

Perdona buen Ricardo, si te aturdo
Pintándote las cosas de mi tierra,
Tierra de tanta luz…y tanto absurdo!”

Igual suerte corrió José Martí, quien había llegado a Caracas un 20 de enero de 1881 con el deseo de impulsar una importante labor periodística y cultural que lo llevó a fundar la llamada Revista Venezolana. Publicación que también se vio frustrada y que sólo alcanzó a ver dos números, pues un ensayo que escribió sobre el notable intelectual venezolano Cecilio Acosta, como homenaje luego de su fallecimiento, disgustó de nuevo al ilustre caudillo, lo cual determinó su expulsión de Venezuela a escasos seis meses de haber llegado a la ciudad natal de su admirado Bolívar. Exiliado en Nueva York, estrechará su amistad con Pérez Bonalde y allí escribirá el prólogo de “El poema del Niágara” del poeta venezolano, texto aquél considerado hoy en día como una suerte de manifiesto fundador del Modernismo hispanoamericano. Estos tres casos, los de Guaicaipuro Pardo, Pérez Bonalde y Martí, circunscritos al último tercio del siglo XIX venezolano, nos sirven para poner en evidencia una patología que a lo largo del grueso de la historia venezolana ha imperado, me refiero al militarismo caudillesco, sostenido siempre en prédicas revolucionarias o reivindicativas que propugnan como justificación de las imposiciones del poder militar sobre el orden civil el rescate de la patria. En estas notas trataremos de indagar en algunas de las derivaciones de esta fatalidad en relación con la conformación del campo intelectual y literario venezolano que desemboca en el presente.

No creo que sería exagerado extraer como corolario de la exploración del devenir histórico venezolano la certificación de la frecuencia con que ante esta penosa realidad se han impuesto innumerables espejismos en el camino, los cuales siempre han sabido seducir al sediento caminante de ese desierto de experiencias cívicas, que querámoslo o no ha constituido predominantemente el paisaje político de Venezuela. Hacia finales del primer decenio del siglo XX, Rómulo Gallegos fundó junto con un grupo de jóvenes de su generación una revista llamada justamente “La Alborada”, como órgano de promoción de las ideas de renovación y esperanza con que esos jóvenes veían el futuro, luego de hacer el diagnóstico de los males que desde el origen de la nación habían imposibilitado el asentamiento de instituciones verdaderamente democráticas y cívicas. En un artículo titulado “Hombres y principios”, publicado en el primer número de la revista, el 31 de enero de 1909, poco después del desalojo de Cipriano Castro del poder por parte de su compadre Juan Vicente Gómez, Gallegos afirmaba: “Hombres ha habido y no principios, desde el alba de la república hasta nuestros tiempos; he aquí la causa de nuestros males. A cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social” (Una posición 11). A la vista del tiempo, resulta curioso constatar cómo estos jóvenes vieron encarnada, en ese momento, en la figura del general Juan Vicente Gómez una esperanza de cambios, sin imaginar que en realidad se trataba del inicio de la más prolongada y brutal dictadura militar de las muchas que ha vivido Venezuela. En realidad, la ilusión duró muy poco y lo que comenzaron a proliferar fueron las atrocidades autoritarias de ese régimen, que llevó a los calabozos a un importante grupo de escritores y poetas a lo largo de los 27 años en los que el llamado Benemérito, Juan Vicente Gómez, se mantuvo en el poder, rodeado de aduladores intelectuales y escritores que bajo la égida del pensamiento positivista justificaron y defendieron la permanencia de Gómez al frente del país, apoyados en la tesis del “gendarme necesario”, doctrina según la cual, en palabras del máximo ideólogo del régimen gomecista, Laureano Vallenilla Lánz: “en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino que se imponen” (Cesarismo 94), pues en ellas el caudillo representa la “única fuerza de conservación social” (94). Era, además, el inicio de una Venezuela, en la que dicho en palabras de Jesús Sanoja Hernández, “el petróleo se revelaría como el maná de la dictadura” (Memorias XVIII). Infinidad de testimonios literarios han dado cuenta de la crueldad con la que el régimen de Gómez mantuvo subyugado a todo un país, con la complacencia de grupos intelectuales y económicos nativos y foráneos. No faltaron, por supuesto, los aduladores del momento, como el por entonces afamado poeta español, cultor modernista, Francisco Villaespesa, quien no dudo en comparar la grandeza de Bolívar con la de Juan Vicente Gómez. Pero además de los inevitables adláteres y de los poetas arrojados a los confines de las mazmorras, hubo otros que desde el exterior levantaron su voz en reclamo por las inhumanidades perpetradas por Gómez. Tales fueron los casos de dos mexicanos: José Vasconcelos y Carlos Pellicer. El primero de ellos, siendo rector de la UNAM, en un discurso en 1920 invitó a los estudiantes mexicanos a solidarizarse con la causa de los venezolanos, a la vez que caracterizó, sin titubeos, la semblanza del tirano que regía los destinos de Venezuela, calificándolo como: “el último de los tiranos de la América española, el más monstruoso, el más repugnante y el más despreciable de todos los déspotas que ha producido nuestra infortunada estirpe (…) es un cerdo humano que deshonra nuestra raza y deshonra a la humanidad” (Perea 24); a lo cual añadió: “no debemos olvidar que en las prisiones de Venezuela agonizan centenares de hermanos nuestros, habiéndose dado el caso de que muera un preso, atado a otro con remaches de hierro, sin que el cadáver fuera separado de la pierna del vivo durante quince días” (24). Poco tiempo después del discurso del rector de la UNAM, un estudiante de 20 años, el joven poeta Carlos Pellicer, decidió apedrear las ventanas de la embajada de Venezuela, exigiendo la libertad de los estudiantes venezolanos presos. Asimismo escribió una misiva al presidente de la Federación de los Estudiantes de México, describiendo la situación venezolana como “una de las más vergonzosas” (Perea 25) de la historia de América, a la vez que recordaba el hecho, tal vez paradójico, de que ese país hubiera producido a Simón Bolívar -en sus palabras- “el hombre más extraordinario de toda América y uno de los genios mayores de la humanidad” (25).

Entre la intelectualidad venezolana es muy conocido el siguiente juicio de Mariano Picón Salas: “Muchos de los malos sueños y la frustración del país, se fueron a enterrar también aquel día de diciembre de 1935 en que se condujo al cementerio, no lejos de sus vacas y de los árboles y la yerba de sus potreros, a Juan Vicente Gómez (…) Podemos decir que con el final de la dictadura gomecista comienza apenas el siglo XX en Venezuela. Comienza con treinta y cinco años de retardo” (Suma 21-2). Esta afirmación escondía implícita, también, la rememoración de lo que en su oportunidad fue una esperanza, un deseo renovado de iniciar un camino que llevara a la concreción de la institucionalidad democrática, al igual que lo hiciera Gallegos a poco de iniciado el siglo XX, justamente a la llegada de Gómez. Sin embargo, la ilusión de nuevo se diluyó prontamente. La dinastía andina continuaría en el poder, con dos militares del séquito gomecista, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, quienes se plantearon recorrer una ruta de transición en la que progresivamente se concedieran algunas libertades democráticas confiscadas por el régimen de Gómez. Sin embargo, la impaciencia ante la lentitud de los cambios, así como los siempre inmoderados deseos por anunciar rupturas y revoluciones, en este caso desde las filas militares en alianza con fuerzas civiles de los partidos políticos hasta poco antes perseguidos, dio paso a un nuevo golpe de estado, que llevó a un trienio cívico militar (llamado “revolución” por sus partidarios) que finalmente condujo a un breve experimento verdaderamente democrático que permitió, en 1947, a través de las primeras elecciones libres en la historia de Venezuela (es decir, mediante el ejercicio del sufragio universal, directo y secreto) que el educador y escritor Rómulo Gallegos se convirtiera en el presidente de la república; cargo en el que se mantuvo por escasos once meses hasta que el malestar de los militares determinó su sustitución. Tras su derrocamiento, en noviembre de 1947, una junta militar que con el tiempo terminaría siendo encabezada por Marcos Pérez Jiménez se instalará en el poder hasta enero de 1958. Como muestra de que las huellas de esos tiempos y de esos estigmas no han dejado de cohabitar en el imaginario cultural, literario y poético venezolano podríamos hacer alusión a un poema titulado “Una fotografía de 1948” del poeta Eugenio Montejo, incluido en un libro llamado Partitura de la cigarra, publicado en España en 1999, en los linderos de un nuevo milenio, quizás como signo premonitorio de lo que vendría. En ese poema, tal vez el único en el que podemos hallar un referente sobre la política venezolana en toda la obra de Montejo, se dice:

Amarillos maizales de la casa
frontera al río de enormes piedras.
Blasina adolescente con dos amigas
cuyos nombres olvido. ¡Cuántos verdores
y ebrios aromas de espesos yerbazales!…
Mi ceño ostenta el tácito reproche
de quien desdeña aquel país agrario
que no termina de enterrar a Gómez.

Para luego añadir:

De pronto un click me borra cincuenta años.
Ya Blasina no finge entre mohínes
morderse los cabellos
y del denso maizal nadie retiene
un solo grano.
Queda el mismo país siempre soleado,
de feraces paisajes, veloz música
minas, planicies, petróleo,
país de amada sangre en nuestras venas,
que no termina de enterrar a Gómez.

El poema se construye sobre la plasmación de dos instantes en la historia del país, recogidos verbalmente como écfrasis de una imagen fotográfica del mismo año en que tras el derrocamiento de Gallegos se instaura una nueva dictadura y su posterior contraste con la Venezuela percibida y vivida a finales del siglo XX. Un país que en lugar de agrario se convirtió en beneficiario de una ingente renta petrolera y minera, pero que en lo sustantivo no dejó de ser ese país “siempre asoleado”, esa misma “Tierra de tanta luz… y tanto absurdo” como en el poema “Epístola”, anteriormente comentado, dijera Pérez Bonalde. Un país que a los largo de sus días no ha sido capaz de desprenderse de la tentación militarista y que por tanto “no termina de enterrar a Gómez”. La insistencia en este verso que se inscribe en el poema como sostén y estribillo demarca con precisión dos momentos políticos de la nación: la de esa primera imagen, en 1948, año en que se inicia la dictadura perezjimenista, y la del presente del poema, develado tras el “click”, cincuenta después, en 1998, año en que se inicia la era chavista en Venezuela, tras el triunfo electoral que le dio acceso a la presidencia de la república al hoy llamado Comandante Supremo y Eterno, Hugo Chávez Frías.

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[1] “Ricardo Becerra nació en Bogotá el 24 de octubre de 1836 y murió en Puerto España (Trinidad), el 4 de Abril de 1905, vivió 69 años. Periodista, historiador y diplomático. Llegó a Venezuela en 1865 como Cónsul General de Colombia, cargo que ejerció por poco tiempo (pues sus Cartas Credenciales no le llegaron a tiempo.) Frisaba los 29 años cuando se incorporó a la vida venezolana. Para el 12 de marzo de 1866, se encarga de la redacción del diario caraqueño El Federalista (fundado en 1863, por Felipe Larrazábal). Desde las columnas de tan prestigioso diario, Becerra se dedicó a discernir sobre la crítica realidad política, económica y moral por cuya virtud se hallaba postrada la nación y entrabadas sus posibles soluciones.” (Carrillo 19). En “1969 se enfrenta a Guzmán Blanco y éste en represalia en 1870 cuando regresa al país como jefe de la ‘Revolución de Abril’, ordenó tomar como botín de guerra la imprenta de El Federalista y detener a su director, pero éste ya se había embarcado en La Guaira para el exterior” (20).

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[2/3] La poesía y el militarismo en Venezuela; por Arturo Gutiérrez Plaza // #DíaMundialDeLaPoesía

496 CIVILIDAD Y POESÍA EN VENEZUELA PARTE 2 de 3

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[3/3] La poesía y el militarismo en Venezuela; por Arturo Gutiérrez Plaza // #DíaMundialDeLaPoesía

496 CIVILIDAD Y POESÍA EN VENEZUELA PARTE 3 de 3

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BIBLIOGRAFÍA CITADA, REFERIDA Y UTILIZADA POR AGP
Blanco, Andrés Eloy. Baedeker 2000. Caracas: Ed. Cordillera, 1960.
Cadenas, Rafael. Obra Entera. Prosa y poesía (1958-1995). México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
Carrillo Batalla, Tomás E. El pensamiento económico de Ricardo Becerra. Tomo I. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2006.
Gallegos, Rómulo. Una posición en la vida. México: Ed. Humanismo, 1954.
Martínez, Leoncio. Poesías. Caracas: Editorial Impresos Unidos, 1944.
Montejo, Eugenio. Partitura de la cigarra. Madrid: Pre-textos, 1999.
Pérez Bonalde, Juan Antonio. Poesías y traducciones (recopilación). Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación Nacional: 1947.
Picón Salas, Mariano. Suma de Venezuela. Caracas: Editorial Doña Bárbara, 1966.
Perea, Alberto Enríquez. “José Vasconcelos y Carlos Pellicer, en las jornadas educativas y políticas (1920-1924).” Tiempo Laberinto: 23-28.
Silva Bauregard, Paulette. Una vasta morada de enmascarados. Caracas: Casa de Bello, 1993.
Sanoja Hernández. Jesús. Prólogo. Memorias de un venezolano de la decadencia. Tomo I. Caracas: Biblioteca Ayacucho: VII-XX.
Vallenilla Lanz, Laureano. Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1991.