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¿Cuándo será ese cuándo?; por Piedad Bonnett

Cuándo será ese cuándo por Piedad Bonnett 640

“Me tomaba un jugo de toronja a las seis de la mañana y pasaba todo el día sin comer, pedaleando La Habana en una bicicleta china muy pesada cuyo nombre era toda una ironía: flying pigeon”.

Así me contó su historia mi amigo Álex Fleites, poeta cubano. Comenzaban los 90, y caído el muro de Berlín se desmembraba el campo socialista, del cual dependía el 85% del intercambio comercial de Cuba. A pesar de la situación angustiosa en que quedaban los cubanos, sometidos ya desde el 62 al embargo de los Estados Unidos, este fue reforzado en el 92 por la Ley Torricelli y en el 96 por la Ley Helms-Burton, prohibiendo a las filiales estadounidenses en terceros países comerciar con Cuba. Escaseaban los alimentos, las medicinas, los artículos de primera necesidad. “Los primeros años de la década de los 90 por poco nos matan: hambre, avitaminosis, neuritis periférica y otras calamidades innombrables”, me dijo Álex. El día en que él se derrumbó, exhausto, en el hospital el médico le señaló las hileras de camas repletas de enfermos. “¿Sabe usted qué tienen todas esas personas?”, le dijo. “Hambre”.

El bloqueo de los Estados Unidos a Cuba, que cumple ya 52 años, es el más largo de la historia moderna. Tres generaciones de cubanos han tenido que padecerlo, y es posible que los más jóvenes, como en un cuento de Kafka, no tengan claro ya su origen, el que los condenó a una vida de dificultades cotidianas agravadas por las determinaciones de un régimen que, acorralado, optó por radicalizarse, originando el éxodo de muchos cubanos. El gran enigma es qué habría sucedido si el bloqueo nunca se hubiera dado: ¿habría tenido éxito económico el proyecto revolucionario de Fidel, arrastrando aventuras políticas semejantes en otros países del continente, como temía Estados Unidos? ¿O el gobierno de la isla habría terminado virando hacia el libre mercado, como Rusia, China, Vietnam, países que hasta no hace tanto mantenían la ortodoxia comunista? ¿Es el bloqueo un argumento del que se vale el régimen cubano para excusar sus fracasos, como dicen algunos? ¿O, en efecto, está en la raíz de su atraso tecnológico, y de los miles de millones que Cuba ha dejado de percibir?

Lo único que sabemos es que el bloqueo es infame y también que los tiempos cambian. El feroz exilio cubano en Miami, en razón del cambio generacional, ya no se muestra tan recalcitrante. El mismo régimen cubano ha tenido una apertura moderada. A pesar de las restricciones, y como si fueran a mirar un barco antes de que se hunda, 80 mil estadounidenses viajan anualmente a Cuba. Y The New York Times opina, en un editorial, que hay que “acabar con un embargo insensato”.

Mi amigo Álex, que escogió quedarse en la isla, me escribe: “No sé cómo será vivir sin bloqueo. Desde que tengo uso de razón está ahí, en los discursos y como telón de fondo. Por otra parte, decir que Cuba en estos momentos alienta al terrorismo, sería un chascarrillo si no tuviera consecuencias tan dramáticas”. Veintiún veces ha sido condenado el bloqueo por las Naciones Unidas, sin que nada pase. ¿Qué pasará este 28 de octubre, cuando la plenaria vote de nuevo el tema? Si Obama se arriesgara, estaría tomando una decisión histórica.