Artes

Sánchez Rugeles: “La ficción es una forma de resistencia”; por Mílitza Zúpan

Con una bibliografía abundante en personajes imperfectos, Eduardo Sánchez Rugeles se ha ganado el respeto de la crítica y el gusto de los lectores; tras asimilar el impacto que significó en su vida ganar importantes premios literarios, continúa ejerciendo su oficio y pronto publicará su primera novela ilustrada

Por Mílitza Zúpan | 16 de octubre, 2014
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Fotografía de Roberto Mata.

 

En el año 2010 la vida de Eduardo Sánchez Rugeles comenzó a cambiar. Su novela Blue Label/ Etiqueta Azul ganó el Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri y Transilvania, unplugged, también escrita por él, fue finalista en la misma edición de dicho certamen. Ganar un premio no garantiza nada más allá del rumor del momento, varias entrevistas y algo de curiosidad colectiva por la obra galardonada. Pero en el caso de este escritor, para entonces un desconocido de 33 años de edad, significó el inicio de una carrera que bien podríamos calificar como exitosa.

 Un par de años después, otra novela de Sánchez Rugeles fue noticia: Liubliana logró el Primer Lugar del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de La Cruz, realizado en México. Al año siguiente, la misma obra resultó ganadora del Premio de la Crítica de Venezuela 2012 por ser la novela que “mejor representa las exigencias de la narrativa latinoamericana actual”. El nombre del escritor se hizo célebre, mucho, mas sería injusto atribuirle su buena fortuna únicamente a los premios.

 Las historias de Sánchez Rugeles han cautivado a los lectores. Si sumáramos las impresiones y reimpresiones que ha tenido Blue Label con las dos editoriales que la publicaron –cinco tirajes de 1.500 ejemplares y uno de 3.000–, las cuatro ediciones que lleva Liubliana –con tirajes de 2.000–, más las publicaciones de Transilvania, Jezabel y Los desterrados, obtendríamos una cifra nada desdeñable, más aún tratándose del mercado venezolano.

 El escritor ha vivido su acelerada carrera desde la lejanía, pues tiene cerca de siete años residenciado en España, y dice que tardó en asimilar los cambios en su vida. Ser una persona tímida –y totalmente incapaz de llamar a una editorial para mostrar su trabajo–, quizás, le hizo más difícil procesar todo lo que estaba ocurriendo. Su apuesta siempre había sido a la formación académica, por eso estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central; tenía la convicción de que mientras más estudiara, leyera y fuese constante escribiendo, el “momento” llegaría. Y llegó cuando siguió el consejo de un profesor, Carlos Sandoval, quien le recomendó nunca olvidar la autocrítica y participar en concursos.

 “Todo ha sido como una avalancha de experiencias, de oportunidades, de gente, de puertas que se han abierto, contactos en editoriales, contacto con autores que siempre admiré. Lo importante es saber que para mí la literatura ya es un oficio, no una afición, no un hobby que se hace en el tiempo libre y que la gente se ría de eso. Ya puedo decir que soy escritor y no tengo que bajar la cara”, dice.

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Fotografía de Roberto Mata.

 

–¿Haber obtenido tales reconocimientos ejerce presión a la hora de sentarse a escribir?

 –Sí, si existe la presión, pero creo que es una presión muy sana. Por supuesto que entran, a veces, las angustias, las incertidumbres, pero no me paraliza, al contrario. Sería perjudicial, no solo para mí, sino para cualquier autor, creer que estos reconocimientos ya te avalan como un gran novelista, un gran escritor, un gran autor. Cada nuevo proyecto es diferente, tiene sus exigencias, su lógica interna y me gusta tener esa inquietud de si es bueno o malo, de si funciona o no. La presión está, pero la valoro de manera positiva, creo que refuerza el sentido de la autocrítica.

–Sus historias retratan muy bien a un sector de la población: la clase media cansada de la situación del país. ¿No teme encasillarse al escribir siempre sobre un mismo tipo de gente?

 –No me da miedo porque es algo hecho a conciencia. No tengo una experiencia personal vivencial de la opulencia, de la riqueza ni de la pobreza, sino lo que tiene que ver con mi formación: la clase media, sin desmerecer la calidad de un rico o de un pobre. En Venezuela, tanto en el cine como en la literatura, se han hecho trabajos interesantes de lo que puede ser el arte del barrio, como las películas de Clemente de la Cerda o Román Chalbaud, o algunas novelas de Salvador Garmendia, y valoro que la riqueza que pueden tener esos trabajos es porque conocen, porque saben de qué están hablando.

Conozco más lo que es la clase media y me di cuenta de que le hacía falta presencia en propuestas estéticas, literarias. Me interesaba hablar sobre esto, sin tabúes, sin clichés, sin el lugar común del pequeño burgués o de que el tipo de clase media es tonto, esa satanización que en los últimos años ha tenido. Traté de dejar de lado todos esos tabúes y trabajar con ella como contexto, como protagonista y me siento a gusto.

–Está a punto de publicar un nuevo título, ¿de qué se trata?

 –Se llama Julián, es una novela narrada por un niño y va con ilustraciones del venezolano Gerald Espinoza; saldrá en octubre o noviembre de este año con Ediciones B. Es una historia que responde al malestar que me dejó Jezabel, que es una novela negra muy oscura, desencantada y desengañada, y quería hacer algo diferente, quería dar un salto temático, incluso de atmósfera. Y apareció Julián, un niño en la Venezuela de los años 90, y me pareció interesante que tuviera ilustraciones.

–¿Se escribe mejor sobre Venezuela desde la distancia?

 –Creo que el distanciamiento ayuda a alejar la pasión. Cuando escribes desde la pasión, desde lo que te llega muy adentro, a veces, falta la limpieza del texto, la autocrítica, la meticulosidad con la forma. Fíjate que el ganador y la finalista del más reciente Premio Transgenérico de Cultura Urbana viven afuera: Gustavo Valle, en Argentina, y Liliana Lara, en Israel. También han ganado premios Miguel Gomes, que vive en Estados Unidos, y Juan Carlos Méndez Guédez, en España. No conozco todos los textos, pero lo curioso es que muchos ocurren en Venezuela y están relacionados con Venezuela. No afirmo que sea necesario o esencial o que el valor literario de la novela pasa por el distanciamiento, pero sí creo que modifica la mirada, pesa.

Pareciera que los escritores venezolanos que viven en el extranjero se cotizaran mejor en el país. ¿Está de acuerdo?

 –No sé si tenga que ver solo con la literatura, quizás pasa por la misma idiosincrasia, esa idea de que lo importado es mejor. No lo sé, al estar fuera me he perdido los últimos años de la experiencia editorial, cultural. Sé que hay una movida muy interesante, pienso en proyectos como el de Ulises Milla con Ediciones Puntocero o el de los muchachos de Lugar Común. En Venezuela se hacen muchas cosas y resulta antipático que se haga invisible ese trabajo, simplemente, por alguna mención o por algún reconocimiento que tenga el que está afuera y que no participó de todo ese movimiento.

 Aquí se hacen cosas muy serias y atractivas, por eso mi duda al responder. No creo que sea mejor un texto de alguien que está afuera, simplemente, porque esté afuera, pero sí puede ser por esa idiosincrasia nuestra tan faramallera: Llega una película y si tiene el cartelito de que ganó el Festival de San Petersburgo, de Stuttgart, de Getafe, por tener esa mención de que afuera funcionó, es mejor. Esa es una impresión. Creo que la persona más indicada para dar esta respuesta sería un sociólogo que entienda nuestra psique y nuestra manera de relacionarnos.

–En su obra siempre ha estado Caracas, su ciudad, aun cuando vive fuera del país. ¿Seguirá ubicando sus historias aquí?

 –Creo que sí. Mi familia es muy grande y eso, inevitablemente, te trae de vuelta a casa. Mis publicaciones están acá, mi trabajo está acá, muchos de mis amigos están acá. Puedo pasar una semana sin revisar El País de España, pero La Patilla la leo con frecuencia. La curiosidad siempre está en Caracas y los proyectos por venir, todos tienen que ver con Caracas.

–También ha mencionado el no reconocerse en esta ciudad como una de las causas de su “destierro voluntario”.

 –Honestamente, si bien me reconozco en muchas cosas de Caracas, no tolero esta atmósfera de conflicto, me abruma, me desgasta, saca lo peor de mí. A mí no me gusta escribir sobre política en mi blog o en páginas web, lo hago en ocasiones y, cuando lo hago, es totalmente movido por la pasión. Son textos que, cuando los reviso, no me gustan, y tiene que ver con esa impresión de que lo que está pasando saca lo peor de nosotros y, justamente, traté de huir de eso. Al mismo tiempo, también extraño sus contradicciones y paradojas. Hay ciertas marcas de esa ciudad caótica que uno añora. ¿Por qué? No sé, y eso tiene mucho valor literario, esa nostalgia, esa melancolía por lo raro, por lo amorfo.

–Cine y música, ¿son parte de su inspiración? ¿Cuándo y cómo nacen estos afectos?

 –Sí. El cine me gustó desde niño. Yo lo que quería era estudiar Cine, más que Letras, pero fui muy malo en bachillerato, tenía mal promedio y eso no me permitió entrar a Comunicación Social, que era como el trampolín para hacer cine. Siempre fui un cinéfilo, siempre fui muy visual. Algunos lectores y críticos dicen que mi narrativa es muy cinematográfica y comparto esa idea porque necesito “ver” lo que voy a narrar para poder escribirlo, la presencia del cine siempre está allí.

 La música comenzó por casa, mi padre es melómano, coleccionista de discos, un tipo que te puede saltar de la Sonora Matancera a los Rolling Stones, pasando por Emmanuel o Simón Díaz. La música también está presente a la hora de redactar y tengo una manía: me gusta que la oración tenga cierto ritmo, sobre todo, para el cierre de párrafos tiene que sonar de determinada manera porque tengo mi propio ritmo. Si hay una palabra que sobra, no me gusta.

 

–Dice en su perfil en Facebook que hastío, tedio, melancolía y derrotas son algunos de sus intereses personales. ¿En qué sentido?

 –Creo que es una pose. Me gustan las novelas o ensayos que tocan esos temas, me seducen, esos tipos a quienes la vida les pesa y lo dicen con total desparpajo, como Bukowsky. Por ahí va esa inquietud de trabajar esos temas. Me resulta interesante, además, trabajarlos en un contexto como el venezolano donde, en apariencia, somos lo contrario, donde decimos ser muy alegres, una sociedad muy dada a la fiesta, a la celebración. Me gusta confrontar ese imaginario a través de un personaje que tenga estas cualidades, ser un tipo pesimista, amargado, triste. Creo que le da valor literario al texto confrontar estas visiones de mundo.

–La diáspora es un tema recurrente en su obra, ¿continuará explorándolo?

 –Creo que coincidió en mis primeros trabajos por una experiencia personal, pero no es un proyecto estético. Lo que está sobre la mesa ahora pasa por otras temáticas, otros intereses, pero probablemente regrese al llamado destierro venezolano porque es un fenómeno que está allí, a la vista; es algo común y ese ser común es lo que me interesa mostrar. Sí me llamó la atención que era algo que estaba ocurriendo, son muchos los que se han ido, son muchos los que no están y eso me parece que tiene mucho potencial literario. No lo veo como una característica de mi trabajo pero, a lo mejor, caigo en el mismo tema.

–¿Qué le hace feliz? Al escucharle hablar da la sensación de que es usted un hombre reflexivo, solitario, incluso melancólico.

 –¿Sabes qué saca lo peor de mí, en el sentido de la alegría y la espontaneidad? El fútbol. Puedo convertirme en un hincha de una barra brava viendo un partido de fútbol y eso me hace feliz. Además, mis amigos futboleros me desprecian porque no pasa por una afición a un club. Es verdad, me gusta el Real Madrid, pero si el otro equipo está jugando mejor y le marca, eso también me hace feliz, lo disfruto y eso los aficionados a un club no lo toleran. Sí, el fútbol me hace feliz.

–Sus personajes suelen ser imperfectos, hasta despreciables. ¿Se atrevería a crear un héroe, de esos con quienes la gente se identifica por los valores que representan?

 –Nunca me gustaron los héroes, yo iba por los malos en las comiquitas. Sin embargo, Julián –el de la nueva novela– no creo que sea un héroe, pero puede tener cualidades que no tiene ninguno de los personajes con lo que he trabajado hasta ahora. Lo más difícil de modelar fue su bondad: Julián es bueno, es un niño noble, de buenos sentimientos, y eso fue muy duro, fue una exigencia creativa tremenda porque estoy acostumbrado a trabajar con sinvergüenzas, acomplejados, gente odiosa. En el caso de Julián, sin ser héroe porque nunca me lo planteé así, sí creo que es una buena persona, es un niño que podría ser adorable. Vamos a ver, no lo sé, a lo mejor lo leen y les resulta antipático.

–A propósito del discurso que pronunció al recibir el Premio de la Crítica, a finales de 2013: ¿Por qué concibe la ficción como una forma de resistencia, especialmente, en un país como Venezuela?

 –Las ficciones son ejemplares formas de resistencia. La ficción te permite imaginar la posibilidad de un lugar mejor, te permite pensar las diferencias, comprenderlas, recrearlas. En contextos en los que la realidad resulta tan odiosa, la imaginación se convierte en lo más parecido a la esperanza.

Mílitza Zúpan 

Comentarios (2)

Ana-Brenda Centeno
17 de octubre, 2014

Esta entrevista me ha llenado de admiración, fuerza, gozo. Soy de las que vive fuera de su país y tengo el afán de escribir. La que declaro, un día, en su grupo, “soy escritora” y nadie se lo tomo en serio. Y dije, ” buena o mala, se sabrá, depende de mi”. Ahora algunos se alegran y me ve con futuro, sea el que sea. Copio de Sanchez Rugeles la siguiente frase para ilustrar este sentimiento. Ya puedo decir que soy escritor y no tengo que bajar la cara. Soy Sociólogo-Demógrafo, con 71 años este mes, vivo en Holanda hace mucho, voy a mi Venezuela cada año, leo La Patilla mas que el Volkskrant y sigo, desde mas de dos años, un curso de escritura creativa con Fuentetaja, Madrid. He escrito tanto como he podido. Aveces bien, otras selvático, como dice mi coordinador, es mi estilo y el cual no debo cambiar y busca su delta. Mi hijo de 47 años lo llama “atolondramiento mágico” y, también, me satisface. Me mimetizo con Sanchez Rugeles en cada palabra de esta entrevista. Y se que debo “publicarme”. Se escribe para que te lean… Y lo que mejor se me da es mi mundo de venezolana. Mi mejor relato, uno de guarimbas; mejor cuento corto, algo de colectivos. Perdonen lo largo y personalizado del comentario. Excusas pido, pero ha sido agua clara. La diáspora venezolana, su valentía y digna presencia en el mundo, deja atrás – por lo que nos conocían en el extranjero- al petróleo y la belleza de nuestras mujeres. Gracias Eduardo, perdona el tuteo, eso no lo pierdo. Felicitaciones por su obra que debo ver como adquirir desde los Países Bajos. Agradecida, Ana-Brenda Centeno Nota: me es difícil corregir acentos en un IPad.

jaime hernandez
17 de octubre, 2014

De alta factura esta conversación con Sanchez Rugeles,la periodista M.Zúpan se desplaza con mucha solvencia por las novelas del entrevistado y logra ubicarlo en los contextos donde el esta cómodo y contradictorio a la vez. En esta ocasión lo siento con mas seguridad en sus conceptos y reconoce que ese tema del emigrante que deambula por europa no dejara de preocuparle, y el desde allá hace resistencia a su manera. Esperamos leer estas aventuras de Julian y acompañar nuevamente a Eduardo por vericuetos de su ficción.

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