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La entrevista a Isa Dobles de Leonardo Padrón [Los Imposibles]

La entrevista a Isa Dobles de Leonardo Padrón [Los Imposibles] 640

“Fidel Castro se enamoró de mi libertad”

POSTAL:

Hay seres humanos cuyo principal sello en su pasaporte es la dignidad. Y eso va más allá de su oficio. Lo importante no es que sea maestro, escritor, plomero o ejecutivo. Lo definitivo es su postura ante la vida. Su decisión de ser irreductible. La foto eterna de sus principios. Ese es el caso de Isa Dobles, una  periodista de legendario talante polémico y combativo. Una mujer francamente indoblegable que ha tenido el inusual privilegio de vivir muy cerca del poder, conocer como nadie las nubes del exilio y haber sido expulsada en no pocas ocasiones de los medios de comunicación. Se dice que su marca de fábrica es haber vivido en voz alta, una característica que suele generar ruidosos problemas y extraordinarias gratificaciones. Schopenhuaer decía que la rebeldía es la virtud original del hombre. Isa Dobles parece tener tatuada esa máxima en sus genes de vida y en la forma en que ejerce su profesión. Esta mujer, que ha sido una visionaria de la televisión, una eterna militante de la radio y una palabra incapaz de callar, ha hecho del país que la signa su principal vocación de servicio. Se le siente la bandera en los ojos, se le nota el mapa entero en los cuatro costados de su rabia y su entusiasmo, cuando hay que cuestionar o celebrar a Venezuela. Su hoja de vida y su magnetismo la han acercado a  la orilla de personajes tan decisivos como Fidel Castro, Rómulo Betancourt o Carlos Andrés Pérez. Hay que decirlo, Isa Dobles escribe libros, pero quizás el mejor libro, el que es imposible dejar de leer, es el libro de su propia vida. Una vida imposible de no entrevistar.

Una paternidad elegida

Estás escribiendo tus memorias. ¿Por qué crees que tu vida vale la pena ser escrita?
Bueno, creo que porque es frontal, porque es amena, honesta, afectiva. Y, por encima de todo, es respetuosa. Entonces, no ofendes a la persona que pueda leerla.

¿Cuál sería el capítulo más importante de ese libro?
El momento en que conocí a mi padre, Alejandro Oropeza Castillo, casi al principio de mi vida. Esa lección de amor que recibí de ese hombre de 26 años que, en ese momento, estaba escondido en un ranchito, en La Charneca arriba, en los mismos ranchos que todavía existen. Mi madre y nosotras teníamos que esperar que se prendiera y se apagara la luz del ranchito para subir. Yo tenía seis años, mi hermana Julieta tenía cinco, mi madre había estado divorciada desde nuestro nacimiento, y cuando llegamos allá arriba aquél hombre, de ojos muy grandes, de pelo negro, estaba en un cuartucho que se había construido en un arbolito. El estaba muy triste porque tenía un pisapapel natural que quería mucho, un ratoncito… él escribía a máquina, ponía la hoja al lado y venía el ratoncito y se acostaba encima y sostenía la hoja, y ese día, escribiendo, con la pata de la mesa, moviendo la mesa, lo había matado. Ese día llegamos nosotras, subimos la escalera desvencijada, y cuando llegamos arriba, él se agachó y dijo: “¿Ustedes saben cómo me llamo yo?”. Y las dos le gritamos: “¡Papi!”. Nosotros nunca habíamos tenido papá, y gritamos “¡Papi!”. Y él nos vio con los ojos aguados y dijo: “La verdad es que yo hasta este momento me llamaba Alejandro, pero me gusta más ese nombre”. Ése es el momento más hermoso de mi vida.

Cuando uno busca información sobre tu vida  descubre que la primera frase reza: “Hija de Alejandro Oropeza Castillo”. Y sorprende eso, porque tienes dos padres: uno biológico y uno trascendente. ¿Nunca tuviste contacto con el primero?
Bueno, después de 29 años – muy teatral todo, a ti te va a encantar esto- yo estaba haciendo una obra de teatro con Román Chalbaud en el Teatro La Comedia, una obra muy electreana, y tocaron la puerta de mi camerino entre una función y otra, yo estaba con un compañero, y cuando abrí la puerta a mí me pareció que era conocida la cara, entonces él me dijo: “¿Puedo hablar contigo, Isabel Cecilia?”. Yo le dije: “¿Y quién eres tú?”. Y él me dijo: “Tu padre”. A todo esto, Edmundo Valdemar, que era el que estaba conmigo, creía que era un padre de teatro, que yo había hecho alguna obra de teatro con él. Yo me di cuenta inmediatamente de que era él, y le dije: “Yo creo que esto va a ser una conversación vacía. A mí nunca me ha hecho falta un padre porque siempre lo he tenido. Me imagino que tú eres fulanito de tal, mucho gusto y adiós. Y ya está”.

Y más nunca.
No, más nunca.

*

La marca de los exilios

Quizás uno de los eventos más llamativos de tu vida en el exilio fue tu cercanía con Rómulo Betancourt, un personaje emblemático de la historia venezolana. ¿Cómo fue tu relación con Betancourt?
Mi papá era uno de los mejores amigos de Rómulo Betancourt, entonces, por supuesto, la relación era muy fluida. Rómulo era para nosotros como un tío; era intemperante, odioso, inteligente, voraz. Un tipo impresionante. Yo lo quise mucho por mucho tiempo, luego dejé de quererlo por otro largo tiempo y ahora he reactivado, he tratado de poner objetivamente mis sentimientos con Rómulo.

¿Lo dejaste de querer por razones ideológicas o personales?
Por razones personales, porque Rómulo era muy difícil. Cuando papá murió, él mismo divorció a Rómulo de Carmen. Su matrimonio con René Hartman, que siempre creyó que entre Rómulo y yo había algo, nunca entendió que yo era una sobrina de Rómulo.

Te tenía celos.
Bueno, ella tenía celos de todo el mundo. Pero todo eso contribuyó. Yo me alejé mucho de él y más nunca me acerqué; pero he aprendido. No puedo dejar de valorar lo que Rómulo era como político, y como hombre de la democracia. Yo digo en mi libro que Rómulo pudo ver salir todas las dictaduras de su época, y lo hizo con dignidad y con aplomo político… Es un hombre importantísimo y luego, entrevistando a Rafael Caldera, a los hombres de la democracia venezolana que fueron sus grandes adversarios, me encuentro con ellos en esa indiscutida admiración y respeto por la figura de Rómulo como luchador demócrata. Eso lo valoro muchísimo, y también valoro la época de la amistad de él con mi papá, cuando la suspicacia, las intrigas, esas cosas que traen también los hombres de poder con ellos, no habían interferido en una relación muy pura y bella, que era la relación de mi hermana Julieta y mía con él.

¿Es verdad que cuando eras muy joven escribías cuentos y novelas románticas?
Novelitas. Bueno, tenía algo de qué sentirme orgullosa, de alguna manera, porque las leía mi hermana Julieta y Andrés Eloy Blanco. Una vez me dijo: “¿por qué no mandas un cuento a una revista?” Y me consiguió la revista y mandé el cuento y quedé de segunda. En México. Pero escribía y escribía y escribía. Yo siempre quise ser maestra, ¿sabes? Y una de las cosas en las que me ufanaba era en leer muchísimo, para enseñar. Esa fue mi gran escuela.

¿Qué paso con la vena literaria? ¿Por qué la apuesta por la ficción fue suplantada por la apuesta por la verdad?
Porque después empiezo en radio, con algo que requería realmente mucho de eso. Yo empiezo con el Ideario Epistolar de Simón Bolívar. Nada menos y nada más que con las voces de Sánchez Guillot, Luis Ochoa y Raúl Sanz Machado. Y eso duró tres años en el aire. Aprendí a escribir los guiones, me fui metiendo en tu mundo, durante 30 años, ese fue mi trabajo.

*

El matrimonio con la televisión

¿Cuál fue tu primer trabajo en  televisión?
El Noticiero para las Generaciones Futuras en el Canal 5, cuando era director Oscar Yánes.

Tuviste un programa muy famoso, tu primer programa realmente famoso…
La Media Naranja.

Pero era de esos clásicos programas de concursos para buscar pareja.
Frívolo, frívolo. Era un programita ligero con el que yo toqué la puerta.

Eso no se parece a ti.
Sí, no se parece en nada.

¿Y por qué Isa Dobles hizo un programa así?
Ese es un programa norteamericano que se llama Los Recién Casados. Yo había estado mucho tiempo en Estados Unidos, y me pareció que era un programita ligero. Yo nunca había hecho televisión. Musiú La Cavalerie y Cecilia Martínez me habían cedido minutos en sus respectivos programas, Qué Traigo Aquí y De Mujeres y el Musiú me dijo: “invéntate algo ligero, que esa es la onda de Venevisión”. Entonces me acordé de Los Recién Casados e hice un piloto que le gustó mucho a Enrique Cuscó, pero me dijo: “Lamentablemente no te podemos poner de animadora porque tenemos a Amelia Román aquí pagándole un sueldazo y ya no está haciendo novelas. Si tú quieres producir ese programa para Amelia Román…”. Yo le dije, “déjenme pensarlo” y me fui para Radio Caracas Televisión. Recuerdo que llegué y pregunté: “¿Quién es el dueño de esto?”. Y me dijeron:“Peter Bottome”. Yo pedí una cita con él, le conté, y me dijo “¿Por qué no haces el piloto aquí?”.

*

Una voz perseguida por la mordaza 

Tú has hecho programas como Venezuela Vibra, El Gran Reto, Nosotros Venezuela, donde uno sentía que el gran entrevistado, el gran interlocutor, era el país. ¿Por qué, entonces, a pesar de una apuesta tan digna, has sido expulsada tantas veces de los medios de comunicación?
Porque la democracia no aguanta la verdad absoluta, y a mí no me gusta decir mentiras frente al país. Ahora, fíjate, mientras hacía La Media Naranja, yo hacía documentales históricos, y tuve el inmenso orgullo de que José Ignacio Cabrujas personificara un Bolívar escrito por mí, y Miguel Angel Landa un Sucre. Pero reventé con Venezuela Vibra, primer programa interactivo de larga duración, un sábado, porque lo que tenía Amador Bendayán era entretenimiento, yo tenía periodismo, y Adivina Adivinador, que también era con periodistas. Primera vez que se le paraba a los periodistas.

¿Cuál fue la primera vez que te expulsaron y por qué?
La primera vez que me sacaron del aire fue en Radio Caracas Televisión, cuando las elecciones de Carlos Andrés Pérez. Gonzalo García Bustillos tenía un programa que se llamaba Tertulia. Yo había explicado ahí que a mí no me gustaba Carlos Andrés Pérez. Carlos Andrés había actuado de cierta forma que no me gustaba en algunos momentos, pero cuando Carlos Andrés sale como candidato, Copei, como mi padre había sido adeco, arremete contra mí, que estaba muy pegada con Venezuela Vibra y Radio Caracas se ve en la obligación, para demostrar que no había preferencia ninguna (que realmente no la había, porque Radio Caracas lo que menos era, era adeca), de sacarme del aire. Pero como estoy contratada y no me pueden botar -y además no lo hubieran hecho-, me ponen con Carlos Tovar Bracho a narrar pelota.

¡No me digas!
Sí. Eso lo dice Mary Montes, y yo se lo agradezco siempre, que la primera mujer comentarista de béisbolfui yo.

¿Y sabías de béisbol?
Mucho… a mí me ha encantado toda la vida. Yo, no sólo soy una gran fanática, sino que sé bastante de béisbol. Entonces, yo era la comentarista, daba los datos, etcétera. Y era muy divertido porque de repente -se lo hacía a propósito a Carlos Tovar- yo decía: “Bueno, ahora voy a comentar lo que las mujeres quieren oír: Many Trillo está buenmosísimo, yo no sé que tiene”.Y se caían aquellos teléfonos. Entonces, en Radio Caracas una vez pasadas las elecciones, y además ganando Carlos Andrés Pérez, retomo Venezuela Vibra.

¿Y tu segunda expulsión de la TV?
La segunda vez fue en Venezolana de Televisión, una cosa tontísima realmente. Rubén Osorio Canales era el presidente del canal. En ese momento, tuvimos una pelea, porque yo creía que se estaba atentando contra el respeto a Julio Iglesias. Él me obligaba a que, si Julio Iglesias quería entrar a Operación Contacto, tenía primero que hacer un programa. Julio no lo podía hacer porque estaba contratado por otro canal y entonces Rubén me botó, cosa que nos hizo separarnos, que éramos muy buenos amigos. Y una de las gratificaciones más grandes que tengo de la madurez es habérmelo encontrado muchos años después, cuando todo el mundo creía que íbamos a ser indiferentes, y en eso lo veo que viene por un pasillo de Miraflores, y él también estaba en expectativa y le digo: “Rubén, ¿vamos a seguir toda la vida así?”. Me dice; “Ay, no”. Ahí nos abrazamos y retomamos. Y la tercera vez, cuando me sacó Carlos Andrés, que me fui para Cuba.

Tú escribiste un micro particularmente polémico sobre Bush.
Good bye Mister Bush, Mr. President.

Estamos hablando del primer Bush.
Del primer Bush, que vino a Venezuela y yo le hice un micro muy duro porque los perros que ellos trajeron -que olfateaban drogas, armas, cualquier cosa- los llevaron al Panteón. Y esos perros orinaron los monumentos en el Panteón. Y yo escribí ese micro sobre eso y sobre las cosas que no había visto Bush en Venezuela. Pero el micro no fue la causa. Realmente fue Acción Democrática, que tenía en la hoguera a Carlos Andrés Pérez, y el expediente de Cecilia Matos era para ellos una maravilla. Yo había hecho una entrevista, a mi gran amigo José Agustín Catalá, sobre un libro que él había escrito de Blanca Ibáñez, y me prohibieron que hiciera la entrevista y yo la saqué. Entonces, el partido Acción Democrática obligó a Luis Vegas Godoy a que se me sacara de ahí. Todo lo que se diga después de eso fue alimentado y manipulado. Esa fue la razón.

*

¿La gran amante de Fidel Castro?

Es muy sabida tu conexión afectiva con Cuba y con Fidel Castro. ¿Quién fue primero: Fidel o Cuba?
Cuba. Yo conocí a Fidel nueve años después de haber ido por primera vez a Cuba. Yo seguía yendo a Cuba todos los años, porque me encantaba el pueblo cubano, Cuba, lo que estaba viendo. Mira, yo escribí una columna sobre la última visita de Chávez a Cuba, donde ponía “¿Será posible que los ojos de águila que asombraron al mundo cuando bajó de la Sierra Maestra estén verdaderamente ciegos ante el Chávez de hoy?”. Entonces una amiga me escribió reclamándome que no siguiera magnificando a un sátrapa. Pero pasa una cosa: la relación de Fidel Castro conmigo es una cosa mía, personal. Pero la historia tú no la  puedes borrar.

Hay una leyenda, una matriz de opinión, que se generó hace mucho tiempo y que persiste en la mente de mucha gente, que dice que tú fuiste la gran amante de Fidel Castro.
Si hay alguna persona que yo respeto es a mí misma. Yo en mis planes, y menos en mis planes de ancianidad, no tenía ninguna agenda para ser la amante de un hombre importante, ni que a hurtadillas fuera mi meta. Mi meta es mi país, mi meta es que mi país me respete.

Pero tú te puedes involucrar afectivamente con quien sea.
No, porque lo de ser “amante” lo dijeron sin ser, imagínate si hubiera sido. Esa no era la meta de Isa Dobles en la vida. La meta de Isa Dobles es luchar, hasta que se muera, por este país. Yo respeto mucho a Isa Dobles y  a mis hijos.

En tu libro sobre tu relación con Fidel Castro refieres una anécdota llamativa: Fidel Castro visita a Chávez, y José Vicente Rangel, que era Canciller en ese momento, te dice: “Chica, ese hombre está enamoradísimo de ti. Anoche en la reunión no hizo sino hablar de ti y pedir que te localizaran”. ¿No te parece muy significativo el comentario?
Bueno, además de intrigante, José Vicente Rangel es capaz de montar cualquier cosa y la gente le cree, porque tiene esa suerte a veces. Pero yo creo que Fidel se sintió cautivado por la personalidad mía, y no porque yo sea ancha de caderas o porque puedo tener ahora los senos un poquito más grandes y le gustaban o por mi risa o porque muevo la boca sexy… No, no. Se enamoró de mi libertad. Yo soy una mujer libre desde las entrañas, yo ni siquiera sublimé nunca mi maternidad, yo soy la persona más libre del mundo. Para Fidel tenía que ser un atractivo una mujer que llegaba a Cuba, se iba cuando le daba la gana y entraba a Venezuela, salía de Venezuela, hablaba de fulanito, escribía de zutanito… Yo le llevaba las gaitas contra Carlos Andrés, peleaba con Fidel, o sea, yo nunca dejé de concientizar o de asumir que yo era la libre y él era el prisionero. Nunca. Y nunca dejé de asumir que el hombre al lado mío era absolutamente distinto a mí en criterios políticos. Pero cuando iba a Cuba yo no iba a pelear con Fidel, yo iba a absorber ese hombre que es historia. Y lo disfruté enormemente.

Además, yo heredé de mi mamá el terror al ridículo. Ya yo caminaba mis 59 años cuando llegué allá, Fidel también era un hombre mayor. Era una ridiculez ponerse en eso. O sea, ser yo una cama de Fidel Castro me cerraba las puertas a ser lo que he sido en la vida de Fidel. Bueno, por ese hombre, me hubiera encantado, pero no en esas condiciones. Yo creo que ser una más en la cama de Fidel Castro no me daría esto que tengo, que vivo y que puedo decir en voz alta. Eso no me hubiera hecho tan feliz.

Lo que pasa es que el amor no pide permiso para entrar.

Pero es que a mí no me gustaba él físicamente, no me gustaba la voz, había cosas que no me gustaban, no me gustaba tampoco esa impetuosidad. Yo lo digo en el libro, yo nunca fui una fan de él, nunca estuve en esa corte, jamás. Y cuando lo conocí, cuando llego a Cuba a esa edad, 59 años, llego en una edad donde soy dueña absoluta de mí.

Valiéndote de esa relación tan cercana con Fidel ¿no llegaste nunca, en mitad de un café, a hablarle del tema de la libertad en una isla donde la gente no puede salir, una isla donde hay privilegios para unos y no para otros, justo lo contrario a lo que predica la revolución? ¿Nunca le llegaste a cuestionar temas que eran tan evidentes?
Bueno, yo cuento en el libro cuando fuimos a Varadero y él se llenó la boca, como lo hace siempre, diciéndole a los dueños del hotel español, que allí estaban construyendo el hotel los mejores ingenieros, los mejores médicos, los mejores economistas del mundo, y cuando veníamos a La Habana yo le dije: “Fidel, tú me estás dando la razón. Tú te quejas de que los cubanos son indolentes en el trabajo, pero es que no tienen motivación. Si son ingenieros, economistas, grandes médicos y tienen que ser peones, albañiles… “¿Entonces, Fidel?”. Yo discutía con él.

¿Y qué te decía?
Me daba sus razones. Y ahí nos quedábamos: las razones de él y las mías. Porque ¿qué me quedaba? ¿Darle dos cachetadas y decirle tú estás equivocado? No, no se trataba de eso. Por ejemplo, cuando le llevé la gaita, él la puso y me dijo, “pero, ¿y cómo van a oír esto allá, cómo Carlos Andrés permite esto?”. Y le dije “porque aquello es democracia, de-mo-cra-cia”. Entonces, cuando soltaron a Chávez, que yo llegué a La Habana, después del intento de golpe, él me dijo: “¿Tú te fijas que la democracia se pone su propia cadena? Ese hombre aquí no habla”.

¿Y tuvieron oportunidad de hablar del fenómeno Chávez?
Yo hablé con él, la segunda vez que vino aquí. Nos encerramos Robertico Robaina, él y yo en el Hotel Eurobuilding. Y hablamos desde las doce de la noche, que terminó la conferencia de él con los empresarios, hasta diez para las seis de la mañana, que ellos me llevaron hasta la radio. Y yo hablé del peligro que yo veía por cosas que le estaba viendo a Chávez, y Fidel me dijo: “Yo creo que él es un diamante sin pulir”.

¿Estamos hablando de qué año?
Asumió Chávez en el 98, 99. Bueno, el segundo viaje de Fidel aquí que no sé si fue en octubre o algo así. Él vino primero cuando la toma de posesión. Yo sé que a Robertico Robaina lo sacaron porque, en una reunión del Partido Comunista, disintió sobre Chávez.

¿Fidel no estuvo de acuerdo con tu opinión?
No; me dijo “yo he aconsejado mucho a Chávez. Más todavía, mandé a imprimir mi discurso en el Aula Magna, porque quiero que Chávez lo lea. Porque ahí le estoy mandando mensajitos. No estamos en 1950, él no puede tratar a Estados Unidos como lo traté yo. Estamos en el momento de la inteligencia, y ése es el hombre más inteligente que yo he conocido en Venezuela”, me dijo. “Ahora, no me preguntes si es bueno o malo, porque no lo conozco”.

¿Cuándo te distanciaste de Fidel?
Con esa carta que le escribí, cuando volvió a venir. Yo no lo vi, le mandé  una carta abierta que se publicó en El Mundo. Él me llamó en la noche cuando llegó a La Habana, como a la una de la madrugada, y me dijo: “Leí tu carta porque Alvarez Tavío me la dio en el avión. Si no, no la leo. No la hubieran dejado llegar a mí”. Y me dijo: “Pero tú sabes que yo tengo que hacer lo que estoy haciendo”. Yo le dije: “Bueno, y tú sabes que yo tengo que hacer lo que estoy haciendo”.

*

En el amor: nadie le quita lo bailao.

¿Cuántas veces te has casado?
Dos veces. De la primera no tuve hijos, me casé muy joven, tenía 17 años, él era mucho mayor que yo.

¡17 años!
Sí. Me divorcié ahí mismo, me devolví al exilio y luego me casé, cuatro años después, con Álvaro Dobles, arquitecto costarricense, precioso ser humano. Nos separamos después de muchos años porque éramos totalmente incompatibles de personalidades, y llegó un momento, cuando empezaron a crecer los hijos, que nos encontramos uno frente al otro, y ya yo quería volar, trabajar, hacer cosas. Él era muy anglosajón, yo muy latina, muy tropical, entonces nos separamos, nunca nos divorciamos; seguimos siendo estupendos amigos. Nuestros hijos, creo, son lo que son hoy porque disfrutaron mucho con nosotros.

De eso han pasado casi 40 años. Después ¿qué pasó con Isa Dobles?
Ah, bueno, a mí nadie me quita lo bailao. (Risas) Es que los años hacen su trabajo, vale.

¿No has sentido nostalgia por la pareja?
No, yo creo que, realmente, de lo único que he sido esclava es de mi libertad. No te digo que no tuve “mis notas”, pero he llegado a eso… El amor, las ganas de vivir, y todo eso, no tiene que ver precisamente con el sexo o con un hombre, y no lo digo porque después de los 50 o los 60 años… No. En lo más mínimo. En estos días me llamó una “nota” mía de hace muchos años, y me dijo: “¿Y si reiniciamos eso?”. Le dije: “¿Pero tú estás loco, qué te pasa a ti?, olvídate de eso!”

¿Qué es lo que menos te ha gustado de la vida que has vivido?
Las muertes de mis seres queridos. La muerte de mi papá, a los 52 años, tan injusta, en un avión; la muerte de mi madre, a los 88 años, cuando creíamos que estaba tan joven, nos daba rabia que se hubiera muerto tan joven a los 88 años; la muerte de mi hermana; la de Aníbal Armas, mi amigo; la muerte de Mayra Vernet, mi amiga queridísima; la de mi médico Elías Rodríguez Azpúrua. Yo no me imaginé nunca que la vida o Dios me iban a ver tan fuerte y ver despedir tantos seres queridos. Eso es. Porque todo lo demás te toca vivirlo.

Bueno, pero la muerte es parte del libreto de la vida.
Es el implacable. Sí.

Por eso, digamos…¿qué otro aspecto?
Posiblemente no hubiera querido vivir un Chávez en una Venezuela que, con todas las debilidades de su democracia, perfectible siempre, podía no ver esta fractura de los principios, esta fractura de la lógica del país que permite todo, que hace que invadir sea bueno si no tienes casa, robar sea bueno si no tienes comida. Todo esto que para mí es realmente golpear de muerte el cuerpo del país. Eso, tragar tanto, lastimar tanto el espíritu del país, el alma del país.

Cuando haces el balance de lo que has hecho y lo que no, ¿hay algo que te recriminas por no haber hecho?
Vuelvo a mis seres queridos, yo me reprocho muchísimo -y ojalá lo pueda decir sin llorar- no haber estado con mi mamá cuando murió, porque no tenía quien me ayudara. Le pedí a mi hermana Alejandra que se la llevara para Margarita. Cuando la fui a ver un mes después, me dijo: “Yo me estaba preguntando dónde estabas”. Y me tuve que volver a venir porque no tenía como cuidarla, y me arrepiento mucho de haber sido muy cobarde cuando murió mi hermana, que yo sabía que ella esperaba que yo fuera. Yo  celebré mi cumpleaños con ella,  pero cuando la vi tan mal no me atreví. Y eso me lo he reclamado.

No te atreviste a quedarte con ella.
Ni a ir cuando estaba muriendo, que yo sabía que ella me esperaba. Esas cosas me las recrimino.

Has tenido una relación con la muerte bien conflictiva ¿no?
Sí, porque se te desgarra el corazón. A mí, sin embargo, me enseñó Luis Beltrán Prieto mucho sobre la muerte. Su manera apacible de morir, su manera sin deudas. Y he estado cerca, con Alí Primera me pasó. Yo fui la única persona que dejaron entrar cuando Alí se mató. Yo creo que después entró Edmundo Chirinos, no sé. Pero cuando llegué a Bello Monte, el capitán de los Bomberos, que había recogido el cuerpo de Alí, tenía la agenda de él con mi nombre. Yo estaba esperando esa noche a Alí en casa, que iba a dormir ahí, cuando llegué -yo me fui con mi pijama- llegué como loca. Y él se sintió tan conmovido, me imagino por la estampa, que me dijo… “pase”. Yo llegué y abracé a Alí, estaba caliente todavía, ensangrentado, con aquella mandíbula, aquella cosa terrible, y yo salí de allí llena de sangre. Pero siempre le he tenido un gran miedo a cómo morir ¡Siempre! Pero es tan, tan implacable, que a veces me encuentro… es la primera vez que lo voy a decir… limpiando clósets y sacando cosas, y digo para mis adentros: “tengo que botar todas estas cosas, que nadie va a saber donde meterlas”. Y tú vas botando parte de tu vida. Porque yo soy considerada con los que quedan y digo: “Pobrecitos ¿qué van a hacer con esto? Si mis hijos no están aquí”. Lo que yo tengo son mis perros y mis cuadros.

*

Banda Sonora

Audio 1. Alfredo Sadel canta: Fue una lágrima triste…
Ése es mi amigo querido y tú sabes que yo las personas que quiero no las trato en pasado. El,en su jardín, tenía una pérgola con mi nombre. Nosotros nos queríamos mucho. Yo tengo una imagen de él en el exilio. Cuando llegó a Costa Rica,  Rómulo Betancourt sentía una gran envidia por él, celos grandes, una gran rivalidad con él que era un muchachito precioso y Rómulo feo. Y él iba a trabajar en un lugar que abrían esa noche que se llamaba Balmoral y cuando llegó tenía un prendedor de una perla con un brillantico, y Rómulo Betancourt le dijo: “¡Ay, esa perla con ese brillantico!, ¡quítatelo, porque eso con los exilados es chocante!” y él se lo quitó y le dijo: “Don Rómulo, yo lo traía para que usted lo vendiera para los obreros que están llegando”.

Audio 2. El inolvidable animador de televisión Renny Ottolina canta:  Nos gusta entretener/ Y nos encanta estar/ en esta alegre cita semanal/ Vengan, vengan ya/ que va a comenzar/ nuestro programa musical/

Amigas y amigos, encantado…
¡Ay, Dios mío santo! Oye, pero tú lo que quieres es matarme del corazón antes de tiempo. Tú sabes que a mí me toca entrar cuando Renny está de salida, y un día nos encontramos en el Aeropuerto. El llegaba de Los Ángeles, yo de Nueva York, y me dice: “Cuando yo me fui me dijeron que por aquí había un Renny Ottolina con faldas, que eras tú”. Y le dije: “bueno, pero no te molestes porque a mí todo el tiempo me están diciendo que yo soy la Renny con falda”. Nosotros llegamos a ser muy amigos, más que a través de nosotros mismos, de mi papá. Renny conmigo fue muy especial, llegaba y me decía: “No seas tan modesta, di que tú eres la número uno, que yo no me voy a poner bravo”. Me decía: “Dilo, porque este país respeta a los prepotentes”.

Audio 3. El hijo menor de Isa Dobles, Gustavo, la saluda: Hola, querida madre, te hablo desde los Estados Unidos, te mando un beso y un gran saludo de todos tus hijos, nietos, bisnietos, todos los que están aquí que te queremos y respetamos mucho….
Ay, qué cosa más linda, ¡tú quieres hacerme llorar para que me de una cosa, eso es! No; qué belleza, vale. Yo soy una mujer feliz. Ese es mi hijo Gustavo, un hijo increíble, bueno, los tres son increíbles. Yo tengo un hijo chavista, que no es chavista realmente, lo aclaré en La Razón, sigue siendo revolucionario como yo. Felipe, que es publicista, que está en Nueva York y Gustavo, que es el más chiquito de tamaño y de edad y tiene 47 años ya. Ellos son mis grandes compañeros.

*

Galería de imposibles

Un miedo.
A enfermedades.

Un libro.
El viejo  y el mar.

Una canción.
Cualquier bolero.

Un pequeño crimen que seas capaz de confesar.
Haber hecho que se enamorara de mí un hombre que tenía decidida su vida sexualmente de otra manera, y dejarlo después, porque yo no estaba enamorada. Primera vez que pienso en eso, pero fíjate que me sentí muy mal cuando tuve que decir: “lo siento mucho”. Porque habíamos tenido un affaire, y yo lo había hecho a sabiendas de que la lucha de él era esa.

Un error.
Mi mamá me dijo un día: “Yo creía que había nacido para ser la esposa de Alejandro Oropeza Castillo, pero yo sé que nací para ser la mamá de Isa Dobles. Pero a mí me angustia mucho porque la única carrera que tú ganarás en la vida es la de pendeja”. (Risas)

Un político.
John F. Kennedy.

Una comida, tú… que tanto cocinas.
Muérete, creo que siguen siendo las papitas fritas. Me encantan, me las permito poco, pero me encantan.

Un paisaje.
Yo no me puedo olvidar de Machu Pichu, a las tres de la madrugada, saliendo la luna, pero tampoco me puedo olvidar de El Ávila.

Una época del mundo en la que te hubiera gustado vivir.
La del Oeste Americano, para dispararle a quien me de la gana sin que nadie me mate antes. (Risas)

Un venezolano.
Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Una frase que se parezca a lo que piensas de Venezuela.
La matriz más generosa y desgarrada.

*

POSDATA

Isa Dobles, que tanta vida sudó con la gente, ahora anda rodeada de pájaros y perros. Su hogar parece una cobija contra el frío. Es una casa mullida en afectos y ausencias. A lo largo de la charla, sus loros no dejaron de opinar. Hubo que cubrirlos con una manta y fingir una noche demasiado temprana. El artilugio funcionó. Isa Dobles es hábil despertando sus recuerdos. Su voz tiembla por el vértigo de los años, como el equilibrista que siente la cuerda cada vez más delgada. Pero sus convicciones son un andamio de acero.

Isa Dobles es, sobre todo, una vehemencia. Posee una vida larga en capítulos y repleta de peripecias aristotélicas. Oírla merece cotufas. Y uno sabe que, al final, hubo muchas gavetas que no se abrieron. Más por falta de tiempo que por pudor. Su calidez es un licor inagotable. Su sonrisa se quedó a vivir en su rostro, así la vida le haya sido pródiga en estafas afectivas.

Al final, nos ofreció algún condumio de manufactura propia. A los días, nos llamó para pedirnos las palabras de un prólogo para un libro de confesiones ajenas, una picardía editorial, un ajuste de cuentas con una historia que conoce demasiado bien en sus vergüenzas como para callarla más, porque en ese libro están algunas de las razones que explican la brújula perdida de un país. No era un alarde literario, era un desahogo periodístico.

Isa Dobles pertenece a una estirpe cada vez más escasa. Pertenece a una tribu de creyentes en la dignidad. Y algo inestimable: no conoce la palabra miedo.

***

[Entrevista publicada en el año 2008]