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Sobre aviones y ‘proxies’; por Jon Lee Anderson

Por Jon Lee Anderson | 21 de julio, 2014
Sobre aviones y proxies por Jon Lee Anderson 640

Fotografía de The New Yorker

 

El periodista y corresponsal de guerra con amplia experiencia en conflictos Jon Lee Anderson escribe a propósito del derribamiento del MH17 de Malaysia Airlines, el gobierno de Vladimir Putin y las denominadas “proxy war”. Las ‘proxies son guerras instigadas por poderes mayores, generalmente superpotencias que utilizan países con menos poder para no verse envueltas en conflictos bélicos. Sobre esto publicó su artículo Jon Lee Anderson en The New Yorker que pueden leer en inglés haciendo click acá. A continuación, la traducción exclusiva para Prodavinci.com.

Traducción exclusiva 640

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Un día después de que un jet de Malaysia Airlines fuera derribado al este de Ucrania, el presidente Obama le echó la culpa directamente a los separatistas que ocupan el área apoyados por los rusos. “No tenemos tiempo para la propaganda”, dijo. “No tenemos tiempo para juegos”.

Uno de esos juegos que se han jugado en la región es viejo y peligroso: proxy war. Para una potencia que quiere inmiscuirse en otro país, la gran ventaja de usar sustitutos es que te da la capacidad de negar que estás involucrado. Lo malo es que nunca puedes controlarlos del todo. Las cosas fueron suficientemente problemáticas durante los años sesenta, cuando la CIA contrató mercenarios para luchar contra los proxies soviéticos en África y América Latina. La fórmula era simple: Aquí hay un pago inicial en dinero y armas. Ve y haz lo que puedas y, si logras algo, te daremos más. Si lo arruinas, te atrapan o te matan, no estamos involucrados. Pero, incluso con esa distancia protectora, este tipo de agentes pueden crear un terrible daño que suele encontrar su camino de regreso a casa. Cuando estaba en Bolivia a mediados de los ochenta, unos pilotos argentinos me contaron que la CIA estaba contratando aviadores que enviaran armas a las contras nicaragüenses. Los pilotos tenían un amigo, recientemente empleado por un infame capo de la droga, que se había apuntado. Más tarde se supo que algunos de los contras habían hecho un trato con Pablo Escobar, el traficante de drogas, permitiéndole enviar cocaína a través de la red clandestina de pistas de aterrizaje.

Durante principios de la Guerra Fría, los mercenarios más infames de Occidente —tales como el británico (Mad) Mike Hoare y el francés Bob Denard— generalmente operaban en sitios apartados como el Congo o las Islas Comoras. Gracias a que había poca supervisión, los poderes que contrataban a personajes como esos rara vez sufrían por sus transgresiones. En 1961, el Secretario General de las Naciones Unidas murió en un accidente de aviación en la frontera entre Rodesia del Norte (hoy llamada Zambia) y el Congo, donde estaba tratando de resolver un intento de secesión de la provincia de Katanga, rica en cobre. Mucha gente creyó que, en lugar de sufrir una falla mecánica, el avión fue derribado por mercenarios belgas que apoyaban a los secesionistas. Sin embargo, las investigaciones oficiales no fueron concluyentes.

En los noventa, la CIA entregó misiles Stinger tierra-aire a los muyahidines que peleaban contra el ejército soviético en Afganistán y, nuevamente, la ecuación parecía sencilla. Al darle a estos rústicos combatientes —que habían comenzado su resistencia con rifles Lee Enfield de cien años de antigüedad— los medios para tumbar aviones, Occidente podía cambiar el curso de la guerra a su favor de manera encubierta. Los Stinger fueron efectivos y pronto el ejército soviético —que había disfrutado de indiscutible superioridad aérea gracias a sus helicópteros Hind y sus jets MIG— comenzó a sufrir. Decenas de aviones fueron derribados y, en 1988, nueve años después de que los soviéticos invadieran Afganistán, comenzaron a retirarse derrotados. Sin embargo, para ese entonces, la CIA se había comenzado a preocupar por los Stinger, temiendo que las sofisticadas armas móviles que habían entregado pudieran ser usadas en contra de sus intereses. Los soviéticos y los Americanos, ambos, habían tumbado aviones civiles por accidente (el vuelo 007 de KAL y el vuelo 655 de Iran Air, en 1983 y en 1988, respectivamente) y los riesgos que corría la aviación en manos de proxies irresponsables parecía bastante real. La Agencia comenzó un programa encubierto para comprar de regreso los Stingers, algo que fue menos que un éxito total. A comienzos de 1989, en la rural Kandahar, un comandante muyahidín que tenía dos Stingers me confundió por un agente de campo de la CIA y me dijo: “Dile a tu gente que no los voy a devolver. Nunca”. Pero los yihadistas a quienes Occidente ayudó eventualmente proporcionaron un tipo diferente de reacción adversa, gracias al uso que hizo Al Qaeda de jets de pasajeros como armas en sí mismos.

Durante décadas, el déspota libio Muammar Gadafi envió a sus propios proxies a pelear a lo largo de África y más allá. El terrorista venezolano Ilich Ramírez Sánchez (también conocido como Carlos “El Chacal”) en algún punto estuvo en su nómina. Los agentes de Gadafi plantaron explosivos a bordo de un avión de pasajeros que explotó sobre Lockerbie, Escocia, en 1988. Un año más tarde, de manera similar, explotaron un avión civil francés que volaba sobre Nigeria. Cuando Gadafi fue depuesto en 2011, un disparejo grupo de “revolucionarios”, incluyendo algunos de los que había apoyado, pulularon en Libia y saquearon sus vastas armerías. Entre las armas había un gran número de misiles anti-aviones buscadores de calor de origen ruso. Peter Bouckaert, de Human Rights Watch, documentó cientos de ellos en depósitos no vigilados, pero cuando llegaron los inspectores de armas, los misiles habían desaparecido. Nadie sabe donde están hoy, pero Libia se ha convertido en un semillero de milicias en guerra y yihadistas extremistas. Y parece que, tarde o temprano, le conseguirán uso a los misiles.

En Ucrania, donde los separatistas rusos han estado librando una insurgencia violenta contra el gobierno pro-Occidente, hay mucha evidencia de que Putin alienta la situación desde el principio, proclamando su inocencia mientras arma a los rebeldes sin encubrirse lo suficiente, y poniendo a oficiales de inteligencia y militares rusos en el campo a dirigir la violencia. En los últimos días, los rebeldes han tumbado dos aviones militares ucranianos en la misma zona en la que el avión malayo estaba volando con doscientos noventa y ocho pasajeros a bordo cuando fue impactado.

Característicamente, Putin fue rápido en lamentar las pérdidas de vidas; lanzó una fotografía mostrándolo a él con los miembros del gabinete ruso parados haciendo un momento de silencio para honrar a los muertos. Más tarde el mismo día, dijo que el incidente era culpa de Ucrania. Pero la evidencia que emergía de múltiples fuentes, incluyendo llamadas de celulares interceptadas, sugería fuertemente que los rebeldes de Putin lo habían hecho. Ellos todavía lo niegan. Pudo haber sido una horrible equivocación de los combatientes acostumbrados a dispararle a cualquier cosa que aparezca sobre los cielos. Y están equipados con los medios para hacerlo. Pero, como sea que resulte, este tipo de tragedia es una consecuencia natural de darle armas a hombres violentos que sienten que su poderoso patrocinante les permite cometer crímenes con impunidad.

Putin ha usado el conflicto ucraniano para revivir la noción de Rusia como una superpotencia. Hasta ahora, sus proxies —primero sus “hombrecitos verdes” en Crimea, y ahora los separatistas de la auto-proclamada República Popular de Donetsk— le han proporcionado un velo de negación. Aunque ahora él podría haber ocasionado su propia reacción adversa, y más pronto de lo que pudo haber imaginado.

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Texto publicado en inglés en The New Yorker. Traducción de Rodrigo Marcano Arciniegas.

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LEA TAMBIÉN: [Audio + Transcripción] NYT difunde grabación de quienes atacaron el vuelo MH17 de Malaysia Airlines

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Jon Lee Anderson 

Comentarios (3)

Edgard J. González.
21 de julio, 2014

“En 1961, el Secretario General de las Naciones Unidas murió en un accidente de aviación”, era Dag Hamarskold, sueco.

lars
22 de julio, 2014

Qué lindo todo… En fin, así son las cosas, caóticas, desordenadas, imprevistas, de alcance limitado, y no como las plantea la tendencia conspiracionista, que se inventa montajes irreales y cálculos infalibles y milimétricos de parte de la CIA, el Mossad, la KGB u otras organizaciones de seguridad pasadas y presentes. Siempre me ha llamado la atención por ejemplo la idealización que tiene la izquierda de organizaciones como la CIA, a la que le atribuye una malignidad calculadora infalibe de poderes sobrenaturales. Pero la realidad es que todo es un lío.

javier monzon
22 de julio, 2014

Esto es algo que se le salio de las manos a Putin. No creo que hayan sido separatistas los que accionaron el disparador, sino militares rusos que sin lugar a dudas, son los que estan al frente de los grupos de ruso ucranianos, pero pienso que no vino de Putin directamente la orden, pues quiero creer que no es tan bruto; aunque es responsable directo de la masacre, por la entrega de ese armamento para librar esa guerra, aunque sean sus oficiales los que los operen.

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