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“Yo no supe robar”. Entrevista a Ramón J. Velásquez por Leonardo Padrón

Por Leonardo Padrón | 26 de junio, 2014

“Yo no supe robar”. Entrevista a Ramón J. Velásquez por Leonardo Padrón 640

Postal. Todos los países tienen un equipaje de seres humanos que conforman la base de su reserva moral y espiritual. Son aquellos hombres y mujeres que han sabido convertir a su país en un apostolado personal, aquellos que han dedicado las mejores horas de su vida a declararle el amor a la tierra que los vio nacer. Venezuela posee algunos nombres que son emblema irrebatible de su gentilicio. Nombres que exudan respeto por los cuatro puntos cardinales de su existencia. Ramón J Velásquez es, sin dudas, uno de esos seres intachables que, con admirable coraje cívico, ha vivido el país como un desvelo y una pasión. Rómulo Gallegos llegó a decir que era una de las mentes mejor organizadas del país. Milagros Socorro lo señala como la encrucijada por donde pasan todos los caminos de Venezuela. Se le puede llamar periodista de raza, animal político, intelectual sin pausa, historiador de alto calibre, escritor a toda hora, pero sobre todo, venezolano a prueba de balas, de tiempo y de infamias. Un hombre ilustre, en el sentido más puro de la palabra. La vocación lo convirtió en fundador y director de periódicos, la sabiduría lo hizo recolector y editor del pensamiento político de la nación y el destino lo convirtió en Presidente de la República en uno de los momentos más álgidos del siglo XX nacional.  Ramón J Velásquez es historia viva e irrebatible, es protagonista, testigo y relator de gran parte de los acontecimientos que han marcado el rumbo de un país llamado Venezuela.    

1. Una infancia dentro de un periódico 

¿Cuántos años tiene en este momento Ramón J. Velásquez?

Cumplo noventa y tres años. Nací el 28 de noviembre de 1916. Mis padres, tanto don Ramón Velásquez como doña Regina Mujica de Velásquez, eran educadores. Hubo una reforma de la educación en Venezuela dirigida por un hombre que se llamó Guevara Rojas, de Aragua de Barcelona, que había estudiado Medicina y Pedagogía en Alemania y había regresado a Venezuela. Lo nombraron Rector de la Universidad y luego Ministro de Instrucción Pública. Él organizó las escuelas primarias y creó eso que en Venezuela se llamó “graduadas”, y para crear las escuelas de San Juan de Colón, de mujeres y de hombres, nombró a don Ramón Velásquez y a Regina Mujica, su esposa. Allí nací yo.

Según su hoja de vida usted a los diez años ya era corrector de pruebas de un periódico y a los dieciséis fue nombrado jefe de redacción de otro periódico en San Cristóbal.

Sí, es verdad y ya le voy a explicar. Don Ramón Velásquez, mi padre, más que educador era periodista. Se había formado en Colombia y yo crecí en una casa, lo mismo en Colón que luego en San Cristóbal, que era la mitad escuela y la mitad imprenta, porque en la esquina él tenía un taller tipográfico de aquellos de levantar textos. El resto del local lo ocupaban los grados de la escuela que dirigía doña Regina, mi mamá. De tal manera que yo crecí entre muchas niñas y mucha gente que armaba las planas del periódico y las imprimía. Yo no sé cuándo aprendí a leer y escribir, debió ser a los cuatro años, por ese mismo ambiente. Ya cuando fui a la escuela superior, conocía perfectamente y me puse a aprender a corregir pruebas. Aquello era distinto a los linotipos que yo encontré la primera vez que fui director de un periódico, esos linotipos relámpago.

2. En la búsqueda de un destino

Don Ramón, ¿qué hizo que usted migrara del Táchira hacia Caracas?

Mire, Venezuela no tenía, fuera de la voluntad de los orientales, de los andinos, de los llaneros, de los costeños, vías de comunicación. La red telegráfica era muy modesta. Venezuela era, hasta los años treinta en que yo ingreso en las escuelas, cuatro regiones. Pero para nosotros los andinos ocurre un milagro: Gómez construye una carretera que va a unir al Táchira con Mérida y a Trujillo con el resto del país. Los que estudiábamos bachillerato y queríamos alcanzar una carrera universitaria, teníamos el sueño de cómo llegar a Caracas, y otros cómo llegar a Mérida, porque eran dos universidades.

No había más.

Pero la una se abría en los años pares y la de Mérida en los años impares. Entonces tuvimos con el director del liceo algún roce y nos vinimos. Se vino Leonardo Ruiz Pineda, se vino Miguel Moreno, que después fue secretario de la Junta Militar, Jorge Murillo y otros que no figuraron en política.

Ese viaje a Caracas duró como cinco días, ¿no?

 Nos vinimos en autobús por la carretera Transandina, una carretera de tierra, ni asfalto ni cemento. Se empezaba toda jornada de esos cinco días a las cuatro de la mañana, empezaba el autobús a correr y a las siete nos llevaban a unos galpones que eran los primeros hoteles o pensiones en cada pueblo y ahí dormíamos y comíamos los que veníamos para Caracas. El tercer día llegamos a Barquisimeto, había llovido, las carreteras eran grandes charcos y había que esperar para pasarlos. Llegamos allí a las cinco de la tarde y nos dijo el guardia: “para el centro no se pasa, ya son las cinco”. El centro era Maracay, donde estaba Gómez.Y no podía entrar ningún vehículo a esa ciudad cuando él estaba durmiendo.

No me diga.

Sí. “Entonces, vayan a la Policía de Barquisimeto para que les registren lo que traen y duerman ahí; se van temprano”. Yo llevé mis maletas que eran muchas, a la policía, y me dijo el jefe de policía, un joven, que le abriera las maletas, venían los libros de bachillerato míos, Botánica, Biología y y él me dijo: “¡Madre! ¿Se va a meter toda esa vaina? (los libros)”. Le dije: “Claro, si no qué voy a estudiar”.Entonces cogió uno de Botánica, lo tiró, cogió la Historia, y dijo “Mirá, te voy a dar un consejo, pero no le digas a nadie que yo te lo di. No te metás toda esa vaina en la cabeza, los libros, no te los metás… Déjale algo a la vida, chico’”.

3. El peligroso salto del periodismo a la política

¿Qué hizo que Ramón J. Velásquez se involucrara con la política del país?

Mire,allá enel Táchira, en la línea fronteriza con Colombia hay un río, una quebrada, el río Táchira, que nos separa de un país que en todo el tiempo en que aquí hubo la dictadura de Cipriano Castro y de Juan Vicente Gómez, tuvo seis presidentes elegidos por voto. Los adversarios políticos del general Gómez, que ya llevaba veinte años en el poder, publicaban en El Tiempo de Bogotá artículos contra él: uno desde Madrid, Rufino Blanco Fombona; otro desde Montreal, José Rafael Pocaterra, y ese periódico llegaba a San Cristóbal. Lo metían los choferes que iban y venían todos los días. En Cúcuta había un veterano de la revolución antigomecista, Juan Pablo Peñaloza, que ya iba por los ochenta años. En el Liceo Simón Bolívar estaban varios estudiantes de la parte baja del Zulia que limita con Mérida, Táchira y Trujillo.Y a ellos alguien les pasaba los periódicos, que leían estudiantes de primer año, metidos entre la arboleda de mangos del liceo que era un parque enorme, y tanto la prosa de Rufino como la prosa de Pocaterra, no sé, emocionaba. Un día, ya para venirnos, capturaron al general Peñaloza, que había invadido el Táchira. Peñaloza era liberal amarillo venezolano y estaba exiliado en Cúcuta. Él había invadido cuatro veces, pero esta era la última, ya tenía ochenta y dos años. Invadió con cuatrocientos hombres campesinos. Ahí lo hicieron preso y toda la ciudad se volcó a las calles de San Cristóbal a verlo entrar preso. En la madrugada siguiente lo sacaron hacia el castillo de Puerto Cabello. Todo eso nos creaba a todos una noción de libertad del otro país en que se cambiaban los gobiernos. Otra cosa muy importante: en el año 1933 descubrimos que a las cinco de la tarde, la radiodifusión colombiana, que era muy poderosa, llegaba a San Cristóbal, a Rubio, a todo el mundo.En cambio la Broadcasting Caracas, la actual Radio Caracas, apenas llegaba a Barquisimeto. A las cinco de la tarde el Congreso de Colombia transmitía las sesiones y nosotros, a los que nos gustaban los discursos, nos pusimos a oír, y ya teníamos una carga política.

4. Los momentos duros de la política

Yo le quería hablar de un tema que está ahorita de moda, pero que quizás nadie asociaría a su persona: ¿Es cierto que usted una vez fue acusado de magnicidio por el gobierno nacional?

Sí. Yo solo no, un grupo. El Día de la Patria, el 5 de Julio, que había transformado Pérez Jiménez en el día de toda la Administración Pública de Pérez Jiménez, que desfilaba por la avenida Urdaneta hasta Miraflores. De pronto nos hicieron presos a Juan Páez Ávila, Chepino Gerbasi, tres o cuatro que han muerto, Alberto Carnevalli, auno que metieron y decía “¿por qué yo estoy aquí?”, que fue Benito Raúl Losada. Publicaron un comunicado del Ministerio de Relaciones Interiores en donde decían que ese grupo había intentado, en el desfile del Día de la Patria, matar al Presidente de la República.

Usted fue uno de los redactores de un libro muy famoso de la época que se llamó El libro negro de la dictadura.

Mire, usted sabe que el gobierno excluyó a Acción Democrática; es decir, al derrocar al Presidente Rómulo Gallegos y al liquidar al Congreso y la Asamblea Legislativa, creó una nueva situación. Acción Democrática quedó en la cárcel o en el destierro. Convocó el gobierno militar una Asamblea Nacional para dictar una nueva constitución, el gobierno con un partido de nombre FEI (Frente Electoral Independiente), la oposición de izquierda y de centro en torno a la URD de Jóvito Villalba, López Rivas, José Vicente Rangel, Luis Miquilena, todos ellos y el socialcristianismo que fundó COPEI, fuimos a las elecciones. Eso fue en 1953, las elecciones en que para gran sorpresa del gobierno triunfó URD en Caracas, Apure y Cojedes, el segundo partido fue COPEI y el FEI del gobierno quedó de tercero. Entonces a las 3 de la tarde de ese día suspendieron las elecciones y llamaron a los miembros del Consejo Supremo Electoral y todos, a una voz: “No modificamos, dispongan lo que quieran, pero ése es el resultado”.Entonces destituyeron a esa junta y nombraron otra y al día siguiente ganó el gobierno y lo primero que hicieron fue expulsar del país a Jóvito Villalba y a todo el comando del partido URD. Van a estar del 53 al 58 en Nueva York exiliados.Logramos que varios funcionarios del telégrafo nos dieran copia de las órdenes de alterar las votaciones y de la forma como debía quedar el FEI y URD en Apure, en Guayana, en todas partes. Y lo publicamos.

Comprobaron el fraude. El libro negro de la dictadura le valió la cárcel. ¿Cuánto tiempo estuvo preso por la dictadura de Pérez Jiménez?

Cuatro años. En Ciudad Bolívar.

5. El momento clave: la llegada a la Presidencia de la República

Doctor Velásquez, cuando le proponen asumir la Presidencia de la República usted primero tiene un gesto de reticencia. Y propone otros nombres. ¿Cuáles fueron?

Sí.Mire, una noche en esta casa tocaron el timbre como a las diez de la noche. Abrí, era Alfaro Ucero con mi hijo, pero yo vi una sombra detrás, se acercó más: Hilarión Cardozo. Entonces yo dije sinceramente, “Leandro Mora vive a cinco cuadras, cinco casas abajo, están equivocados”.¿Qué venían a hacer a mi casa esos líderes?

Dos líderes muy emblemáticos de los grandes partidos políticos del momento: AD y COPEI.

Llegaron y en esa sala de ahí al lado, Hilarión Cardozo que siempre fue disciplinado, dijo “Es que estoy muy cansado, venimos de ver al Alto Mando Militar y al Consejo Pontificio”. ¿Y eso por qué? “Estamos buscando el presidente, hay que llevar a juicio al Presidente Pérez y ya eso está arreglado”, y entonces le dije yo: “¿Y cómo resultó la cosa?”. Me dijo: “Que es usted”. Le dije: “¿Que soy yo qué?”. “El que han elegido Fedecámaras y los curas para ser el que reemplace a Pérez”. Mire, al lado de la crisis política que no era fácil, había una crisis económica muy grave y los bancos estaban quebrados. “¿Por qué no nombran al doctor Enrique Sánchez, que es presidente del Consejo Nacional de Economía, que es economista de Harvard, o por qué no revisan el número, dejen el gabinete y nombren a una gran figura, ¡pero no yo!”.

Usted quería evitar asumir la Presidencia de la República, ¿por qué le tenía miedo al momento político?

Yo le tenía miedo al momento, porque lo que pasó ese día iba a pasar. Entonces esa noche no acepté. Volvieron aquí tres veces. Y después, a la tercera vez, me visitaban los dos, Pedro París Montesinos con todo AD y por otro lado José Curiel que era Secretario General de COPEI y bueno, los demás, estaba Cardozo, estaban todos. Cuando como a las dos de la mañana les dije: “bueno, les acepto”, entonces me dice Pedro París antes de terminar la reunión: “COPEI y nosotros tenemos que decirle algo, pero para que sea más categórico, yo le voy a pedir a José Curiel que sea él”. Entonces se paró … eran cerca de las tres de la mañana. Me dijo “Mire, lo vamos a elegir mañana, (esta tarde, ya el día había avanzado), pero no lo acompañamos”.Entonces le digo yo: “¿Cómo es la vaina?”.“Y con respecto a los independientes que usted quiera escoger, le pedimos que no sean ni blancos ni verdes”.

Se la pusieron difícil.

Y yo le dije a Pedro París: “Por eso te callaste, ¿no? Pero ¿qué tienes que agregar a esto? Nada, ¿verdad?”. Mire, ése era el trompo enrollado, “pero ahora sí les acepto”.

Hay gente cercana a usted, analistas de la realidad nacional, que afirman que la gran paradoja de la vida de Ramón J. Velásquez es que fue alguien que siempre aspiró al poder pero que cuando le llega, no le llega ni en la forma ni en el momento en que lo quería. ¿Está de acuerdo en que esa es la gran paradoja de su vida?

Eso es verdad porque, mire, cuando terminaba Leoni yo estaba de director de El Nacional y en ese tiempo se reunió un conjunto de grupos para lanzar una candidatura que era la mía, y uno de los animadores de esa candidatura era Miguel Otero Silva y otro Julio Diez, pero al fin no prosperó.

Usted escribió algunas notas a propósito de la inmensa soledad que entraña el poder. Dijo que una cosa es el poder por fuera y otra por dentro; una cosa es leer sobre el poder y otra es responderle al país desde la soledad de un escritorio ¿Cuán solo se sintió en esos ocho meses en que fue Presidente de Venezuela?

Las situaciones tienen mucha importancia, porque desde la soledad el Presidente tiene que tomar una decisión, tiene que hacer cálculos políticos, también numéricos si es votación del Congreso y cuando quienes tienen que apoyar diariamente esa decisión presidencial están divididos y subdivididos y vueltos a dividir, el arreglo es casi imposible. Y uno tiene que hacer esto: “voy a lanzarme, si me apoyan me apoyan, siempre habrá un grupo que me apoye, me baso en ese grupo para convencer a los otros de ofrecerles villas y castillos”, para lograr la decisión que ha tomado. Hay un momento en que la categoría del cargo y la trascendencia de las decisiones que el hombre que está ahí tiene que tomar, se traducen o en el acierto o en el comienzo de una crisis. En este caso, como quienes plantearon un golpe estaban presos, quienes intentaron otro golpe estaban presos, primero, los tenientes coroneles, después los generales y almirantes, entonces la decisión de terceros grupos estaba frenada por lo que le había pasado a estos dos en ese momento y la forma como los civiles, por ejemplo, que no querían a Pérez en Acción Democrática, veían lo que le había pasado, los llevaba a esperar circunstancias más propicias. Es realmente una situación inestable. Porque cualquiera que sea la decisión que el hombre vaya a tomar, tomando en cuenta la historia, la realidad presente y todas esas cosas, si no tiene apoyo, no vale.

Hay dos o tres casos que la opinión pública ilustra como lunares en su presidencia. Uno de ellos fue el indulto presidencial a Larry Tovar Acuña, que estaba procesado por el delito de narcotráfico. Usted, en el momento, asumió la responsabilidad de haber concedido la gracia, pero de alguna manera descargó la responsabilidad real del hecho en su secretaria. Años después, ¿qué tiene que decir al respecto?

Yo había pasado por una situación semejante. Le cuento del pasado: yo le llevé al presidente Betancourt, de 1959 a 1963, treinta y seis mil expedientes para firmar. Además, en indultos y ascensos le llevé catorce mil, porque se condecoró, se pasó a retiro, se respondió… mil cosas, como comprenderá. Esos papeles estaban revisados por mí. Es decir, nunca se le confundió a Ramón J. Velásquez algún papel que el presidente Betancourt no debía firmar. No. Y aquellos eran los años de la guerrilla fidelista, el todavía auge perezjimenista, del conflicto con Jóvito Villaba y José Vicente Rangel, y no pasó nada. Betancourt y yo fuimos amigos hasta el día de su muerte, y nunca tuvo un reclamo que hacerme. De tal manera que, en mi caso, en la cuenta me llevaron esos papeles. Yo los dejé y repito, yo firmé, porque tenía la confianza de lo que tenía en frente.

¿Usted pensaba que los papeles estaban en orden y confiaba en su secretaria?

Pues sí.

*

6. Ramón J. Velásquez y la historia de un país

Le quiero nombrar unos personajes emblemáticos de la historia del país y que me los defina en una palabra, si es posible. 

Francisco de Miranda.

Un adelantado a su tiempo.

Simón Bolívar.

El creador.

José Antonio Páez.

El primer político civil que tuvo el país. Un gran estratega.

Ezequiel Zamora.

Una leyenda.

Juan Vicente Gómez.

Un campesino en el poder.

Rómulo Betancourt.

Un caudillo civil.

Rafael Caldera.

Un letrado que funda un partido.

Carlos Andrés Pérez.

Un político.

Hugo Chávez.

Chávez quiere ser el sucesor de Fidel Castro, eso es todo. Para poder entender lo que está pasando aquí en Venezuela hay que tomar en cuenta las medidas de su tarea, él se siente el superpresidente de América.

*

7. El balance de una vida

Maestro, usted ya tiene noventa y tres años de edad y ha vivido varias Venezuelas. Hoy, en su otoño personal, cuando ve en perspectiva todo lo que ha hecho, ¿cómo se siente con su vida?

Me siento bien porque le voy a decir una cosa: yo no supe robar.Yo lo que tengo son libros y he logrado contribuir a que el país sepa que no todos son soldados ni sargentería. Por eso lo primero que hice cuando llegué a Miraflores fue decir: “vamos a trabajar sobre el pensamiento político venezolano del siglo XIX”, ¡porque sí hubo grandes pensadores!

Usted que fue el fundador de El Mundo, dos veces director de El Nacional, creó el Archivo Histórico de Miraflores, y ha hecho aportes intelectuales innegables al país, ¿siente que hay algún deseo intelectual que no ha podido cumplir o que se le quedó en el tintero?

Voy a ser sincero, a mí me ha detenido a escribir la memoria. Si yo hecho todo el cuento, van a decir, “es que está loco”. Lo mejor es que no diga nada.

¿Y por no querer alborotar el avispero de la historia prefiere cohibirse de escribir con total sinceridad sus memorias?

Sí.

Toda persona que vive mucho tiene que asistir a numerosas muertes de gente cercana, es algo que va aparejado con la longevidad. Pero a usted le pasó algo que dicen va contra la ley de la vida: le tocó enterrar a un hijo.

Sí, a mi hijo mayor. Y a mi esposa también.

Cómo vivió esos hitos de dolor.

Es tremendo. Son distintos, ver morir el hijo mayor en el que uno había puesto el sueño de la continuidad, de lo que pensó hacer o quiso hacer y  que no llegó sino a la mitad, sobre todo cuando no se muere de un infarto, que es violento. O en un choque.

Él murió de cáncer, ¿no?

Sí, con conciencia hasta el último momento, y cómo se iba y la lucha que tuvo contra la enfermedad. Muy valiente, muy sereno, muy pendiente de animar a sus hijos y a su mamá. Ella mantuvo su salud más o menos hasta que él murió. Pero sobre todo la cosa es más fuerte por la unión que yo mantuve. Con los hijos, con los nietos, con todos.

¿Qué es lo peor que han dicho de Ramón J. Velásquez?

Bueno, han dicho tantas cosas, Carlos Andrés Pérez me insultó.
Me dijo: “¡colombiano!”.

Pero eso no tiene que ser considerado un insulto.

No, pero él le daba la vuelta. Me han dicho de todo.

*

Banda sonora

[Audio 1] Edith Piaff canta “La Vie En Rose”.

¿Qué le evoca esa canción?

El tiempo de enamorado, la época de las grandes boleristas francesas. Las grandes orquestas me entusiasmaban, yo tenía miles de discos de esa etapa.

[Audio 2] Sonido de oleaje marino.

Tengo un episodio que recuerdo: cuando llegamos a El Palito en estado Carabobo, hubo muchos aplausos en el autobús. Gente que ya había venido del Táchira, volvían a Caracas y aplaudían. Le pregunté a una persona qué pasaba y me dijo: “¿Es que no tiene ojos? ¿No ve el mar?”.

¿Primera vez que veía el mar?

Para el tachirense ver el mar era un acontecimiento, esa llanura gris.

¿Y cuando usted lo vio qué sintió?

Una impresión tremenda, además por las dimensiones y por la movilidad de aquello.

[Audio 3] Se oye la voz de Jóvito Villalba: “Todo el Gobierno, el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, se deben al país, están allí para resolver los problemas del país, no para hacer políticas partidistas. Cuando hay un Poder Judicial controlado totalitariamente por un partido o por una combinación de partidos, no hay libertad, o hay una máscara de libertad, una burla para la ciudadanía, para el pueblo.

El primer tribuno fue él.Jóvito Villalba. Cuando él llegó, en el año 1935, lo trajo de Trinidad Eduardo Gallegos Mancera, que fue un gran hombre, un gran líder, que estaba en segundo año de Medicina. Toda la multitud estudiantil se quedó muda por la calidad de la oratoria que manejaba, moderada, pero al mismo tiempo uno se estremecía y tenía una facilidad para crear imágenes, literatura.

*

Galería de imposibles

Una ciudad imposible de olvidar.

Imposible de olvidar San Cristóbal, pero donde ha pasado toda mi vida, he tenido los mejores momentos y los mejores amigos, las mejores oportunidades y los sueños, todo, todo: Caracas.

Un miedo recurrente.

Yo le tenía mucho miedo a la oscuridad, me da miedo la oscuridad, no sé.

Un libro decisivo.

De los viejos libros de literatura española, Azorín.

Un amuleto.

Una imagen de una Virgen del Táriba, la virgen más milagrosa, más importante, más dadivosa que se llama Virgen de la Consolación del Táriba, queda a diez minutos de San Cristóbal.

Un mandamiento personal.

Hay una cosa que me enseñó mamá, es sencilla: nunca ofrezcas lo que no puedes hacer. Eso me lo dijo de muchacho.

Un error.

Yo no iba a estudiar Derecho, mi vocación, lo que yo sentía por dentro era la psiquiatría. Me decían, “¿qué vas a hacer con eso? Aquí todo el mundo es loco”.

Un pequeño crimen que sea capaz de confesar.

Haber ofrecido más de dos posiciones y no haber podido cumplir. Eso no es un crimen, pero es algo que me ha pesado mucho toda mi vida.

Una muerte que lo haya marcado.

Éramos papá, mamá y yo, más nadie. Y la señora Regina llenaba todo.

Su mamá.

Síiii.

Un paisaje tatuado en los ojos.

El paisaje más importante fue subiendo el páramo y llegar a la Sierra Nevada, yo pensé: “este es un sitio para vivir siempre”.

Una comida a la que no se pueda resistir.

Los sacerdotes en San Cristóbal, Santa Ana, Táriba, tenían una que llaman “los siete potajes”, que era una larga mesa en donde una señora del lugar elaboraba lo que se refería a gallina, otra a cerdo, etc, eso era una cosa impresionante.

Un defecto.

No supe aprender a bailar nunca. No tenía oído musical y no había la facilidad de ahora que cada quien baila solo.

Una época del mundo en la que hubiera querido vivir.

Esa etapa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, fue el nacimiento de un mundo que no es éste.

Un político.

Un político de Norteamérica, mejor no nos compliquemos: Franklin Delano Roosevelt, él fue el que inventó la charla por radio todas las tardes.

¿El que hizo el primer Aló, Presidente fue Roosevelt?

Sí.

Un objeto imprescindible.

El bolígrafo.

Un evento decisivo en su vida.

El día en que me decidí a estudiar Derecho, porque le repito, mi sueño fue ser psiquiatra, me encantaba.

Un venezolano.

En el siglo XX: Rómulo Betancourt, un hombre muy importante.

Un jamás.

Pasé por la administración pública y no toqué un solo bolívar distinto a mi sueldo. No tengo secretos con nadie.

Finalmente, una frase que se parezca a lo que piensa de Venezuela.

Venezuela es un país caracterizado por una población muy ambiciosa, muy inquieta, muy poco consagrada a adorar el pasado glorioso.

*

POSDATA. El encuentro con Ramón J. Velásquez fue en su propia casa, en lo alto de La Castellana, la austera casa de un venezolano de altísima valía cuya única fortuna es la vida que ha tenido y los libros que lo rodean. Cuando habla, sigue entonando con fuerza su rancio acento de montaña. Es obvio que sus palabras pelean contra el olvido, que todo lo roe. La charla fue extensa, morosa, llena de digresiones y notas a pie de página. Era difícil recibir una respuesta breve en momentos específicos. Tiene tanto que decir! Aunque también hay mucho que deja oculto en la gaveta de la prudencia. Recordaba vívidamente episodios recónditos, como su primera vez ante el mar, pero a la vez, ciertos nombres y situaciones se le escapaban por las goteras de la memoria. A veces, la lucidez de su pensamiento tropezaba con las incómodas piedras del deterioro físico.

Su vida está tan llena de eventos que una entrevista será siempre un modesto acercamiento al ancho cauce de sus días en la tierra. Es un hombre que se sabe más cerca del adiós que del hoy, pero en su verbo sigue brillando una devoción llamada Venezuela. Sin duda, acercarse a su voz es respirar los hilos invisibles de la historia nacional.

Fue una larga y cálida mañana con un venezolano de antología.

Leonardo Padrón 

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