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Entrevista a Luis Enrique Belmonte: “El arte une y la ideología divide”; por Miguel Chillida

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El arte une y la ideología divide. Entrevista a Luis Enrique Belmonte, por Miguel Chillida 640

Luis Enrique Belmonte / Fotografía de Enio Perdomo

 

Luis Enrique, Walter Benjamin ha señalado que “El calendario tuvo como tarea unificar el reconocimiento de cierta calidad con la medición de cierta cantidad, puesto que los días de fiesta, de algún modo, dejan en blanco los espacios para la rememoración. El hombre extraviado de la experiencia se siente puesto fuera del calendario. El habitante de la gran ciudad traba conocimiento con esa sensación los domingos”. Es precisamente en tu libro Inútil registro (1998), en el que el tiempo no transcurre y los días incluso se regodean en su estancamiento, que aparece un poema como “Los domingos”. ¿Podrías hablarnos un poco sobre la vida en la ciudad y el paso del tiempo desde tu experiencia como poeta y como músico?

Tienes razón, Miguel, el tema del extravío está presente en Inútil registro y en otras fases de mi poesía. La sensación de extrañeza que experimentamos al estar extraviados genera un fenómeno que me llama mucho la atención. Se puede estar extraviado de lo que te circunda o de uno mismo. Desrealizado o despersonalizado. Estar extraviado es una condición mental que te revela un lado desconocido del mundo y de ti mismo. Me parece que tiene correspondencias con el carácter excéntrico del ser humano, esa pulsión que nos impele del centro al margen, bordeando el círculo, en la periferia. Cuando estamos extraviados perdemos raíces y certezas. Y esto, si lo sabemos asumir, es una extraordinaria fuente de conocimiento. Por otra parte, los domingos y feriados son días que suscitan sensaciones emparentadas con estar a la deriva, fuera de orden, al margen de las fuerzas productivas-consumistas de la sociedad. Durante los días feriados podemos experimentar el ocio, la lentitud, la contemplación. Son días que desafían la lógica operativa y productivista del almanaque occidental. El carácter excéntrico y la deriva son atributos de una rebelión contra lo finito, lo predeterminado, los calendarios, la contabilidad de los días. La religión y la ideología política han intentado regular este asunto. Por eso es que durante los días feriados nos imponen misas, partidos de fútbol, desfiles militares y verbenas proselitistas. Me parece que la subsistencia es más rica e infinita si existen espacios para el extravío, el asombro, el sentir festivo, la pérdida de raíces y certezas.

En el poema “Elefantes”, de tu primer libro, Cuando me da por caracol (1994), el hablante tiene la visión de cinco elefantes mientras ve por la ventana. El poema dice:

Están buscando el manantial oculto
bajo la punta del lápiz
que conduce este mensaje paquidérmico.

Lo que está más allá, en la irrealidad, se revela al poeta para que este sea el intermediario entre ese mundo irreal y la realidad convencional. Pero la revelación se produce en la cotidianidad. ¿Tú crees que es importante para el poeta aprender a ver lo extraordinario en lo ordinario? ¿En qué consiste eso?

Quizás ver más allá es una actividad natural de la consciencia imaginante. La imaginación expande los límites de lo real convencional y apunta hacia lo extraordinario. A la poesía le interesan las huellas, no las pruebas de la realidad. René Char decía que sólo las huellas nos hacen soñar. Imaginar, soñar, ver más allá. Si yo voy caminando por la calle y observo las huellas de un perro impresas en el cemento, podría intentar explorar, a través de esa imagen, otras realidades: ¿Dónde estará ese perro? ¿Cuándo habrá pasado por ahí? ¿Qué le habrán dicho o hecho los obreros cuando puso sus patas sobre el cemento húmedo? Es decir, imaginar, ver más allá de las pruebas de lo real, nos revela un lado oculto y mágico de las cosas. Hace muchísimos años, cuando cursaba una maestría en Historia de las Ciencias e investigaba los efectos de la peste bubónica en el imaginario anímico medieval, me tropecé con un gran hallazgo. El galenismo médico del siglo XIV recomendaba evitar el miedo y la tristeza en tiempos de peste, ya que tales aflicciones predisponían a la caída del cuerpo en el desastre físico-natural. Los regímenes médicos de Agramont y de Gentile da Foligno destacan el valor de la Ymaginatio para compensar los efectos de la peste. Cierta etimología atribuye el origen de la palabra Ymaginatio a la predisposición y actividad de los centinelas romanos apostados en las fortificaciones durante la noche. El centinela nocturno debe ser capaz de anticipar y representarse mentalmente un fenómeno que no ha ocurrido pero que podría ocurrir. Desde su puesto de guardia, el centinela imagina el más allá, e interpreta, con atención vigilante, los signos que surgen desde la oscuridad  (el crujido de una rama, el sonido del viento, las voces, las pisadas, las luces, etc.). El centinela debe mantener la serenidad para no sucumbir a la desesperación. Pienso en esto cuando me hablas de la capacidad que tiene la poesía de ver lo extraordinario en lo ordinario. Es una predisposición que te lleva a indagar en el lado oculto de lo conocido, e imaginar lo que sucede más allá de los muros perceptivos que nos impone la costumbre. Volvemos entonces al carácter excéntrico del ser humano, al movimiento de expansión desde lo propio hacia lo extraño. El poeta es un centinela nocturno.

Me gusta eso que dices, Luis Enrique. Justamente con la imagen del centinela, que está tan presente en tu obra; no sólo como imagen: en “Noches del Bósforo”, de tu libro Compañero paciente (2012), el hablante parece ser el centinela que atestigua el paso del tiempo, y ese poema, precisamente, está impregnado de un imaginario medieval. Por otro lado, Georges Bataille ha escrito que “no nos conocemos distinta y claramente más que el día en que nos percibimos desde afuera como otro. Y esto además con la condición de que hayamos distinguido primero al otro en el plano en que las cosas fabricadas nos han aparecido distintamente”. Esas cosas, utensilios, objetos que nos rodean, están muy presentes en tu obra, y no sólo los “útiles” sino también los “inútiles”. Ya no como “hierofanías” (Eliade), pues el hablante de los poemas es en el fondo un hombre profano. Sin embargo hay una intuición, otra dimensión oculta tras esos objetos. ¿Crees que en esa dimensión se halla parte de nosotros mismos? (Pienso en la nevera de tu novela Salvar a los elefantes, 2007). ¿Podrías explicarnos un poco todo esto?

Por supuesto que sí, Miguel, y qué agudo que lo veas así. Los objetos permiten la transición entre el adentro y el afuera. Y viceversa. El objeto o su representación mental están presentes en mi trabajo como recursos y procesos mediante los cuales exploro la relación de un sujeto particular consigo mismo y con lo que le rodea. Los objetos pueden catalizar una acción o catapultar una imagen de una manera muy efectiva. Recuerdo que una vez Gustavo Valle me dijo que mi poesía estaba repleta de cacharros inútiles. Me gusta la palabra cacharro. Objetos aporreados e inútiles que desafían la lógica funcional. Entonces aparece nuevamente la dimensión anti-operativa y anti-productiva de la pulsión poética. Una dimensión que es política y al mismo tiempo exploración estética. Las posibilidades que puede ofrecer un cacharro son muy atractivas para un artista. Duchamp, Schwitters, Arman, Brossa (a quien por cierto le hice su última entrevista), Boltanski y toda la corriente que surge a partir del Ready Made son referencias constantes para mi trabajo. En Salvar a los elefantes, los objetos son correlatos y procesos de lo que le sucede al sujeto. La nevera, el ventilador, el carburador, etc. Esos objetos de “afuera” son introyectados por el personaje y, como él, van a la deriva en una suerte de naufragio existencial-situacional. Quizá el éxtasis o fusión cósmica de las hierofanías sucede, en Salvar a los elefantes, a partir de la identificación y proyección anímica del personaje con los objetos inútiles de su entorno. Quizá los objetos domésticos que nos rodean forman la constelación más trascendente a la que podemos tener acceso en este mundo cada vez más desespiritualizado.

En uno de sus ensayos, André Breton dijo que los artistas no debían subyugarse a ideología política alguna, pero que sin embargo como hombres su postura política, así como rasgos propios del tiempo histórico que viven, estarían presentes en su obra como “contenido latente”. ¿Crees que este “contenido latente” se exprese en tu obra en versos como:

El párroco de mi niñez
explicó muy bien lo de la oveja negra
no se puede nadar a contracorriente me dijo
y yo miré su panzota y me pregunté
si con esa panza podría él tan siquiera flotar

O en poemas de Cuerpo bajo lámpara como “No se olviden de nosotros”, que inicia con un epígrafe de Carlos Germán Belli que reproduzco:

Porque arriba
hay algunos que manejan todo,
que escriben, que cantan, que bailan,
que hablan hermosamente,
y nosotros, rojos de vergüenza,
tan sólo deseamos desaparecer
en pedacitos

Completamente de acuerdo. En todo acto de comunicación existen contenidos latentes. No podemos desligarnos de la impronta y las contingencias del tiempo que nos ha tocado vivir. Pienso que la afinidad por lo excéntrico en mi poesía es ya una postura política. Pero no me parece adecuado confundir la política con la ideología. Un artista debe defender el derecho a existir y crear al margen de cualquier ideología o instrumentalización del pensamiento. Volvemos a la función periférica del arte. El predicador político busca convencer por la doctrina, mientras que el artista busca la participación por la vía del encantamiento. El operador ideológico le habla a las masas y a los poderosos. El artista le habla a los seres y a las pequeñas cosas. La prédica ideológica inevitablemente conduce a la venganza y a la rapiña del poder. La palabra poética busca la comunión en lo diverso y la participación del otro. Por eso es que el arte une y la ideología divide.

Tal vez ese aspecto democrático del arte también está asociado en tu poesía al festín, a la orgía. Pienso en Matadero (2002). Creo, por otro lado, que en tu poesía el tiempo se ha abolido, por ejemplo en poemas como “Dónde estará mi cuerpo, dónde los días”, de Cuerpo bajo lámpara (1996). ¿Crees que tenga que ver con lo que observó Charles-Péguy en Víctor Hugo? (”Cuando veía la puerta de la calle, y el paso de la puerta, que es generalmente una piedra tallada, sobre esta piedra distinguía claramente la línea antigua, el umbral sagrado, pues es la misma línea”).

Caramba, Miguel, qué enigmática y preciosa esa cita. Me recuerda aquel verso de Eliot que dice que el tiempo pasado y el tiempo futuro quizás estén reunidos en el tiempo presente. Me hace pensar en la utopía del arte, en la rebelión contra lo finito, en la búsqueda de una corriente alterna y atemporal.

La experiencia del lector está muy vinculada en tu obra a la experiencia del escritor, al punto que podrían llegar a ser una misma cosa. Una de las imágenes presentes en tu obra es “la flor amarilla”, siempre asociada a los aspectos positivos, placenteros, de la vida. Recuerdo un cuento de Julio Cortázar que precisamente se llama “Una flor amarilla”. El protagonista cuenta su historia al otro narrador en un bar. Después que él consigue a un niño, que es él de niño, se preocupa de que la historia de su vida se vaya a repetir. Luego el niño se enferma y muere, cuidado por él; entonces se siente aliviado de que su historia no se repita. Pero un día caminando se detiene a encender un cigarro y ve una flor amarilla, y es en ese momento cuando intuye la nada en la belleza de esa flor. “De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término  de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor amarilla para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor”. Leo tu libro Paso en falso (2004) y me detengo en un poema como “¿Cuántas veces tiene que morir un hombre para estar muerto?”. Lo efímero, lo transitorio, incluso la descomposición orgánica de las cosas y los seres, y también el olvido de esas cosas y esos seres, son muy importantes en tu obra. ¿Podrías hablarnos sobre esto?

Amigo, la imagen de la flor amarilla es muy potente. A mí me ha obsesionado desde hace mucho tiempo. Me fascinan esas flores amarillas que crecen entre las grietas del cemento público. La imagen de una flor amarilla es sencilla y profunda. Ciertamente está presente en mi poesía. Tiene un carácter solar, asociado a lo festivo, a la alegría primaveral, a los placeres, pero a su vez nos remite al tempus fugit, a lo efímero de la vida, a la fragilidad de nuestra existencia, a todo lo que pasa y nos conmueve precisamente porque pasa. En una simple flor amarilla se nos revela el misterio de la existencia, la celebración de la vida y los trabajos de la muerte. Reverdy decía que en el fondo lo que se ama es lo que pasa. La imagen de una flor amarilla puede resumir una poética del tránsito, la conmemoración de la belleza que surge de lo más frágil y efímero. Me emociona mucho que lo hayas señalado.

Luis Enrique, ¿a qué crees que se debe el ego en los poetas, si el arte es una lucha contra este? 

Me parece que lo del ego del artista es consecuencia de un predecible riesgo laboral, pues la escritura es un ejercicio narcisista. El laboratorio del poeta es él mismo. Las imágenes, palabras o sensaciones son reconocidas adentro, en los recovecos de la mente, en los sótanos adonde no llega la conciencia apegada operativamente a lo real-convencional. El ejercicio poético conduce a la excursión psíquica y a la indagación interna. Por lo tanto, parte de la labor del poeta consiste en sumergirse en sí mismo para acceder a símbolos o significados “propios” que luego transformará, mediante la alquimia del verbo -y el calculado desorden de los sentidos- en palabras comunes y comunicables. El poeta revisa materiales personales para hacerlos impersonales. Y mientras más adentro escarbamos, si es auténtica la búsqueda, más nos encontraremos con el otro, él mismo. Entonces pienso que la verdadera poesía es impersonal, aunque surja a partir de una experiencia personal. Y es precisamente ahí, en esa entrega, donde el ego del poeta se anula para fundirse en lo otro. Ahora, si el poeta se queda encerrado en su cáscara auto-contemplativa y complaciente, y se alaba constantemente a sí mismo para compensar fallas, complejos o temores, pues probablemente le saldrán poemas muy aburridos e inocuos. Los mejores poetas que he conocido no parecen serlo: aún estando conscientes de que la escritura es un ejercicio narcisista, no andan pregonándose a sí mismos ni mucho menos proclamándose como seres especiales.

¿Y el estado anímico de la depresión en relación al oficio imaginativo?

Como decía Alfredo Silva Estrada, mi amigo y maestro, la poesía es un estado de espera o de vigilia ante lo que vendrá. Ese estado de expectación podría, eventualmente, estar asociado con la angustia, la desesperación o el horror al vacío. La depresión es una desesperanza expectante. El depresivo vuelve constantemente sobre lo que no está: espera y se desespera por lo que no vendrá. Por otra parte, el temperamento melancólico nos conduce a un estado del humor que propicia una cierta visión poética del mundo donde se revela lo frágil y perecedera que es la vida. Así, la expectación y la angustia ante la finitud de los seres y las cosas podrían estar relacionadas con algunos momentos de la creación poética. Aunque también me gustaría pensar que el poema logrado -artefacto sensorial, expresivo, comunicable- es esperanzador, pues nos brinda la posibilidad de encontrarnos con el otro.

Otra de las preocupaciones de este tipo entre los poetas ha sido la Torre de Marfil, ¿qué opinas tú sobre eso?

Existe la noción generalizada del poeta solitario, apartado de la sociedad, al margen de los demás. Esta percepción tiene un asidero cierto, que es el del proceso de escritura, un proceso lento que exige silencio y soledad. El otro asidero que sostiene la noción del poeta solitario, tiene que ver con el mismo rol del poeta en la sociedad, que para mí no es otro que transitar y registrar los márgenes del mundo, lo fugaz, lo perecedero, aquello que no vemos -o nos negamos a aceptar- a causa de la rutina psíquica que nos imponen los sistemas que rigen la convivencia humana. Pero el otro lado de la moneda es que sin el otro es imposible la conformación del sujeto. El poeta no escribe para los demás, escribe por los demás. Sin los demás no tiene sentido la poesía. Sería un ejercicio estéril y onanista. Y más que los demás, sería más bien el nosotros la fuente de la que se nutre -y a la que vuelve- la escritura poética. La poesía comienza con los demás, se adentra en el sí mismo y emerge en el nosotros.

En el 2013 salió a la calle un primer disco de Viralata, en el que tocas el violín. Cuéntanos sobre ese proyecto y de tu experiencia como “violinero”. (También se han musicalizado algunos poemas, como por ejemplo “Cuando me da por caracol”).

La música siempre me ha acompañado. Pienso que es la forma más espiritual que puede alcanzar la materia. En todas las ciudades en las que he vivido siempre me han acogido los músicos y los artesanos. Ahora bien, yo no soy un violinista profesional. Yo soy un violinero. Briceño Guerrero decía que prefería al violinero antes que al violinista. Un violinista se propone exhibir su virtuosismo. Y además vive de eso. Un violinero se inserta en espacios antropológicos relacionados con la celebración colectiva o con la meditación personal. Los violineros de los Andes, por ejemplo, sacan su violín después de terminar la faena agrícola, y su práctica es como una especie de meditación al finalizar el día. O bien tocan cuando están prendidos y se emparrandan para animar las fiestas paganas y religiosas del pueblo. Lo mismo sucede con los violineros gitanos y otros más. Yo me identifico con esa función social y repentinista de la música cuando surge en contextos de celebración, goce y comunión. Recientemente, aquí en Caracas, hice aparición con un gran músico, Enio “Chicho” Escauriza, con quien estuve explorando algunos sonidos de Venezuela y haciendo música para confundir la mente. Actualmente tengo entrañables parceiros en un proyecto de música Psych-Folk que se llama Viralata, que es perro callejero en portugués. A veces pienso que la música y la poesía son lo mismo. Y agradezco tu generosidad al invitarme a dialogar a partir de mi trabajo con la poesía. Creo que es la entrevista más entretenida y empática que me han hecho. La disfruté mucho. Gracias.

Aquí puedes encontrar algunos enlaces para acceder a la música que hacemos: la cuenta de Viralata en Soundcloud y en YouTube. O escuchar el proyecto Magicomio.