Artes

El precio de dejarse llevar por un fetiche, por Umberto Eco

Por Umberto Eco | 4 de junio, 2014

El precio de dejarse llevar por un fetiche, por Umberto Eco 640

Si usted hojea catálogos de casas de subastas como Christie’s o Sotheby’s verá que, además de obras de arte, libros raros y manuscritos autografiados, también venden lo que se conoce como “memorabilia” o conjuntos de recuerdos: los zapatos que tal o cual estrella de cine calzó en el papel que lo llevó al éxito, una pluma que perteneció alguna vez a Ronald Reagan y así por el estilo.

Sin embargo, existe una diferencia entre ser un coleccionista apasionado, indiferente a cuán grotescos pudieran ser los artículos, y la fetichista caza de dicho conjunto de recuerdos.

Si consulta uno de los boletines informativos dedicados a coleccionistas, usted descubrirá que la gente colecciona cosas como paquetes de azúcar, tapas de botellas de Coca-Cola y tarjetas telefónicas. Personalmente, creo que es más noble coleccionar estampillas que tapas de botellas, ¿pero quién soy yo para juzgar? El corazón quiere lo que el corazón quiere. Estos coleccionistas pudieran ser obsesivos, pero su pasión y entusiasmo por lo menos son comprensibles.

Sin embargo, es otra cosa si se desea a cualquier precio ese par —y sólo ese par— de zapatos usados por una estrella de cine. Ahora bien, si usted coleccionara cada par de zapatos posible usado por alguna estrella de cine, habría algún método en la locura. Pero, ¿qué hace uno con un solo par?

Pensé en esto hace poco, cuando descubrí dos interesantes artículos noticiosos en La Repubblica, de Italia. El primero era sobre Matteo Renzi, el primer ministro de Italia, quien había presentado 170 automóviles de lujo pertenecientes al gobierno para subasta en eBay. Entendería si alguien quisiera un Maserati y aprovechara esta oportunidad para comprarlo (aunque fuera uno con mucho kilometraje) a precio de remate. Pero, ¿cuál es el sentido de involucrarse en una guerra de ofertas por el Maserati —quizá pagando a final de cuentas dos o tres veces su valor— sólo porque transportó alguna vez a un funcionario gubernamental en particular? Eso no es comprar un automóvil, es dejarse llevar por un fetiche.

El segundo artículo noticioso era sobre los planes para subastar una colección de cartas de amor —algunas de ellas más bien subidas de tono— que Ian Fleming escribió a los veintitantos años. En una de ellas escribió: “Te beso por todas partes, especialmente [dibujó letras equis para indicar la boca, pechos y genitales] y abrazarte fuerte hasta que chilles”.

Es perfectamente legítimo coleccionar textos autografiados y, dada la alternativa, pudiera ser más divertido tener algunos ejemplos subidos de tono en la propia colección. Sospecho que incluso un coleccionista casual se alegraría de poseer la carta en la que James Joyce le escribió a Nora Barnacle: “Desearía que me golpearas o me dieras una buena tunda. No jugando, querida, en serio y en mi piel desnuda”. O la que Oscar Wilde escribió a su amado Lord Alfred Douglas: “Es una maravilla que esos labios tuyos de pétalo de rosa roja fueran hechos tanto para la locura de la música y la canción como para la locura de besar”. En todo caso, cualquiera de las cartas haría un excelente tema de conversación para sus amigos cuando usted sienta ganas de pasar una noche chismeando sobre grandes de la literatura.

Sin embargo, lo que carece de sentido para mí es el valor que se confiere a ese tipo de artículos en el contexto de la historia literaria y la crítica. ¿Acaso saber que Fleming escribió cartas típicas de muchos adolescentes cachondos disminuye nuestro gozo de sus relatos de James Bond, o altera de otra manera nuestra evaluación crítica de su estilo literario? En cuanto a Joyce, para entender su estilo particular de erotismo literario, no hace falta ver más allá del Ulises, particularmente el último capítulo. No importa si la vida personal del autor fue o no definida por la castidad o el libertinaje. La verdad es que muchos grandes de la literatura no escribieron prosa lasciva al tiempo que llevaban vidas virtuosas, sino más bien escribieron prosa virtuosa mientras llevaban vidas lascivas. ¿Cambiaría nuestra opinión de Los Prometidos si saliera a la luz que Alessandro Manzoni era una fiera en la cama y que su insaciable apetito sexual ocasionó que sus dos esposas cayeran muertas de agotamiento?

Pudiera haber una diferencia entre codiciar el Maserati de un político famoso y coleccionar documentos que demuestran la destreza de ciertos autores (física o literaria). Sin embargo, a final de cuentas, ambos se reducen a fetichismo.

Umberto Eco 

Comentarios (3)

Edgard J. González.-
4 de junio, 2014

Absolutamente de acuerdo. Hay algo de enfermizo, mezclado con mucho de nuevorriquismo, en eso de coleccionar cosas caras y de dudoso valor. Aun teniendo dinero, yo me interesaría por lograr una fotocopia barata de alguna carta o texto específico que llamara mi atención, sin necesitar poseer el original (lo importante, y no siempre, es el contenido). Hace pocas semanas vi por TV un programa en el que referían la subasta de un vehículo que fue usado en filmes de James Bond, y pagaron por ese deportivo una cantidad con la cual se pueden obtener 43 vehículos nuevos de esa misma marca y modelo. Fetichismo= Nuevorriquismo e idiotez.-

Jorge Alejandro Sánchez Rojas
4 de junio, 2014

Desmond Morris nos define como cazadores por naturaleza: si en la pintura rupestre sobre la escena de caza de un mamut sustituimos al animal por un balón, no se perdería nada de esencia. Coincido con el Sr. Eco: sin embargo, y salvando las distancias, me voy a permitir un descargo cuando menciona “¿qué hace uno con un solo par?” yo diría: lo mismo que hace alguien con un solo Rembrandt. 🙂

Francisco Alcala
6 de junio, 2014

Mas a allá del tema del Fetichismo que en resumen se podría entender como la devoción excesiva hacia los objetos materiales, el par de aserciones que se hacen en el penúltimo párrafo es digno de un análisis. (1) “Sin embargo, lo que carece de sentido para mí es el valor que se confiere a ese tipo de artículos en el contexto de la historia literaria y la crítica.” Y. (2) “No importa si la vida personal del autor fue o no definida por la castidad o el libertinaje”. Sobre la primera aseveración, como seres humanos colocamos valores intangibles a objetos en función de su significado sea personal o histórico, el valor personal esta de hecho atado a peso emocional del objeto, personalmente conservo la Biblia que mi abuela uso para aprender a leer con sus caligrafía temblorosa de quien salió del analfabetismo a los 50 años como una forma de conexión a quien ame profundamente. Por otro lado la segunda afinación equivale a simplificar en una típica frase como “No seas Moralista” o “Quien soy yo para juzgar” que me trajeron a la mente el libro “Tantos Tontos Tópicos de Aureliano Arteta” quien define este tipo de lugares comunes que se usas para cortar el debate y de alguna manera minimizar el objeto de la discusión. Yo creo sí creo que como seres humanos debemos ponderar en escala de colores y grises no solo la vida personal, si no la ideología, posición política, estamentos morales de cualquier personalidad, autor, político o deportista ante sus obras, hazañas y logros, esto no pudiese afectar el valor facial, artístico y humano de la obra pero si coloca al espectador en un lugar que lo aleja de las solidaridades automáticas. Por ejemplo Maradona fue un gran deportista en su tiempo, más cuando hablo de mis héroes deportivos con mis hijos les advierto que este tipo de deportista no es un buen modelo integral a imitar. Yo creo que las personas tenemos que poner en ejercicio la capacidad de ponderar, valorar y porque no dentro de lo que cabe el propósito juzgar la obra y el autor de manera integral.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.