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Hugo Chávez, el tercer Presidente en 24 horas; por Maye Primera #Abril2002 #Crónica

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“Todos los músicos que están allá arriba, que se presenten aquí abajo”. Por órdenes superiores, los soldados de oído que habían montado guardia el día entero en la azotea del Regimiento de la Guardia de Honor, frente al Palacio de Miraflores, comenzaron a preparar el recibimiento y, sin dejar el fusil, se movieron por el edificio en busca de sus instrumentos.

Al otro lado del túnel que lleva al Palacio de Gobierno desde la guarnición, estaba siendo juramentado el vicepresidente, Diosdado Cabello, como presidente provisional de la República, en la ausencia de Hugo Chávez Frías. Cabello aún vestía el chaleco beige y la camisa a cuadros que había usado durante el día 13 y el presidente de la Asamblea Nacional, Willian Lara, el mismo traje gris y corbata que llevaba en el 12 abril cuando, tras la juramentación de Pedro Carmona, ya por la noche, debió abandonar la sede del Parlamento por órdenes de la Guardia, que amenaza con detenerlo.

Sólo una cámara de Venezolana de Televisión, algunos ministros y diputados, el personal de Miraflores y dos guardias armados con un par de subametralladoras UZI asistieron al acto que fue grabado a las 9:58 de la noche y luego retransmitido al país poco antes de la 1:00 de la madrugada. A la medianoche, ya investido en el cargo y vestido con un nuevo traje, Cabello grabó un mensaje a la nación y ofreció una conferencia de prensa a los medios internacionales y a algunos pocos medios nacionales: dijo que el orden constitucional había sido restablecido sin disparar una bala y que en poco tiempo Hugo Chávez asumiría sus funciones de primer mandatario.

Eran las 2:35 am cuando el primero de los dos helicópteros que traían a Hugo Chávez sobrevoló el Palacio de Miraflores y transcurrieron quince minutos antes de que uno de ellos aterrizara. Había neblina y olía a caucho quemado.

El comentario general, confirmado horas antes por el Ministro de la Defensa, José Vicente Rangel, era que Chávez había sido maltratado; incluso, que había recibido un disparo en una pierna. La versión cobró más fuerza cuando se le vio bajar con dificultad las escaleras del helipuerto, completamente rodeado de soldados y funcionarios de Inteligencia, pero luego fue desmentida por el mismo Chávez. Aunque había una prohibición de encender las luces y los flashes de las cámaras por medidas de seguridad, así como de acercarse al Presidente, no hubo forma de evitarlo.

El camino que debía transitar Chávez hacia la Puerta del Sol, la principal de Miraflores, estaba atestado de dirigentes emeverristas, soldados, periodistas y curiosos que cantaban el Himno Nacional. Al igual que quienes llenaban la calle, ninguno se iría sin verificar el estado físico del Presidente.

Del “Tin Marín” de Alí Primera, el fondo musical pasó a ser la diana de la Casa Militar, tocada por los músicos-soldados. No hubo declaraciones en ese momento, ni discursos cuando Chávez se asomó más tarde al balcón del pueblo. Pero tanto los chavistas que se fueron a sus casas, como los que se tendieron sobre cartones en las aceras del Palacio, en la Av. Urdaneta, pudieron dormir tranquilos.

El juego de la silla

La escena de la juramentación de Hugo Chávez fue totalmente distinta a la del día anterior, cuando en el mismo Salón Ayacucho de Miraflores tomó posesión Pedro Carmona Estanga. El capitán Ramón Rodríguez Chacín, ministro de Interior y Justicia, se sentó en la silla que la noche anterior había ocupado el general Efraín Vásquez Velasco (ex comandante del Ejército). El ministro de Finanzas, Jorge Giordani, usó el asiento del Cardenal y Arzobispo de Caracas, monseñor Ignacio Velasco. Rafael Vargas, ministro de la secretaría de la Presidencia –con el cabello recién teñido en la breve clandestinidad— ocupó el lugar del general de brigada de brillante calvicie Néstor González González. Y el ministro José Vicente Rangel estaba en el lugar de la esposa de Carmona.

El cuadro de Bolívar también volvió a ocupar la pared del fondo del salón. Era también la cuarta vez, en los últimos tres años, que Chávez alzaba su mano para jurar y hacerse Presidente.

La antesala del discurso de Chávez y la “sobremesa” que le siguió sirvieron para que sus ministros y diputados comentaran su papel en la historia de la salida del Presidente de Miraflores o las peripecias que hicieron para huir de los cuerpos policiales. El general Lucas Rincón, por ejemplo, dijo que el anuncio de la renuncia del Presidente (que hizo durante la madrugada del 11-A, como Inspector General y oficial de más alto rango de las Fuerzas Armadas) formaba parte de una estrategia para desenmascarar a los conspiradores. El general Belisario Landis (comandante de la Guardia Nacional) dijo, bastante molesto, no entender al general Rafael Damiani Bustillos (miembro de la comisión negociadora que trasladó a Chávez a Fuerte Tiuna, designado Ministro de Interior por Carmona Estanga): “Me da dolor lo que ordenó”, [las detenciones].

Segundos antes de iniciar la emisión en vivo, Chávez sacó un crucifijo de su bolsillo, se colocó en posición de oración y estallaron los flashes de las agencias internacionales. Después de la lectura del decreto de traspaso de mando, el auditorio estalló en un “Volvió, volvió, volvió, volvió” y la transmisión arrancó después de los abrazos de rigor.

“A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César y al pueblo lo que es del pueblo”, comenzó. Y después de llamar a la reflexión de todos los sectores, con la intención de “corregir lo que haya que corregir”, pidió “calma y cordura” como lo hizo el general Eleazar López Contreras en 1936, cuando le correspondió asumir el mando tras la muerte de Juan Vicente Gómez.

El mensaje valía, según dijo, tanto para quienes le adversan como para sus copartidarios, que lo veían desde afuera, en la Av. Urdaneta, a través de las pantallas de proyección de video. En esa línea, dijo haber tenido una conversación con monseñor Ignacio Velasco en la isla de La Orchila, antes de partir a Caracas para retomar el poder.

Sobre los círculos bolivarianos señaló: “Aprovecho para reivindicarlos. No son grupos armados, son una organización social (…) Si por alguna razón algún miembro de un círculo bolivariano anda por ahí armado, yo lo llamo a que deponga esa actitud. Así no los necesitamos”. Sobre sus compañeros de armas alzados: “Verdaderamente, los militares que faltaron a su juramento por diversas razones se plegaron a la ignominia. Allá ellos ante la historia y ante la ley”.

A pesar de la emoción por el regreso del líder, algunos ministros se quedaron dormidos. Eran las 5:30 de la mañana cuando terminó el discurso y salió del Salón Ayacucho, rumbo al despacho, el tercer Presidente que vio Miraflores en esas últimas 24 horas.