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#LosJuegosDeLaGuerra 2. Las batallas campales de San Cristóbal, por Albinson Linares

Por Albinson Linares | 31 de marzo, 2014

#LosJuegosDeLaGuerraII Las batallas campales de San Cristóbal fuego, piedras, balas, lacrimógenas y sangre; por Albinson Linares 640

Todas las noches pasa lo mismo. En vez de dormir, se entregan a un frenesí tremendo que los mantiene sumidos en la zozobra, ese territorio del miedo donde algunos rezan, otros susurran y casi todos lloran. Si se pudiese escucharlos, la noche se llenaría del chirrido de las camas y sillas de ruedas que son arrastradas al patio porque, al caer el sol, ellos ya saben que la batalla empezará, más temprano que tarde, por lo que el ácido hedor de las bombas lacrimógenas, la hediondez gruesa de la basura y la niebla acre de los cauchos quemados, los sacará de sus cuartos.

Pero nunca se puede oírlos porque los gritos, morteros, golpes y detonaciones, la música de la guerra, acompaña desde hace casi dos meses a los ancianos de la Casa Hogar San Pablo, en San Cristóbal.

“Ha sido horrible. Como ve usted, de un momento a otro llegan las bombas lacrimógenas o el olor de la basura y nos afectan a todos los viejos. Esta mañana estábamos en la capilla y nos tocó desocuparla porque las lacrimógenas eras terribles, terribles. Como muy fuertes, más duras que todas las anteriores, nos tocó salirnos porque los viejitos asmáticos se enferman”, aseveraba con el eco de su voz, Manuel Contreras de 93 años de edad.

Alto y delgado, agarraba con manos firmes un nudoso bastón de madera, mientras todo su cuerpo exhala ese hálito de beatitud propio de algunos ancianos. Sin embargo él, quien parecía un náufrago de la tormenta final, buscaba arrestos para preocuparse por los otros el pasado 15 de marzo: “Yo que resisto, como Usted me ve, no se me ha tapado nada (estaba ronco y era el tipo más frágil en kilómetros a la redonda) pero eso me afectó. Los muchachos estuvieron por ahí protestando y apenas los descubren los otros se desahogan  y empieza el jaleo de pólvora, esas cosas que echan”.

Enrumbado al siglo, Contreras vive y espera morir en paz, si lo dejan, por lo que cada noche sale a respirar al patio mientras ayuda a los que ya no pueden andar, ni valerse por sí mismos. Es uno de los 90 viejos de este ancianato a quienes solo un muro los separa de uno de los epicentros más virulentos de las batallas callejeras que han tomado a la capital tachirense: la avenida España frente a la panadería “Gran Avenida”.

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Los simulacros de batallas, las escaramuzas, emboscadas o reyertas armadas dejan un rastro de cenizas a su paso. Lima, Washington, Alejandría, Roma y Troya, entre decenas de ejemplos históricos, fueron algunas de las ciudades incendiadas por el furor bélico. San Cristóbal no es la excepción, puesto que más de 20 incendios han sido atendidos por su cuerpo de bomberos en los primeros noventa días del año y las brasas del Parque Nacional “Chorro El Indio” aún despiden humo sobre la ciudad.

Más de ocho hectáreas de bosques de pinos ardieron en “Loma de Pánaga”, ayudados por la sequía del estado mientras el cuerpo de bomberos anuncia investigaciones pero todo apunta, como siempre, a la acción de los seres humanos. Como Bárbol, capitán de los ejércitos vegetales de Tolkien, no existe para vengarse y acusar a los culpables; los tachirenses ven como la oposición y el oficialismo se acusan mutuamente del desastre ecológico, mientras el horizonte verde sigue crepitando tenebrosamente.

Desde hace siglos las ciudades sitiadas sufren los rigores del fuego, parte de la devastación de los ejércitos consiste en pegarle candela a los escenarios humanos para borrarlos del mapa.“Toda guerra se basa en el engaño”, escribió SunTzu hace 2500 años y también recomendó que “existen momentos adecuados para encender fuegos, concretamente cuando el tiempo es seco y ventoso”, como pasa en Táchira por estos días.

La radio de la ULA Táchira, una notaría y la sede de la Inspectoría del Trabajo son algunas de las edificaciones que han sido incendiadas en la capital del estado durante este ciclo de manifestaciones pero, un caso emblemático, es la sede de la Corporación Tachirense de Turismo (Cotatur).

Era una edificación moderna de líneas rectas, espacios amplios y llena de cristales que resaltaba entre las vetustas sedes estatales, al punto de haber recibido un Premio Nacional de Arquitectura. Está ubicada en el cruce de la avenida España con la Carabobo, cerquísima de amplios sectores clausurados por barricadas constantes como son la avenida España, el Centro Comercial “El Tamá” y Barrio Sucre. Su incendio es una de esas tragedias anunciadas que parece una mala broma, una oscura ofrenda para la violencia y los avisos del desastre que empezaron el 13 de febrero cuando seis bombas molotov impactaron el edificio y quemaron dos unidades de transporte: un autobús y un camión.

“Desde el primer ataque veníamos haciendo guardias todos los días, los fines de semana, nos repartíamos los turnos para no dejar sola la sede”, explica Chiquinquirá Borrero, presidenta de Cotatur. Así las cosas, el 22 de febrero lo volvieron a sitiar, lanzando piedras y amenazas por encapuchados que, presumiblemente, pertenecían a los grupos de manifestantes.

Pero el final llegaría el lunes 24 de febrero, cuando la parte alta de la ciudad se convirtió en escenario de “megabarricadas” que paralizaron la capital del estado. Los empleados de la institución no pudieron llegar a la sede y en la tarde, comenzaron los ataques: “En la tarde nos informaron que se habían metido encapuchados y estaban incendiando el edificio. Acudieron los bomberos y, entre 4 y 5 de la tarde, sofocaron el incendio, ese fue uno de los días más tensos del proceso de violencia. Hubo otro incendio en Barrancas y saqueos en Las Lomas”, recuerda Borrero.

Una vez controladas las llamas, los guardias siguieron con su patrullaje y los bomberos acudieron a nuevas emergencias. Parece difícil de creer pero, nuevamente, el edificio quedó solo y entonces sucedió el ataque final: “Volvieron con más bombas molotov, le cayeron a piedras al edificio y quemaron todos los carros que estaban en la parte de abajo. Destruyeron todo el edificio, saquearon lo que quedaba y se consiguieron estructuras de la sede en algunas barricadas cercanas. Fue una edificación que quedó aisladaentre las barricadas y nadie pudo preservarla”, explica con desaliento la presidenta del ente.

Por estos días se están reubicando a los 70 trabajadores del ente y Borrero despacha los asuntos turísticos del Táchira, desde una pequeña oficina en la gobernación del estado. Su hijo, Fabián, le recordó celebrar su cumpleaños que parecía habérsele olvidado en medio del ajetreo y, cuando la ve pensativa, le advierte: “No vayas a Cotatur que se está quemando”. Mientras tanto continúan las quemas pequeñas, múltiples, en el vivac de los fuegos que acompañan a las protestas desde hace semanas.

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El viernes 28 de marzo la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, ofreció el desalentador balance que las protestas iniciadas el 12 de febrero han dejado en el país. El saldo rojo, estremece: 37 personas fallecidas, 559 lesionados y 168 privados de libertad. Al discriminarlo, la cuenta de fallecidos queda en 29 civiles y ocho funcionarios de seguridad, mientras que los lesionados son 379 civiles y 180 funcionarios militares y policiales.

En Táchira, a las muertes de Daniel Tinoco (líder estudiantil de la UNET, quien falleció el 10 de marzo por un disparo en el pecho), Jimmy Vargas (murió el 24 de febrero al caer de un techo mientras preparaba las barricadas de su urbanización), Luis Gutiérrez (chocó contra una barricada en Rubio), el Guardia Nacional, Jhon Castillo (recibió un disparo de arma larga el 19 de marzo, en la sede de la UNEFA) y Anthony Rojas (murió de un impacto de bala el 20 de marzo) se le suma la de Franklin Romero quien murió al recibir una descarga eléctrica, el pasado viernes.

¿Cómo muere electrocutado un manifestante?, el ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres afirmó que Romero, de 44 años, entró en contacto con un cable de alta tensión al mover una valla para empezar una guarimba y, añadió: “El hecho ocurrió en horas de la mañana después que se retiró la policía del sitio y lo dejó todo limpio. Llegó al sitio una camioneta del concejal Omar Bustos, uno de los líderes fundamentales de Voluntad Popular, y a través de este hecho también confirmaremos que es líder de la guarimba en San Cristóbal. Llega con tres personas y derriban una valla que está en el sitio para tratar de hacer una barricada. Al derribarla hace contacto con un cable de alta tensión y alcanza a Franklin Romero quien falleció electrocutado en el acto”.

A inicios de 1968 cuando Estados Unidos se empantanaba en la guerra de Vietnam sin lograr entender a su enemigo, descifrar sus tácticas, ni mucho menos derrotarlos, el senador Hugh Scott dijo: “La guerra que no podemos ganar, perder, ni dejar es evidencia de una inestabilidad de ideas. Una serie flotante de juicios, una política de conciliación nerviosa que es muy perturbadora”.

Entre las múltiples acusaciones que se esgrimen en la escena pública, aparecen las actividades de grupos irregulares como los frentes paramilitares, cuya actuación en la frontera venezolana es patente desde hace más de una década. Los beneficios de la desmovilización de las Autodefensas Unidas en Colombia, fueron una maldición para las poblaciones fronterizas de Venezuela donde abundan las denuncias de sus actividades de control y extorsión social.

Este 20 de marzo en Rubio, capital del municipio Junín, hubo una cruda confrontación durante horas que culminó con la detención de 23 personas por actos vandálicos, entre ellos, un jefe paramilitar de los “Urabeños” llamado Alexander Chona según informó el jefe del Ceofanb, Vladimir Padrino López.

Yobel Sandoval, alcalde del municipio, denunció que en el pueblo se habían repartido panfletos que atribuían las acciones violentas al grupo llamado las “Águilas Negras”, pero luego aparecieron otros pasquines donde se desmentía las acusaciones aclarando que “este tipo de organización no arremete contra estudiantes ni manifestaciones populares”.

Por ello no extraña que el presidente Nicolás Maduro, declarara el sábado pasado: “Nos quieren quitar el Táchira ¡Atención! Bandas de Paramilitares quieren crear el caos total para sacarla de Venezuela, para quitársela a Venezuela”.

Mientras tanto, manifestantes como “el maracucho”, quien suele apostarse cerca de Barrio Sucre, responde riendo: “Aquí nosotros no somos paramilitares. Los estudiantes queremos libertad, seguridad y que cuando tengamos nuestro título podamos ejercer lo que estudiamos. No tenemos oportunidades, sobre todo nosotros que somos jóvenes y estamos empezando”.

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El 14 de marzo, en la tarde, “El maracucho” y 22 encapuchados más, tenían completamente restringido el paso hacia Barrio Sucre. De los semáforos colgaban carteles inmensos que rezaban con sorna, “Barrio Sucrania” y monigotes, muñecos como los “año viejos” que se queman en diciembre tenían las caras del presidente Maduro y Diosdado Cabello.

Enjaezados con máscaras antigas caseras, armados con cañones de morteros, piedras y bombas molotov, más parecían una tropa de asalto medieval que una banda armada paramilitar. Sin embargo, las labores de obstrucción de las vías públicas, destapado de alcantarillas, quemas de basura y cauchos se hacían con pasmosa diligencia. Con un ritmo particular, como si hace tiempo que estuviesen acostumbrados a esto.

─ Ustedes tienen práctica en esto, ¿no?

“Claro papá, si nosotros cerrábamos las dos universidades cuando nos íbamos a paro, sabemos cómo trancar las avenidas desde primer semestre”, dice un gordo a quien llaman “Chacón” y también dice ser estudiante de Ingeniería Mecánica.

─ Y ¿hasta cuándo piensan mantener todo cerrado, no creen que la gente se va a cansar y va a dejar de apoyar las barricadas?

Nosotros estamos haciendo esto primero porque el gobierno nos trata de delincuentes, de ladrones, de fascistas y todo eso. Segundo, ya estamos cansados de estos 15 años donde no han hecho nada y vamos a seguir protestando hasta que renuncien Nicolás Maduro y Vielma Mora.

─ Ellos no van a renunciar porque ustedes tranquen las calles

Bueno, seguiremos mientras nos apoye la comunidad. Si no, tocará volver a las actividades pero la gente está harta de las colas para todo, y eso este gobierno no lo va a resolver nunca. Por eso nos mantenemos en protesta pero es un esfuerzo colectivo. El día que las comunidades digan que no, no salimos más.

Estas barricadas se encuentran frente a la antigua Normal “Román Valecillos”, uno de los centros educativos más antiguos del Táchira con 75 años dedicados a la formación educativa. Fue uno de los planteles convertidos en Escuela Técnica Robinsoniana con las menciones de salud y artes gráficas, en ésta última imparte lecciones de fotografía José Ángel Mora.

A cinco cuadras de la violencia y refugiado en su casa-estudio, ubicada en Barrio Obrero, Mora se toca las sienes que le palpitan al recordar los sucesos que han azotado a su ciudad mientras pregunta en voz alta: “¿Qué estamos haciendo?, ¿qué nos diferencia de los animales?, ¿qué me hace realmente humano?”.

Categorizar a Mora como fotógrafo, es una absurda injusticia del sistema educativo. En realidad es un genio obsesionado por las múltiples posibilidades del registro de la imagen, un hombre renacentista que cultiva múltiples líneas de investigación paralelas, cuyos extremos se tocan. Sus intereses parten de las técnicas experimentales de revelado, pasando por formatos clásicos como el daguerrotipo, celuloide, la fotografía astronómica y el vasto universo de lo digital.

Una tarde de marzo miraba con arrobo los correteos de su hijo, Antares, mientras contaba que en vista de su importancia histórica la “Román Valecillos” fue seleccionada para ser restaurada por un programa nacional. Por ello, a inicios de este año, comenzaron a mudar todos los equipos con el fin de dejar el espacio libre para las cuadrillas de obreros.

Estando en eso comenzaron las protestas del 12 de febrero que se prolongaron hasta estos días, con el lamentable resultado de la suspensión de clases y otros actos vandálicos: “Lo triste de la historia es que se metieron a los talleres y robaron las computadoras del aula virtual con lo que se enseña computación a los niños del Centro Bolivariano de Informática. Además de eso se robaron las computadoras de la parte administrativa del liceo donde estaban registradas las notas, los expedientes de alumnos y el personal. Eso fue hace 15 días atrás (es decir, a inicios de marzo)”.

Así las cosas, sin registros de nómina, alumnos, ni personal bien puede decirse que se han robado parte del “alma mater” de la antigua normal, pero la planta física robusta, amplia y modernista continúa siendo el telón de fondo en los enfrentamientos constantes entre cuerpos de seguridad y manifestantes de Barrio Sucre.

Sin embargo, falta una historia más. José Ángel rebusca entre su memoria y consigue un objeto inútil pero precioso, sucede que “había un autobús” y guarda silencio. Luego añade que dentro de la escuela estaba aparcado, arrumbado, un viejo microbús que servía bien pero se convirtió en una excrecencia automovilística luego de que empezara a fallar porque se le dañó la batería.

El consabido laberinto burocrático educativo, tardó meses en conseguir la partida para el repuesto pero, para entonces, ya faltaba el distribuidor, alternador, múltiple y así, sucesivamente, hasta que se convirtió en una ruina móvil. Como sucede con el orden natural de las cosas, sobrevino el inexorable paso de meses, años y la magia de la humedad que convirtieron al bus en el hogar de helechos y enredaderas.

La naturaleza lo transformó en un objeto de estudio para este maestro, quien le tomaba fotos a las plantas que lo habían invadido, las texturas de la pintura descascarada, el óxido de las junturas y el paso de las esporas en su lenta danza con el polen, a través de esas llanuras de cuero que son los asientos vacíos: “Un día de protesta los estudiantes le rompieron los vidrios y entonces se descubrió que lo usaban para tener sexo y fumar mariguana. Así que fue un autobús satanizado o estigmatizado dependiendo de quién lo vea porque, para unos, era un Edén dentro del infierno y, para otros, un antro de perdición. Todo depende del cristal con que lo mires”.

Como es dable adivinar el autobús, que ya se parecía a “Further”, el célebre transporte psicodélico de Ken Kesey y los Merry Pranksters, fue objeto predilecto de los manifestantes. Con cadenas, cuerdas y fuerza movieron las ruedas oxidadas, se montaron encima de él y lo quemaron en plena avenida como el larguirucho despojo de una batalla, a todas luces, inútil.

Fue un muerto incinerado varias veces, un artefacto que se resistía a desaparecer, un ready made gigantesco al que Mora le tomó fotos hasta el último momento, cuando la Guardia Nacional tuvo que buscar una grúa especial para arrastrarlo fuera de la línea de fuego: “En mis investigaciones fotográficas sobre las formas naturales y las entrópicas lo registré. Sobre todo porque le habían crecido helechos y orquídeas por ello me di a la tarea de examinar las líneas de las texturas, la estructura del autobús; con las líneas de las plantas, las nubes y montañas que se veían detrás. Mi investigación sobre la forma abarca tanto la línea entrópica, tecnológica y humana que suele ser recta y la natural que es curva y quebrada. Tengo 35 fotos de las partes de ese autobús”, concluye el maestro quien aún no reanuda sus clases.

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William Lizcano dirige la Fundación Ecológica del Táchira (Fundaceta), ente dedicado al estudio y preservación de los diversos ecosistemas de la región. Afirmaba a mediados de marzo que estas protestas le han costado al estado pérdidas semanales cuantiosas de 2000 toneladas o más, que se pierden en los municipios de alta montaña del estado.

El Táchira, según cifras del Ministerio de Agricultura y Tierras, cosecha el 65% de la producción nacional de hortalizas, tubérculos y verduras. Municipios como José María Vargas, Jáuregui, Uribante ySucre han sufrido los embates de los bloqueos de las vías: “Cultivos como la lechuga, cilantro, cimarrón o brócoli no aguantan mucho y deben sacarse de forma rápida y ligera porque tiene un tiempo mínimo de duración”, explica.

Lizcano también denuncia el ecocidio presente en la mayoría de las barricadas tachirenses donde pueden verse árboles talados, arbustos y desechos de origen vegetal para trancar el paso: “Han talado, cortado, quemado de una forma irracional, sin ningún tipo de justificativo porque los árboles no tienen color político. Son árboles que llevan más de 50 años en el estado y tenemos toda la vida observándolos, los que quieran denunciar pueden escribirnos a contraelecocidio@gmail.com y ya estamos planificando jornadas de reforestación”.

El parque “La Romera” queda cerca dela sede quemada de Cotatur y el Ancianato San Pablo. Algunos viejos suelen dar paseos en sus áreas verdes y ver el reflejo de la luz en el arroyuelo que le da nombre. Antes solía estar lleno de niños, jóvenes y parejitas que usaban la penumbra de los bohíos de concreto y ladrillo para besuquearse. Por estos días está cerrado pero, si se pasan los obstáculos, logran vislumbrarselos despojos de las huestes de la violencia: árboles arrancados, columpios desaparecidos y barandas destrozadas son algunos de los signos de vandalismo que pueden verse.

#LosJuegosDeLaGuerra 2. Las batallas campales de San Cristóbal fuego, lacrimógenas y sangre; por Albinson Linares 640A

Las tablas inservibles de un solitario columpio, reciben a quien se aventure por esos lados como es el caso de Pablo Páez, un joven de 66 años del Hogar San Pablo que deambulaba por los puentecitos devastados del parque una tarde de marzo. Mientras caminaba por los escombros explica que trabajó décadas en la Tipografía Cortés, por ello se siente periodista.

Y lo es porque está más enterado que muchos reporteros de la región. Sin embargo, se lamenta de haber disfrutado mucho en su juventud como mariachi, por lo que el amor por las rancheras y las fanáticas de una noche le impidieron asentar cabeza y ahora se percata de que “la vida se fue y quedé un poco solo”.

“Este sector lo han agarrado de batalla los dos frentes, la oposición y los oficialistas, pero lo que pasa es que ellos no consideran que esto es una casa de los abuelos, la mayoría de los ancianos se sabe de antemano que sufrimos de los bronquios y asma. Uno no está para estos trotes con tantas bombas, morteros, basura, carros y cauchos quemados que botan los muchachos, uno se siente saturado por el humo y todo eso nos está matando. Ya se murieron dos viejitas y los que quedamos estamos afónicos, con la garganta irritada y nos da tos. Las noches son amargas y de insomnio”, se lamenta mientras vuelve a su “casa hogar” donde los manifestantes ya están apilando escombros, de nuevo.

Una de las infinitas formas del horror debe consistir en llegar a nuestros últimos años, luego de librar todas las batallas personales que nos tocan, y que la guerra te persiga, te haga vomitar y llorar, sabiendo que solo un muro te separa de la muerte violenta. Es por ello que si se escucha con atención en las noches de la avenida España, entre el rugido de morteros y perdigones, puede sentirse la respiración apagada de 90 abuelos cuyos pulmones aúllan por conseguir aire.

En Little Gidding, T.S Eliot escribió que “no dejaremos de explorar. Y al final de la exploración, regresaremos adonde empezamos. Y conoceremos el lugar por primera vez”. Muchos de estos ancianos, ya empiezan a estar ahí.

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Lea también: #LosJuegosDeLaGuerra 1. El cerco de San Cristóbal: los asedios callejeros; por Albinson Linares

EL CERCO DE SAN CRISTOBAL 496

Albinson Linares 

Comentarios (2)

Marco Antonio Rojas
31 de marzo, 2014

Hay muchos más factores en el Táchira que los que reseña la prensa, como los reseñados en este excelente artículo, pero que sin embargo no es publicado en otros lugares. El juego político en el Táchira no solo es entre oposición y gobierno.

Ofelia Soto
1 de abril, 2014

Como se pueden ver las fotografías de José Angel Mora sobre el autobus ¿quemado ? Por su descripción ameritan ser exhibidas como arte -de denuncia-

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