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La soledad de Venezuela, por Juan Gabriel Vásquez

La soledad de Venezuela, por Juan Gabriel Vásquez 640

La diputada venezolana María Corina Machado, una de las opositoras más incómodas que sufre el régimen chavista, fue destituida de forma sumaria por Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional.

Dice Cabello que Machado violó la Constitución la semana pasada, cuando participó en una sesión a puerta cerrada en la asamblea de la OEA. Pero antes había aducido otra razón para destituirla, y antes otra, y así en las últimas semanas de crisis. Y no he podido no pensar en la destitución del alcalde Petro, que ha llevado a tantos a hablar de golpe a la democracia. A pesar de que Petro me ha parecido siempre un alcalde incompetente, último eslabón en una serie de responsables de hundir la ciudad, yo también lo hice; y lo hice porque fue antidemocrática la destitución y porque la inhabilidad impuesta es uno de los más grotescos casos de persecución política que se hayan visto en este país. Pero qué raro: el golpe a la democracia y la persecución política lo ven claramente en el caso del alcalde bogotano, pero ninguno de los que lo han denunciado ha denunciado también lo que le pasa en Venezuela a Machado. O a los alcaldes de la oposición, encarcelados con los cargos más peregrinos. Ahí nuestros chavistas colombianos no ven persecución, ni nada antidemocrático. Es raro.

O tal vez no: tal vez no sea tan raro. Algo análogo, después de todo, pasó en la OEA: la misma ceguera voluntaria y selectiva la escogieron los países latinoamericanos, que en un espectáculo inverosímil y lamentable de realpolitik y cobardía moral decidieron, por mayoría, callar a Machado, o encerrarla para que no se oyera lo que tenía que decir. Machado quería otra cosa en la OEA: quería hablar ante todos, y no la dejaron. Al cerrar la puerta para que se hablara de lo que pasa en Venezuela sin la presencia de los medios, los países latinoamericanos acabaron por fin de decretar la inanidad de la OEA, convertida la semana pasada en un triste vodevil de la venalidad, el cinismo y la corrupción. Esa sala de la OEA se pareció mucho a Venezuela: un lugar del que se han ausentado los medios de comunicación por amedrentamiento o censura.

Hoy en Venezuela los ciudadanos activistas tienen que inventar mecanismos secretos para comunicarse entre sí: hay claves, hay contraseñas, hay toda una vida subterránea, igual que en las dictaduras. Si un medio molesta, como molestaba el Tal Cual de Teodoro Petkoff, el régimen lo silencia. Pero ya no con argucias legales, como cuando se le suspendió la licencia a una cadena de televisión: esos tiempos en que se cuidaban las formas pasaron. Un columnista de Tal Cual atribuye a Cabello una frase que éste niega haber dicho, y el régimen se agarra de ahí para demandar por difamación al director del periódico e imponerle medidas cautelares excesivas y aun injustificadas. Pero Petkoff y sus abogados han descubierto que Cabello otorgó el poder para esa demanda por difamación 21 días antes de que se publicara la columna. Como en el caso de Machado, primero viene la decisión de deshacerse de alguien y luego la búsqueda del pretexto.

Mientras todo esto pasa, los países latinoamericanos se mantienen neutrales o abiertamente cómplices. Se equivocan gravemente en una situación donde hay mucho en juego. Y se pueden arrepentir: la cobardía se paga caro.

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Texto publicado en El Espectador.