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El día Puerto Madero, por Martín Caparrós

Por Martín Caparrós | 27 de marzo, 2014

El día Puerto Madero, por Martín Caparrós 640

25 de marzo, año 2014. Hoy los diarios argentinos informan –con más o menos alborozo, según las adscripciones y el origen de sus avisos– sobre el éxito del fin de semana largo: miles y miles de coches en las carreteras principales, miles y miles de argentinos en los balnearios y otros lugares de breve regodeo. “Con picos de 2.500 vehículos por hora desde Mar del Plata hacia Capital Federal por la Ruta 2 concluía anoche el fin de semana largo por el feriado del Día de la Memoria, que tuvo niveles de ocupación cercanos o superiores al 70 por ciento en provincias como Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Entre Ríos”, dice uno de ellos.

Hasta 2003, la conmemoración del 24 de Marzo era cosa de los ciudadanos: los que querían organizaban los actos que podían. Ese año, el gobierno de Eduardo Duhalde lo declaró “Día Nacional de La Memoria por La Verdad y La Justicia” e involucró al Estado en su celebración. Tenía cierta lógica, una que nunca me gustó.

Siempre pensé que recordar el 24 de marzo era seguir subordinándonos a la decisión de unos militares asesinos: fijar el recuerdo en el momento en que ellos decidieron atacar.

Y recordar que los ricos argentinos estuvieron y están dispuestos a hacer de todo para seguir siéndolo –a hablar, incluso, de derechos humanos y castigar a los que los salvaron.

Y simular la inocencia perfecta de la democracia. “En estos años en que no somos capaces de discutir la democracia, en que tenemos tanto miedo de discutir esta democracia –aunque sea el sistema en el que tantos chicos se mueren sin necesidad, tantos grandes sufren hambre o enfermedades muy curables–, postular que todo empezó el 24 de marzo es una forma de exculpar al gobierno democrático de Perón, Perón y compañía: un modo de pretender que todo el mal empezó con el golpe, que la democracia no torturó, secuestró y mató, democráticamente, a cientos de personas. No; hay que presentar una ruptura brutal donde no la hubo y seguir vendiendo que la democracia es impoluta inmaculada, el mejor de los mundos, que los malos fueron esos militares sanguinolentos feos”, escribí ya hace mucho.

Y creo, todavía, que no habría que celebrar el 24 de marzo. Para recordar que hubo una dictadura militar y criminal habría que hacerlo, si acaso, el día en que se terminó, 10 de diciembre.

Pero a quién le importa: el 24 de Marzo se convirtió en efemérides patria en marzo de 2006, cuando el doctor Néstor Kirchner y su jefe de gabinete el doctor Alberto Fernández mandaron un proyecto de ley al Congreso para declararla feriado nacional. Y ahí la discusión cambia de signo. Ya no se trata de ver si es mejor ese día u otro porque, para la mayoría, la conmemoración se desvirtúa, se desvanece. Desde entonces, millones de alegres argentinos aprovechan el “Día de la memoria” para salir de picnic, turismo, vacaciones.

¿Tiene sentido que un día en que se recuerda tanta muerte, tanta barbarie, tanta entrega sirva para irse a pasear o bien para rascarse el higo? ¿No habría que convertirlo en un día hábil que se use pensar, si todavía es necesario, en esa barbarie? ¿O, mejor -tan necesario-, sobre sus consecuencias y las maneras de solucionarlas?

La máscara de los derechos humanos ya tiene una realización en el espacio: el barrio de Puerto Madero con sus edificios multimillonarios y sus calles con nombres de Madres de la Plaza y otras luchadoras. Su realización en el tiempo sucede, sin duda, cada fin de marzo, cuando los argentinos más afortunados se van a la playa so pretexto de memoria y homenaje. Los hoteleros llenan sus hoteles, los restauradores sus restauraciones, las petroleras venden nafta, los transportistas asientos en sus micros, los servicios prosperan gracias a aquellos muertos.

La Patria, ya sabemos, suele ser fuente de truchadas; estos últimos años la producción se ha vuelto arrolladora.

Martín Caparrós 

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