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Caracas de Este a Oeste. 3. La paz va en moto y corta cabezas; por Marcel Ventura

Caracas de Este a Oeste. 3. La paz va en moto y corta cabezas; por Marcel Ventura 640

Nadie en esa fila de la Av. Universidad sabe que el presidente Nicolás Maduro está hablando en cadena nacional de radio y televisión, aupado por centenares de motorizados que se reunieron el 24 de febrero a pedir paz. “Nos quitaron la harina, la carne, la leche, pero no nos quitarán la paz”, se escuchaba minutos antes en la tarima de Miraflores y un ronroneo llegaba hasta la Av. Sucre. El ruido de 125 centímetros cúbicos carburando 500 veces al mismo tiempo se parece más a una vibración que a un bramido. En la fila casi todas son mujeres, tres llevan a niños de pocos meses en brazos y salieron a buscar leche tras la inminente regulación que propone PDVAL.

Por la esquina El Chorro un carro compacto color rojo se detiene en el semáforo. El hombre conduce, la mujer va al lado, ve de reojo la fila y da un pequeño salto cuando el gordito de la moto golpea el retrovisor del copiloto. Podría armarse una pelea, pero el del casco es gracioso, sonríe, pone el espejo en su lugar, levanta el pulgar y acelera en luz roja esquivando un camión. Hace una hora que Maduro aguanta calor y celebra frases como “Los motorizados somos arriesgados: sólo nosotros pasamos una gandola a 120 en una curva”. Es el mismo Maduro que pedirá Carnaval. El mismo que en media hora va a bailar, casi al tiempo que una mujer de la Guardia Nacional Bolivariana usa su casco para reventarle la cara a otra mujer, en Valencia.

El artículo 164 de la Ley de Tránsito Terrestre lo dice claramente. Las motos no pueden “circular entre canales”, ni “paralelamente a otro vehículo en movimiento en el mismo canal de tránsito”  ni “cambiando frecuentemente de canal o pasando indistintamente al centro, a la izquierda o a la derecha de la vía”. Si algo iguala bajo el sol a los motorizados armados y desarmados es que nadie ejerce ese artículo.

La moto es el triunfo de la ilegalidad normalizada.

Los motorizados llegaron a Miraflores antes de la una de la tarde. A nadie en los alrededores se le ocurrió sumarse a la concentración, otro acto menor en cuanto a asistencia, como el de PDVSA, el de las mujeres, el de los pensionados. El presidente lleva diez días sin dar un discurso entero a más de mil personas. Cuando pide disciplina a los líderes y desde abajo le responden que ahí todos son líderes y él los regaña diciendo que en Venezuela todos son líderes pero que él es presidente, los gritos de aprobación son más tenues que los de “¡Juancho! ¡Juancho!” entre los colectivos.

En la tarima nadie recuerda a Juancho Montoya.

Antes de la cadena, cuatro personas dieron sendos discursos ante la mirada tibia del presidente, Cilia Flores, Diosadado Cabello y Miguel Rodríguez Torres. Un hombre habló durante media hora, casi más tiempo que el del propio Maduro. Le decía “Nicolás” insistentemente, en un tono de exigencia más que de sugerencia. En algún punto preguntó si estaban en cadena y, al ver que en ese momento sólo lo escuchaban sus compañeros, reclamó: “Pero esto tiene que ser cadena, Nicolás. ¡Cadena! ¡Cadena! ¡Cadena! ¡Cadena! ¡Cadena! ¡Cadena! ¡Cadena!”. Así. Siete veces. “Nicolás, lo que estás viendo no se te va a olvidar más nunca (…) Los motorizados damos sonrisas, rompemos el protocolo. Lo único que pide el motorizado es que pueda formar parte de una sociedad de iguales”.

Cuando desde la tarima se habla de amor y de familia hay aplausos y alegría, pero basta quedarse un rato entre el desfile de cascos para darse cuenta de que la paz no tiene consignas. En la tarima dicen “Las guarimbas las combatimos con amor” y los manifestantes de atrás piden visibilidad: “¡Bajen las banderas, no joda!” En la tarima dicen “Nuestro voto te lo dimos y lo vamos a defender con la vida de ser necesario” y los manifestantes de atrás y adelante entonan el “¡No volverán! ¡No volverán!”. En la tarima dicen “CNN” y el grito se contagia en puñetazos al aire: “¡Fuera, fuera! ¡Mátenlos!”

El periodista de CNN Fernando del Rincón aterrizó hace media hora para entrevistar más tarde al general Ángel Vivas. Alrededor de su casa, en Prados del Este, también hay gente que grita “¡Fuera!” y grita “¡Mátenlos!”, porque el odio se muerde la cola.

Nicolás Maduro se ve ansioso cuando Katy Aponte toma el micrófono. Los discursos se alargan más de lo previsto. Ya han hablado dos hombres y ella es la segunda mujer. Igualdad de género o, como dirá luego el presidente, feminismo. Aponte dice que hay que “defender y construir”, dice “Dios” muchas veces, dice que las madres les advierten a sus hijos motorizados que en esto de las guarimbas es importante “no caer en tentaciones, que no se dejen llevar por las emociones”. Un manifestante, al fondo de la concentración, pregunta qué hora es porque el almuerzo se retrasa. Aponte no lo puede ver, pero sus palabras están a punto de encender a todo el mundo, incluso a los que tienen hambre. “¡No le tenemos miedo al Goliat del fascismo! ¡Aquí estamos los David que les vamos a sacar la cabeza! ¡Nosotros somos de paz, pero también de lucha!”

Entonces la manifestación se convierte en un puño izquierdo alzado y todos gritan paz con la garganta afilada. “¡Chávez vive, no joda! ¡Con ustedes el presidente Nicolás Maduro”, dice un hombre al micrófono. Comienza la cadena nacional: “¡Bienvenidos a su casa!”. Termina la cadena nacional: “¡Defiéndanla!”

En Altamira las motos circulan con miedo. El propio presidente confirmó que “confiscaron” 150 kilúas y que las piensan revender a precio justo. Una mujer perdió la suya cerca de la Plaza Francia, denunció el hurto al CICPC y ahora le piden un dinero para dársela.

Precio justo.

Por la 1era. Transversal de Los Palos Grandes un motorizado, frustrado por las guarimbas, se enfrenta a un peatón. Se muestran los dientes. Se muestran los puños. En la esquina varias mujeres pintaron “#SOSVenezuela Paz” sobre el asfalto. El motorizado se retira entre insultos y esquiva la frase cambiando de canal, como quien no ha leído el artículo 164.

Hoy la única ley es la ley del hashtag.

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