Actualidad

Estado de emergencia, por Jorge Volpi

Por Jorge Volpi | 24 de febrero, 2014
ARTICULO_Estado_de_emergencia_por_Jorge_Volpi_640

Fotografía de EFE

Decir que la nación se halla dividida o ferozmente enfrentada es, además de una obviedad, una salida fácil. En efecto, de un lado están los chavistas fanáticos ─difícil imaginar maduristas─, que se solazan en mil variaciones de la teoría de la conspiración: los otros son por fuerza fascistas, enemigos del pueblo, topos de la CIA, traidores que deben ser condenados de manera expedita. Y del otro lado se encuentran, por supuesto, los antichavistas fanáticos: quienes antes aborrecían al líder no por su deriva autoritaria, sino porque detestaban a cualquier gobierno que renegase de su ortodoxia financiera o porque no toleraban su popularidad, y ahora ven en Maduro a un títere manipulado desde ultratumba.

Pero, insisto, decir que hay dos bandos enemigos, con radicales en uno y otro, resulta anodino. Olvidémonos pues de los izquierdistas irredentos que defenderán a Maduro haga lo que haga; y olvidémonos, a la par, de los ultras de derechas ─y muchos de sus aliados liberales─ que no le reconocerán un solo mérito a Chávez por una alergia visceral hacia su figura. Y concentrémonos en lo que de verdad está pasando en Venezuela: un país sometido a un estado de emergencia que no ha hecho sino acentuarse con cada nueva medida tomada por Maduro, un hombre sin la astucia política de su mentor.

Si, como ha señalado Giorgio Agamben a partir de las ideas de Carl Schmitt, el estado de emergencia en el que un individuo o un grupo se desembaraza de la legalidad para hacerse con poderes extraordinarios que les permitan enfrentar una “grave crisis” se ha vuelto el sello de nuestra época, Venezuela ─y sus aliados─ lo han conducido al extremo. Imbuido con la idea de que el antiguo régimen no hizo otra cosa sino explotar a las mayorías, el chavismo ganó su legitimidad en las calles, y luego en las urnas, a fuerza de desacreditar a las viejas instituciones democráticas, mostrándolas como los instrumentos usados por la oligarquía para preservar sus privilegios. Aunque parte de éste análisis fuese certero, a partir de entonces Chávez no cesó en su empeño de desvalijar a la democracia desde el consenso, asumiendo que las votaciones que ganó, al menos hasta su penúltimo intento, le permitirían arrogarse la tarea de combatir, como los antiguos dictadores romanos, todas las amenazas que se cerniesen sobre la república bolivariana.

El fallido ─y torpe─ golpe de 2002 no hizo sino confirmar su paranoia: en efecto, la ultraderecha conspiró en su contra y lo apartó de la presidencia por la fuerza. Una vez que Chávez recuperó el poder, ya no había marcha atrás: el estado de emergencia se volvería permanente y sólo él, provisto ahora con esa legitimidad secundaria generada por su regreso, podría salvar al país de sus enemigos. Más allá de la retórica bolivariana, de eso se trataba: de erigirse en el único prócer de la nación. Hasta que lo consiguió.

En esta lógica, Chávez aún logró convertirse en un émulo del Cid cuando, postrado y moribundo, consiguió que el líder opositor Henrique Capriles reconociese su postrera victoria. El poder puede heredarse; el carisma, no. Y Maduro no es ─y nunca será─ Chávez. De allí que, para enfrentar una crisis cada vez más alarmante, su apuesta fuese por exacerbar el estado de emergencia al conseguir que el congreso lo habilitase con nuevos poderes especiales. Todo lo ocurrido desde entonces no es sino consecuencia de este acto de soberbia, pues si, como en Roma, el dictador no contiene la amenaza ─en este caso la doble hidra de la inseguridad y el desabasto─ su legitimidad no tardará en desvanecerse, como ha ocurrido.

Aprovechando el descontento popular, la parte de la oposición encabezada por María Corina Machado y Leopoldo López apostó, contra la opinión del gradualista Capriles, en impulsar manifestaciones que aceleraran la caída del régimen. Amenazado por todos los flancos ─la crisis batiente; las protestas callejeras; los grupos armados sin control; y en especial el amago de los militares─, Maduro decidió dar un golpe de fuerza. Desde entonces ha silenciado a todos los medios críticos y perseguido a los líderes opositores, responsabilizándolos de la violencia. Y ha querido presentarse, de nueva cuenta, como salvador. No se trata aquí de ser de izquierda o de derecha, bilioso chavista o furibundo antichavista, sino de condenar sin titubeos a un régimen que, de por sí dueño de poderes que exceden cualquier espíritu democrático, se ha decantado enfáticamente por la represión.

Jorge Volpi 

Comentarios (4)

Victorino Marquez
24 de febrero, 2014

Más claro no canta un gallo Jorge. Lo que está viviendo mi país es el resultado de un gobierno que deliberadamente polarizó a la población y ejerció una violencia institucional y comunicacional en forma sistemática contra al menos la mitad de su población (los que pensamos distinto al oficilaismo). En pleno siglo XXI, pretendió construir un socialismo atropellando las libertades básicas y terminó, como es usual en nuestra América, en manos de los hombres de verde. Un experimento de demolición institucional del que tomará tiempo recuperarnos.

Nereida Bargalló Suriol
24 de febrero, 2014

Una aclaratoria, los grupos armados sin control que menciona como parte de las amenazas que está recibiendo Maduro por todos los flancos, forman parte de las fuerzas del gobierno, no de la oposición.

Gracias por su artículo.

Samir Kabbabe
24 de febrero, 2014

En “El insomnio de Bolívar” te ocupaste de hacer algunas consideraciones y hasta predicciones de la agregación de países “latinoamericanos” en polos de desarrollo con intereses económicos y políticos. Hasta te atreviste a pronosticar (válida especulación) tiempos inestables para Venezuela, que se continuarían con un terrible golpe de derechas después del 2.020. Hoy hay un polo, que lidera Brasil, con un eje de los Castro, Chávez-herederos, Lula-Dilma, Kirschner, más ideológico que económico y que anexa a los países del ALBA y otros países con necesidades que la Venezuela con chequera busca suplir para posicionar su liderazgo. Los Castro y su régimen dependen del petróleo que les otorga Venezuela. El surgimiento de la Alianza del Pacífico, fuerte y prometedor, de alianza más económica y realista, junto con el descontento en Brasil tienen inestable el Mercosur y la agenda de ese eje. La salida de Venezuela sería mortal para ese eje. Por otra parte, Rusia y China, tienen fuertes inversiones en Venezuela e intereses geopolíticos. Ucrania está por salir de la influencia rusa acercándose a EEUU-Unión Europea. Siria sigue en esa espantosísima carnicería, opuestos los chinos y los rusos a la salida de Al-Assad y la pérdida de una pieza de importancia geopolítica, mientras la inverosímil oposición tiene grupos más fundamentalistas y radicales que AlQaeda junto a liberales y hasta pro-occidentales. Venezuela ya no es sólo un problema de los venezolanos, es la subsistencia de los Castro y el eje político y de los intereses rusos y chinos. Nuestra salida es que opositores y oficialistas nos aceptemos, nos unamos en nuestras necesidades, más allá de la intencionada polarización y rechacemos la brutalidad y posibilidades de confrontación, civilmente; es lo que corresponde a una dirigencia responsable e idónea.

Herley Pacheco
26 de febrero, 2014

No esperaba menos de Jorgue Volpi. Lo admiro mucho, es grato leer sus palabras. “No se trata aquí de ser de izquierda o de derecha, bilioso chavista o furibundo antichavista, sino de condenar sin titubeos a un régimen que, de por sí dueño de poderes que exceden cualquier espíritu democrático, se ha decantado enfáticamente por la represión.” Contundente!

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.