Artes

Los poetas de la colonia Condesa, por Juan Gabriel Vásquez

Por Juan Gabriel Vásquez | 16 de febrero, 2014

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Hace poco menos de cuatro años, cuando José Emilio Pacheco visitó Alcalá de Henares para recibir el Premio Cervantes, alguien lo acusó de ser uno de los mejores poetas latinoamericanos. “Pero si ni siquiera soy uno de los mejores de mi barrio”, se defendió Pacheco. “¿No ven que soy vecino de Juan Gelman?”.

Los dos vivían en la colonia Condesa, una ciudad dentro de la Ciudad de México, y allí murieron los dos en enero pasado: con doce días y pocas cuadras de diferencia. Eran, por más que a veces les molestara oírlo, grandes poetas, pero eran además poetas importantes o necesarios. Sobre esta idea de necesidad o importancia, claro, se pueden decir muchas solemnidades y no pocas tonterías, y por eso prefiero hacerme entender con los versos de otro poeta que lo explicó bien: William Carlos Williams. “Es difícil”, escribió, “obtener noticias de los poemas / pero los hombres mueren miserablemente cada día / por falta de lo que se encuentra allí”.

Pacheco y Gelman tenían eso en común: nos traían noticias. En otras palabras: sus mejores poemas nos hablaban, y nos han seguido hablando, de esas cosas que nos conciernen a todos, y por ese camino nos ayudaban (y nos siguen ayudando) a fabricarnos un lugar en el mundo. Yo recuerdo muy bien dónde estaba y qué dudas tenía cuando leí, por la primera de muchas veces, “Alta traición”. Son catorce versos cortos, pero no creo exagerar cuando digo que con ellos Pacheco se metió de cabeza en la educación sentimental de varios miles de latinoamericanos. “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / —y tres o cuatro ríos”. Uno sabe que un poema es importante cuando trata de recordar un solo verso y acaba viéndose obligado a transcribir el poema entero.

Por razones que nunca he logrado determinar (pero tampoco me he esforzado demasiado en hacerlo, porque los caminos de la poesía son inescrutables), los versos de Gelman me han quedado siempre un poco más lejos. Y sin embargo ahí sigue Gotán, por ejemplo: el libro cumplió medio siglo hace un par de años, y aunque muchos de sus poemas hayan envejecido notoriamente, hay un puñado que no tiene ni una arruga. Leído hoy, por ejemplo, el último poema del libro es incómodo y desolador. “Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en cucharitas”, escribe Gelman. “Querido Juan, has muerto finalmente. / De nada te valieron tus pedazos / mojados en ternura”. Puedo imaginar la lectura de estos versos durante alguna de las despedidas que se le hicieron a Gelman en México. A él, creo, le habría gustado esa lectura.

Juan Gelman y José Emilio Pacheco murieron cuatro meses después de que muriera Álvaro Mutis, y este mes de febrero nos hemos despertado muchos con la conciencia súbita de estar asistiendo al lento desvanecimiento de una generación. La coincidencia de los tres en el territorio de la Ciudad de México es apenas un prodigio parcial, pero no por eso es menos digno de asombro. ¿Qué habrán encontrado allí, en la ciudad deshecha y gris y monstruosa? A mí, por lo pronto, se me ocurren varias respuestas. Pero aquí no hay espacio para ellas.

Juan Gabriel Vásquez nació en Bogotá, Colombia, en el año 1973. Es escritor, abogado y periodista. En el año 2011 ganó el Premio Alfaguara de Novela por "El ruido de las cosas al caer".

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